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DOS FASCISMOS Y UN FRACASO
ОглавлениеA partir de lo expuesto, será más fácil identificar las razones de fondo de las divergencias entre Primo de Rivera y Ledesma. Diferencias que no estriban en el mayor o menor «izquierdismo» o «derechismo» de uno de ellos, pues, como se ha visto, es difícil trazar una línea divisoria a partir de esos criterios. Sí podría afirmarse, en cambio, que de algún modo ambos dirigentes fascistas portaron siempre con ellos el «sello» de la forma en que se produjo su respectiva conversión al fascismo.
Ledesma, desde presupuestos radicales, descubriría en el fascismo unos valores igualmente radicales, con ese antiburguesismo «anómico» del que ha hablado Jiménez Campo.72 Era la suya, desde este punto de vista, una revuelta contra los valores «caducos», contra la presunta decrepitud de las generaciones que los encarnaban y contra los supuestos racionales, «intelectuales», que estarían en su base. El fascismo de Ledesma sería, en consecuencia, violentamente antiliberal, con una defensa no menos vehemente de lo «nuevo», de la juventud y del irracionalismo. Su antisocialismo y anticomunismo –que respondían, en el fondo, a motivaciones conservadoras– asumía también tonos de «rivalidad revolucionaria»; es decir, defendiendo frente a una revolución «materialista» y «antipatriótica» otra «nacional» e idealista. Hasta aquí, Ledesma habría sido más o menos «llevado» por su maestro Giménez Caballero; a partir de aquí, seguiría profundizando en dicha dirección en busca de su plasmación real. Ya no seguiría a «Gecé» en lo que, en cierto modo, podría considerarse una «involución». Este último, en efecto, «capturado» por Roma, abandonaría progresivamente sus esfuerzos por profundizar en la búsqueda de un fascismo hispano, propio, y asumirá plenamente, sin sombra de crítica, como modelo y guía indiscutible el fascismo mussoliniano.
Primo de Rivera, por su parte, llegaba al fascismo por la vía de la fascistización desde una perspectiva de derecha conservadora.73 Su camino, mucho más largo que el de Ledesma, fue, en cierto modo, inverso al de Giménez Caballero. No sería casual, por ello, que ambos se encontraran a lo largo de 1933, período en el que el influjo del último sobre el hijo del dictador es más que evidente. Pero el fundador de Falange prosiguió su evolución hasta convertirse –como el propio Ledesma reconocería-74 en un auténtico fascista. Pero no por ello perdió su «marca de origen», como se aprecia claramente en algunas de sus diferencias con Ledesma: la sistemática apelación a la razón, la búsqueda de la elegancia en pretendida oposición a la demagogia, el menosprecio sistemático de las masas y el rechazo casi visceral de la revolución en lo que tenía de ruptura del orden.75
No quiere decirse, entiéndase bien, que las diferencias entre ambos fueran, en los puntos mencionados, abismales. El irracionalismo de Primo de Rivera no era muy inferior al de Ledesma. Sus apelaciones a lo «poético» escondían una sublimación del irracionalismo76 y otro tanto puede decirse de su naturalismo, definido siempre en oposición al «naturalismo» de «nefastas» consecuencias revolucionarias del abominado Rousseau.77 Tampoco la demagogia estaba ausente del discurso joseantoniano y de ella se pueden encontrar en sus discursos abundantes muestras. La diferencia radicaba en que, a pesar de todo ello, Primo de Rivera gustaba de presentarse como defensor de la razón y la elegancia intelectual. En cualquier caso, no eran sólo diferencias de matiz. Sin llegar a afectar al fondo de la ideología, podían condicionar seriamente la eficacia del producto.
Consecuencia en buena parte de lo anterior sería la forma respectiva de situarse ante la problemática de la «revolución». No, evidentemente, ante la socialista, frente a la que la posición de ambos era prácticamente idéntica, sino ante la «revolución pendiente». Era la de Primo de Rivera, en efecto, una revolución que debería resolverse sin grandes convulsiones y a la mayor brevedad en un orden «clásico», una sociedad perfectamente jerarquizada con un «César» en la cúpula.78 Una revolución, en definitiva, muy diferente de aquella con cierto sabor de revuelta imaginada por Ledesma. No sería de extrañar, en este sentido, que en las frecuentes alusiones de Primo de Rivera al carácter «romántico» y de heredero de la Revolución Francesa del nazismo hubiera una crítica larvada a las concepciones de Ledesma.
Eran, con todo, dos concepciones del fascismo que, con mayores o menores contradicciones, hubieran podido, tal vez, coexistir en una misma organización en condiciones más favorables. Sucedía, sin embargo, que las de la España republicana no lo eran. Y ante las evidentes dificultades que el fascismo español encontraba en su desarrollo, las posiciones respectivas se radicalizaron hasta conducir a la escisión.
De alguna manera, tal radicalización de las respectivas posiciones indicaba una toma de conciencia de la naturaleza de las resistencias encontradas: Primo de Rivera pareció advertir que las clases medias sintonizaban con los contenidos renovadores y anti-Antiguo Régimen de la República y buscó su espacio político en la adopción de tales elementos; completándolos con una propaganda machacona –a la que se suponía que tales sectores sociales debían ser muy sensibles– sobre la inevitabilidad de la revolución socialista; y asumiendo la necesidad de la realización de una reforma agraria al objeto de ganarse la adhesión de amplios sectores del campesinado. Que tal política pudiera favorecer, más que contrarrestar, a corto plazo el aislamiento político de la organización y dificultar –por falta de medios económicos–la acción del partido de cara a las masas es algo que, por lo demás, resultaba congenial a la concepción elitista de Primo de Rivera.
Ledesma, por el contrario, quiso ver en la insuficiente aplicación de sus presupuestos esenciales –apelación a las masas, obrerismo, irracionalismo y violencia– la razón del fracaso. Y estaba dispuesto, en consecuencia, a pagar en términos de supeditación política el apoyo económico que precisaba para realizar aquella política.
La crisis de la organización falangista en los momentos finales de 1934 implicaba, a la vez, a las tres tendencias fundamentales existentes en su seno y a las organizaciones derechistas, que hasta entonces habían tenido una influencia externa –a través de pactos y subvenciones económicas– e interna –militantes reaccionarios de fidelidad predominantemente monárquica. Lo que en dicha crisis se planteaba era, pues, en buena parte, un problema de relación entre el grupo fascista y uno de los más importantes grupos «fascistizados» del país.
Descomponiéndolo en sus dos elementos fundamentales, tal problema se manifestaba, por una parte, en la exasperación de significados militantes falangistas por el escaso desarrollo alcanzado por la organización y, por otra, en el intento por parte de los monárquicos de conseguir una supeditación absoluta de FE de las JONS a sus iniciativas políticas.
En lo que se refiere a las causas del fracaso –tal y como se presentaba a finales de 1934– del partido fascista español, es conveniente hacer, para mejor determinarlas, dos precisiones: en primer lugar, el hecho de que hasta el momento de su fusión con Falange, Ledesma había dispuesto de casi tres años, el último de ellos coincidiendo con las grandes perspectivas que para el desarrollo del fascismo abrió la subida de Hitler al poder, sin que los resultados obtenidos pudieran calificarse sino de mediocres. Es más, las JONS hicieron ostentosa demostración de incapacidad para utilizar la violencia en forma sistemática y rentable, así como para penetrar en los medios obreros. Es decir, de las dos deficiencias esenciales que luego reprocharían al liderazgo de Primo de Rivera.79
Por otra parte, no puede hablarse de la ausencia de un entorno político adecuado. Un proceso de fascistización de cierta envergadura se dio en la España de los años treinta. No había prácticamente ninguna fuerza de la derecha que no estuviera, en mayor o menor grado, fascistizada; y entre esas mismas fuerzas no faltaron las que estuvieron dispuestas durante un período de tiempo relativamente amplio a apoyar y asistir al partido fascista español. Otro tanto puede decirse, pero es en buena parte lo mismo, de los sectores industriales y financieros del país. Jiménez Campo ha diferenciado entre dos momentos en la actitud política de dichos sectores económicos: uno en el que se pretendería «instrumentar el fascismo como punta de lanza en el conflicto de hegemonía, al margen del aprovechamiento de sus virtualidades contrarrevolucionarias», y otro, en el contexto ya de un abierto «conflicto de dominación», en el que las preocupaciones de la burguesía española serían estrictamente defensivas, que dejaba poco lugar para una política diferenciada y en muchos aspectos «radical» como la del fascismo español.80
Tal análisis se resiente, en nuestra opinión, de una visión del fascismo en la que prima su carácter «instrumental» respecto de determinados sectores de la burguesía sobre el carácter autónomo de ese mismo fascismo. Antes, en efecto, que instrumento de un sector de la burguesía en los conflictos de hegemonía y/o dominación, el fascismo es una fuerza autónoma que cuenta con bases sociales propias: la pequeña burguesía. A partir de ahí, su colusión con los sectores industriales y financieros del país en cuestión es necesaria, hasta el punto de que sin su colaboración es imposible el acceso al poder. Pero esa colaboración es siempre contradictoria. Una cosa es que el fascismo en el poder tenga que defender necesariamente los intereses de una fracción de la burguesía y, a través de ella, de la sociedad burguesa en su conjunto, y otra muy distinta que esté dispuesto a aceptar la sumisión política a esos sectores. La historia de los movimientos fascistas antes y después de su llegada al poder está llena de incidencias que demuestran cabalmente lo expuesto. En la fase previa a encaramarse en el poder, el fascismo necesita del apoyo –en la forma en que lo explica Kühnl– de la clase dominante, y ésta, a su vez, necesita del fascismo, bien para asegurar su dominación destruyendo la organización democrática en beneficio de una alternativa autoritaria, bien para defenderse o atacar a las organizaciones obreras, bien para ambas cosas a la vez. Lo que en realidad determinará el mayor o menor peso de uno u otro de los amigos-enemigos en la alianza será, en definitiva, la fuerza propia de que cada uno de ellos disponga.
En la España republicana lo que fracasa no es el proceso de fascistización, si como tal entendemos una creciente receptividad por parte de amplios sectores sociales de buena parte del ideario fascista y el apoyo a una solución de este tipo, siempre en función de sus propios intereses, por parte de sectores fundamentales del capital. Lo que fracasa en realidad es el partido fascista mismo. Y es ello lo que le colocará en unas condiciones de neta inferioridad respecto de sus aliados naturales. Una inferioridad que le situaría, a finales de 1934, ante la necesidad de optar entre dos soluciones igualmente dramáticas: o la supeditación casi absoluta o la ruptura. Tan es así, que los suministros económicos a FE de las JONS no se cortan porque sus antiguos financiadores hayan perdido todo tipo de interés en la existencia de una organización fascista, sino porque ésta se niega a integrarse en el «Bloque Nacional». En efecto, nadie pidió que cesase el discurso radical y obrerizante de los fascistas españoles. Como lo demuestra, sin más, el sobreentendido que parece estar en la base de la actitud del más radical e izquierdista de ellos, Sotomayor.
Pasada la crisis, Ledesma intentó infructuosamente poner en marcha nuevas aventuras; mientras que Primo de Rivera, líder indiscutido ya de la única organización fascista, concebía para ésta planes más o menos ambiciosos e irrealizables. Para su financiación recurriría ahora a Roma; para sus proyectos «insurreccionales», a los militares.81 A pesar de sus esfuerzos por desmarcarse de los monárquicos o por amagar una aparente neutralidad en las elecciones de febrero de 1936, Falange acabó siendo, sin más, en los meses sucesivos, la fuerza de choque de la reacción.82 Su suerte con Franco no sería mucho mejor.
Más oportunista y realista, o simplemente perspicaz, quien había sido el gran profeta del fascismo en nuestro país, Giménez Caballero, andaba ya preparándose para cantar las excelencias del nuevo «Caudillo». Tal vez porque, quien supo acompañar a Ledesma primero y a Primo de Rivera después, fue también el primero en descubrir sus límites. Quien supo, por fin, descubrir que para que hubiese fascismo en España, aunque sólo fuera una apariencia de tal, había que apostar por un «gran fascistizado».
10 J. Jiménez Campo, El fascismo en la crisis de la II República, Madrid, CIS, 1979; M. Pastor, Los orígenes del fascismo en España, Madrid, Tucar, 1975.
11 «Casi estamos tentados de afirmar que, en nuestro país, el fascismo no hizo sino sintetizar una serie de direcciones ideológicas preexistentes (...) prestándoles la retórica y la simbologia peculiares a las “nuevas derechas” europeas de los años veinte y treinta». Cf., El fascismo en la crisis..., op. cit., p. 89.
12 Cf., M. Pastor, Los orígenes..., op. cit., pp. 36 y 63. Sobre el supuesto carácter fascista del partido de Albiñana, coincidimos con la tesis de Jiménez Campo -op. cit., p. 79-en el sentido de que el pensamiento de dicho grupo fue a inscribirse en los «circuitos ideológicos tradicionales del conservadurismo». Convenimos, igualmente, con H. Southworth cuando señala la ausencia de imperialismo en la ideología albiñanista. Cf., Antifalange. Estudio crítico de «Falange en la guerra de España», de M. García Venero, París, Ruedo Ibérico, 1967, pp. 29-30. Vale la pena señalar al respecto que incluso en las «españolistas»polémicas mexicanos del doctor Albiñana parece estar más presente el odio al México revolucionario que la defensa de eventuales intereses españoles. No parece muy propio de un imperialismo fascista, en efecto, abogar por la acción del imperialismo americano sobre una ex colonia española. En este sentido, resulta clarificador lo que sobre el propio México escribiría Giménez Caballero, éste sí, auténtico fascista: «Si México va significando algo frente a Yankilandia es porque en México no hacen caso ya de meridianos, y potencian por vía rusa o india la esencia cristiana, humana, universal de la sangre hispana de sus venas». Cf. «En torno al casticismo de Italia. Carta a un compañero de la joven España», en La Gaceta Literaria, 15 de febrero de 1929.
13 Sobre la larga trayectoria ideológica que conduce al fascismo, véase, a título de ejemplo, el excelente trabajo de Zeev Sternhell, La droite révolutionaire, 1885-1914. Les origines français du fascisme, París, Seuil, 1978. Acerca del Ortega «político» resulta ya imprescindible el estudio de Antonio Elorza, La razón y la sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset, Barcelona, Anagrama, 1984.
14 Cf, E. Giménez Caballero, Circuito imperial, Madrid, 1929, p. 52.
15 En este sentido cabe apuntar que las comparaciones que el propio Giménez Caballero establecía en 1929 entre Costa y Oriani, entre Rajna o D’Ovidio y Menéndez y Pidal, entre Croce o Missiroli y Ortega -o entre La Voce y España-, entre D’Annunzio o Marinetti y Gómez de la Serna, entre Pirandello y Azorín o Baroja, entre Gentile y Maeztu o Araquistáin, entre Unamuno y Malaparte, señalaban -con independencia del carácter más o menos afortunado de algunas de las comparaciones- un camino para la investigación de determinados antecedentes culturales del fascismo español. Cf. «En torno al casticismo...», op. cit. Naturalmente, al margen de las coincidencias existentes entre los respectivos emparejamientos, existen también esenciales diferencias. Aquellas que, precisamente, señalan el mayor o menor grado de proximidad existente respecto del fascismo.
16 E. Giménez Caballero, Genio de España. Exaltaciones a una resurrección nacional.Y del mundo, Madrid, Jerarquía, 1939 (1932), p. 50.
17 Cf., «En torno...», op. cit. Sobre Curzio Suckert (Malaparte) puede verse E. Gentile, Le origini dell’ideologia fascista, Bari, Laterza, 1975, pp. 279 y ss.
18 Cf., Circuito..., op. cit., pp. 17 y 18.
19 Cf., G.L. Mosse, The Crisis of German Ideology, Nueva York, Grosset and Dunlap,1968.
20 Cf., Circuito..., op. cit., p. 18.
21 Ibidem, p. 55.
22 Ibidem, p. 56.
23 Cf., «En torno...», op. cit.
24 Cf., Circuito..., op. cit., p. 42.
25 «En torno....», op. cit.
26 Cf., Genio de España..., op. cit., p. 31.
27 J.C. Mainer, Falange y literatura, Barcelona, Labor, 1971, pp. 24-26.
28 Cf, Genio de España..., op. cit., pp. 135-136.
29 E. Giménez Caballero, La nueva catolicidad. Teoría general sobre el fascismo en Europa: en España, Madrid, Ediciones de La Gaceta Literaria, 1933, pp. 180-181.
30 Cf., H.R. Southworth, Antifalange..., op. cit., p. 65.
31 La Gaceta Literaria, 1 de julio de 1930.
32 R. Lanzas (Ramiro Ledesma), ¿Fascismo en España? (Sus orígenes, su desarrollo, sus hombres), Madrid, Ediciones «La Conquista del Estado», 1935, p. 52.
33 Véase el «Estudio preliminar» de Santiago Montero Díaz a R. Ledesma Ramos, La filosofía. Disciplina imperial, Madrid, Tecnos, 1983, pp. XIII-XXX; también, G. Sobejano, Nietzsche en España, Madrid, Gredos, 1967, pp. 654-655.
34 Así, por ejemplo, Santiago Montero, tras reconocer el «fuerte viraje» que conduce a Ledesma a la actividad política, señala que «en esa transición, en apariencia tan brusca, no existe nada que se parezca a la improvisación». Y añade: «Su vocación política es una profunda determinación de todo su ser. No llega por imitación, por deslumbramiento o por influencias externas a sentirse elegido para iniciar un movimiento nacional». «Estudio preliminar», cit., p. XXXI.
35 Nos referimos, fundamentalmente, a «El concepto católico de la vida», en La Gaceta Literaria, 15 de septiembre de 1930 y 15 de octubre de 1930, y a su contestación a la encuesta de dicha revista sobre «la vanguardia», publicada el 1 de julio de 1930.
36 Cf., La Gaceta Literaria, 1 de agosto de 1928.
37 Ibidem, 1 de febrero de 1929.
38 Ibidem, 1 de junio de 1930.
39 Ibidem, 1 de julio de 1930.
40 Citado en D.W. Foard, Ernesto Giménez Caballero (o la revolución del poeta), Madrid, 1975, p. 161.
41 Ibidem, p. 154.
42 Ibidem, p. 161.
43 Cf. «El concepto católico...», op. cit. Sostenía Ledesma, en efecto, que el catolicismo no sólo había sido la religión de varias naciones «prepotentes» e «imperiales», sino que, además, el espíritu real de los nuevos tiempos sería «auténticamente católico, universal, que aparece no en este o en aquellos pueblos, sino en todo el orbe humano, forjando sus ilusiones y sus mitos» (subrayado en el original).
44 Véanse sus «Notas sobre Heidegger», ahora en R. Ledesma Ramos, La filosofía..., op. cit., pp. 15-34; así como las excelentes reflexiones al respecto de Manuel Pastor, op. cit., pp. 70-73.
45 Cf., La conquista del Estado, n. 6.
46 E. Giménez Caballero, La nueva catolicidad..., op. cit., pp. 210-211.
47 Ibidem, pp. 206-210.
48 Sobre el papel de Primo de Rivera en la génesis de El fascio, véase nuestro trabajo«Falange e Italia. Aspectos poco conocidos del fascismo español», en Estudis d’Història Contemporània del País Valencià, 4 (1983), pp. 242-243.
49 Ibidem, pp. 246-253.
50 «Al volver. ¿Moda extranjera el fascismo?», La Nación, 23 de octubre de 1933.
51 Cf., I. Saz, «Falange e...», op. cit., pp. 254-255.
52 Cf. S. Ellwood, Prietas las filas. Historia de la Falange española, 1933-1983, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 42-44. Sobre la distinta forma en la que los dirigentes de las dos organizaciones enfrentaron la unificación pueden verse, para un enfoque favorable a Primo de Rivera, F. Bravo, Historia de la Falange Española de las JONS, Madrid, Editora Nacional, 1940, pp. 13-24; F. Ximénez de Sandoval, José Antonio (Biografía apasionada), Madrid, Fuerza Nueva, 1980, pp. 150 y ss.; Ledesma explicó su propia posición en ¿Fascismo en..., op. cit., pp. 145-157. Véase también J.M.a Sánchez Diana, Ramiro Ledesma Ramos. Biografía política, Madrid, Editora Nacional, 1982, pp. 181 y ss.
53 Cf., S. Ellwood, Prietas..., op. cit., pp. 46-47; I. Saz, «Falange e...», op. cit., pp. 256-257.
54 Citado en I. Saz, «Falange e...», op. cit., p. 267.
55 Según Gil Robles, el acuerdo fue mantenido por Falange, mientras que Renovación hubo de suspender su ayuda hacia finales de año por dificultades financieras. Cf., No fue posible la paz, Barcelona, Planeta, 1978, p. 443n. Como se verá, la tesis que sustentamos es que la ayuda cesó por motivos políticos y no económicos.
56 Véanse tales «Puntos iniciales» en J.A. Primo de Rivera, Textos de doctrina política, Madrid, Delegación Nacional de la Sección Femenina del Movimiento, 1971, pp.85-93.
57 Para la comunicación de Primo de Rivera, véase I. Gibson, En busca de José Antonio, Barcelona, Planeta, 1980, pp. 109-110; la del marqués de Eliseda en X. Ximénez de Sandoval, José Antonio..., op. cit., p. 243.
58 Cf., ¿Fascismo en..., op. cit., pp. 218-219.
59 Nótese, en efecto, la radical ambigüedad con que Ledesma explicaba la diversa actitud de Ruiz de Alda y Primo de Rivera a propósito de la adhesión de Calvo Sotelo: «Primo, que se iba radicalizando, tenía, sin duda, razón. Ruiz de Alda se inclinaba más bien a la admisión, guiado por la proximidad de la revolución socialista y la necesidad en que se encontraba el Partido, si quería intervenir en ella con éxito, de vigorizarse y aumentar, como fuese, sus efectivos reales. No carecía de solidez esa actitud de Ruiz de Alda; pero Primo se mantuvo firme». ¿Fascismo en..., op. cit., p. 167; subrayados nuestros. Como ha hecho notar justamente Ricardo de la Cierva, a «Lanzas» se le olvida en esta ocasión explicar cuál fue la actitud de Ledesma. Cf. Historia de la guerra civil española. 1. Perspectivas y antecedentes, Madrid, Librería editorial San Martín, 1969, p. 561.
60 Cf. R. Lanzas, ¿Fascismo..., op. cit., pp. 185-189. Parece ser que Ruiz de Alda, que según Ledesma «vaciló ante ciertas proposiciones suyas», no fue del todo ajeno a las conversaciones que se produjeron al objeto de desplazar a Primo, aunque finalmente se inclinara por este último. De cuáles pudieron ser tales proposiciones no sabemos sino lo que Ledesma dice en las páginas referidas. Pero, por un informe de Cesare A. Gullino –fiduziarío para España de los CAUR- fechado en julio de 1934, pueden intuirse algunos de los puntos fundamentales de la solución de Ledesma. En tal escrito, en efecto, se afirma que, en el curso de una previsible escisión, Primo de Rivera, junto con Eliseda, serían seguidos por un 25 % de los afiliados, mientras que «el movimiento típicamente español, jonsista..., quedaría confiado a Julio Ruiz de Alda, Ramiro Ledesma y Juan Antonio Ansaldo». Cf. Relazione n.° 2. Organizazzione “FE de las JONS”, julio de 1934, Archivio Centrale dello Stato, Ministero della Cultura Popolare, busta 423.
61 Como se recordará, la cláusula 4a del acuerdo establecía que hasta 10.000 pesetas de la ayuda percibida podían ser libremente utilizadas por FE de las JONS; pero, a partir de tal cantidad, el 45 % debería destinarse a los «gastos de organización de las milicias» y otro 45 % alos de la «organización sindical obrera anti-marxista». En la 5a se establecía que Goicoechea podía designar «un elemento técnico», con el «fin concreto y fijo de comprobar el incremento que Falange Española de las JONS pueda alcanzar merced a estas ayudas». Tal elemento, que debía actuar en contacto permanente con el mando de Falange, «principalmente en su aspecto militar y de choque», no debe confundirse con el «agente de enlace» del que se habla en la cláusula 7. El papel del último, que desempeñaría Pedro Sainz Rodríguez, era fundamentalmente político, mientras que el del anterior era más técnico y militar. Véase el texto del acuerdo en I. Gibson, En busca..., op. cit., pp. 103-105.
62 Véanse las dos notas anteriores. Como se habrá observado, las mencionadas cláusulas del «control» establecidas en el acuerdo parecían denotar una falta de confianza por parte de los alfonsinos en el destino que pudiera darse a los fondos. Tal voluntad de fiscalización venía a incidir, curiosamente, en uno de los motivos básicos de enfrentamiento en el seno de Falange. Por otra parte, la proximidad en el tiempo entre la crisis de julio -recuérdese la información de Gullino- y el pacto del mes siguiente parece indicar también la existencia de una relación entre ambos hechos.
63 Tras su ruptura con Primo de Rivera, Ledesma fue a Bilbao a informar de lo ocurrido a Areilza, a quien puso al corriente de sus intenciones de sacar un nuevo semanario, La Patria Libre, y de publicar dos libros; lo que, teniendo en cuenta la anterior financiación a Ledesma de los «amigos bilbaínos» de Areilza, resulta bastante significativo. Cf. J.M.a Areilza, Así los he visto, Barcelona, Planeta, 1974, p. 94. Sainz Rodríguez, por otra parte, tras afirmar que leyó «en pruebas» el Discurso a las juventudes de España, señala que «de vez en cuando Ledesma recibía alguna ayuda para su organización, le regalamos una motocicleta para sus desplazamientos propagandísticos». P. Sainz Rodríguez, Testimonio y recuerdos, Barcelona, Planeta, 1978, p. 220. Ricardo de la Cierva ha llamado también la atención sobre el hecho significativo de que en el número 2 de La Patria Libre se hicieran grandes elogios de Gil Robles y Goicoechea. Op. cit., pp. 563-564. Primo de Rivera fue posiblemente el primero en acusar a Ledesma de estar financiado por «millonarios archiconservadores», en su duro artículo polémico «Arte de identificar revolucionarios», en Textos..., op. cit., pp. 441-442.
64 Cf., Textos..., op. cit., pp. 437-438.
65 Ibidem, pp. 151-154.
66 Ibidem, pp. 171-173.
67 Ibidem, p. 161.
68 Ibidem, pp. 239 y ss.
69 Ibidem, pp. 557 y ss.
70 Ibidem, pp. 585-587, 706-708, 311, 852-853, 299.
71 Ibidem, pp. 424-425.
72 Cf., J. Jiménez Campo, El fascismo en..., op. cit., p. 126.
73 Recuérdese su pertenencia en 1930 a la Unión Monárquica Nacional. El mismo 14 de abril de 1931 le veía reunido, en lo que parecía «un velatorio de la Monarquía», con personajes tan significativos como el marqués de Quintanar, Maeztu, Yanguas, Vegas Latapie y el conde de Guadalhorce, entre otros. Cf. E. Vegas Latapie, Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la II República, Barcelona, Planeta, 1983, p. 106.
74 Cf., ¿Fascismo en..., op. cit., pp. 223-226.
75 Cf. Textos..., op. cit., pp. 105, 117, 266, 423 y 915.
76 Al recurrir a la «poética de la revolución», Primo no hacía sino seguir un camino ya trazado por un D’Annunzio, un Mussolini o un Brasillach. Como ha señalado Mosse, «la política de la belleza se basa no sólo en la liturgia, sino también en la asunción como algo propio por parte de todos los fascismos de la necesidad de vitalismo, de élan, que hacia finales del ochocientos encontramos en Bergson, en Nietzsche y en tantos otros». Cf. G.L. Mosse, Intervista sul nazismo, Bari, Laterza, 1977, p. 126.
77 Cf., Textos..., op. cit., p. 189.
78 Ibidem, pp. 229, 421-422, 669.
79 Un informe del embajador italiano de mayo de 1933, referido a las JONS, es bastante explícito al respecto: por ahora la acción de las «JONS, aparte de la propaganda intelectual, se desarrolla en los numerosos conflictos estudiantiles... No toma parte activa en los conflictos sociales, no osa hacer frente a las organizaciones obreras socialistas y comunistas, ni emprender ninguna contraofensiva frente a las organizaciones terroristas anarquistas o comunistas-libertarias». Citado en I. Saz, «Falange e...», op. cit., p. 245.
80 Cf., El fascismo en la..., op. cit., pp. 195 y ss.
81 Cf. S. Ellwood, Prietas las filas..., op. cit., pp. 54-58.
82 Cf. I. Saz, «De la conspiración a la intervención. Mussolini y el Alzamiento Nacional», en Cuadernos de Trabajo de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, 15 (1981), pp. 334-339.