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JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y EL FASCISMO ESPAÑOL

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¿Quién fue José Antonio Primo de Rivera? La pregunta parece sencilla y sin embargo la respuesta podría merecer casi un tratado. Basta recordar algunos de los conceptos que aparecen en las múltiples biografías, completas o parciales, del personaje para reparar en ello. «El hombre, el jefe, el camarada» dice una de ellas.83 De su «pensamiento» en sus diversas vertientes, nos hablan varias.84 Al «jurista» o al «pensador» se refieren otras aproximaciones.85 No faltan referencias a su «ética» y aun a su «personalidad religiosa».86 El autor de la más clásica de sus biografías no pudo evitar el calificativo de «apasionada».87 Pero no faltan tampoco biografías «polémicas» o «no autorizadas».88 Algunos aluden explícitamente al enigma y nos hablan de «ese desconocido» y otros parecen partir «en busca» de nuestro personaje.89 Casi todos parecen coincidir en lo que nuestro hombre tenía de idealista y uno de sus últimos biógrafos traza el «retrato de un visionario».90

Se comprenderá que tras esta simple muestra de referencias –en realidad casi infinitesimal en relación con el volumen de las existentes– renuncie yo aquí a todo intento de trazar una especie de perfil biográfico del personaje, de su vida o del conjunto de su obra, de su psicología o aptitudes. Mi propósito es más sencillo y tratará de ajustarse tanto al título de mi conferencia, esto es, a la relación entre José Antonio Primo de Rivera y el fascismo español, como al propósito general del curso, es decir al problema del lugar del personaje en relación con la guerra civil española.

Pero esta, si se quiere, «pequeña triquiñuela» no es suficiente para eludir la complejidad del problema. Porque de todas formas nos enfrentamos aquí a un personaje que fue un hombre, un dirigente fascista y un mito. Y es ésta última dimensión la que se proyecta sobre las dos anteriores sobreponiéndose al propio personaje hasta el punto de hacerlo en ocasiones irreconocible. Un mito, como se sabe, puede cumplir múltiples funciones. Puede ser movilizador y puede ser legitimador. Puede ser utilizado para justificar permanencias e inmovilismo o para impulsar evoluciones y cambios. Pero puede ser también revisitado periódicamente en función de las necesidades políticas o de todo tipo del presente, de los sucesivos presentes.

Tenemos pruebas más que suficientes de todo ello. El gigantesco y formidable espectáculo del traslado de sus restos mortales de Alicante a El Escorial en noviembre de 1939 reunió casi todas las facetas del mito: la propiamente mística del componente religioso y culto a los caídos de todos los fascismos; la, a la vez, movilizadora y legitimadora de una Falange que aún confiaba en ver hecho realidad el sueño del Estado totalitario; la propiamente legitimadora de un régimen, el franquista, y su máximo exponente, Franco, bastante distantes del revolucionarismo falangista. Mito y culto de José Antonio, pues, como legitimadores de una dictadura y de sus cambios. Si el fundador de Falange sirvió para fundamentar la retórica totalitaria y fascista del régimen hasta 1941-42, pronto iba a servir para lo contrario. Y a partir de estas fechas, como se sabe, algunas manifestaciones del dirigente falangista serán utilizadas para negar el carácter fascista y totalitario de su movimiento y, por supuesto, del régimen que decía inspirarse en él. Sucesivamente, el mito siguió cumpliendo sus funciones entre los distintos sectores del régimen y aun entre sus oponentes. Por supuesto, Franco nunca renunció a su utilización y lo mismo hicieron los falangistas «franquistas»; pero el José Antonio «revolucionario» siguió alimentando a las sucesivas «falanges auténticas» más o menos antifranquistas; y hasta un José Antonio cuasi liberal y omnicomprensivo pudo acompañar la evolución hacia el antifranquismo, o el a-franquismo, de hombres como Ridruejo, Tovar, Laín y un largo etcétera. Ni faltó, en fin, como de todos es sabido, un intento de pseudoapropiación-distorsión de su figura por parte de hombres de la oposición que, como Prieto, creyeron encontrar en el fun dador de la Falange un elemento deslegitimador de la propia dictadura franquista.

Luego volveremos sobre algunas de estas cuestiones. Pero por el momento nos concentraremos en la pregunta y los aspectos que anunciábamos, es decir «¿Quién fue José Antonio Primo de Rivera en su relación con el fascismo español?». A tal fin seguiremos la trayectoria política de nuestro hombre en tres fases o momentos. La primera abarcaría desde 1930 hasta los primeros meses de 1934; la segunda se extendería desde aquí hasta julio de 1936; y la tercera desde esta fecha hasta su muerte.

Podríamos decir que nuestro personaje inició su vida política en las filas de la derecha monárquica reaccionaria y contrarrevolucionaria –en la Unión Monárquica Nacional- que agrupaba a muchos de los hombres de la que había sido el régimen de su padre, la dictadura de Primo de Rivera. Una derecha reaccionaria y contrarrevolucionaria que en términos generales le acompañaría y arroparía en su proceso de creciente fascistización hasta la fundación misma de Falange Española en octubre de 1933 y los primeros pasos de la nueva formación.

No hay, en efecto, ninguna duda de ese proceso de acompañamiento y arropamiento: estos derechistas son los patrocinadores de la primera candidatura de José Antonio al Parlamento allá por 1931, cuando presentado por Madrid como único candidato de todas las derechas obtendrá 28.560 votos, poco más del 31%. Este es el tipo de apoyos con el que se cuenta cuando en marzo de 1933 se lanza el semanario El Fascio, primer intento frustrado de creación de una plataforma conjunta de todos los fascistas españoles –de José Antonio Primo de Rivera a Ramiro Ledesma, de Sánchez Mazas a Giménez Caballero. Los monárquicos alfonsinos apoyaron económicamente y pactaron políticamente en agosto de 1933, en el llamado «Pacto de El Escorial» con el Movimiento Español Sindicalista-Fascismo Español, precedente inmediato de la Falange joseantoniana. El famoso mitin de la Comedia del 28 de octubre de 1933, considerado como el referente fundacional de Falange Española, se anunció como un «acto de afirmación españolista» enmarcado en el conjunto de los actos electorales de la coalición derechista. Con esta coalición, en la que ni siquiera se presentaba como candidato de Falange, alcanzaría su escaño parlamentario por la circunscripción de Cádiz. Hasta su salida en el verano-otoño de 1934, hombres de absoluta fidelidad monárquica, como el marqués de la Eliseda o el aviador Ansaldo ocuparon lugares de privilegio en el aparato político y militar del nuevo partido.

Pero debe incidirse también en que este acompañamiento y arropamiento no implicaba identidad. En cierto modo José Antonio Primo de Rivera partía de una formación liberal conservadora, con elementos regeneracionistas y fundamentos laicos, no obstante sus convicciones religiosas inequívocamente católicas. No era tampoco un fiel absoluto de la Monarquía y si en su campaña de 1931 aceptó su condición de derechista no quiso hacer lo propio respecto de la de monárquico. Sobre estas bases pudo proseguir además un proceso de fascistización en el que jugaría un papel importante su fascinación por Mussolini, a quien visitó en búsqueda de apoyo y consejo unos días antes del mitin de la Comedia. Estudioso ya del fascismo italiano, recibe en esta época la influencia de Giménez Caballero, introductor y primer propagandista en España de la idea de fascismo. A retener también que en este proceso de fascistización iba a entrar en contacto con hombres que estaban realizando el mismo trayecto desde posiciones mucho más laicas y modernas como los orteguianos García Valdecasas, García del Moral o Bouthelier. El mismo Ortega ejercía una creciente influencia sobre él y lo mismo puede decirse de su admirado Unamuno. Estos dos últimos configuraban la necesaria conexión con el discurso de la decadencia y la regeneración propio del 98 y décadas sucesivas.

El segundo periodo, el comprendido entre febrero de 1934 aproximadamente y julio de 1936 es el que contempla, por igual, la conquista del liderazgo de José Antonio en el fascismo español; su radicalización en un sentido genuinamente fascista y la conquista de su autonomía respecto de los aliados derechistas. La fusión con las JONS, en febrero de 1934, y aun la salida de Ramiro Ledesma de FE de las JONS, casi un año después, constituyen hitos fundamentales en este proceso.

Lo primero, la fusión con las JONS de Ledesma y Redondo, coadyuvó a la radicalización del discurso y actitudes de Primo de Rivera en un sentido revolucionario tanto desde el punto de vista mítico –esto es, el mito de la revolución en tanto que tal– como del social y nacional. Lo dirá claramente en su discurso de proclamación de FE de las JONS pronunciado en Valladolid el 4 de marzo de 1934: «... Hemos preferido salirnos de ese camino cómodo e irnos, como nos ha dicho nuestro camarada Ledesma, por el camino de la verdadera revolución. Porque todas las revoluciones han sido incompletas hasta ahora en cuanto ninguna sirvió, juntas, a la idea nacional de la Patria y a la idea de la Justicia social. Nosotros integramos estas dos cosas: la Patria y la Justicia social, y resueltamente, categóricamente, sobre estos dos principios inconmovibles queremos hacer nuestra revolución».91

Lo segundo, la salida de Ramiro Ledesma, confirmó definitivamente el liderazgo de José Antonio. No fue un proceso fácil, ni faltaron en él las más terribles y crueles descalificaciones. Pero fueron pocos los que siguieron a Ledesma y las diversas iniciativas impulsadas por éste en los meses sucesivos se cerraron con el más rotundo de los fracasos. En lo sucesivo nadie discutiría ya la jefatura absoluta de nuestro hombre. Puede decirse, pues, que a la altura de 1935 un José Antonio ya plenamente fascista era el líder indiscutible de la única organización fascista existente en España.

Bajo este liderazgo, además, FE de las JONS había reafirmado el carácter nacional-sindicalista de su revolución, había roto abiertamente con los hombres del Bloque Nacional, se había distanciado ostentosamente de la Monarquía «gloriosamente fenecida» e incluso había pretendido conectar, de modo retrospectivo, claro es, con «la alegría del 14 de abril». En uno de sus más famosos discursos, el pronunciado en el cine Madrid el 19 de mayo de 1935,92 abundaba en estos conceptos, reafirmaba el anticapitalismo del movimiento, reivindicaba los derechos de obreros y campesinos y proclamaba ostentosamente su independencia frente a antiguos acompañantes y patrocinadores: «Tenemos en contra a todos: a los revolucionarios..., y de otra parte, a los contrarrevolucionarios, porque esperaron al principio, que nosotros viniéramos a ser la avanzada de sus intereses en juego, y entonces se ofrecían a protegernos y a asistirnos, y hasta darnos alguna moneda, y ahora se vuelven locos de desesperación al ver que lo que creían la vanguardia se ha convertido en el Ejército entero independiente».93 Reafirmación de independencia sincera, sin duda, pero que seguramente se vería extraordinariamente facilitada por la subvención de 50.000 liras mensuales que había conseguido en Roma apenas quince días antes.

Pero ¿qué fascismo era el de José Antonio Primo de Rivera? Era, por supuesto, un fascismo pleno, basado en una concepción mítica de una revolución regeneradora, populista y ultranacionalista, orientada a la construcción de un Estado totalitario como base y cimiento de una comunidad nacional ordenada y entusiasta, jerárquica y conquistadora. Este es el mínimo común denominador de todos los fascismos, y el de Primo de Rivera lo cubría más que suficientemente. No hay que hacer caso por tanto de las protestas de no-fascismo contemporáneas o posteriores. Primero, porque casi ningún movimiento fascista se definía a sí mismo como fascista, aunque se afirmara, como hiciera el propio Primo de Rivera, que se compartían con el fascismo los valores generales y universales. Segundo, porque cuando se criticaba el totalitarismo o el corporativismo se hacía con el objeto de denunciar la utilización interesada por la derecha de estos conceptos. Así, cuando rechazaba el totalitarismo si éste carecía de un «genio de mente clásica» al frente (Mussolini), o el corporativismo si éste no era, como en Italia, «una pieza adjunta a una perfecta maquinaria política».94 Tercero, porque ese fascismo que se negaba era automáticamente reivindicado frente a cualquier posible usurpador de la idea, como se hacía en el ya mencionado discurso del cine Madrid: «Surge en el mundo el fascismo con su valor de lucha, de alzamiento, de protesta de pueblos oprimidos contra circunstancias adversas y con su cortejo de mártires y con su esperanza de gloria, y en seguida sale el partido populista y se va, supongámoslo, para que nadie se dé por aludido, a El Escorial, y organiza un desfile de jóvenes con banderas, con viajes pagados, con todo lo que se quiera, menos con el valor juvenil revolucionario y fuerte que han tenido las juventudes fascistas».95 Y, cuarto, porque como fascista y único representante del fascismo español se definía en los contactos con la Italia fascista: «La Falange Española de las JONS –decía en el informe remitido a los italianos en el verano de 1935– ha logrado convertirse en el único movimiento fascista en España».96

Dicho esto, conviene precisar las características específicas del fascismo joseantoniano. Y, aquí sí, hay que mencionar sus contradicciones, dudas y vacilaciones. Aspiraba a la construcción de un Estado totalitario, pero éste habría de ser fundamentalmente ordenado; aspiraba a integrar a las masas en el Estado y su populismo hacía del pueblo la referencia ineludible, pero las masas le repelían y nunca abandonó su prevención un tanto aristocratizante respecto de las mismas; tenía una concepción estética de la política, pero le disgustaba la apelación irracional y demagógica; reivindicaba la violencia, pero mantenía respecto de ella posiciones ambivalentes; su propia condición de «señorito», de la que nunca consiguió distanciarse por completo, le alejaba de uno de los mayores elementos de fuerza de los fascismos: el plebeyismo. Y conviene decir que una de las personas más conscientes de esta limitación era el propio dirigente falangista. Así, por ejemplo, cuando confesaba sus dudas a Ximénez de Sandoval: «Para dirigir un movimiento fascista no se puede ser un señorito. Hay que haber sido, como Mussolini o Hitler, obrero, socialista y simple soldado de las trincheras. Es preciso conocer la mordedura del hambre y el amargor de la injusticia social. Es menester conocer lo que el pueblo quiere por habérselo oído gritar al mismo pueblo».97

Paradójicamente, o precisamente por todo ello, el máximo dirigente de Falange parecía confiar más en la capacidad de convicción de su discurso que en unas prácticas fascistas que, por otra parte, constituían lo esencial de la actividad de su partido. En suma, podríamos hablar de una especie de fascismo naif basado en la convicción de que, al final, los españoles serían ganados por la claridad benéfica de su mensaje.

Pero los españoles, como lo demostraron las elecciones de febrero de 1936 en las que FE-JONS apenas alcanzó el 0,4% de los votos (unos 45.000, poco más de la mitad de los 80.000 militantes que afirmaba tener el partido) estaban bastante lejos de dejarse seducir por los cantos de sirena del fascismo. Nadie fue más consciente de ello que José Antonio Primo de Rivera, quien amagó en poco tiempo todas las estrategias imaginables: se desmarcó de las derechas e hizo finta de conceder un margen de confianza a Azaña. Pero pronto dio por cancelado dicho margen y convirtió a su partido en una organización terrorista al servicio de lo que llamaríamos hoy «la estrategia de la tensión». Falange declaró, en efecto, «una santa cruzada de violencias»98 que aunque le costó alrededor de 40 muertes propias causó en el enemigo muchas más. Según el biógrafo de José Antonio, Ximénez de Sandoval: «El Depósito judicial acogió por cada uno de los nuestros a diez de los contrarios».99 De creer, además, en un Rapport enviado por Goicoechea a Mussolini el 14 de junio de 1936 en el que se pedía ayuda para el inminente pronunciamiento, tal espiral de violencia formaría parte de una estrategia de conjunto:

El ambiente de violencia y la necesidad ineludible de organizaría ha hecho nacer en el seno de los partidos nacionales pequeños grupos de acción directa que por atentados personales, asaltos a edificios, etc., etc., han actuado contra la revolución. Muchos de estos grupos se denominan fascistas y es notorio un gran aumento en las inscripciones de los jóvenes en las organizaciones de Falange Española. El presente escrito está hecho previo acuerdo y autorización con los jefes de Falange Española y los partidos similares del Frente Nacional.100

Sobre todo, y en línea con lo anterior, José Antonio Primo de Rivera apostó decididamente por la guerra civil. Y aquí se halla sin duda el mayor testimonio de la conciencia de un fracaso. Dos años antes, en noviembre de 1934, en su Carta a un militar español, el dirigente falangista había solicitado la colaboración del ejército en una eventual insurrección que habría de dar el poder a Falange101 y esa misma estrategia, en sus líneas generales, inspiró la reunión en el Parador de Gredos de junio de 1935 o el ya mencionado informe remitido a los italianos poco más tarde. Pero las cosas ahora eran distintas. En su carta «A los militares de España» del 4 de mayo de 1936, José Antonio llama ya simplemente a los militares a pronunciarse, renunciando por tanto a toda tutela o protagonismo por parte de la Falange. Un mes más tarde, hacia el 29 de mayo, aún parecía albergar alguna esperanza de que los militares cediesen, tras conquistarlo, el poder a Falange, pero el General Mola a quien visitaba un emisario de Primo de Rivera fue rotundo al respecto. A finales de junio ya no se trataba de reivindicar ninguna dirección para Falange sino de, mucho más modestamente, prevenirse frente a una previsible hegemonía política de monárquicos y carlistas. Motivo por el que con fecha 24 de junio se prevenía a los militantes contra toda posible participación en la conspiración sin orden expresa de la jefatura. Pero incluso estas reservas desparecieron en los días sucesivos. El 1 de julio la «inteligencia» entre Falange y el «director» (Mola) de la conspiración era plena. Y a la altura del 14 de julio, lo único que parecía importarle al líder falangista es que la sublevación fuese inmediata y a cualquier precio.

Por supuesto, todo este proceso confirma la existencia de fuertes recelos en José Antonio frente a la capacidad política de los militares y una prevención aun mayor a que estos se enfeudaran con la derecha de siempre. Pero demuestra también que en el momento decisivo ninguna instancia pudo más en él que la puramente contrarrevolucionaria. En cierto modo, la suerte de Falange había quedado sellada.

La última fase de la vida de nuestro personaje transcurre en prisión donde había ingresado ya en el mes de marzo y donde pasaría los primeros meses de la Guerra Civil hasta su fusilamiento en Alicante el 20 de noviembre de 1936. Unos meses, los que van de julio a noviembre, que son para nosotros sumamente interesantes porque de algún modo nos revelan las múltiples caras del personaje, sus dudas y vacilaciones, su idealismo y su realismo, su vertiente «heroica» y su vertiente «humana». Veamos algunas de las cuestiones más relevantes.

José Antonio Primo de Rivera y su Falange han apoyado el golpe de Estado. En la medida que pueden, testimonia su hermano Miguel, siguen con entusiasmo los avances de las tropas nacionalistas. Pero poco después, hacia la primera quincena de agosto, veremos a nuestro protagonista hacer propuestas de mediación al gobierno republicano. Intenta una entrevista con Martínez Barrio y, en su defecto, es visitado en la cárcel por Martín Echevarría (subsecretario del Ministerio de Agricultura y secretario de la Junta Delegada por Levante) a quien se ofrece para negociar con Mola el cese de las hostilidades. En un escrito redactado por esas fechas se hace un análisis de la guerra que hoy llamaríamos equidistante: «Si gana el gobierno –afirma– 1.°) fusilamientos; 2.°) predominio de los partidos obreros... 3.°) consolidación de las castas de españoles». Pero si ganan los sublevados, continúa, «Un grupo de militares de honrada intención; pero de desoladora mediocridad política»; y detrás de ellos «1) el viejo carlismo intransigente, cerril, antipático; 2) las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas; 3) el capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance». ¿La solución? Cese de las hostilidades, amnistía general, reposición de funcionarios, desarme de las milicias... y formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio del que formarían parte entre otros Maura, Portela, Ventosa, Melquiades Álvarez, Ortega y Gasset, Marañón y Prieto.102

Más tarde, en su defensa ante el tribunal popular, Primo de Rivera llegará todavía más lejos, hasta el punto de insinuar que el fracaso de la sublevación en la zona en que estaba preso no era en absoluto accidental o que sus fuerzas, «medio engañadas», estaban siendo lanzadas «detrás de un confuso movimiento de líneas políticas e históricas indescifrables».103

¿Equidistancia, arrepentimiento, estrategia de supervivencia en previsión del juicio que habría de condenarlo a muerte? Tal vez un poco de todo ello. El propio José Antonio reconoció en su testamento que posiblemente había ido demasiado lejos en su defensa, que sus sospechas acerca de que le habían dejado aislado «adrede en medio de una región que a tal fin se mantuvo sumisa» carecían de fundamento, o que nunca había afeado «a mis camaradas de Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con «mercenarios traídos de fuera».104 Todo esto pudo suceder, pero es cierto también, como hemos tenido ocasión de ver reiteradamente, que sus temores ante un triunfo de la contrarrevolución militar y reaccionaria eran genuinos.

Si un hilo de coherencia puede hallarse en todo ello es precisamente el revolucionarismo fascista: aquél que pretende superar las divisiones de izquierdas y derechas, aquél que apuesta por una alternativa distinta por igual de la «derecha reaccionaria» y la «izquierda antinacional». Sin embargo, fascistas y reaccionarios tenían en común su voluntad de destruir antes que nada a esa izquierda, a toda la izquierda, y ese, y no otro, era el objetivo común de todos los alzados contra la República. Las diferencias vendrían después y buena parte de la impaciencia y desesperación de José Antonio provenía posiblemente de ahí: de la conciencia de que en la segunda fase, aquella en que se dirimiría la evolución del nuevo Estado, su proyecto fascista y revolucionario tenía todas las de perder.

Sin embargo, sorprendentemente, el último José Antonio, no sabemos si por pesimismo o desesperación, parece alejarse del fascismo para volver sobre supuestos aristocratizantes, católicos y neotradicionalistas. Así, en su Cuaderno de notas de un estudiante europeo105 dirá del fascismo que «es fundamentalmente falso», porque «acierta al barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por una idolatría»;106 o porque lleva a «la absorción del individuo en la colectividad» y a una «exterioridad religiosa sin religión»107 (p. 174). En esta dirección renunciará incluso a la raza y la patria si no es como instrumentos de un orden universal superior, religioso y cristiano.108

Por supuesto, el máximo enemigo seguía siendo el bolchevismo, mientras que del fascismo, especialmente del alemán, aun podría esperarse una evolución salvadora: la que le apartaría de la tradición nacionalista y romántica, para devolverlo al «destino imperial de la casa de Austria». Estamos lejos, pues, de todo fascismo radical y mucho más cerca, si acaso de un fascismo «neotradicionalista» en el que van entrando en juego las concepciones más conservadoras, reaccionarias y aristocratizantes del personaje.

Nos hallaremos así súbitamente ante un perfil de la historia de España -España: germanos contra beréberes, lo titula-109 que parece la peor de las versiones o desarrollos imaginables de la España invertebrada de Ortega. Aquí, la noción de unidad de destino se utilizará ahora contra la de territorio, pero sólo para reivindicar la raza gótico-católica que constituye frente al «fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad...)» la verdadera esencia de España. Son esos godosarios los que conquistan la Hispania romana y los que la reconquistan frente a los árabes mientras «aborígenes y bereberes» profusamente mezclados contemplan el combate entre dos razas superiores.

No es esto lo peor, sin embargo. La lucha entre la constante germánica y la bereber, dominada y resentida explicarían el resto de la historia de España. Y nuestro hombre no tiene el más mínimo empacho en identificar con la primera a Monarquía, aristocracia, Iglesia y milicia. Y con la segunda, a toda la intelectualidad de izquierda, desde Larra cuanto menos en adelante. En suma, lo liberal, lo popular y lo bereber formarían un todo histórico en contraposición a lo conservador, aristocrático y germánico».110 Y la República de 1936 no sería sino «el desquite de la Reconquista», «la nueva invasión bereber».111

No es de extrañar por tanto que en otro escrito, cuando de la «Aristocracia y la Aristofobia»112 se trata, José Antonio Primo de Rivera constate y lamente la decadencia de la aristocracia. Ciertamente, no deja de reconocer que buena parte de la responsabilidad de esa caída recae sobre los propios aristócratas. Y que frente a la «confusión y ordinariez imperantes» y el «callejón sin salida» en el que se sitúan las masas, nuestro ensayista apuesta por la acción de las minorías selectas. Pero no deja de sorprender su apelación a la aristocracia de sangre: «Por ahora, y por bastante tiempo, si es que la ola turbia no nos anega del todo, la más llamada entre esas minorías a recobrar las condiciones de mando es la aristocracia de la sangre»113 (p. 183). Y, por supuesto, no hace falta decir que José Antonio Primo de Rivera se consideraba miembro de pleno derecho de ella.

José Antonio Primo de Rivera fue fusilado en la prisión de Alicante el 20 de noviembre de 1936. A partir de aquí empezó a construirse el mito. Posiblemente uno de los más resistentes en la España contemporánea. Un mito que, además, parece «gozar de buena salud». Como el Che, tuvo la fortuna de morir pronto y alcanzar la condición de mártir. Esto le mantuvo a salvo de la responsabilidad o múltiples responsabilidades de lo que hicieran después los falangistas o de lo que fuera el propio régimen franquista. Su legado, como decíamos al principio, pudo ser aprovechado prácticamente por todos. En el más elemental de los niveles, muchos españoles pudieron decir siempre aquello de que «con José Antonio habría sido distinto». Curiosamente, muchos antifranquistas de base, incluso los que volcaban su odio sobre la denostada «Falange», suscribieron juicios similares que podrían sintetizarse en el «Franco y Falange, el régimen, fueron los enemigos del pueblo, pero había uno que lo mataron pronto y que era un verdadero idealista, con él hubiera sido distinto».

No vamos a entrar en el análisis del cómo y el por qué se construyó este mito ni en el de las razones por las que se mostró tan resistente. De hecho, el tratamiento de esto exigiría otra –u otras– conferencias. Sí nos interesa, en cambio, decir algo, casi a título de recapitulación, de la relación del personaje real, el de carne y hueso, con la Guerra Civil. Y en este sentido no se puede abrigar duda alguna: como líder de un movimiento extremista José Antonio Primo de Rivera hizo cuanto pudo por propiciar la Guerra Civil. Lo hizo con el recurso a la «estrategia de la tensión» en la primavera de 1936 y lo hizo apremiando, siempre que pudo y cuanto pudo, al ejército para que se pronunciase.

Otra cosa es que la Guerra Civil real fuese la soñada y deseada por los fascistas españoles. Desde luego, ésta no dio todo el poder a Falange y su revolución quedaría definitivamente pendiente. ¿Existía, por otra parte, algún ánimo de reconciliación en Falange y en su Jefe? Seguramente sí, pero en un sentido específicamente fascista. Esto es, en el de un ideario que pretende lograr la síntesis entre izquierda y derecha, entre la revolución social y la nacional; que pretende integrar a las masas en el Estado; que aspira a superar las fracturas de clase y regionales. Pero ese mismo ideario exige como procedimientos la guerra civil, la violencia extrema, la destrucción completa de la democracia liberal, de los partidos obreros y de los sindicatos de clase. Sobre esa base, y la de una represión brutal, habrían de levantarse las futuras promesas de integración y ofertas de reconciliación con unos vencidos a los que se podría ofrecer entonces la «auténtica y completa revolución nacional y social». Objetivo utópico que, como revelan los casos de Italia y Alemania, sólo puede conducir a la barbarie y la catástrofe. Objetivo doblemente utópico en el caso español porque la forma subordinada en la que los fascistas concurrieron a la Guerra Civil hacía prever que su revolución tenía muy pocas posibilidades de materializarse. De modo que todo quedó en la destrucción de la democracia y la represión brutal del enemigo. Lo de la integración y la reconciliación quedaría para siempre en pura retórica. Pero, ciertamente, para entonces, José Antonio Primo de Rivera «ya no estaba».

83 F. Bravo Martínez, José Antonio, El hombre, el jefe, el camarada, Madrid, Ediciones Españolas, 1939.

84 A. del Río Cisneros, El pensamiento de José Antonio, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1973; J. Díez Clavero, El pensamiento jurídico de José Antonio, Madrid, Ediciones y Publicaciones populares, 1965; M. Fuentes Irurozqui, El pensamiento económico de José Antonio Primo de Rivera, Madrid, José Capel y Cía, 1957.

85 A. del Río Cisneros, y E. Pavón Pereyra, José Antonio, abogado, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1969 (2a ); A. Muñoz Alonso, Un pensador para un pueblo, Madrid, Almena, 1974.

86 M. Argaya Roca, Entre lo espontáneo y lo difícil (Apuntes para una revisión de lo ético en el pensamiento de José Antonio Primo de Rivera), Oviedo, Tarfe, 1996; C. de Miguel Medina, La personalidad religiosa de José Antonio, Madrid, Almena, 1975.

87 F. Ximénez de Sandoval, José Antonio (Biografía apasionada), Madrid, Fuerza Nueva, 1980 (8a ).

88 A. Gibello, José Antonio. Apuntes para una biografía polémica, Madrid, Doncel, 1974;C. Vidal, José Antonio. La biografía no autorizada, Madrid, Anaya y Mario Muchnik, 1996.

89 A. Gibello, José Antonio, ese desconocido, Madrid, Dyrsa, 1985; I. Gibson, En busca de José Antonio, Barcelona, Planeta, 1980.

90 J. Gil Pecharromán, José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario, Madrid, Temas de hoy, 1996.

91 J.A. Primo de Rivera, Textos de doctrina política, Madrid, Delegación Nacional de la Sección Femenina del Movimiento, 1971, p. 194.

92 Ibidem, pp. 557-570.

93 Ibidem, p. 569.

94 Conferencia pronunciada en el Teatro Calderón de Valladolid, 3 de marzo de 1935, en J.A. Primo de Rivera, Textos..., op. cit., p. 425.

95 J.A. Primo de Rivera, Textos..., op. cit., p. 568.

96 A. Viñas, La Alemania nazi y el 18 de julio, Madrid, Alianza, 1977, p. 423.

97 F. Ximénez de Sandoval, José Antonio..., op. cit., pp. 123-125.

98 No importa, 2 (6 de junio de 1936).

99 F. Ximénez de Sandoval, José Antonio..., op. cit., p. 483.

100 I. Saz, Mussolini contra la II República, Valencia, IVEI, 1986, p. 168.

101 J.A. Primo de Rivera, Textos..., op. cit., p. 317.

102 I. Prieto, Convulsiones de España, México, Oasis, 1967, 3 vols., I, pp. 138-142.

103 Primo de Rivera y M. Urquijo, Papeles postumos de José Antonio, Barcelona, Plaza y Janés, p. 188.

104 J.A. Primo de Rivera, Textos..., op. cit., pp. 954-955. Lo de la conducta «afeada»hace referencia a la entrevista con el periodista norteamericano Joy Alien el 3 de octubre.

105 Primo de Rivera y M. Urquijo, Papeles..., op. cit., pp. 168-175.

106 Ibidem, p. 171

107 Ibidem, p. 175

108 Ibidem, p. 176

109 Fechado el 13 de agosto de 1936, Ibidem, pp. 160-166.

110 Ibidem, p. 164.

111 Ibidem, p. 166.

112 En ibidem, pp. 180-183.

113 Ibidem, p. 183.

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