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La evolución de Primo de Rivera
ОглавлениеEn nuestra opinión, dos procesos simultáneos y entrelazados explican la evolución de Primo de Rivera durante el período comprendido entre octubre de 1933 y diciembre de 1934. El primero se refiere a la progresiva toma de conciencia de que la alternativa fascista, para tener alguna virtualidad de éxito, debía presentarse con unos contornos definidos y propios que la diferenciaran claramente de las otras fuerzas de la derecha. El segundo concierne al proceso de radicalización, real, de Primo de Rivera. Es decir, a aquél que daría un contenido efectivo y plenamente asumido a la aludida necesidad política de diferenciación. Ambos procesos pueden seguirse con facilidad en los distintos escritos y discursos públicos del hijo del dictador. Del primero, sobre el que no es necesario extenderse en demasía, bastará recordar sus crecientes críticas a las fuerzas de la derecha, acusadas frecuentemente de caducas, conservadoras y «egoístas», así como su afán de presentar los rasgos fascistas de la propaganda o actuación de dichas fuerzas como una mano de pintura superficial que no afectaba al contenido real de sus discursos.64 La evidente continuidad existente entre la oposición de Primo al ingreso de Calvo Sotelo en FE de las JONS y la posterior a la incorporación de Falange al «Bloque Nacional» constituirían la más neta plasmación práctica de lo expuesto.
Eran, como decíamos anteriormente, respuestas a las exigencias de diferenciación de una organización fascista que, con una peculiar «marca» de nacimiento, aspirara a conquistar un espacio político propio. Pero era también la consecuencia directa de la evolución real del pensamiento de Primo de Rivera. No hay más que seguir cronológicamente su trayectoria para apreciarlo claramente. Antes ya de su fusión con las JONS, puede advertirse una cierta acentuación de los matices anticapitalistas, junto con una aún muy relativa pérdida de los tonos paternalistas al referirse a los trabajadores. Así, por ejemplo, en Cáceres, el 4 de febrero de 1934, los objetivos de Falange venían enunciados ya de un modo fascista «clásico». La Falange Española, decía, quiere dos cosas: «Primero, una justicia social que no se nos conceda como regateo; una justicia social que alcance a todos..., y, en segundo lugar, queremos tener una nación, puesto que hoy no la tenemos. Y una de dos: o imperamos a languidecemos...».65
Será, sin duda, con la fusión cuando estos todavía tímidos matices respecto de posiciones anteriores se incorporen plenamente a su discurso. El propio Primo de Rivera así lo reconocerá en el artículo en que se daba cuenta de la fusión con la organización de Ledesma: «El movimiento de las JONS había, sobre todo, insistido en una cierta crudeza de afirmaciones sindicales, que en nosotros habían quizá retardado su virtud operante y expresiva, aunque estuviesen bien dibujadas en nuestras entrañas».66 Y ciertamente, como reiteradamente se ha puesto de manifiesto, la mencionada fusión iba a imprimir un giro esencial en el pensamiento y actitud de Primo de Rivera. Toda la temática «sindicalista», el rechazo del capitalismo, empobrecedor de las masas y «usurero», la necesidad de cambios revolucionarios, el reconocimiento de la llegada del proletariado a la vida pública y su necesaria participación en el poder67 serán en lo sucesivo elementos esenciales en el discurso de Primo de Rivera.
Hay, junto a todo ello, un aspecto nuevo que creemos debe subrayarse. Y es la adopción de los contenidos laicos y modernizantes presentes en el fascismo. Algo que vendrá claramente puesto de manifiesto con relación a la proclamación de la República misma, presentada como la gran ocasión perdida para la realización de la revolución nacional. Así, en junio de 1934, comparando dos fechas históricas, el 13 de septiembre de 1923 y el 14 de abril, Primo de Rivera quería ver en ambas un punto de arranque frustrado de dicha revolución. En ambas fechas se habría producido la misma «alegría popular», la misma ilusión de ruptura con un orden social y político viejo y caduco que haría que España llevara «... una vida chata, una vida pobre, una vida triste, oprimida entre dos losas que todavía no ha conseguido romper: por arriba, la falta de todo interés histórico; por abajo, la falta de toda justicia social».
Su discurso quería enlazar así con la «música» de la revolución del 14 de abril –la que le habría puesto la Agrupación al Servicio de la República–a la que iba a dar un contenido y posibilidades muy próximas a los que les diera Ortega. La revolución del 14 de abril habría llegado, en efecto, por la sana vía del patriotismo crítico y, «en cuanto al fondo social», habría traído su «aportación más profunda e interesante»: «La incorporación de los socialistas a una obra de gobierno no exclusivamente proletaria... Los socialistas, por una vez, interrumpían su rumbo de movimiento exclusivamente proletario y se matriculaban en un movimiento que tenía todo un aire nacional».68 Apreciaciones de este tipo, que no podían resultar, ciertamente, gratas a oídos monárquicos, constituirían en lo sucesivo un eje básico de la actitud y programas del fascismo español.
En todo ello era evidente la recepción del pensamiento de Ortega. Pero, a la vez, tomado en su conjunto, el discurso era ya netamente fascista: la necesaria revolución había de ser, a la vez, nacional y social; se rechazaba el capitalismo –que no la propiedad privada– y del comunismo se admitía su fondo «solidario», para rechazar sus contenidos «antipatrióticos» y «materialistas». La reforma agraria, de contenidos claramente regeneracionistas, pero no sin una punta revolucionaria, «moderna», pasaría a constituir, también, pieza básica del discurso falangista. La Monarquía, finalmente, estaba camino de ser declarada «gloriosamente fenecida».69
La asunción de una problemática plenamente fascista, lejana ya de aquellos tonos derechistas que caracterizaron los primeros momentos de la actuación política de Falange, no suponía, obviamente, que esta organización se «abriese» efectivamente a la izquierda. Además de asumir el conjunto de aspectos de la ideología fascista que la alejaban de toda concepción política progresista –elitismo, agrarismo, irracionalismo...–, su hostilidad era implacable no ya sólo hacia el comunismo o el socialismo, sino hacia las mismas formaciones republicanas. Las últimas eran condenadas por burguesas y, por tanto, por no revolucionarias cuando parecían oponerse al socialismo revolucionario, pero serían consideradas antinacionales si se aproximaban a aquél; los socialistas, si revolucionarios, eran «masas rencorosas», si reformistas, como Prieto, defensores de la burguesía y el capitalismo y, por tanto, anti-revolucionarios. Un triunfo de los socialistas era equiparado a una «invasión extranjera», lo que por encima de cualquier supuesto rechazo de la violencia bien valía el recurso a todas las violencias.70
Enemigo por definición de todas las fuerzas progresistas y revolucionarias, el fascismo español y su jefe tenían en común con todos los partidos derechistas su temor a la revolución; se diferenciaban de ellos por auspiciar, como única posibilidad para frenarla, su propia revolución. Pero lo que les diferenciaba de otras fuerzas derechistas no era únicamente esto o su incidencia en el carácter nacional y social de la revolución que preconizaban. La diferencia radical y fundamental estribaba en la forma de Estado que habría de sustituir al denostado Estado liberal. Ello es claramente apreciable en algunas de las aparentes críticas de Primo de Rivera al «totalitarismo» y al «corporativismo». Críticas que, en realidad, lejos de ir dirigidas contra tales conceptos, lo iban contra la utilización que de los mismos hacían las fuerzas derechistas. Así, reprochará a pretendidos defensores del totalitarismo que enarbolen esta bandera sin asumir la necesidad de la existencia de un dictador genial, como Mussolini. O, a «otros bloques de esos» que hacían profesión de corporativismo, espetaba que éste sólo tenía sentido como «una pieza adjunta de una perfecta maquinaria política», como en Italia.71
Creemos, en definitiva, que este doble proceso de Primo de Rivera aquí reconstruido –necesidad de diferenciación respecto de las otras fuerzas de la derecha y progresiva y plena asunción de los elementos diferenciales del fascismo– explica suficientemente la negativa de aquél a una nueva disolución de los contornos de su organización en otra de carácter suprapartidista e inequívoco signo derechista, cual era el «Bloque Nacional».