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Falange nace a derecha

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Cuando el nuevo partido apareció a la luz pública el 29 de octubre de 1933 –para adoptar en seguida el nombre de Falange Española–, puede decirse que lo hizo perfectamente arropado. Contaba con el apoyo, previamente concertado, de los monárquicos alfonsinos; recibió el espaldarazo de los más importantes órganos de expresión de la derecha -Informaciones, La Nación, Época...–; y entre sus más cualificados miembros había una nómina prácticamente intercambiable con la de la derecha monárquica fascistizada y antiguos «upetistas»: Tarduchi, Rada, Arredondo, Alvargonzález, marqués de la Eliseda, Sánchez Mazas, Eugenio Montes... A mayor abundamiento, el propio acto de La Comedia se había inscrito en el contexto de la campaña electoral para las elecciones de noviembre de 1933 y los dos miembros del nuevo partido que en tales elecciones resultarían elegidos lo fueron por las listas de la derecha y no por su calidad de fascistas.

Pero en ese casi perfecto arropamiento iban a radicar precisamente buena parte de las limitaciones de Falange Española. El partido nacía claramente situado a la derecha y prácticamente confundido con ella. Pero esa misma derecha había ganado «sus» elecciones, lo que le hacía automáticamente menos necesario.

Tampoco el ideario o programa tomaba demasiado las distancias respecto de otros partidos de la derecha. Se declaraba explícitamente fascista, pero además de faltar en su discurso elementos fundamentales de la retórica fascista, se hacía lo posible por presentarlo en la forma más semejante posible al de otras fuerzas de la derecha.

Así, polemizando a su regreso de Italia con unas declaraciones de Gil Robles en las que se calificaba al fascismo de «moda extranjera», Primo de Rivera empezaba por lamentarse de que en unos momentos de «unión sagrada» para la lucha contra «marxistas y masones», el líder de la CEDA criticase a los fascistas, «gentes llenas de amor a la patria y a sus tradiciones». Gil Robles había opuesto al fascismo la tradición católica. Pues bien, decía Primo de Rivera, ¿qué cosa más católica y más tradicionalista que el fascismo mismo? El fascismo, escribía, en lo que tenía de universal, era una «revitalización de los pueblos todos», una «actitud de excavación enérgica en sus propias entrañas». Del mismo modo, pues, que «con espíritu fascista los italianos han encontrado Italia», los españoles habrían de encontrar a España. El fascismo, además, a diferencia del hitlerismo, sería esencialmente católico:

Nadie puede con razón confundir el movimiento alemán «racista» (y, por tanto, «antiuniversal») con el movimiento mussoliniano, que es, como Roma –como la Roma imperial y como la Roma pontificia–, universal por esencia; es decir, «católico».

Tras esta argumentación, en la que la influencia de Giménez Caballero es más que evidente, José Antonio hacía una exposición de lo que era el fascismo, tal que no se diferenciaría en nada del pensamiento de... Gil Robles:

Porque es fascismo, llámesele como se quiera, la decisión de no seguir creyendo en la aptitud de las formas liberales para el descubrimiento de las venas genuinas. Ante un Estado liberal, mero espectador policíaco, la nación se escinde en pugnas de partidos y guerra de clases. Sólo se logra la unidad fuerte y emprendedora si se pone fin a todas esas luchas con mano enérgica al servicio de un alto pensamiento y un entrañable amor. Pero esa manera fuerte y amorosa de pilotar a los pueblos se llama hoy, en todas partes, «fascismo». Así, pues, cuando el señor Gil Robles, en contradicción consigo propio, dice que la democracia habrá de someterse o morir, que una fuerte disciplina social regirá para todos y otras bellas verdades, proclama principios «fascistas». Podrá rechazar el nombre; pero el nombre no hace a la cosa.50

Curiosa forma de buscar un espacio político ésta de presentarse identificado con el principal partido de la derecha. Y si alguna necesidad tenía Falange Española ella no podía ser otra que la de presentarse como fuerza independiente y diferente de las formaciones ya existentes. Una necesidad que vendría acrecentada por el hecho, que venimos señalando, de que la forma en que había salido a la luz contribuía, precisamente, a velar ese carácter diferenciado y autónomo. Más aún, si se considera que la inmediata victoria de la derecha podía paralizar el proceso de radicalización de algunos sectores que pudieran sentirse atraídos por una alternativa inequívocamente fascista. Y no solamente potenciales simpatizantes del fascismo. El propio embajador italiano, que acababa de organizar la visita a Roma de Primo de Rivera, se preguntaba inmediatamente después de las elecciones si el llamado a encabezar una alternativa de este tipo no sería el prestigioso exiliado de París, Calvo Sotelo.51

Fuera o no consciente de tal problemática, Primo de Rivera iba a encontrar una vía de solución en el proceso que conduciría a la fusión con las JONS. Si el triunfo de las derechas había venido en cierto modo a coartar las posibilidades de expansión de Falange, otro tanto había sucedido con la organización de Ledesma, notablemente afectada ya por la simple aparición del nuevo partido. Ambas organizaciones tenían problemas de desarrollo y financiación, perseguían fines similares y se disputaban el mismo espacio político. La unificación parecía, en consecuencia, una necesidad casi insoslayable. Con la fusión, el grupo de Ledesma y Redondo ganaba en proyección pública y capacidad de incidencia, además de una posible solución a sus endémicos problemas de financiación. Falange, por su parte, además de beneficiarse de la infraestructura, cuadros y experiencia que ya poseían las JONS, adoptaría su simbologia y signos externos, así como, progresivamente, buena parte del temario ideológico desarrollado por la otra organización.52

Todo ello no sirvió, sin embargo, para que FE de las JONS consiguiese progresos sustanciales. Atrapada entre la necesidad de ganarse las simpatías de los campesinos y la de obtener fondos de los terratenientes, sus actividades de organización no eran especialmente brillantes; Ledesma y Primo de Rivera discutían acerca de la necesidad de prestar mayor atención a la capital y grandes ciudades, como sostenía el primero, o a las zonas agrarias, como defendía el segundo; la utilización de la violencia era, en ocasiones, «insuficiente» y, en otras, desmedida y contraproducente; los sindicatos fascistas de Sotomayor tocaron rápidamente techo entre la indiferencia general y la hostilidad de las organizaciones obreras.53

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