Читать книгу 305 Elizabeth Street - Iván Canet Moreno - Страница 17
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ОглавлениеRecuerdo haberme llevado a casa En la carretera, de Jack Kerouac, y haberlo leído en tan sólo una semana, o semana y media. Apenas dormía por las noches, los deberes ya no me preocupaban en absoluto y me pasaba las clases del señor Houston camino de San Francisco, y luego Hollywood, y luego Texas, para volver finalmente a Nueva York y echarme de nuevo a la carretera, esta vez hacia Carolina del Norte. El director Jerrot me llamó a su despacho y se mostró preocupado porque todos los profesores le habían comunicado que mi rendimiento escolar había caído en picado en los últimos días —me imaginé a los profesores reunidos a la hora del recreo, todos con sus agendas y sus notas, escuchando al profesor Key, el de Matemáticas, que había empezado a hablar de forma alterada: «¡Qué más da que un tercio de mis alumnos haya suspendido el examen de ecuaciones! Lo importante es que Robert Easly, el chico callado de la última fila, que nunca da problemas, se ha olvidado de hacer los deberes. ¡Tenemos que actuar rápidamente! De lo contrario, las consecuencias pueden resultar catastróficas a nivel estatal, o nacional… ¡O incluso mundial!»
—Te estás volviendo majara —me comentó Brian cuando le describí la escena—. Tantos libros no te pueden hacer bien. Acabarás amargado, en una casa repleta de gatos histéricos y ninguna chica te querrá. O peor aún… acabarás siendo un marica solitario —Se rio.
—Tú sí que acabarás siendo un marica solitario. —Me defendí.
—Eso es imposible. ¿Sabes por qué? —Brian se acercó a mí hasta el punto que empecé a ponerme nervioso—. Porque si fuera marica me enamoraría de ti y entonces seríamos dos maricas, pero no solitarios —Brian soltó una tremenda carcajada, me dio un empujón y salió corriendo con la intención de que lo persiguiera.
Al llegar a casa esa misma tarde encontré a mi madre en el salón, acabando de marcar con agujas una chaquetilla de color azul claro.
—Robbie, cielo —me llamó antes de que pudiera escaparme escaleras arriba—. He hablado con el director Jerrot. Dice que los profesores están teniendo quejas acerca de tu rendimiento. ¿Qué te ocurre? Tú siempre has sido un buen estudiante. ¿Tienes algún problema? ¿Es…? ¿Es por papá?
—¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! No te preocupes, mamá. No me pasa nada.
—Prométeme que te esforzarás más, hijo.
—Te lo prometo —le dije, y acto seguido me marché a mi habitación, cerré la puerta, me lancé sobre la cama, saqué En la carretera y me zambullí de nuevo, esta vez en Saint Louis, Missouri.
Cuando acabé de leer En la carretera algunos días después, supe de inmediato que quería ser escritor. Lo supe tan pronto como le di la vuelta a la última página. Después de En la carretera, llegó Aullido y otros poemas, de Allen Ginsberg, el volumen delgado que Vicky me había animado a coger de manera tan sutil. Sus versos causaron un gran impacto en mí —era la primera vez que leía algo tan descarnado, tan crudo, tan feroz— y aunque en aquellas primeras lecturas no lograba entender todo lo que leía, las páginas de dichos libros no hicieron sino reforzar mi empeño de dedicarme en cuerpo y alma a la literatura.
Le conté a Vicky, al miércoles siguiente, mi propósito de convertirme en escritor. Ella sonrió, abrió el primer cajón del escritorio, sacó la cajetilla de cartón verde que contenía las
galletas —esta vez eran de limón— y lo celebramos. Luego, antes de nuestra vuelta por las estanterías en busca de nuevas historias que leer, me deseó la mayor de las suertes.
Me pregunto si algún día encontrará algún ejemplar de esta novela y la leerá, o alguien se la leerá. Me pregunto si aún se acuerda de mí.