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INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA EDICIÓN

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De octubre de 2013 a julio de 2018 han pasado muchas cosas en mi vida que han hecho que, hoy, cuando escribo esta segunda introducción, sea yo una persona distinta a la que era cuando empezó la aventura del libro. Una de las cosas que ha sucedido es que se agotó la primera edición. ¡Pasmo! Jamás hubiera pensado que pasara y cuando lo supe, sentí un enorme agradecimiento hacia las personas que habéis leído y comentado, conmigo y con otros, esa primera lectura. El objetivo fundamental de estas páginas era, y es, compartir una experiencia de vida y de sentimientos alrededor de la naturaleza en la que crecen las cepas, con las personas que las observan y cuidan de una forma respetuosa y bebiendo el fruto de su trabajo, que es el vino. Creo que entre todos, y gracias también (es evidente pero conviene decirlo) al esfuerzo de otra mucha gente que trabaja en la misma dirección, hemos conseguido que el tipo de vitivinicultor que es aquí protagonista tenga una presencia en tiendas, bares, restaurantes, tabernas, bistrós y casas, muy superior a la realidad que conocíamos cuando empezaba a redactar la primera edición. Sigue creciendo el interés por algo que en la primera introducción llamaba «actitud», porque no es una «moda». Y crece también el número de personas y bodegas que se acerca al viñedo para proponer vinos en sintonía con la filosofía que anima a estas páginas.

¿Todo ello era suficiente para pensar, sin más, en una segunda edición? Creo que no. No, por lo menos, tal y como por convención se concibe una segunda edición: corrección de errores detectados y a la calle de nuevo. Puesto que yo no había previsto nada de todo esto (de hecho, ni que el libro saliera por primera vez, ni que se leyera ni, por supuesto, que se vendiera), propuse a la editorial que si trabajábamos en una segunda edición, tenía que ser, por lo menos, «corregida, revisada y ampliada» en relación con la primera. Me explico. Como filólogo clásico y amante de los libros, siempre he seguido uno de los consejos que Joan Fuster propuso en sus Consells, proverbis i insolències, Barcelona, Edicions, 62, 1992: «només hi ha una manera seriosa de llegir, que és rellegir» («solo hay una manera seria de leer, que es releer»). Releer con el lápiz en la mano mi propio libro, dedicarle horas, días, meses (desde julio de 2017 a julio de 2018) a la tarea de corregir errores que detecté o detectaron por mí; de revisar palabras y puntuaciones; de ampliar contenidos (con todo lo que eso significa), ha sido un regalo añadido que, por inesperado (de nuevo Fuster), he disfrutado doblemente. No he dejado de viajar ni de visitar bodegas, no he dejado de descubrir nuevas miradas sobre tierras que parecían ya exhaustas, ni de sorprenderme ante la energía y vitalidad de tanta gente que sigue aportando valores, sabores y aromas con sus vinos, cada vez más apegados al viñedo y a la cultura de su entorno.

Vosotros, lectores, me habéis dado pues la posibilidad de una lectura seria de mi propio libro, es decir, una relectura. Pero quiero ser sincero: no es un libro estrictamente nuevo el que tenéis en las manos porque hay muchas cosas de las que escribí (sobre todo en la primera parte) con las que me sigo identificando. Sí es, en cambio, un libro renovado porque yo he seguido cambiando y evolucionando. No pocos autores a lo largo de estos años me han hecho profundizar y, en este sentido, radicalizarme (etimológicamente hablando, es decir, enraizarme) en mi aproximación a la naturaleza. Goethe, Von Humboldt, Schopenhauer, Nietszche, Steiner, Thoreau, Wilamowitz-Möllendorf, Dillard, Hubbell, Mancuso, etc., han reflexionado, investigado y escrito para proponer una comprensión pausada e integradora de las cosas que observaban. No había hechos aislados en la naturaleza sino una realidad a la que aproximarse con ojos cautos para entenderla como unidad de sentido y de acciones, ya se tratara del clima en el siglo XVIII, de la laguna de Walden y su entorno en el XIX, de la historia social de Roma en el siglo I d.C., de las reflexiones para un nuevo amanecer de la civilización o de la complicidad entre los árboles de un bosque en el siglo XXI. El único límite tenía que ser nuestra capacidad de trabajo y de comprensión, no nuestro punto de vista. En estos años, las visitas y estancias, las charlas, las reflexiones y los descubrimientos de personas y nuevas bodegas me han afianzado en esta manera de entender las cosas. Así, he podido describir cómo la naturaleza se relaciona con el ser humano, y viceversa, a través de múltiples manifestaciones entre las cuales, una tierra con viñedos. ¿Podría llamarse a esto, como en otros casos, «escribir naturaleza» («nature writing»)? Me gustaría pensar que esta nueva edición da a la pregunta, clave en mi radicalización de los últimos años, una respuesta positiva.

La primera parte del libro bebía ya, en sustancia, de ese estado de cosas y en ella he introducido, además de correcciones, algunas reflexiones de los autores citados que ayudan a contextualizar mejor mis páginas y objetivos. La segunda era mi compromiso y la consecuencia lógica de la primera: yo creo en un diálogo respetuoso, en la viña y en la bodega, entre personas y cepas. Y tú, lector amigo, tienes que poder hacer tus comprobaciones personalmente a través de los ejemplos que propongo. Aquí el libro se renueva con mayor energía y ambición aunque, como siempre, jamás podrán estar todos aquellos que, creo, comparten este punto de vista. El límite físico de un número razonable de páginas existe y mi capacidad para estar en todas partes, también. Porque la condición que me impuse en la primera edición sigue vigente hoy: sólo salen en este libro bodegas y viñedos que haya podido pisar y conocer personalmente. Esta segunda parte práctica ha crecido y se ha modificado, han entrado en ella más bodegas y personas que no pudieron hacerlo en la primera edición y que he ido conociendo in situ entre 2013 y 2018. Permanecen no pocas con las que he intentado estar al día de sus nuevos vinos. Pero advierto: son tan activos y prolíficos los vinicultores, que no siempre me ha sido posible conocer y beber todo. Llegados al punto de conciencia de que uno no puede ni debe llegar solo a todo, me he decantado por los ejemplos que son síntoma antes que por la exhaustividad: esta segunda parte no es una guía o un catálogo, es un diario razonable de aquello que más me sigue llamando la atención.

Dejan de estar algunas bodegas también, y no quisiera que nadie se sintiera molesto por ello, aunque sé que una vez publicado el libro, este será libre, irá donde queráis quienes lo leáis y la gente interpretará y transmitirá lo que crea oportuno. Cuento con ello y lo acepto, por supuesto. Solo digo, para ser honesto conmigo y con quien lo lee, que he intentado buscar la congruencia a la hora de describir, en la segunda parte, a un grupo de personas, bodegas, vinos y, también, algunos restaurantes, más en sintonía (como imagen de conjunto) con lo que siento cada vez con mayor intensidad: que en la botella y en la copa tienen que poder escucharse las uvas y el paisaje, la tierra y el clima, la persona que hace el vino y sus circunstancias. Todo ello, además, tiene que suceder con la menor intervención posible, tanto en el viñedo como en la bodega, para que del diálogo entre ser humano y naturaleza surja de nuevo ese antiguo lenguaje. Cuando lo pronunciamos u oímos, nos hace sentir mejores personas porque convierte en aromas, sabores y emociones el respeto atávico hacia el entorno del que formamos parte como seres vivos y conscientes. Propongo ser de una forma natural, también en el mundo del vino.

Asumo con todas sus consecuencias uno de los consejos de Marco Aurelio, que no siempre supe o pude atender. Lo escribió en sus Pensamientos para mí mismo (3, 12): «si te limitas a actuar conforme a la naturaleza de tu ser y a decir sencillamente la verdad en todos tus discursos y en todas tus palabras, vivirás feliz. Y nadie puede impedir que te conduzcas de este modo». Sea.

¿Te parece si mantenemos tú y yo el compromiso de reencontrarnos al final del libro para echar cuentas?

Vinos naturales en España

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