Читать книгу Violencias complejas: un acercamiento a cinco casos de maltrato hacia varones - Joel G. Ramírez Rodríguez - Страница 10

Perspectiva de clasificación binaria2

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Es producto de teorizaciones multidisciplinarias, cuya cobertura en las cátedras y fundamentaciones políticas es amplia. Parte de un profundo material crítico que denuncia un sistema social que erige prácticas de dominio y opresión, con lo que se conduce a identificar las condiciones de exclusión, discriminación y violencia que se ejercen contra las mujeres dentro de un marco donde el varón es colocado como el centro en los espacios de decisión y el principal referente en la historia de la humanidad (androcentrismo).

El uso del término patriarcado en esta perspectiva, así como su transversalización, tiene importancia fundamental en la epistemología y teorías de género, ya que de él se parte para categorizar órdenes estructurales. Al respecto, Varela (2005) refiere que “es el feminismo radical, a partir de los años setenta del siglo xx, el que utiliza el término patriarcado como pieza clave de sus análisis de la realidad” (p. 177).

Debido a ello es que se abren brechas para analizar el sistema político que promulga control y dominio sobre las mujeres; por lo tanto, “buena parte de la riqueza teórica del feminismo de las últimas décadas procede de aquí” (p. 177) y, en consecuencia, surgen los grupos de autoconciencia que determinaron el surgimiento de la visibilización de la violencia de género (Varela, 2005, p. 178).

De acuerdo con Alfarache (2012):

Para el feminismo la crítica al paradigma dominante de la sexualidad es el punto nodal de su reflexión filosófica y de su práctica política, por considerar que el control patriarcal de la sexualidad femenina es la base de su opresión, subordinación y discriminación. (p. 68).

Este propulsor crítico, cuyo análisis de denuncia se basa en la erradicación del patriarcado como forma de organización política, permite comprender el soporte y el alcance de los trabajos subsecuentes de dicho periodo histórico, pues “el objetivo fundamental del feminismo es acabar con el patriarcado como forma de organización política” (Varela, 2005, p. 179).

Por su parte, García-Mina (2003) agrega que para comprender la vinculación entre género y feminismo, debe hacerse un recorrido de las mujeres en la historia, de tal manera que se pueda captar lo que ha supuesto esta categoría para el movimiento, ya que fue en el siglo XX donde las históricas condiciones adversas hacia las mujeres alentaron subsecuentes trabajos de crítica política y sociocultural en favor de sus derechos; tal como lo advierte Chávez (2015) “no se puede hablar de género sin tomar en cuenta el papel que han desarrollado las mujeres dentro del movimiento feminista” (p. 107).

Algunos de los trabajos más representativos son:

 El segundo sexo (Simone de Beauvoir, 1949).

 La mística de la feminidad (Betty Friedan, 1963).

 Política sexual (Kate Millett, 1969).

 La dialéctica del sexo en defensa de la revolución feminista (Shulamith Firestone, 1970).

Este periodo se conoce como la segunda ola del movimiento feminista, la cual se caracterizó por cuestionar el que las experiencias y percepciones de los varones fuesen el único referente de la humanidad (García-Mina, 2003). Ante esta estrecha relación, se advierte la complementariedad que se gesta entre el movimiento y el desarrollo de esta perspectiva específica, sustentada por corrientes filosóficas y políticas particulares, cuyas demandas estriban (aun en la actualidad) en mejorar las condiciones de las mujeres y erradicar las prácticas hegemónicas que se ejercen impunemente contra sus derechos.

De ahí deriva la importancia de conocer el sustento teórico ligado al movimiento que permite comprender el qué de la perspectiva y el porqué de ella.

El enfoque feminista abonó el terreno para pensar sobre la maleabilidad, la flexibilidad y la transformación de las relaciones de género. A las fatalidades y políticas conservadoras que se derivan de la perspectiva socio-biológica, el feminismo antepuso la lucha política y social para transformar el orden jerárquico y el sistema moral inherentes a las dicotomías público/privado, masculino/femenino, inherentes a la inequidad en la distribución de prestigio y bienes materiales que las relaciones de género aseguran a un grupo de personas (no únicamente a ciertos hombres, sino a algunas mujeres también). (Gutiérrez, 2008, p. 28).

Una de las lecturas que de manera puntual identifica y explicita dicha parcela de la realidad es aquella que realiza Poal (1993) referente a la distinción de los papeles sociales que se crean a partir del sexo hombre-mujer.

Tabla 1. Proceso de socialización diferencial mujer-varón

A los niños/chicos/hombresA las niñas/chicas/mujeres
Se los socializa para la producción.Se los socializa para progresar en el ámbito público (laboral, profesional, político, tecnológico). Así:Se espera de ellos que sean exitosos en dicho ámbito.Se les prepara para ello.Se les educa para que su fuente de gratificación y autoestima provenga del ámbito público.Se las socializa para la reproducción.Se las socializa para permanecer en el ámbito privado (doméstico, afectivo) Así:Se espera de ellas que sean exitosas en dicho ámbito.Se las prepara para ello.Se las educa para que su fuente de gratificación y autoestima provenga del ámbito privado.
Consecuentemente a lo anteriorConsecuentemente a lo anterior
Se les reprime la esfera afectiva (sentimientos, expresión de afectos).Se les potencian libertades, talentos, ambiciones diversas que faciliten la autopromoción.Reciben bastante estímulo y poca protección.Se les orienta hacia la acción, hacia lo exterior, hacia lo macrosocial.Se les orienta hacia la independencia económica, afectiva, de acción y de criterio.El valor trabajo (remunerado) se les inculca como una obligación prioritaria y como definitorio de su condición de hombre. Esto tiene como ventaja la independencia y como desventaja el tener sólo una opción (automantenerse).Se les exculpa del trabajo doméstico.Se les induce a sentirse responsables del sustento económico de otros (esposa e hijos).Se les fomenta la esfera afectiva.Se les reprimen diversas libertades. No se fomenta e incluso se reprime la diversificación de sus talentos y ambiciones (se induce a que éstos se limiten a lo privado).Reciben poco estímulo y bastante sobreprotección.Se las orienta hacia la intimidad, hacia lo interior, hacia lo microsocial.Se las orienta hacia la dependencia económica, afectiva, de acción y de criterio.El valor trabajo (remunerado) no se les inculca como obligación prioritaria ni como definitorio de su condición de mujer. Esto tiene la desventaja de la dependencia y la ventaja de poder optar (automantenerse o ser mantenidas).El trabajo doméstico se les inculca como una obligación exclusiva de su sexo. Se las induce a sentirse responsables del sustento afectivo de otros (marido, hijos, ancianos).

Fuente: Poal (citado en García-Mina, 2003).

De esta lectura se desprenden gran proporción de investigaciones, artículos, cortometrajes y materiales audiovisuales que ilustran la división sexual del trabajo y las identidades de hombres y mujeres en los núcleos domésticos, laborales y recreacionales. Ejemplos de ello son los cortometrajes Érase una vez otra María y La vida de Juan, realizados por Aliança H, Instituto Promundo, Comunicação em Sexualidade, Instituto papai y colaboradores, cuya temática en salud y género consiste en evidenciar las labores de clasificación binaria que se asignan a uno y otro sexo.

La ecuación que prevalece en esta perspectiva específica es la que asocia a las mujeres a labores domésticas y a los varones a libertades sexuales y omisión de colaborar en el hogar, puntualizado en los mandatos culturales y sociales que conciben modelos exclusivos de comportamiento y que desencadenan en estereotipos para ambas figuras.

Respecto al análisis de género en la esfera de la intimidad, como se muestra en estos cortometrajes, Guevara (2010) también concluye que la dualidad de preceptos por sexo están determinados por la distinción público/privado:

Para el análisis de género es especialmente importante esta distinción por las consecuencias que tiene para la vida social la separación histórica de los espacios público y privado, así como sus implicaciones en relaciones de parentesco y relaciones políticas, entre la esfera privada y la esfera social; significa también la asignación de lo masculino al espacio público que es el espacio del trabajo remunerado, el lugar del reconocimiento, del prestigio y de las actividades socialmente valoradas, mientras se confina al espacio privado lo femenino. (p. 36).

Este enfoque ha generado críticas a los marcos políticos y socioculturales que rigen las sociedades, recreando e innovando sus códigos lingüísticos de expresión oral y escrita, posicionándose como una de las perspectivas con mayor divulgación en los estudios de género, ya que sus más reconocidos manifiestos ponen al descubierto que:

La división sexual del trabajo no sólo representó la especialización de las mujeres a las tareas domésticas y de los hombres en las actividades productivas, sino una recomposición de los espacios, recursos y formas de ejercicio del poder en toda la vida social. (Guevara, 2010, p. 37).

Otro material ligado a dichas teorizaciones, comúnmente citado por conferencistas de amplia trayectoria, es el presentado por Lagarde (2014), cuyas explicitaciones configuran un marco de análisis de la condición femenina y sus variadas formas de opresión.

En la obra Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas, se postulan teóricamente las estructuras que definen al sujeto femenino y cómo éstas impiden su autonomía. Entre otros aspectos, “trata del dolor, del miedo, de la impotencia, de la servidumbre y de cosas que ocurren en el encierro de las mujeres cautivas y cautivadas en el mundo patriarcal”.3

Lagarde considera la creación cultural de las mujeres como un elemento fundamental en torno a su definición: “la condición de la mujer es una creación histórica cuyo contenido es el conjunto de circunstancias, cualidades y características esenciales que definen a la mujer como ser social y cultural genérico: ser de y para los otros” (p. 33), para lo cual retoma el concepto de Basaglia (1983), quien define a la mujer como ser-de-otros.

Respecto al uso del concepto cautiverio agrega: “he llamado cautiverio a la expresión político-cultural de la condición de la mujer. Las mujeres están cautivas de su condición genérica en el mundo patriarcal” (Lagarde, 2014, p. 36).

Asimismo, genera cinco dimensiones que teorizan la condición femenina en rubros específicos:

Capítulo IX. Las madresposas.

Es referente a la maternidad y conyugalidad que figuran como la norma de las relaciones de la sociedad.

En la feminidad destinada, las mujeres sólo existen maternalmente, y sólo pueden realizar su existencia maternal a partir de su especialización política como entes inferiorizados en la opresión, dependientes vitales y servidoras voluntarias de quienes realizan el dominio y dirigen la sociedad. (p. 365).

Capítulo X. Las monjas.

Relativo a las mujeres entregadas al dios de la iglesia católica, apostólica y romana, que determina una vida religiosa y servicial: “la consagración responde a esta norma: las monjas sellan su pacto al convertirse en esposas de una deidad masculina patriarcal. Las más diversas representaciones expresan su esencia genérica patriarcal: autoridad, fuerza, violencia y dominio” (p. 466).

La teorización de la condición de las mujeres en el ámbito religioso ha sido fundamental para los análisis genéricos del feminismo; de la misma forma se ha evidenciado la violencia simbólica en las jerarquías clérigas, por lo que Castañeda (2012) señala que “las mujeres no forman parte de la estructura jerárquica católica ni del clero. Su posición, aun tratándose de religiosas, es secundaria y subsidiaria respecto de los hombres” (p. 52).

Capítulo XI. Las putas.

Referente a la negatividad y desvaloración de la cultura política patriarcal al erotismo de las mujeres, el cual representa “un concepto genérico que designa a las mujeres definidas por el erotismo, en una cultura que lo ha construido como tabú para ellas” (p. 559).

Capítulo XII. Las presas.

Relativo a las prisiones, que son instituciones punitivas entendidas como “un conjunto de límites materiales y subjetivos, de tabúes, prohibiciones y obligaciones impuestas en la subordinación. Por fundamento tiene el dominio y sirve a su reproducción” (p. 641).

Capítulo XIII. Las locas.

Refiere la autora que “la locura femenina definida como tal en la cultura patriarcal, es aquella que se suma a la renuncia y a la opresión política. Es el conjunto de dificultades para cumplir con las expectativas estereotipadas del género” (p. 702).

La obra anteriormente citada requiere de una amplia revisión para desestructurar cada una de sus dimensiones analíticas; la sección que se ofrece rescata parte importante de su contenido.

En este mismo enfoque, también se encuentran apuntes referentes al binarismo sexual y a las consecuencias sociales por transgredir el modelo de género. De acuerdo con Pávez (2012) esta transgresión, es decir, ir contra las pautas culturales, trae consigo sanciones y reacciones de control de tipo emocional. Marca la autora que la culpa es una emoción efectiva debido a los efectos de coerción hacia los comportamientos, asociada al miedo, al rechazo del grupo y a la vergüenza; de la misma forma, las culpas de uno y otro sexo están diferenciadas.

“El hombre siente culpa y miedo si muestra fragilidad, si no es fuerte para afrontar decisiones de repercusión colectiva, es decir, si no es protagonista” (p. 327), en tanto, “la culpa de las mujeres emerge cuando ésta descuida las funciones reproductivas con fines de autorrealización personal y liderazgo social, es decir, si no es cuidadora” (p. 327).

El impulso que toma esta dimensión crucial del género ha logrado una reformulación de políticas públicas, sociales y laborales, así como programas educativos en las cátedras académicas, permitiendo comprender las huellas de las diferentes culturas y sociedades, históricas y actuales, que han ameritado desigualdades sociales y prácticas de exclusión, discriminación y violencia contra las mujeres.

Si regresamos a la revisión de la inercia y el sistema cultural que ha sacudido el discurso y el movimiento feminista, vale la pena destacar que ello ha traído como consecuencia una serie de acciones afirmativas, cambios legislativos y la creación de programas sociales y políticas públicas destinadas a reparar desigualdades y disminuir (e idealmente eliminar) la discriminación, buscando contribuir al reconocimiento de las mujeres como sujetos sociales. (Figueroa y Franzoni, 2014, p. 10).

A partir de ello se han generado estrategias de intercambio de roles, tácticas de lenguaje incluyente, procesos de empoderamiento femenino, legislaciones en pro de los derechos de las mujeres, manuales de orientación y asesoría de sus derechos sexuales y reproductivos, estrategias de detección del acoso y abuso sexista, políticas de acción afirmativa en ámbitos laborales, reformas de paridad de género, programas sociales y financieros, protocolos de seguridad académica, convenios y campañas internacionales de derechos humanos, producción de literatura feminista, innovación y evolución de filmes infantiles y juveniles, concientización de los artefactos lúdicos, denuncias contra comerciales televisivos sexistas, entre muchas otras acciones más; incluso han surgido figuras del cine, música y modelaje que han hecho pública su afinidad con gran parte de estas medidas en conjunto con su finalidad política y social.

Violencias complejas: un acercamiento a cinco casos de maltrato hacia varones

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