Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 22
Оглавление12
Eve finalmente se quedó dormida. Nix ahuyentó a todos con una seña para que no molestaran a la niña. Benny se fue a contemplar a los zoms en el barranco.
Chong vio a Lilah sentada en un tronco caído, afilando la hoja de su lanza como parte de los preparativos de su partida para encontrar a los padres de Eve. No se sentía con ganas de otra reprimenda, así que se sentó con la espalda apoyada en un delgado pino, cerró los ojos y comenzó a deambular lentamente por la biblioteca de su mente. Así era como él la veía. Una biblioteca, con estantes de libros e hileras de archiveros en los que sus pensamientos, recuerdos y experiencias estaban cuidadosamente resguardados.
El único archivero mental que no estaba ordenado con cuidado y precisión era uno etiquetado como LILAH.
Ése se ladeaba con una extraña inclinación, tenía los costados abollados y ninguno de los cajones se abría con suavidad.
Lilah era el huracán que giraba alrededor de la vida de Chong y él vivía en el ojo, fascinado por su poder y su belleza, pero de ninguna manera seguro de entenderla. Chong estaba prácticamente seguro de que moriría de viejo antes de poder comprenderla del todo.
Evocó en su mente la imagen de ella. Era fácilmente la chica más hermosa que hubiera visto jamás. Alta, ágil, con extremidades largas y bronceadas, ojos del color de la miel y cabello blanco como la nieve. Desde la muerte de Tom, había recaído en Lilah ser la líder de facto de su expedición. A pesar de que nunca había estado en Nevada —ni en un desierto—, entendía la lógica de la supervivencia. Desde los once hasta los dieciséis años había vivido sola en Ruina, a veces huyendo de los zoms y los mercenarios, a veces cazándolos. Chong creía que Lilah podía sobrevivir en cualquier ambiente de la tierra en que se encontrara. Y aunque podía entender a un nivel intelectual las habilidades que ella poseía, sabía que carecía de su instinto básico de supervivencia.
Una patada a mitad de su muslo terminó abruptamente con su ensoñación.
—¡Auch! —gritó, y cargó su lengua con el insulto más vil que conocía para lanzar a Benny, sólo que… no era Benny.
Cuando Chong abrió los ojos, vio que Lilah estaba parada frente a él. Tenía su bolso de cuero de cacería colgando cruzado sobre su cuerpo y su lanza en la mano.
—Despierta —dijo.
—Estoy despierto.
Lilah dejó caer la lanza sobre la hierba y se sentó con las piernas cruzadas frente a él.
—Me voy —dijo.
—Acabas de llegar.
—No, me voy a buscar a los padres de Annie.
—De Eve —corrigió él.
Los ojos de ella destellaron con irritación.
—Eso es lo que dije.
—Claro —dijo Chong.
Lilah se quedó ahí sentada con una expresión expectante en el rostro.
—¿Sí? —preguntó Chong.
—¿Y bien…? —dijo ella.
—¿Y bien… qué?
—Dije que me voy.
—Lo sé. ¿Querías… que fuera contigo?
Ella rio.
—Ésta es una cacería.
—Lo sé.
—Me estaré moviendo rápido. Rastreando.
—Sí —dijo él—. Lo sé.
—Tú eres un…
—Un pueblerino. Sí, eso también lo sé —sonrió. Era un hecho que ella le recordaba una docena de veces al día—. Y este torpe aldeano te retrasará, hará que te coman los zoms, o de cualquier otra forma provocará la caída de lo que queda de la humanidad.
—Bueno… sí —Lilah lo estudiaba, claramente insegura de cómo responder. El humor era la herramienta menos afilada en su estuche de habilidades personales.
—Entonces, si no te importa, yo me quedaré a defender valientemente este árbol.
Lilah entornó los ojos.
—Esa broma no es graciosa.
—No —admitió él—. Sólo medianamente tonta.
Se quedaron otro rato ahí sentados, ella mirándolo a él, y Chong fingiendo que no miraba nada.
—Me voy —repitió ella.
—Claro —repitió él.
Ella siguió ahí, esperando.
—¿Qué? —volvió a preguntar él.
—Me voy —respondió ella, poniendo énfasis en las palabras.
—De acuerdo. Adiós. Cuídate. Vuelve pronto.
—No —dijo ella.
—¿Buena cacería?
Lilah gruñó desde el fondo de su garganta, lo sujetó por la camisa con ambas manos y lo jaló hacia ella, en un beso que fue ardiente, feroz e intenso. Luego de varios impetuosos segundos, ella lo empujó bruscamente.
Se puso en pie y recogió su lanza, después lo miró hacia abajo con lástima.
—Estúpido pueblerino —murmuró. Entonces se dio la media vuelta y se fue trotando hacia el bosque.
Chong yacía tendido, con la mirada vidriosa y el rostro sonrojado.
—¡Santo cielo…! —exclamó.