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Benny y Chong estaban parados junto al borde del barranco. Había pasado más de una hora desde que Lilah se fuera a buscar a la familia de Eve, y media hora desde la inexplicable pelea de Benny con Nix. Ahora la chica estaba sentada bajo el árbol, durmiendo, con Eve en sus brazos. Benny no le contó a Chong sobre la discusión. Aún seguía tratando de comprenderla él mismo y hasta ahora no había hecho ningún progreso.

Benny suspiró.

—¿Pasa algo malo? —preguntó Chong, que pelaba distraídamente un higo mientras contemplaba el interior del barranco.

¿Qué podría estar pasando de malo?, se preguntó Benny amargamente. O creo que escucho voces o en realidad se me aparece un fantasma. Y me deprimí tanto dentro del barranco que casi dejé de pelear por mi propia vida. ¿Eso te parece suficientemente “malo”?

—Dime algo, oh, poderoso sabio —respondió finalmente Benny—. ¿Alguna vez tienes demasiados pensamientos en la cabeza?

Chong empezó a decir algo gracioso y corrosivo, pero se detuvo y estudió a Benny durante una lenta cuenta de tres. Volvió a contemplar las caras de los muertos.

Después de un largo rato, dijo:

—Todo el tiempo, hombre. Todo el maldito tiempo.

Permanecieron en silencio durante varios largos minutos antes de que alguno de ellos volviera a hablar.

—Hace rato… ¿dijiste que habías visto a una mujer? —preguntó Chong—. ¿Qué fue lo que sucedió?

Benny le contó. Y también cómo ella parecía haber soplado en un silbato silencioso, y cómo los zoms no la atacaban. Para cuando hubo terminado, Chong tenía una media sonrisa en el rostro.

Benny suspiró.

—Adelante, dilo.

—Estás chiflado como un murciélago cara de mono.

—Gracias.

—¿Un silbato?

—Sí.

—Como… ¿qué? ¿Un silbato para perros?

Benny gruñó. No había considerado esa posibilidad. El señor Lafferty, que era dueño del almacén, tenía un silbato para perros. Tampoco podías escuchar el sonido.

—Tal vez —dijo Benny—. Más o menos se veía así.

—¿Para llamar a los zoms?

—Yo nunca dije que ella llamó a los zoms. Sólo te estoy contando lo que vi.

—De acuerdo —dijo Chong.

—De acuerdo —repitió Benny.

Observaron a los zoms.

—Pregunta seria —añadió Chong—, así que no me pegues.

—Adelante.

—¿Cómo te fue ahí abajo? ¿Estuvo feo?

—Bastante.

—¿Estás… estás bien?

Benny se encogió de hombros.

—¿Viste alguno rápido? —preguntó Chong.

—Un par.

—Cielos.

—Sí.

Durante toda su vida, sólo había existido un tipo de muerto viviente. El zom lento, estúpido, que arrastraba los pies. Así eran las cosas: un zom era un zom. Y luego, el mes pasado, cuando Benny y Nix estaban de camino a Gameland, se habían encontrado con zombis que se movían rápido. En realidad, no tan rápido como un humano saludable, pero al menos dos veces más rápido que cualquier zom del que Benny tuviera noticia.

Ese horroroso hecho era sólo una de las varias cosas sobre los zoms que estaban cambiando el mundo como Benny lo conocía. La gente del pueblo había sobrevivido durante todo este tiempo únicamente porque había comenzado a entender lo que los zoms podían y no podían hacer. El conocimiento sobre ellos no hacía que los muertos se convirtieran en una amenaza menor, pero aumentaba las posibilidades de supervivencia en un mundo donde los zoms estaban por todos lados.

Ahora eso estaba cambiando. Ya no se podía confiar en nada que se supiera previamente sobre ellos. Algunos zoms eran más veloces. Parecía que las pocas ventajas que la gente tenía sobre los zombis comenzaban a derrumbarse.

¿Qué pasaría si los muertos comenzaran a pensar? Había siete mil millones de ellos, y apenas suficientes humanos para llenar una ciudad pequeña.

Siguieron ahí parados en el silencio de sus propios pensamientos durante un largo rato. Los zombis los observaban con esos ojos que no parpadeaban. Las aves cantaban en los árboles del lado de la hendidura en que se encontraba Benny, pero había movimiento en el cielo por encima de los zoms. Benny se protegió los ojos del resplandor y vislumbró una docena de grandes pájaros negros que planeaban lentamente en círculos, muy alto sobre el lado opuesto del campo. Chong lo vio mirando el cielo y también se protegió los ojos con las manos. Se dio la vuelta y encontró aún más de esos pájaros sobre el bosque a sus espaldas.

—Buitres —afirmó Chong.

—Lo sé.

Observaron a las negras y feas aves deslizarse sin ruido sobre las corrientes térmicas por encima de los infinitos kilómetros de pinos piñoneros.

—Hay muchos el día de hoy —dijo Chong—. Parecen estar por todos lados.

Benny lo miró. Pudo sentir cómo la sangre le abandonaba el rostro.

—Oh, mierda…

—Sí. Las aves carroñeras no comen zoms…

—… ¿qué están sobrevolando, entonces? —completó Benny.

Era uno de los grandes misterios de Ruina el que los carroñeros no se alimentaran de los zoms, a pesar de que éstos olían a descomposición. Nadie lo comprendía, y como dijo alguna vez el señor Lafferty en su almacén: “También es una pena, porque en un mes tendríamos chorrocientos mil cuervos rechonchos y absolutamente ningún zom”.

—Hay algo muerto ahí —dijo Chong.

—Será mejor que busque a Nix —dijo Benny.

Carne y hueso

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