Читать книгу Carne y hueso - Jonathan Maberry - Страница 27

Оглавление

16

Llena de ira, Lilah se limpió las lágrimas con un puño y miró con odio a su alrededor, como si estuviera lista para golpear a cualquiera que por casualidad hubiera atestiguado esas lágrimas. Detestaba todo tipo de debilidad. Era algo que apenas podía tolerar en sus amigos y que de ningún modo permitiría en sí misma.

Especialmente luego de lo que había sucedido hacía un mes. Después de que Tom los guiara fuera del pueblo, su grupo se había separado. Chong, destrozado por la culpa de haber provocado inadvertidamente que Nix terminara con el rostro cortado, y en general sintiéndose como el inútil pueblerino que era, había huido, lo cual requirió que Tom fuera a buscarlo. Esa noche, mientras Nix, Benny y Lilah esperaban el regreso de Tom en una estación de paso de monjes desierta, el lugar fue invadido por un mar de zoms. Miles y miles de ellos, más de los que cualquiera hubiera visto en un solo lugar desde la Primera Noche. En los momentos previos al ataque, Lilah había estado discutiendo con Benny, y él la acusó de ignorar y burlarse deliberadamente de los sentimientos que Chong tenía por ella. Eso dolió, porque era completamente verdad. Lilah le tenía cariño a Chong, pero él era el más débil y el menos resistente de su equipo. No estaba apto para Ruina; en absoluto. Cuando los zoms atacaron, Lilah entró en pánico y corrió. Era la primera vez que había sentido pánico desde aquella terrible noche en que había escapado de Gameland y había tenido que aquietar a Annie. Había soltado su lanza y corrido ciegamente en la oscuridad. Incluso ahora no podía recordar cuáles habían sido sus pensamientos en aquel momento. O siquiera si había tenido alguno. Todo lo que recordaba era estar corriendo a través de la oscuridad, exterior e interior.

La conciencia le regresó mucho más tarde. Se descubrió enroscada en el piso, totalmente vulnerable y afortunada de seguir con vida. Los zoms no la habían encontrado, pero sí un extraño ermitaño montañés conocido como el Hombre Verde. Él no la había atacado, hizo precisamente lo contrario: le demostró amabilidad y paciencia, y le ayudó a descubrir dónde había dejado su fuerza. También habló con ella sobre el amor, la responsabilidad, la culpa y las decisiones que cada uno toma.

Lilah había llorado varias veces ese día. Y lloró más amargamente aquella noche en que el monstruo de Jack el Predicador disparó a Tom Imura por la espalda. No importaba que tanto Jack el Predicador como Gameland hubieran muerto esa noche. Tom Imura había muerto también. Lilah se había aferrado a su mano mientras las últimas fuerzas lo abandonaban. Incluso ahora, un mes después, pensar en ello era como recibir una puñalada en el corazón.

Se quedó ahí parada en el bosque y lloró nuevamente. Por Tom.

Y por Annie.

Dios, cómo esa niñita, Eve, se parecía a Annie. Tanto. Demasiado.

Era injusto.

Era cruel.

Resopló, se enjugó las lágrimas y respiró profundo tantas veces como fue necesario para que su pecho dejara de agitarse por los sollozos. El bosque la esperaba. El día parecía haber hecho una pausa para ella.

—Annie —le susurró Lilah al bosque—. Oh Dios, Annie, te extraño.

Ella suplicó para que el bosque le respondiera. Suplicó para que el recuerdo de Annie le hablara dentro de su mente, como a veces hacía el fantasma de Tom Imura.

Y de repente, el bosque dejó de estar vacío y silencioso.

Lilah giró hasta quedar de cara al norte mientras el ruido llenaba el aire. Frunció el entrecejo. Aquél no era un sonido del bosque. Era un ruido que ella solamente había escuchado una vez, allá en Mountainside.

Un motor.

No… motores. Al menos dos, acercándose desde distintas direcciones.

Sonidos de motor, claramente mecánicos, como los generadores de manivela en el hospital del pueblo.

Lilah se ocultó detrás de un cúmulo de rocas, agachada y en silencio, fundiéndose con el paisaje mientras el sonido de los motores crecía de un rumor a un rugido.

Las hojas del muro boscoso se abrieron y Lilah contempló algo que la impactó. Algo que había creído que pertenecía únicamente a un mundo que ya no existía.

Dos hombres salieron del bosque, uno a cada lado del arroyo. Se movían rápido, pero no iban corriendo ni montaban a caballo, y Lilah comprendió de pronto la naturaleza de las marcas de ruedas que había visto. Aquellos hombres iban a lomo de máquinas.

Montaban motocicletas de cuatro ruedas.

Carne y hueso

Подняться наверх