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Chong levantó la vista cuando la sombra de Benny cayó encima de él. Benny sonreía como un demonio mientras cantaba “Chooong y Lilah son nooovios, Chooong y Lilah son noovios…”.

—Aunque soy una persona moral —dijo Chong poniéndose en pie—, no tendría ningún escrúpulo en asesinarte mientras duermas.

—Sólo decía…

Chong se acuclilló frente a Nix, que sostenía a la durmiente Eve. La niñita se removía de tanto en tanto, como si se encogiera ante las sombras en sus sueños.

Chong acarició el cabello sedoso de la pequeña.

—Si quieres me siento con ella un rato.

—¿Seguro? —preguntó Nix.

—Seguro. Ya sabes cómo soy con los niños.

Nix asintió. A diferencia de Benny, que solía ser torpe en compañía de niños y ancianos, Chong se sentía completamente cómodo con ellos. Su serenidad interior parecía hacer magia en los pequeños, y él contaba los mejores cuentos. Chong conocía todo Esopo, Mamá Ganso, Oz y Narnia, y una gran cantidad de historias tontas y divertidas, sacadas de los incontables libros que había leído.

Con un suspiro de agradecimiento, Nix le pasó Eve a Chong, quien la tomó con tanto cuidado que la niñita ni siquiera se removió. Chong cruzó las piernas y volvió a sentarse junto al árbol.

Benny le tocó el brazo a Nix.

—¿Quieres caminar un poco?

Ella asintió, y echaron a andar muy despacio en dirección al bosque, luego dieron vuelta justo antes de la línea de enebros y continuaron rumbo al norte bajo la sombra.

El bosque en sí era un extraño vestigio de antes de la Primera Noche. Alguna vez había sido un intrincado campo de golf que alguien había diseñado en medio de un inhóspito desierto. Algunas turbinas de viento habían sido instaladas para bombear agua desde algún sitio lejano para mantener verde el césped; pero después de la Primera Noche, las turbinas comenzaron a fallar. Benny y sus amigos habían pasado junto a una hilera de ellas para llegar adonde estaban. De las cincuenta que contaron, sólo tres seguían girando lentamente, y ésas debían haber sido suficientes para permitir que algunos árboles y plantas florecieran. Pero era evidente que la vegetación que requería más agua estaba muriendo y que los enebros y los pinos piñoneros, más adaptados al desierto, estaban tomando su lugar. Pronto sólo quedarían las plantas de desierto, y otra de las estructuras del hombre que habían sido impuestas a la tierra sería reclamada por la naturaleza.

Caminaron en silencio entre los verdes árboles, dejando atrás el hedor de la multitud de zoms. Algunas mariposillas blancas pasaron revoloteando. Una liebre de cola negra estaba sentada, casi cubierto por la hierba hasta el hombro, mordisqueando un tallo, e hizo una pausa para observarlos con aire nervioso, pero pronto volvió a su búsqueda de alimento. Alrededor de ellos, las aves del desierto cantaban y revoloteaban. Benny amaba a las aves y le señaló algunas de sus favoritas a Nix.

—Aquél es un urogallo de las artemisas —dijo—. Y mira, en aquella rama. Ésa es una alondra cornuda. Y me parece que hace rato vi un cantor de pradera y…

Su voz se fue apagando cuando se dio cuenta de que ella no lo escuchaba. Ni siquiera le daba los habituales asentimientos o murmullos de cortesía con que la gente responde cuando finge que está escuchando.

Nix estaba metida muy profundo en sus propios pensamientos, y Benny estaba al otro lado del muro. Él quedó en silencio, y ambos caminaron sin hablar durante diez minutos.

—Le pregunté a Eve de dónde venía —dijo finalmente Nix.

—¿Eh?

—Todo es muy confuso. Ella es pequeña y no comprende la mayor parte de lo que ha sucedido, y me parece que está un poco perdida, ¿sabes? Cómo en estado de shock. Algunas de las cosas que dice no tienen sentido. Creo que está mezclando sus sueños, o quizá pesadillas, con lo que sucede en realidad.

Benny señaló con la cabeza a los zoms al otro lado del largo barranco.

—Eso no es tan difícil de entender. En ocasiones ni yo mismo puedo creerlo. A veces creo que voy a despertar y a oler la comida de Tom, y después voy a bajar a desayunar. Huevos revueltos con pimientos y champiñones. Los panqués de elote de tu mamá. Jugo de manzana recién extraído y un gran vaso de leche.

Suspiró.

Nix asintió, pero no hizo ningún comentario al respecto.

—Eve dijo que vivía en una casa de un pueblo llamado Ramas Altas, en las copas de los árboles. Ignoro si eso es verdad o algo que ella inventó.

—De hecho, no es una mala idea. Los zoms no pueden trepar.

—Dijo que una noche los árboles se incendiaron y todos corrieron. Y aquí viene la parte realmente extraña: dijo que fueron “ángeles” los que llegaron a prender fuego a los árboles.

—Antes ya había mencionado a los ángeles. ¿Será otro nombre para los zoms?

—No lo creo. Dijo que los ángeles llegaron montados en lo que ella llamó “caballos rugidores”. ¿No te parece extraño?

—Sí.

—Según ella, los ángeles tenían alas en el pecho.

—¿En el pecho? —Benny sonrió ante la idea—. ¿Eso no los haría volar bocarriba?

—No es gracioso —dijo Nix—. Eve les tenía mucho miedo.

Se detuvieron a recoger algunas bayas de saúco agridulces de principio de temporada.

Mientras Benny comía, pensó en la idea de las alas en el pecho de los ángeles, y eso lo hizo recordar a la mujer que había visto justo antes de que la horda de zombis lo atacara. ¿Qué es lo que tenía bordado al frente de su camisa? ¿Era posible que fueran unas alas de ángel?

Le contó a Nix sobre ella.

—¿Estás seguro de que no era un zom?

—Sí. Raro, ¿eh? Ah, y escuché un sonido extraño mientras estaba dentro del barranco —describió el ruido del motor—. ¿Escucharon algo parecido?

—¿Un motor? —Nix se iluminó—. No escuché nada, pero… ¿podría haber sido un avión?

Benny reflexionó en ello y de mala gana negó con la cabeza.

—No. No sonaba ni remotamente como algo tan grande.

Nix parecía decepcionada, y Benny se sintió mal. Aunque él también estaba aquí en Ruina para buscar el avión, quedaba claro para todos que la búsqueda del avión era la misión personal de Nix. Su cruzada. Benny quería encontrarlo, al igual que Lilah y Chong; pero Nix lo necesitaba. Benny creía saber por qué estaba tan obsesionada con eso, pero no se atrevía a decírselo. No ahora, en todo caso.

La dejó ordenar sus propias emociones durante un momento. Ella se mordía el labio pensativamente, y entonces soltó un gruñido.

—Mmmm… motores…

—¿Qué?

—No sé, pero me hace preguntarme qué clase de sonido hacían esos “caballos rugidores”.

Él se detuvo con un puñado de bayas a medio camino de la boca.

—Vaya —dijo él en voz baja.

—Vaya —coincidió ella—. El señor Lafferty dijo una vez que aunque los pulsos electromagnéticos habían arruinado todos los motores, no existía ninguna razón para que alguien no pudiera reparar algunos. Quiero decir… vimos ese avión.

—Sí, lo vimos.

—Así que… puede ser que los caballos rugidores sean alguna especie de… no sé… autos o camiones o algo.

Benny asintió.

—No estoy seguro de que quiera averiguarlo.

Nix miró a lo lejos y no respondió. Entonces, aparentemente de la nada, preguntó:

—¿Te arrepientes?

—¿Arrepentirme? ¿De qué?

—De esto —dijo, señalando el bosque—. De dejar el pueblo, de venir aquí. ¿Lamentas que hayamos venido?

Benny se tensó. Amaba a Nix, pero sabía que ella no dejaba de ponerle trampas verbales para que él metiera la pata. Ella lo hacía demasiadas veces, y él había caído insensiblemente en más ocasiones de las que podía contar. No era una cualidad que le gustara mucho de ella, pero tampoco era ningún factor determinante. Él estaba bastante seguro de que también había cosas que él hacía que le molestaban a ella.

Así que recurrió a una de sus tácticas favoritas de dilación.

—¿A qué te refieres?

—A lo que dije —replicó Nix hábilmente—. ¿Lamentas que hayamos venido?

Benny se rellenó la boca de bayas para ganar otro segundo para pensar, y tuvo la esperanza de que otro barranco lleno de zoms se abriera de repente en el suelo justo delante de ellos.

Cuando eso no pasó, tragó, se preparó y dijo:

—A veces.

—¿Por qué?

—No hemos encontrado el avión —dijo—. Y hasta hoy, ni siquiera habíamos visto a nadie. No sabemos si vamos en la dirección correcta. Tenemos pocas provisiones, y ahora nos hemos encontrado con una horda de zoms —hizo una pausa, preguntándose qué tan cerca estaba del precipicio de “hablar de más”. Trató de arreglarlo, pero salieron las palabras equivocadas—. Supongo que no es lo que yo esperaba.

—Eso pensé —dijo Nix, y a Benny no le gustó para nada la manera en que lo dijo.

Caminaron en silencio durante otro minuto completo.

—Bien —dijo cuando ya no pudo soportarlo más—, ¿qué sucede?

—¿Con qué? —preguntó ella sin mirarlo.

—Con nosotros.

—Nada —dijo ella con firmeza—. Todo está bien.

—¿En serio? —preguntó él—. ¿Lo está?

Nix miraba fijo al frente mientras caminaban, observando las abejas y las libélulas.

—Mírame —dijo él.

Ella no lo hizo.

—Nix… ¿qué pasa? —preguntó él con delicadeza—. ¿Hice algo, o…?

—No —se apresuró a decir ella.

—Entonces, ¿qué es?

—¿Tiene que ser algo?

—Definitivamente. Has estado rara durante las últimas semanas.

—¿Rara? —ella cargó esa palabra con filosos pedazos de hielo.

—No rara rara, pero, ya sabes… diferente. Todo el tiempo estás hablando con Lilah o callada. Ya casi no platicamos.

Ella se detuvo y volteó hacia él.

—Y tú todo el tiempo andas tristeando por ahí como si se hubiera acabado el mundo.

Benny la miró boquiabierto.

—No, claro que no.

—Claro que sí —insistió ella.

—Bueno, está bien, tal vez he estado tratando de lidiar con algunas cosas. Sabes que mi hermano acaba de morir.

—Lo sé.

—Fue asesinado.

—Lo sé.

—Así que quizá necesito tiempo para superarlo, ¿alguna vez pensaste en eso?

Los ojos de Nix ardieron en llamas.

—¿Vas a darme lecciones sobre cómo lidiar con el duelo, Benjamin Imura? Tu hermano murió peleando. Mi madre fue asesinada a golpes. ¿Cómo crees que eso me hace sentir?

—Te hace sentir como basura, ¿cómo crees que creo que te hace sentir?

—Entonces, ¿qué tanto alegas?

—¿Quién está alegando? —dijo él a la defensiva—. Por Dios, Nix, lo único que hice fue preguntar qué sucedía. No me saltes a la yugular.

—No te estoy saltando a la yugular.

—Entonces, ¿por qué gritas?

—¡No estoy gritando! —gritó Nix.

Benny inhaló profundo para tranquilizarse y dejó escapar el aire lentamente.

—Nix, entiendo por lo que estás pasando. Yo estoy pasando por lo mismo.

—No es lo mismo —dijo ella en voz muy baja. Un alce asomó la cabeza por encima de un matorral de artemisa, los estudió por un momento, y luego se agachó para comer bayas de otro arbusto.

—Entonces, ¿por qué no me dices de qué se trata?

Ella lo fulminó con la mirada.

—Honestamente, Benny, a veces creo que ni siquiera sabes quién soy.

Y diciendo eso, se dio la media vuelta y se alejó dando grandes pasos, con la espalda tan rígida como una tabla. Benny se quedó boquiabierto hasta que ella casi llegaba al árbol donde Chong estaba sentado con Eve.

—¿Qué diablos pasó? —le preguntó al alce.

El alce, en su condición de alce, no dijo nada.

Descorazonado y profundamente atribulado, Benny metió las manos a los bolsillos y caminó lentamente hasta el borde del barranco para contemplar las caras de los muertos vivientes. Ellos lo miraban con sus ojos muertos, pero por alguna inquietante razón, Benny sintió que podían verlo y que de cierta forma comprendían todos los misterios que estaban cosidos como puntadas a lo largo de la piel de ese día.

Carne y hueso

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