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Benny despertó a Nix y le pidió que viniera al borde del barranco. Ella cargó a Eve, quien estaba tan profundamente dormida que colgaba como si no tuviera huesos entre sus brazos. Los inteligentes ojos verdes de Nix estudiaron la danza en el cielo de los pájaros de alas negras. Negó lentamente con la cabeza.

—Esto está mal —dijo—. ¿Hace cuánto que están dando vueltas?

—No lo sé —dijo Benny—. Al menos una hora, y hay muchos más encima del bosque. ¿Ves? —volteó y apuntó hacia el este. Había al menos veinte aves de rapiña, y otros más planeaban en las corrientes térmicas.

Chong fue quedando lentamente boquiabierto.

—Lilah… —murmuró.

—Si ella estuviera en problemas habríamos escuchado disparos —dijo Benny—. Pero alguien más…

Su voz se fue apagando al tiempo que todos voltearon a mirar a Eve.

—Oh, diablos —dijo Chong.

—O —dijo Benny, ofreciendo otra opción— podría haber otra cosa muerta por allí. Hemos visto a la mitad de los animales del Arca de Noé desde que dejamos el pueblo.

Era bastante cierto. Desde la caída de la civilización, los animales salvajes de los zoológicos y los circos habían escapado para reproducirse en Ruina. Existían rumores de toda clase de criaturas exóticas, desde ríos llenos de hipopótamos hasta manadas de cebras. Poco después de que salieron de Mountainside con Tom, tuvieron una experiencia de primera mano, al encontrarse con una malhumorada mamá rinoceronte que pisoteó todo un campo de zoms para proteger a su cría. Casi pisoteó también a Benny y sus amigos. Desde entonces habían visto monos en los árboles, jirafas, aves que no reconocían, y al menos tres especies de animales parecidos a ciervos con cuernos que ninguno podía nombrar. Y también habían encontrado huesos de animales, grandes y pequeños, muertos por los zoms, las enfermedades o los nuevos depredadores de la vida salvaje.

Benny señaló con un movimiento de cabeza el arma que Nix llevaba al hombro en un arnés de nailon. La pistola de Tom.

—¿Creen que debamos advertirle a Lilah?

Disparar dos tiros con una separación exacta de diez segundos era una señal que todos habían acordado. Si alguno de ellos la escuchaba, tenía que volver al campamento tan rápida y cuidadosamente como fuera posible. Los disparos acarreaban el peligro de atraer a los zoms que deambularan por ahí, así que sólo tenían que usarse en caso del peor escenario. La otra consideración es que se gastaban balas. Lilah tenía treinta y un cartuchos para la Sig Sauer automática que ella cargaba, y había catorce para la Smith & Wesson calibre 38 de Tom.

Nix se mordió pensativamente el labio inferior y no hizo ningún movimiento para bajar a Eve. Ella portaba el revólver, en parte porque era mejor tiradora que Benny, y en parte porque Benny sentía una aversión y desconfianza hacia las armas de fuego, que se había incrementado desde Gameland hasta convertirse en un sincero odio. El viejo psicópata, Jack el Predicador, le había disparado a Tom por la espalda con una pistola. Sólo eran herramientas para ser usadas —según el plan de la señal— como último recurso.

—No nos quedan muchas balas —dijo Nix—. Además… los disparos hacen mucho ruido, y no sabemos cuántos zoms más hay en el bosque.

Chong asintió.

—Lilah sabe cuidar de sí misma, y no le va a gustar que se dude de ella de este modo.

—Una advertencia no significa dudar de nadie —replicó Benny—. Ella ignora lo que está ahí.

—Nosotros también —sentenció Chong—. Quiero decir, pongamos un poco de perspectiva. Unos cuantos buitres son un misterio, no una catástrofe confirmada.

—Quizás —aceptó Benny dubitativamente, pero no le pidió la pistola a Nix. Por su parte, ella no parecía ansiosa por entregarla. Acariciaba el fino cabello rubio de Eve y estudiaba el cielo.

Chong abrió la boca para hablar, pero en lugar de eso se quedó helado y miró algo detrás de Benny y Nix. Por segunda vez en poco más de cinco minutos, el rostro de Chong perdió todo color, y súbitamente extrajo su bokken de su funda de lona.

Benny y Nix se giraron de inmediato; sus reflejos se habían perfeccionado por los meses de entrenamiento con Tom y las semanas de su peligroso viaje en Ruina. La espada de Benny destelló bajo la luz del sol, pero se detuvo en seco cuando su cuerpo entero se puso rígido.

—Oh, Dios mío —dijo Nix en un susurro aterrado.

No había zoms detrás de ellos.

Los zoms —incluso si fueran demasiados— serían algo que tal vez podrían manejar.

Esto era distinto. Mucho peor.

En lugar de zoms, parado a cincuenta metros de distancia, enorme, poderoso e increíblemente mortal, había un león.

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