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Para Lilah, seguir rastros en el suelo era tan sencillo como leer palabras en una página. Nada escapaba de su aguda mirada y, conforme se fue adentrando en el bosque del desierto, comenzó a catalogar las huellas que encontraba. Las de Eve eran fáciles de detectar, y provenían del este, siguiendo un camino sinuoso.

Por lo demás, Lilah redujo la velocidad y dejó de correr para ponerse a caminar y poder estudiarlas.

El bosque era más denso de lo que esperaba. Se arrodilló y tocó el suelo arenoso, y rápidamente encontró una capa más oscura y húmeda debajo. La olfateó.

Había agua allí. Una corriente subterránea o alguna otra fuente distinta a aquella de donde la extraían las torres de viento. Eve había mencionado un arroyo, y las huellas parecían provenir de la parte más densa del bosque. Eso tenía sentido. La gente tendía a asentarse cerca del agua. Especialmente en un clima como aquél.

Lilah se puso en cuatro patas para estudiar el suelo. En algunas partes, como en aquélla, había bastantes huellas, y variadas. Muchos hombres, algunas mujeres. Por el espaciado y el andar, era claro que se trataba de humanos. La mayoría de los zapatos, hasta los más rudimentarios, estaban bien reparados, y no había ningún errático arrastrar típico de los zoms.

Y no es que no hubiera encontrado señales de muertos vivientes. También las había.

Lilah se levantó, con los ojos alerta.

Hasta ahora no habían visto zoms de ese lado del barranco, pero las huellas no mentían.

Volteó hacia donde había venido, como si pudiera ver a la pequeña Eve sentada con Nix y los otros. La niña debía ser muy afortunada, pensó, al haber logrado llegar a salvo de donde sus padres acampaban hasta donde Benny la había rescatado. No tenía ninguna mordida, ninguna marca que indicara que los zoms habían tratado de lastimarla.

Eso era un gran alivio para Lilah, uno que no había compartido con Chong. Si Eve hubiera sido mordida…

Si hubiera sido mordida y necesitara ser aquietada…

Lilah ignoraba si sería capaz de hacerlo.

No a una niñita que se parecía tanto a Annie.

No otra vez.

Ajustó el agarre de su lanza y siguió adelante.

Algunos minutos más tarde se detuvo de nuevo y se arrodilló junto a un grupo distinto de rastros. No eran huellas humanas, ni marcas de zoms. No, aquéllas eran líneas rectas de rastros dentados, como de ruedas.

Pero… ¿ruedas que pertenecían a qué? Si habían sido hechas por un carro o un remolque, no había señal de lo que tiraba de él.

Apartó algunas basurillas sueltas y estudió los patrones. Las impresiones eran profundas. Lo que fuera que las había hecho era pesado, y tenía cuatro ruedas. Pensó en los muchos autos y camiones abandonados que había visto a lo largo de los años, y estas marcas no correspondían. Para empezar, las ruedas estaban demasiado juntas.

Era un misterio.

Lilah continuó su camino.

El suelo fue volviéndose cada vez más húmedo. Pronto olió agua en la brisa, y unos minutos después escuchó el suave borboteo de un arroyo. Todas las huellas y las marcas de ruedas provenían de ese rumbo.

Cinco minutos después, Lilah llegó a las orillas de un arroyo estrecho y poco profundo que corría irregularmente desde el noreste con dirección al sur. El agua era transparente y limpia, con el tipo de sabor mineral que confirmaba su sospecha de que la fuente era un río subterráneo. Bebió grandes tragos y rellenó su cantimplora.

A pesar de la posibilidad de encontrar zoms y del misterio de los rastros, Lilah se sentía relajada, satisfecha con sus habilidades y contenta en su soledad. Abrazaba cualquier oportunidad de estar sola. Así era cuando más se sentía ella misma: poderosa y normal; llevaba meses sintiéndose de todo menos normal. Excepto cuando se adelantaba a explorar una ruta para Nix, Benny y Chong, rara vez estaba sola. Eso la molestaba.

Benny y Nix a menudo decían cosas como “Debe ser genial ya no estar sola”. Y “No tendrás que estar sola nunca más”.

En un nivel práctico, Lilah podía entender que ellos tenían buenas intenciones. Que ellos pensaban que ella había sido rescatada del ostracismo. Y a un cierto grado, así había sido.

La mayor parte del tiempo, sin embargo, los lazos entre ella y sus nuevos amigos, la responsabilidad de protegerlos, de cuidarlos, se sentían como ataduras que la sujetaban. Ella no quería que nadie le importara. La última persona que le había importado era Annie.

Ella sabía que no era como las demás personas. Que no era como Benny, Nix o Chong, aunque todos ellos fueran sus amigos. La experiencia de vida de ellos era completamente ajena a la suya, así como la suya sin duda resultaba extraña para ellos.

Lilah tenía dos años cuando ocurrió la Primera Noche. Su madre estaba embarazada de Annie, y ellas quedaron atrapadas en el histérico éxodo fuera de Los Ángeles cuando los muertos se levantaron. Un puñado de supervivientes consiguió encontrar un lugar seguro a cientos de kilómetros de la ciudad, pero esa casa pronto estuvo asediada por zombis. Ninguno de los supervivientes se dio cuenta de que la mujer embarazada había sido mordida. Justo cuando su madre dio a luz a Annie, la infección la invadió hasta matarla, sólo para reanimarla momentos después como un monstruo.

Fue la primera vez que Lilah presenció cómo alguien era aquietado, aunque no hubo nada de quietud en ello. Su madre gritaba como una bestia salvaje mientras trataba de atacar a los supervivientes, quienes gritaban de miedo mientras la apaleaban con cualquier cosa que tuvieran a la mano. Lilah también gritaba. Ella gritó tanto y tan fuerte que se lastimó permanentemente las cuerdas vocales, lo que la dejó con una voz que parecía un susurro fantasmal.

Durante los siguientes días los supervivientes intentaron, uno a uno, escapar y conseguir ayuda. Ninguno regresó. El último de ellos era un hombrecillo silencioso llamado George. Él se quedó. Cuidó de Lilah y Annie. Las crio, las educó, las amó como si fueran sus propias hijas.

Mientras avanzaba entre los secos matorrales del desierto, Lilah pensaba más y más en su infancia con George y Annie. Ellos habían sido todo su mundo. Sin embargo, durante una de sus mudanzas a una nueva granja, George se encontró con un grupo de hombres armados que aseguraban formar parte de un movimiento que pretendía quitar Ruina a los muertos.

Era una mentira.

Los hombres trataron con brutalidad a George y secuestraron a las niñas, y se las llevaron a los fosos de zombis en Gameland. Ahí, Lilah y Annie eran obligadas a luchar por su vida en contra de zoms, mientras hombres y mujeres corruptos apostaban sobre quién sobreviviría. Lilah se resistía vivamente a su cautiverio, y el gigante a quien llamaban el Martillo de Detroit y sus matones la golpeaban a menudo. Aún tenía las cicatrices de sus puños, sus cinturones, sus varas.

Luego de que Annie murió, Lilah pasó los siguientes cinco años sola, viviendo en una cueva que llenó de armas y libros. Hasta que Benny, Nix y Tom la encontraron y la llevaron a Mountainside.

Tom dijo que había conocido a George en tierra salvaje, y que incluso lo había ayudado a buscar a sus dos niñas perdidas. Luego comenzaron a circular los rumores de que George había enloquecido y se había suicidado. Tom Imura pensó que era una mentira, creía que Ojo Rosa y el Martillo lo habían asesinado y habían fingido su suicidio. No es que remediara algo. George estaba muerto.

Todos esos hombres ahora estaban muertos. Ojo Rosa. El Martillo.

Y… Tom.

El sólo pensar en su nombre hacía que los ojos le escocieran.

Tom y los otros habían traído a Lilah a su pueblo. Ella se quedó a vivir con los Chong, que tenían una casa grande con muchas habitaciones. La señora Chong se dio a la tarea de enseñar a Lilah a comportarse “como una jovencita”, con todos los rituales extraños que eso significaba. La total falta de tacto, de deferencia, de modestia y de vacilación de Lilah fue una sacudida para el hogar de los Chong. Luego de un tiempo volvieron algunos de los modales familiares y de conducta que había aprendido cuando vivía con George. A regañadientes.

En muchas ocasiones, durante esos meses, a Lilah le pareció que el confinamiento a una casa y las obligaciones de la interacción social eran un trabajo demasiado duro. Le resultaba claustrofóbico. Era aterrador, porque cada día había un centenar de ocasiones en que las cosas que ella decía les importaban a otras personas. Las cosas de las que hablaba les causaban mucho dolor, como si fueran puñetazos. Era confuso para ella. Tantas veces había empacado sus pocas pertenencias —sólo ropa y armas— y se había preparado para escapar a hurtadillas en la oscuridad de la noche.

Pero nunca lo hizo.

En parte porque quería pertenecer a una familia. La pérdida de George y Annie había sido demasiado atroz, incluso después de todo ese tiempo. Era como si los cazarrecompensas literalmente le hubieran arrancado una parte de su cuerpo; todos los días podía sentir la pérdida.

Pero había otra razón para quedarse.

Durante sus años de aislamiento, Lilah había leído cada novela que había podido encontrar, desde Sentido y sensibilidad hasta Dime, ¿qué significa para siempre? Ella entendía el concepto de romance, del amor romántico. De la atracción emocional y física. Ella era extraña, eso lo sabía, pero seguía siendo una adolescente. Una jovencita.

Aun así, no estaba preparada para el momento en que descubrió que Lou Chong había desarrollado “sentimientos” por ella. Era un concepto absurdo. Él era un simple pueblerino. No un cazador, ni un guerrero. No sobreviviría ni una noche solo en Ruina.

Y sin embargo…

Lilah no quería albergar sentimientos por Chong.

Ella hubiera preferido estar con Tom Imura.

Hasta lo abordó una vez, una noche de invierno cuando nadie estaba cerca. Entró y le dijo “Te amo”.

En las novelas que leía, eso normalmente bastaba. El héroe quedaba subyugado por la honestidad y la franqueza del atrevido anuncio de la heroína.

Lo que Tom replicó fue:

—Vaya, Lilah. Qué manera de empezar una conversación. Creí que habías venido a buscar a Benny o a Nix.

—Ellos salieron —le dijo—. Esperé hasta que se fueran.

—Bieen —continuó Tom. Estaban parados en la cocina. Él tenía una taza de café en la mano. Afuera estaban a cero grados y nevaba ligeramente—. ¿Y esperaste afuera en plena tormenta?

—Sólo es nieve.

—Bien —repitió él—. Bueno, así está la cosa, Lilah. Sé que te gusta que la gente sea directa contigo, así que eso es exactamente lo que voy a hacer. Ignoro si va a herir tus sentimientos, pero creo que es absolutamente necesario que pongamos todas las cartas sobre la mesa. ¿Entiendes esa expresión? ¿Las cartas sobre la mesa?

Ella asintió.

—La verdad, sin esconder nada.

—Bien. Entonces, aquí va. Yo te doblo la edad.

—¿Eso qué importancia…?

—Shhh, déjame hablar. Hagamos esto de la manera correcta, ¿quieres?

Lilah no tenía respuesta para eso. El momento no se había convertido en lo que ella esperaba. En los libros, el héroe envuelve a la heroína en sus brazos y se besan. Lilah nunca había besado a nadie fuera de Annie y George, y ésos habían sido besos en la mejilla. No los feroces sobre los que había leído. La clase de besos en los que el mundo se sale de su eje y la heroína siente que va a desmayarse. Lilah no sabía realmente lo que eso significaba, pero quería descubrirlo.

Lo que Tom dijo fue:

—Lilah, tú eres mi amiga. Eres una chica muy hermosa, de eso no cabe duda. Eres fuerte, inteligente, encantadora y te preocupas por la gente. Todas ésas son cualidades asombrosas. Si tuviera la edad de Benny, sin duda sería uno de los cien chicos que se enamorarían locamente de ti. Pero eso no va a suceder, y por un par de muy buenas razones. Primero, yo soy un adulto y tú eres una adolescente, así que hay ahí toda clase de inconvenientes legales y morales, y no soy el tipo de hombre que está interesado en cruzar esas líneas. Ni ahora ni nunca.

Lilah no respondió nada a eso. Era una razón estúpida, y ella estaba segura de que podría hacerla a un lado de una patada.

—Segundo, aunque sea un papel autoimpuesto, yo estoy encargado de protegerte. Eso significa que tengo que aconsejarte para que no tomes malas decisiones. Si hubieras venido a decirme que estabas enamorada de alguien más, de algún otro adulto, te habría dado el mismo consejo: no lo hagas.

Ella también ignoró eso. No había quién la protegiera cuando vivía sola en Ruina, y no creía necesitar de alguien que tomara decisiones por ella. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír desdeñosamente.

—Tercero, y lo más importante de todo… yo no te amo de ese modo, Lilah. No lo hago ahora, y no lo haré después.

—¿Por qué no? —preguntó Lilah. Su tono era feroz; su postura, agresiva.

Tom dejó la taza de café y contempló largo rato a través de la ventana el caer de la nieve. Cuando volvió a mirarla, sus ojos estaban llenos de más tristeza de la que Lilah hubiera visto jamás en los ojos de alguien.

—Porque ya estoy enamorado de alguien, Lilah —dijo quedamente. Había espinas y vidrios rotos en su voz.

—¿De quién? —preguntó Lilah.

—De la mamá de Nix. De Jessie Riley.

Lilah parpadeó.

—Pero… la madre de Nix está muerta. Charlie Ojo Rosa la mató.

—Sí —afirmó Tom—. Charlie la golpeó tan salvajemente que ella estaba agonizando cuando la encontré. Yo la sostuve mientras moría, Lilah. La sentí partir, cómo se detenía su corazón. Sentí su último aliento sobre mis labios.

Una sola lágrima rodó por la mejilla de Tom.

—Amaba a Jessie Riley con todo mi corazón.

—Yo… —comenzó a decir Lilah, pero Tom sacudió la cabeza.

—No —se limpió la lágrima con los dedos y observó la humedad largo tiempo—. Tuve que usar una astilla para evitar que regresara.

—Oh…

—Sabes —dijo Tom en voz baja—, este año, durante el festival de primavera, iba a proponerle matrimonio. Benny y Nix no saben eso. Hay un platero en Haven que estaba haciendo el anillo.

Él resopló e inhaló profundo.

—Jessie tenía mi corazón, Lilah. Y… cuando murió, creo que una parte de mí murió con ella —negó con la cabeza—. Pienso que nunca volveré a amar a nadie. No de ese modo.

—En los libros —protestó Lilah—, la gente sana. Lo superan.

—Otras personas, quizá —dijo Tom—. Pero… esos libros fueron escritos antes de la Primera Noche.

Fue lo último que dijo al respecto. Lilah se quedó para tomar una taza de café, pero ambos se sentaron a la mesa y observaron las cosas al interior de sus propias cabezas y no se dijeron nada. El café de Lilah estaba frío e intacto cuando ella salió de la casa, y nunca más volvieron a tocar el tema.

En algún lado, de algún modo, durante las largas semanas posteriores a la conversación con Tom, el corazón de Lilah cambió. Se deshizo del deseo por Tom, aunque de una manera distinta lo amó más que nunca. Siempre lo haría.

Ahora Tom estaba muerto.

Caminó a lo largo del arroyo, obligándose a concentrarse en su misión.

No obstante, se preguntaba si, ahora que Tom también se había ido, habría un lugar donde él y la señora Riley estarían juntos otra vez. La comprensión de Lilah de sus propias creencias espirituales era muy inmadura, pero quería que Tom y Jessie Riley estuvieran juntos. Tom se lo había ganado.

Si eso podía ser verdad, entonces tal vez había un lugar donde George y Annie estaban juntos. Él estaría acostado bajo un árbol, pelando una manzana, y ella estaría riendo mientras perseguía mariposas en un campo iluminado por el sol, donde no había muertos vivientes ni hombres malvados.

Ésa era la razón por la que Lilah no temía a la muerte. Tantas personas que ella amaba la esperaban ahí.

Lilah siguió caminando a lo largo de la orilla fangosa del riachuelo, pero redujo la velocidad y luego se detuvo por completo. La ruta delante de ella se había vuelto invisible. No estaba oculta por las sombras, ni se había terminado porque la tierra suelta hubiera dado paso a la roca. No, era simplemente que Lilah no podía ver nada por las lágrimas calientes que hervían en sus ojos y le quemaban al rodar por sus mejillas.

Carne y hueso

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