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Diferencia y alteridad

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En los trabajos incluidos en esta segunda sección predomina un abordaje antropológico de los objetos de reflexión. Y sea que se adopte en éste una perspectiva naturalista, culturalista o fenomenológica, a los tres textos los anuda también la temática de la otredad; cada uno de ellos respondiendo a preocupaciones distintas, pero en ningún caso motivadas sólo por un interés teórico. Reflexionar en torno al otro importa porque todos somos otros, porque en el transcurso de nuestra existencia encarnamos algunas de las diferencias constitutivas de las diversas figuras del otro, y porque también nacemos, vivimos y morimos entre otros, de los cuales depende —al igual que de nuestro ser otro para otros— la manera de vivir y de morir.

El primer ensayo de la sección, a cargo de Luis E. Ortiz, podría interpretarse como una provocación en tiempos como los que ahora corren, de mayor circulación y de amplia aceptación de las ideas socioconstructivistas en materia de sexualidad y de relaciones de género. Esto porque la problematización desarrollada en el texto se decanta a favor de una explicación naturalista–evolucionista de la naturaleza humana, en general, y de las respectivas diferencias psicológicas entre varones y mujeres, en particular. No obstante, el argumento también sugiere que de tal hipótesis no se sigue ninguna justificación moral y política de las prácticas que oprimen a la mujer, y que aquélla aún reserva cierto espacio para explicaciones en términos del medio social; mientras que, por su parte, el determinismo socioconstructivista pasa deliberadamente por alto la dimensión biológica. En resumen, el trabajo es un llamado a no prescindir de los aportes de la biología en este orden de cuestiones teóricas y prácticas.

El segundo trabajo de esta sección, a diferencia del anterior, inscribe su argumento en la dimensión estrictamente sociocultural. Su autor, Luis Fernando Suárez Cázares, se ocupa del problema de cómo concebir al otro, al diferente, así como de explorar las condiciones para un diálogo intercultural genuino. Con este cometido, en un primer momento el texto encadena descripciones precisas de los conceptos implicados en la pregunta por la posibilidad de un diálogo intercultural, para en un segundo momento sacar conclusiones respecto de esta última cuestión. Éstas no son ingenuas ni complacientes, pues el argumento concluye que, sin una transformación de algunas características actuales del contexto global —como la persistente asimetría de recursos y poderes entre los diferentes países y zonas del mundo— el reconocimiento recíproco que figura como primera condición de la interculturalidad no será posible. Habría, entonces, algo así como condiciones para las condiciones del diálogo intercultural, y serían las primeras que requerirían un impulso reconstructivo.

El tercer ensayo, firmado por Carlos Gutiérrez Bracho, puede leerse en primera instancia como una semblanza sobre María Zambrano, enfocada en su experiencia de exilio; pero es más que eso, porque esta vivencia cimbró tan profundo en la vida de la filósofa española que devino para ella revelación ontológica. Así, el exiliado adopta en su pensamiento la figura del otro. No de todo ni de cualquier otro, sino del otro liminal, condenado a existir sin fundamento, excluido de las tierras y patrias que contienen a los que sí tienen lugar. Primero Zambrano se reconoce en la mirada de un cordero que es llevado a una suerte incierta. Comienza su exilio. Después —por no dejar nunca de ser ese cordero— puede identificarse con otras figuras marginales, como bobos y payasos. Ella quiere que no vuelva a haber exilios; aunque paradójicamente ama su propio exilio, ya que logró aceptarlo de corazón aun sin haberlo buscado. Con estas coordenadas el ensayo introduce la fenomenología del exilio elaborada por la filósofa que vivió más de cuatro décadas fuera de su tierra natal.

Ética, hermenéutica y política

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