Читать книгу Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales - Jorge Enrique Esguerra Leongómez - Страница 9

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Los procesos de poblamiento y urbanización que se produjeron en la región centroccidental de Colombia1 en el siglo XIX, que fueron protagonizados principalmente por antioqueños, son temas que, en términos generales, han atraído la indagación de investigadores de las ciencias sociales –particularmente de los historiadores, economistas, sociólogos o antropólogos–, de la que se pueden extraer invaluables enseñanzas acerca de cómo se desarrollaron esos procesos en un lapso específico, cuáles fueron sus móviles, cómo se interrelacionaron los diversos agentes para su cometido, cuáles fueron las instituciones que las condicionaron, etc. Pero, a pesar de los esfuerzos por integrar las diversas disciplinas que necesariamente confluyen en su interpretación, siempre quedan vacíos, provenientes, la mayoría de ellos, de la escasa importancia que se le da a establecer la relación entre la sociedad que genera el poblamiento y el territorio que la acoge, principalmente en sus aspectos geomorfológicos; porque, además de los factores de clima, vegetación y demás variables que condicionan la adaptación ecosistémica, las formas que genera la especificidad geográfica, es decir, el relieve, el curso de los ríos, los espacios que acogen y favorecen la producción o la habitación o los que la rechazan, son determinantes en el análisis pertinente. Pero, con mayor razón, existen deficiencias en el estudio de los asentamientos que, con el tiempo, gracias a su ‘vocación’, se consolidaron como centros urbanos y permanecieron vinculados a desarrollos disímiles. Así, las investigaciones tendientes a esclarecer el fenómeno urbano que produjeron las gestas migratorias han sido, en verdad, escasos, por no decir que inexistentes, y algunas veces han incurrido en graves deformaciones, porque se han desconocido las particularidades del medio geográfico del centroccidente de Colombia como definitorias de los cauces del poblamiento y de la génesis de los poblados.

Por eso, dentro del objetivo de profundizar en los aspectos relativos a la ciudad de la región que le es inherente, la del “Eje Cafetero”, esta investigación responde a las motivaciones que, en su momento –finales de la década de los noventa del siglo XX y principios del nuevo milenio–, el Grupo de Trabajo Académico de Patrimonio Urbanístico y Arquitectónico de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Manizales, venía adelantando para trabajar la problemática urbana de las migraciones del siglo XIX, de las que la denominada “colonización antioqueña” es la más relevante. Esa indagación avanzaba en forma puntual y circunscrita a casos muy particulares, como los de Manizales y Salamina; por eso, con el objeto de lograr una visión más amplia y, sobre todo, integradora, los cometidos fundamentales que propusimos para esta investigación fueron los siguientes:

1. Profundizar en la espacialización de los procesos de poblamiento y urbanización que hasta ahora han sido considerados como fenómenos que se desarrollaron en gran medida, y casi en forma exclusiva, en la coordenada temporal;

2. Responder a las preguntas de cómo y dónde surgieron, y cómo se desarrollaron las ciudades que fundaron los protagonistas del poblamiento; y

3. Entender las claves de esa historia urbana particular, que obedecieron a factores tan diferentes de los de hoy, porque su pervivencia ocurrió hace ya entre uno y dos siglos.

De igual manera, parte del objetivo de este trabajo se orienta a encontrar los soportes que justifiquen su realización, por tal razón, se hace necesario esclarecer la comprensión de la realidad urbana actual, para lo cual se esbozan algunos elementos de la situación cultural contemporánea del llamado Antiguo Caldas que nos sirvan de guía para el análisis historiográfico.

En los inicios del siglo XXI, observamos una serie de aspectos complejos y contradictorios relacionados con la región centroccidental del país; muchos de ellos afirman una particular tradición cultural y productiva reconocible incluso a nivel internacional; otros, de nueva data, sumamente preocupantes, relacionados con la crisis que ha envuelto a la economía, en general, y a la caficultura, en particular. Pero lo que es importante para el objeto de esta investigación es resaltar que tales aspectos repercuten de manera especial en las jerarquías y en las estructuras físicas de nuestras ciudades y campos. En verdad, desarrollos, si se quiere vertiginosos, que se produjeron a finales del siglo XIX y principios del XX en el Antiguo Caldas y su área de influencia, siempre comandados por la preeminencia económica y política de Manizales, se han tornado actualmente en tendencias opuestas, signadas por la involución productiva y los desequilibrios sociales y sectoriales. Ya no es la actual capital de Caldas la que traza los derroteros, sino que otras ciudades, como Pereira y Armenia, le han disputado –e incluso, arrebatado–, el dominio regional; tampoco se conserva el predominio del eje Yarumal-Manizales, que hace casi un siglo era el más importante del país, incluida Bogotá. Las poblaciones de la montaña –como Sonsón, Aguadas o Salamina– ya no desempeñan el liderazgo ni la dinámica de otras épocas. Los principales ejes de circulación terrestre se han desplazado de las cumbres andinas a las troncales carreteables sobre las márgenes de los ríos. Las bonanzas y las depresiones económicas, ligadas estrechamente al monocultivo cafetero, en últimas, deciden los cambios y las permanencias de ese organismo vivo que se ha construido en dos siglos de intervenciones antrópicas sobre ese territorio, especialmente en las ciudades donde la segregación y la fragmentación son las constantes. Pero, sobre todo, la noción de ‘cultura urbana’, tácitamente anunciada durante su incesante construcción de muchos años, desde cuando los emigrantes se propusieron fundar ciudades, hoy es un ente inasible y desdibujado en el que una ruralidad descompuesta se impone en los cada vez más grandes e incontrolados conglomerados ‘urbanos’.

La idea de ‘progreso’, que signó los derroteros de las ciudades caldenses durante su incipiente historia, particularmente en lo que respecta a su apariencia física, estuvo siempre dirigida a interpretar los paradigmas universales desde cuando se asomaron al mundo por medio de los negocios, primero de importación de mercancías y después de exportación de café. París y Londres fueron los modelos por imitar, y por intermedio de esa relación se intuyeron formas y maneras de hacer, sentir y pensar que, transpuestas a las realidades regionales y locales, originaron choques e incompatibilidades previsibles. La adaptación de tales modelos a las condiciones ecosistémicas de la región produjo resultados de innegable valor cultural, entre ellos, los que tienen que ver con la arquitectura y el urbanismo. Hoy, por ejemplo, es reconocida a nivel internacional la construcción del hábitat de la región centroccidental de Colombia, sustentada sobre sistemas constructivos de bahareque, considerada como una “cultura sísmica local” que ejemplifica una manera de hacer arquitectura sustentable, cultura regional que, sin embargo, ha permitido interpretar y asimilar muy particularmente las influencias estilísticas que han caracterizado las diferentes épocas de la historia. Hoy ese patrimonio es amenazado por el inexorable paso del tiempo, aunque no en la dimensión y en la gravedad como lo ha hecho la destrucción propiciada por las fuerzas del mercado que interpretan muy amañadamente la noción de ‘progreso’.

Por consiguiente, consideramos que el estudio de las condicionantes de orden histórico, junto con las determinantes de carácter geográfico de la región objeto de estudio, deben aportar al conocimiento de la esencia de nuestro sistema ambiental urbano y contribuirán, necesariamente, en la construcción de los desarrollos del área, en la medida en que se entienda que integrando su inmenso legado cultural en los planes y proyectos regionales y locales se agregará un valor indiscutible a sus potencialidades. Ya se piensa, por ejemplo, en el turismo, actividad que redundará, sin duda, en esos desarrollos, es decir, el patrimonio tangible e intangible puesto al servicio de una fuente de ingresos y de una inversión para el futuro. Pero lo importante es que no se sustraigan los procesos productivos y culturales de la vida misma ni de las comunidades, que deben ser las que trasmitan sus significados. El turismo ha de ser entendido no como un acto museístico y eminentemente contemplativo que considera congeladas unas formas de vida, sino como aquel que aprecia integradas las potencialidades de desarrollo, acordes con el siglo XXI, con las particularidades que han definido el carácter y el alma de nuestras ciudades y campos. Al respecto, como resultado de los estudios que las universidades Nacional de Colombia –en el ámbito del paisaje construido– y de Caldas –en el del paisaje natural– han aportado para la valoración de la región, la UNESCO acogió, en 2011, la declaratoria del paisaje cultural correspondiente, con el nombre que a nivel internacional tuviera mayor reconocimiento: ‘cafetero’. Así, preocupa que, al ser nominado “paisaje cultural cafetero”, se destaquen o se consideren únicos los rasgos culturales del cultivo del grano y se mitiguen, cuando no se excluyan, los otros valores que han construido la identidad de la región, y como resultado se convierta ya no en un ‘paisaje’ con sus vivencias productivas y culturales, sino en otro, que es un instrumento del turismo mal entendido, tal como está sucediendo en el Quindío: turismo para ver un museo, porque el turismo es “la industria” que ha pretendido reemplazar la producción cafetera en declive.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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