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Las posiciones más recientes. Entre la leyenda rosa y la novela negra

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En los últimos años han proliferado los estudios sobre la “colonización antioqueña”, todos basados en la tesis de Parsons, ya sea para apoyarla o para refutarla. Con anterioridad a estos, además de los textos pioneros de Alejandro López y Luis López de Mesa, se destacan el pormenorizado e integral trabajo de Antonio García, Geografía económica de Caldas (1936), y los valiosos análisis económico-sociales de Otto Morales Benítez consignados en Testimonio de un pueblo (1951). Todos estos trabajos muestran un gran apego hacia el carácter comunitario de la gran mareada colonizadora y son fieles a las fuentes orales de sus protagonistas. Pero a partir de la década de los setenta del siglo pasado, los aportes documentales, por una parte, y la atmósfera político social que imperaba, por otra parte, llevaron a muchos historiadores a optar por una mirada diferente y aun a forzar los hechos históricos para acomodarlos a una tesis específica, tal como lo hiciera en su momento José Fernando Ocampo en su obra Dominio de clase en la ciudad colombiana (1972), postura que el propio autor ya no defiende. En gran medida, se dirigieron a desmontar la “novela rosa” sobre la colonización antioqueña, en una crítica abierta o velada a Parsons. Los trabajos de Jorge Villegas y Luisa Fernanda Giraldo se dirigen, en mayor o menor medida, a ese objetivo y abren un indudable campo de indagación sobre el tema.

Cuarenta años después de haber escrito su obra, James Parsons (1989) volvió a Colombia y, seguramente al conocer la fuerte crítica que se hacía a su trabajo, dejó consignadas estas frases:

Me equivoqué en varios puntos y me faltaron otros (...) Jorge Villegas y otros han mostrado que eran algo románticas mis presunciones acerca de la ‘sociedad democrática’ de pequeños propietarios o colonos y las virtudes sencillas de la vida campesina tradicional (‘la vida maicera’) de estas montañas. Parece, por ejemplo, que el acceso libre a la tierra para peones era bastante raro. El papel de los capitalistas y patrones y la especulación en tierras tuvo más énfasis del que recibió. El hecho es que las leyes draconianas contra la vagancia obligaron a hombres sin empleo a emigrar a la frontera como peones (...) En mi busca de lo positivo y por darle énfasis tal vez he contribuido un poco a un ‘mito’ o ‘leyenda rosa’ en relación con los antioqueños. (Parsons, 1989, pp. 17-21)

A pesar de su posición autocrítica, mantiene su visión enfática sobre “la originalidad” y el “particularismo de los paisas”, como definidos por un marco paisajístico distinto:

Un visitante con ojos vendados debe saber que está en tierra antioqueña por sus aldeas situadas como miradores en lomas de cuchillas, la dominancia de los pequeños propietarios, su arquitectura y jardines, su ganado blanco oreji-negro, su traje típico del campo con carriel, alpargatas, sombreros de paja y machete, su manera de hablar y otras peculiaridades del antioqueño de pura cepa. (Parsons, 1989, pp. 21-22)

Más recientemente, algunos textos contribuyeron en gran medida a desmontar la novela rosa. Uno, El café en Colombia 1850-1970, de Marco Palacios (1983), en el que demuestra cómo, al estudiar la historia de la caficultura en Colombia, el resultado de los procesos de apropiación de la tierra no fue propiamente equitativo en la región caldense, pese a que reconoce que

…sería muy difícil eclipsar esos hechos que conformaron en la sociedad de colonización antioqueña un ethos más igualitario que el predominante en los altiplanos o en la costa Atlántica. Un ethos del hacha, el esfuerzo y el logro.

Y agrega:

Pero también sería imperdonable olvidar otros aspectos que fueron tan sustantivos para la conformación de aquella sociedad, hasta el punto de [que] su ocultamiento es la razón de ser de la fábula de la colonización antioqueña que, manipulada ideológicamente, quiere hacernos creer en una Arcadia decimonónica y en una sociedad contemporánea que seguirá gozando de todas las ventajas, o al menos de la mayoría de [las] ventajas que se derivan de una distribución de la tierra y las oportunidades económicas y políticas. (Palacios, M., 1983, p. 294)

Para finalmente concluir:

La estructura de tenencia [...] no puede calificarse de democrática o igualitaria. El contexto en que se verificó la apropiación de baldíos en la sociedad de colonización antioqueña indica por el contrario características análogas al resto del país. (Palacios, M., 1983, p. 315)

Otro texto que enfrenta a Parsons es el del canadiense Keith H. Christie (1986), quien en su libro Oligarcas, campesinos y política en Colombia sostiene que

La visión igualitaria y democrática de James Parsons, de unos campesinos descalzos y enruanados que lograron derrotar a los latifundistas, ha comenzado a ser cuestionada por algunos autores. Se ha puntualizado que los comerciantes ricos no sólo cultivaban la tierra de frontera para su propio beneficio, sino que poseían enormes concesiones de tierra, parte de las cuales eran consideradas por ellos como tierras para ser vendidas a los eventuales colonos con un pingüe provecho. (Chistie, 1986, p. 25)

Christie hace además un estudio acerca de cómo las oportunidades económicas están respaldadas por actuaciones del poder oligárquico concentrado en unos pocos apellidos que se han establecido tradicionalmente en la región. Ciertamente, el historiador canadiense se introduce y profundiza en un tema que ya había sido esbozado por Parsons: el de la endogamia que caracterizó particularmente a Antioquia desde la Colonia. En esta misma línea apunta la obra La endogamia en las concesiones antioqueñas, de Vicente Fernán Arango Estrada (2001), la que demuestra, en un riguroso análisis genealógico desprovisto de cualquier interés en el origen del pueblo antioqueño, cómo unas pocas familias han mantenido el control sobre la tierra desde que los soberanos españoles se las concedieron y cómo ese control también se replicó en las zonas de colonización del sur.

Sería interminable reseñar toda la literatura existente sobre la colonización antioqueña. Basta con agregar que hay autores con mirada crítica, pero que no se sienten atraídos hacia lo que llaman “leyenda negra” sobre el tema. Así lo hace expresamente Albeiro Valencia (1989), y también muchos otros en forma tácita, como Ricardo de los Ríos y Eduardo Santa. En efecto, por la rigurosidad con que abordan los asuntos históricos, acaban de una u otra manera no solo rechazando la “novela rosa”, sino que crean una narrativa que tiene el mérito de descubrir la enorme contradicción social y económica de los procesos migratorios. Al respecto, es importante citar al historiador antioqueño Roberto Luis Jaramillo, quien, en un análisis descarnado de tales procesos, basado en fuentes documentales de inmenso valor, devela “la otra cara de la colonización antioqueña”.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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