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El sentido práctico de la traza de ciudades

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Un aspecto que es necesario considerar es el que corresponde al pragmatismo que estuvo presente en los trazados fundacionales y que fue la constante en la historia de la ‘planificación’ de ciudades y, particularmente, en los procesos urbanos españoles. En verdad, a pesar de las teorías, las Ordenanzas y los rituales que concretaban ideales políticos y religiosos, el acto de trazar una población era un hecho eminentemente práctico6, realizado la mayoría de las veces por comandantes sin instrucción ni cultura urbana, aventureros, forajidos e incluso muchos analfabetos. Había que demarcar el “espacio” civilizador, la futura área urbana.

Marcación del territorio americano, pues es eso, ‘marcación’ más que ‘fundación de ciudades’: acotamiento del espacio geométrico (plaza, calle), y la localización de un punto tangible de orientación, formando un ‘accidente geográfico’, un signo legible dentro de la extensión ilimitada. (Arango, 1989, p. 41)

Y para trazar o marcar el área no hacía falta sino un cordel, a veces una regla de vara y algún instrumento para ‘trazar’ en un papel o en la tierra un esquema, y alguna perspicacia para definir la localización y la orientación del poblado. Porque, además, era una cosa sabida: estaba en la memoria de quienes poblaban, porque habían vivido o conocían ciudades regulares y había alguien en la expedición colonizadora que tenía alguna experiencia fundadora en aquella red de poblados. Ese era el saber que requería cualquier oficio en la premodernidad: saber que no variaba en lo fundamental, que era trasmitido de maestro a aprendiz y de generación a generación. Por eso, así las Ordenanzas en la letra fueran muy precisas y rigurosas en muchos aspectos, en la práctica, y específicamente en lo que tenía que ver con el trazado, se aplicaba lo que se conocía –las Ordenanzas daban por sentada la traza regular–, y si se introducían variaciones, estas respondían más a las particularidades físicas del lugar que a intenciones del fundador, que de todas maneras algunas veces se produjeron. Al respecto, es importante puntualizar que los españoles eligieron para la fundación generalmente los lugares llanos: en litorales, valles y altiplanos. Las ciudades sobre terrenos inclinados o de ladera fueron la excepción.

La cuadrícula se debía imponer, además, para facilitar la delimitación equitativa de solares entre los diferentes estamentos y rangos de los fundadores. Por eso el rectángulo era propicio para concretar lo que Jacques Aprile-Gniset, el historiador de la ciudad colombiana, describe como el “traslado a América de la propiedad privada”; y puntualiza:

A un nuevo contenido social, en este caso caracterizado por la exaltación de la propiedad privada del suelo, corresponde una forma que la debe respaldar y garantizar [...] el diseño urbano basado en la geometría del ángulo recto se convierte en la negación y contrario del diseño americano prehispánico usando la curva, y privilegiando el círculo: ignorando mojones y linderos. (Aprile-Gniset, 1991, p.p. 197-198)

Pero la cuadrícula deseada, muchas veces resultaba en la realidad una retícula irregular, dado que los ángulos muy pocas veces se lograban en los presupuestados noventa grados, como en el caso de Santa Fe de Antioquia (ver figura 5). Y eran raros los trazados complejos que incluyeran, por ejemplo, diagonales, así como no se concibieron nunca grandes ejes jerárquicos; los escasos rasgos innovadores pudieron provenir de artífices instruidos con vasta experiencia. Pero la diferencia entre el común de las fundaciones y aquellas que dejan apreciar alguna intención académica o estética es abismal, hasta el punto de que, a pesar de las particularidades impuestas por los accidentes del lugar, se ha considerado que existe un solo tipo de traza-modelo, el reticular, y como constantes, los elementos por ordenar: plaza, calles, manzanas, iglesia y cabildo; como variables, la geometría de las manzanas y su patrón de subdivisión en solares, la relación tópica plaza-iglesia7 (Salcedo, 1996, p. 64) y otros eventuales, como la inclusión de murallas. El tamaño de la plaza, las calles, las manzanas y los solares eran del resorte de otro tipo de experiencias y de condiciones climáticas, de normativas y de costumbres que se sobrepusieron a la concepción común básica de la retícula, que es una acción eminentemente práctica. Como bien señala Salcedo, la significación de la ciudad en América no precisó de tratadistas:

estaba en el interior de cada hombre, formaba parte de su pensamiento, entre mágico y religioso, que lo impelía a consagrar el territorio que conquistaba y poblaba, única forma que deviniera real. Desde la elección del sitio de la fundación hasta el reparto de los solares entre los vecinos es posible encontrar esta forma de pensamiento totalizador, unificador de lo práctico y lo sagrado. (Salcedo, 1996, pp. 48-49)


Figura 5. Traza de Santa Fe de Antioquia

Fuente: Colcultura (1996).

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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