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De la ciudad conquistadora a la colonia agrícola

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En el siglo XVII la situación comenzó a cambiar en Antioquia con el desplazamiento incipiente de las actividades productivas hacia el valle central de Aburrá y hacia los altiplanos del norte y el oriente. La minería continuó siendo el factor determinante en ese desplazamiento, especialmente en el norte, en el Valle de los Osos, donde empezaron a darse grandes concesiones a los mineros y, posteriormente Cédulas Reales de Minas que dieron origen a las primitivas poblaciones que se desarrollaron sin arte, sin comodidades y sin higiene. Como su longevidad dependía de la suerte que corrieran las minas, no llegaron a florecer sino muy pocas. Algunos de estos villorrios, calificados como “sitios” o “partidos”, llegaron con el tiempo a convertirse en viceparroquias y parroquias, y fueron los gérmenes de muchas ciudades importantes en los siglos XVIII y XIX (Marcos, 1952, p. 18).

Pero existió un hecho significativo: el Valle de Aburrá, caracterizado por la fertilidad de sus tierras, le permitió a la “villa” de Medellín, situada en él, consolidarse como centro de aprovisionamiento de alimentos agrícolas para los centros mineros (ver figura 8). Los historiadores que han realizado estudios sobre la génesis de esta ciudad coinciden, desde Manuel Uribe Ángel, en que con anterioridad a su fundación “muchas ilustres familias españolas habitaban como patriarcales los caseríos extendidos a lo largo y ancho del fecundo valle” (Uribe, 1885, p. 124). Es decir, que, en 1675, año en que se le ha atribuido su fundación, allí no existían prácticamente pueblos de indígenas, porque se los había exterminado casi por completo, y quienes allí estaban asentados eran españoles que cultivaban “fundos rurales” con una rudimentaria reducción indígena asentada en lo que hoy es El Poblado. Según Frank Safford, con la decadencia de los yacimientos mineros de los distritos iniciales sobre los ríos Cauca y Nechí, a mediados del siglo XVII,

los antioqueños emprendieron la colonización del área ubicada al oriente de Santa Fe (de Antioquia). Se establecieron inicialmente en el Valle de Aburrá que, si bien, carecía de minas, estaba bien dotado de recursos para la agricultura. Con el correr del siglo y desde la década de 1630 el Valle de Aburrá empezó a suministrar comestibles a los nuevos campos mineros que se estaban desarrollando hacia el norte, en Santa Rosa de Osos, y hacia el oriente, en los alrededores de Rionegro. (Palacios y Safford, 2002, p. 124)

Este fenómeno fue el que produjo “la creciente importancia del Valle de Aburrá” y el que “llevó a los colonos a fundar el nuevo pueblo de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín” (Palacios y Safford, 2002, p. 124).


Figura 8. Mapa del centroccidente de Colombia durante la Colonia. Circunscripción de la ciudad de Arma

Fuente: elaboración propia a partir de Uribe (1885) y Jaramillo (2003). Base cartográfica: IGAC.

Diseñador visual Ricardo Castro Ramos.

A lo que asistimos, después de más de un siglo de la incursión conquistadora en Antioquia, es a un evidente cambio en la orientación y en los sustentos productivos de las nuevas ciudades. Ya no eran conquistadores, sino “colonos”, quienes fundaban un poblado, y allí no existía ninguna motivación de orden militar ni político: los agricultores actuaron con el criterio de crear un centro de abastecimiento para las minas del norte y el oriente, es decir, fundaron una colonia agrícola14. Igualmente, allí ya no existía una plaza de armas ni probablemente se hincaba la picota, sino que se disponía de una plaza de mercado que cumpliera con su nueva función (García, 1937, p. 22). Esto en Antioquia es muy particular, por cuanto la vida económica de esa provincia se había caracterizado exclusivamente por el oro hasta ese acontecimiento, y las fundaciones de ciudades se habían realizado con la motivación económica de las minas. También es muy peculiar el hecho de que se diluyera un tanto la figura del protagonista de esa decisión y, además, propietario de los terrenos de la fundación, en este caso, el alférez Alonso López de Restrepo y Méndez Sotomayor (Arango, 2001, p. 24), y lo que queda claro es que la fundación no fue unipersonal, sino un acto fundamentalmente colectivo que indudablemente iba a beneficiar al conglomerado de colonos y a legitimar sus propiedades. Otro hecho significativo de esa fundación es que no estuvo ligada tampoco a la gran hacienda como fue característica en las regiones del Alto Cauca y la sabana de Bogotá. La estructura de la propiedad era eminentemente campesina, y no se llegó a concentrar allí la tierra como en otros lugares de Antioquia; este hecho, junto con su papel de abastecedora de las regiones mineras, debió incidir en un incipiente desarrollo del mercado interno, donde el comerciante pudo afincarse y comenzar a construir su prestigio. De todas formas, el poblado continuó dependiendo de Santa Fe de Antioquia y, según Uribe Ángel, progresó con suma lentitud durante los siglos XVII, XVIII y principios del XIX, a pesar de sus favorables condiciones. De tal manera que, dos decenas de años después de la Independencia, la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria era una población de reducida importancia (Uribe, 1885, pp. 124-125); Solo con la erección como capital de la provincia, en 1826, comenzó a alcanzar la prosperidad que la caracterizó en los siglos XIX y XX.

La hipótesis que planteamos es, entonces, que la fundación de Medellín marcó con nitidez el quiebre en la esencia del tipo de génesis urbana que se realizó en Antioquia: se pasó de la ciudad fundada con un carácter eminentemente político a otra donde los presupuestos eran claramente económicos; de unos centros de poder para dominar un territorio a la concreción “urbana” de unas actividades agrícolas y comerciales de una región. Se había invertido el sentido que Juan Carlos Pérgolis le da a la fundación de ciudades en América, en relación con su medio circundante: ya no como centrífugas, sino como centrípetas, donde las estructuras económicas preceden a las políticas. Sin embargo, el hecho de que exista el acto fundacional con todos sus significados, superpuesto incluso sobre incipientes estructuras habitacionales que espontáneamente se hubieran ido consolidando, demuestra que, si bien los cambios estaban comenzando a producirse, la tradición de la “marcación” del territorio, el “ordenamiento” del caos natural, la centralidad espacial, en fin, todos los signos de una ciudad ideal se mantenían presentes como concreción, en últimas, de una afirmación del poder regional. No de otra forma se entienden las jerarquías y los privilegios estamentales que se instituyeron con el acto de fundación, relacionados con la mejor ubicación espacial que adquirieron los fundadores en torno al espacio central, la plaza, y también cómo se continuaron emplazando allí los signos del poder religioso y civil, la Iglesia y el cabildo: la ciudad como centro de decisiones económicas, pero, ante todo, como representación del poder que las garantice. De esta forma se está ratificando el significado que el concepto de ciudad ha adquirido y que el historiador francés George Duby resume de la siguiente manera:


Figura 9. Plano Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín (1791)

Fuente: Zambrano (1993, p. 67).

A lo largo de su historia la ciudad no se caracteriza ni por el número de habitantes, ni por las actividades de los hombres que allí habitan, sino por rasgos particulares de status jurídico, de sociabilidad y de cultura. Estos rasgos derivan del papel primordial que cumple el órgano urbano. Este papel no es económico, es político. Polis. La etimología no se equivoca. La ciudad se distingue del medio que la rodea por lo que ella es, en el paisaje, el punto de enraizamiento del poder. (Duby, 2000, p. 121)

Es claro. El caso de Medellín, que desde su nacimiento y durante un siglo y medio de su vida no se caracterizó por el número de habitantes ni por las actividades económicas que se desarrollaron en su interior, era, sin embargo, una “villa”, categoría que, como ya lo dijimos, en América era un asentamiento de españoles con dominio regional, solo diferenciable de la “ciudad” por su menor preeminencia provincial. Lo que le dio su jerarquía fue su constitución como centro político, y el acto que la concretó fue la fundación, claro está, respaldada por una actividad económica adyacente que nunca decayó. Si observamos el plano de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, elaborado en 1791, comprobamos que la estructura del caserío, ordenada geométricamente, está rodeada de construcciones dispersas, seguramente predios rurales con producción agropecuaria (ver figura 9). Medellín logró el título de “ciudad” solo en 1813, trece años antes de ser erigida como capital de la provincia, para igualarse con Santiago de Arma de Rionegro y con Santa Fe de Antioquia.

Entonces, desde el siglo XVI, que se caracterizó por la fundación intensiva de ciudades de conquista hasta tal punto que se lo ha denominado por los historiadores “siglo urbano” (Ocampo, 1993, p. 133), hasta las postrimerías del siglo XVII, cuando se dio el giro en la esencia de las fundaciones en Antioquia en lo que entonces, por contraposición, podríamos llamar “siglo rural”, se mantuvieron las mismas características urbanas signadas por la representación del poder. En otras palabras, cambiaron las relaciones que se daban entre el núcleo poblacional y su entorno, desde la “sociedad de conquista” hasta la sociedad de agricultores, pero continuó incólume el papel político y su correspondiente valor simbólico, que lleva implícita la fundación de una ciudad y su desarrollo posterior.

1 Narración de la fundación de Bogotá: Noticias Historiales, Tercera Noticia, capítulo VII. Citado en Salcedo (1996, p. 142).

2 Ordenanzas de nueva población. Promulgadas por Felipe II en 1573. Citado en Pérgolis (1985, p. 1).

3 Jaime Salcedo considera a Guarda (Santo Tomás de Aquino y las fuentes del urbanismo indiano) como el historiador que ha despejado la incógnita sobre el origen de la ciudad que implantaron los españoles en América.

4 Quien aportó la extensa lista de ciudades regulares ibéricas entre los siglos XII y XV fue Leopoldo Torres Valvas, entre ellas, Sangüesa y Puente la Reina (Alfonso I, 1104/1134), Villareal de Briviesca (1272), Almenara (1258), Briviesca (1208) y Guernica (1366). (Citado en Guarda, Santo Tomás de Aquino..., p. 20 y ss.) (Salcedo, 1996, p. 40).

5 Carlos Fuentes sostiene que “los primeros parlamentos europeos que lograron echar raíces e incorporar al tercer estado –los comunes– aparecieron todos en España” (Fuentes, 1992, p. 76).

6 Este concepto fue aportado por Silvia Arango en la Maestría en Historia y Teoría de la Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1989-1990.

7 Como explica Salcedo, la localización de la iglesia no se dio siempre de la misma manera: dispuesta de frente a la plaza (traza limeña) o dentro de la vieja tradición (traza quiteña), es decir, de lado, con la fachada hacia la calle. En ambas, en los años fundacionales, la iglesia estuvo orientada según la tradición medieval. Así, en la traza limeña, la iglesia aparece siempre en la manzana del levante (Salcedo, 1996, pp. 66-69).

8 El paso de Irra era utilizado por los indígenas, quienes dirigieron al conquistador Jorge Robledo por allí para explorar la margen derecha del río Cauca.

9 Anserma se constituyó en el siglo XVI en uno de los más importantes epicentros de la región aurífera del occidente del Nuevo Reino de Granada. El complejo minero de Cartago, Anserma y Arma producía el 85 % del oro de esa región (Ocampo, 1993, pp. 179-180).

10 El cronista Francisco Guillén (Memoria de los pueblos de la Gobernación de Popayán) señalaba en 1583 que de 20 000 indios que había en la región de Arma cuando entraron los españoles, “no hay hoy sino 500” (Ocampo, 1993, pp. 34-35).

11 Según la insinuación del historiador antioqueño Roberto Luis Jaramillo, el centro poblado de Arma fue localizado inicialmente cerca del paso de Irra (en inmediaciones de lo que hoy es Santágueda). Posteriormente, fue trasladado varias veces, cada vez más hacia el norte, hasta el sitio en que hoy se encuentra la población de Damasco. El último traslado al lugar que hoy corresponde al corregimiento de Arma se hizo en un lugar montañoso (San José), intermedio entre el río Cauca y la ciudad de Aguadas. (Entrevista con el historiador Roberto Luis Jaramillo, julio de 2003).

12 De allí que se crearan centros especiales de producción y aprovisionamiento: uno fue Mariquita, que generó la comunicación entre las minas de Marmato y Supía (el camino de Herveo); el otro originó el camino del Quindío (entre Ibagué y Cartago); esas rutas facilitaron las comunicaciones entre occidente y oriente hasta el río Magdalena.

13 Las otras dos, que la comunicaban con la costa Caribe, eran la “oficial”, por Nare, el puerto de Antioquia sobre el río Magdalena; y la del contrabando por el norte, el puerto de Espíritu Santo, sobre el río Cauca.

14 El concepto de colonia agrícola (Jaramillo, 1989) o agraria, que vamos a utilizar de aquí en adelante a partir del caso de Medellín, deberá entenderse siempre como el proceso productivo, cimentado principalmente en la agricultura, previo a la fundación de una población. Y sus miembros, asentados en un área pequeña o mediana, deberán ser considerados como labriegos que trabajan individualmente sus parcelas, pero que los agrupa unos intereses comunes sobre la tierra. El historiador Alonso Muñoz, de Sonsón, afirma que inicialmente a los colonos los mueve la necesidad primaria de conseguir alimentos, mediante el trabajo de la tierra; y, posteriormente, surgen otros requerimientos “secundarios” como la educación, el culto, el comercio y demás actividades que los induce a la constitución de un centro poblado (Entrevista: Muñoz, 1996).

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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