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El modelo fundacional español es universal

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Todo el proceso colonizador español durante tres siglos se fundamentó en la creación de ciudades. Como lo sintetiza el arquitecto Juan Carlos Pérgolis,

la conquista y colonización de América significó uno de los mayores esfuerzos de fundación de ciudades que haya conocido la historia. Junto con todo lo que llega de Europa a América –bueno y malo– en esos años, llega principalmente el modo de vida urbano: la ciudad como sitio y centro de la comunidad social, política, económica y religiosa. (Pérgolis, 1985, p. 1)

Y agrega que, “comparando la génesis de las ciudades americanas y europeas, se observa que en América las estructuras políticas preceden las económicas...” En efecto, explica Pérgolis, mientras allá la ciudad se va configurando como resultado de la activación de las fuerzas productivas de una región (ciudad centrípeta), en este continente, por el contrario, la ciudad se erige sobre un territorio para dominarlo (ciudad centrífuga) (Pérgolis, 1985, p. 1).

En las anteriores acotaciones se deduce que se pueden distinguir dos modos diferentes de concebir la génesis de las ciudades: uno, mediante un crecimiento básicamente espontáneo y orgánico (es el caso de la mayor parte del medioevo europeo), en el cual un conglomerado habitacional se va concentrando aleatoriamente sobre un lugar favorecido por las rutas comerciales que comienzan a activarse en correspondencia con el auge económico de la zona. Según estos asentamientos urbanos alcancen preeminencia como centros de acopio y de intercambio comercial, tendrán mayor o menor influencia política en la región, y las instituciones que signan el poder (tanto civiles como religiosas) se ubicarán físicamente también de manera aleatoria, en los lugares jerárquicos (ver figura 1). El otro modo originario de la ciudad es el “planificado”. En este se tiene un concepto preconcebido de ciudad, una imagen ideal de ella, ordenada geométricamente, que se debe plasmar sobre un territorio “vacío” con el objeto de dominarlo políticamente. Este modo está íntimamente relacionado con la conquista o colonización de esas áreas “vacías” y tiene antecedentes históricos que se remontan al Imperio romano, a la antigua Grecia (ver figura 2) y, aún más, el mérito de ser los primeros que probablemente planificaron ciudades debe atribuirse a la cultura de Harappa (2150 a. C.), en el valle del Indo (Morris, 1984, p. 40).

La característica determinante de las ciudades “planificadas” es la que dispone el orden espacial mediante una traza geométrica, y su génesis se concreta por medio de un acto de “fundación”, que implica una ceremonia que varía según las condiciones de cada cultura y que señala el antes y el después de la vida urbana; en ese acto ritual invariablemente está presente la acción de trazar la ciudad y de disponer sus elementos de poder mediante una organización jerarquizada en torno al principal espacio urbano: el ágora, en Grecia; el foro, en Roma; o la plaza, en las fundaciones españolas. Es una ceremonia que consagra la civilización (civitas = ciudad) y que define un mojón histórico a partir del cual se consagra lo urbano.


Figura 1. Plano ciudad de crecimiento espontáneo (Nördlingen, medioevo europeo).

Fuente: Salvat (1985, p. 16).


Figura 2. Plano ciudad “planificada” (Priene, Grecia antigua)

Fuente: Salvat (1985, p. 14).

Como anota la arquitecta historiadora Silvia Arango con respecto a la experiencia fundadora en América, “el máximo gesto civilizador consistía en limitar el espacio: plaza, calle, cortijo, encierro. Allí donde el hombre dominaba la geografía encontramos el espacio artificial, es decir, el espacio” (Arango, 1989, p. 41). Y uno de los cometidos que también está presente en el ceremonial de demarcación es el de la repartición de predios que se hace también de manera jerárquica, de acuerdo con la importancia o el rango de los “fundadores”, sobre la plaza o en la periferia. También encontramos en este modo “fundacional” un aspecto invariable: el trazado debe responder a un orden estrictamente geométrico, ya sea la cuadrícula u otro, como el radiocéntrico del Renacimiento. Pero en todos está presente la noción de “centro” urbano, marcado por el espacio libre de construcciones, el espacio urbano por excelencia, que generalmente se sitúa en el centro geométrico. Todas estas características del segundo modo de originarse un núcleo urbano están presentes en el proceso de urbanización agenciado por los españoles desde los días iniciales de la Conquista, al igual que en el que realizaron los antioqueños en el siglo XIX. Lo que habría que precisar son las particularidades del primer proceso, el español, para poder posteriormente entender el segundo.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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