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Las nuevas redes y jerarquías urbanas sobre la montaña. La preeminencia de Rionegro

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En la segunda mitad del siglo XVIII, se produjo en Antioquia una reactivación del fenómeno de la urbanización a causa del crecimiento de algunas ciudades y de la fundación de poblados, pero, ante todo, comenzó a estructurarse un ordenamiento urbano diferente, basado en determinantes fundamentalmente de orden económico. Lo primero que hay que señalar como factor decisivo en el auge urbano de este lapso es el crecimiento demográfico que se produjo, y cuyos índices sobrepasaron a los del virreinato: mientras el promedio nacional no iba más allá del 1 %, en Antioquia se aproximaba a tasas de 2.5 % (Patiño Millán, 1988, p. 69). Beatriz Patiño señala que las causas de ese incremento fueron producidas por factores internos: la estabilidad económica de los pequeños propietarios libres (mestizos y mulatos), el mejoramiento de las condiciones de vida de los esclavos y el descenso de la mortalidad entre los indígenas debido a cambios en el régimen de trabajo (Patiño Millán, 1988, p. 69); es decir, condiciones propicias para generar altas tasas de natalidad unidas a bajas tasas de mortalidad, fundamentalmente relacionadas con el desarrollo de las regiones con climas medios y fríos, más saludables, libres de paludismo14 (Ramos, 2000, pp. 32-33). Por eso, el crecimiento poblacional coincide con la finalización de ese cambio de orientación del poblamiento antioqueño desde los climas cálidos e insalubres aledaños a los ríos Cauca y Nechí, hacia los valles y altiplanos con ambientes más favorables para el desarrollo de la vida y de las actividades productivas. Igualmente, recordemos, responde a la búsqueda de un equilibrio entre la minería y la agricultura, en beneficio de esta para que facilitara el aprovisionamiento de los yacimientos mineros. También, como ya lo expusimos, entre los factores que propiciaron el auge de la colonización hacia estas zonas estaba la apertura de vías de comunicación hacia el río Magdalena. Todo lo anterior favoreció el dinamismo económico de Medellín y de Rionegro15, y comenzó a transformar las pautas de organización jerárquica de la red de ciudades de la provincia. Ya no era una decisión eminentemente política la que determinaba –mediante esa rígida estratificación entre ciudades, villas, parroquias, sitios, etc.– qué centros urbanos eran importantes y cuáles no lo eran. Entonces comenzaban a surgir poblaciones cuya primacía dependía fundamentalmente de su auge económico, como es el caso, primero de Medellín, que dejó relegadas a las antiguas ciudades mineras de Santa Fe de Antioquia, Arma, Anserma, Remedios, Zaragoza y Cáceres; y más tarde, Rionegro comenzó a competir económicamente con Medellín sin tener un solo título o privilegio que la acreditara como villa, ni mucho menos como ciudad.

Estos cambios en las jerarquías urbanas de Antioquia constituían un fenómeno que se venía dando también en todo el territorio de la Nueva Granada, ligado a la activación del comercio interregional y a la incipiente orientación de apertura hacia los mercados internacionales. El caso de la primacía de la ciudad de Honda sobre Mariquita –por ser la primera el nexo comercial sobre el río Magdalena– o la importancia que pronto habría de adquirir Barranquilla en la costa atlántica como doble puerto (fluvial y marítimo) sobre antiguas ciudades, como Cartagena y Santa Marta, son indicadores del auge comercial que comenzó a desarrollarse al final del período colonial. Por eso, en Antioquia, la ubicación de Rionegro –que era el vínculo con la más importante vía de conexión de la provincia, la que conducía a Nare sobre el río Magdalena– coadyuvó a que esa ciudad de la montaña adquiriera la preeminencia regional del oriente antioqueño y, como ya lo dijimos, compitiera con Medellín. Incluso superó a su poblado vecino, Marinilla, por el hecho de que este influyente centro minero no se encontraba relacionado directamente con esa ruta al río Magdalena (ver figura 10). Las vías de comunicación empezaron así a ser definitivas en el nuevo reordenamiento territorial y su correspondiente sistema de ciudades, y fueron decisivas en la integración regional y nacional, así fueran rudimentarios caminos de herradura trazados sobre montañas y cañones abruptos e inhóspitos. Porque apenas empezaban a reemplazarse los indios –utilizados como “bestias de carga”– por mulas para abastecer todo el territorio antioqueño, que prácticamente lo único que producía era oro, metal precioso que era la base para comerciar con las otras regiones colombianas y con el mundo. Debido a la facilidad de su transporte y a su alto valor que lo justificaba, los caminos de herradura se construían no tanto para sacar el oro, sino fundamentalmente para introducir en la provincia todo lo que le faltaba, en especial víveres y vestuario, y después, con las reformas, de seguro herramientas sencillas para la minería y la agricultura. (Brew, 2000, p. 309) Como apunta Brew, por los problemas del transporte, el mercado se limitaba a aquellos productos que tenían la razón valor / peso más alta (Brew, 2000, p. 7).

Si el camino de Nare, abierto en 1790, era la referencia directa y más importante para la introducción de bienes de primera necesidad del interior y también para la incipiente importación de mercancías del exterior, la vía que conectaba con el sur, procedente de Cartago, de Popayán e incluso de Quito, era tradicionalmente la que abastecía a Antioquia y la que establecía el nexo político y eclesiástico con Popayán. Se dirigía, de sur a norte, por las montañas de la margen izquierda del río Cauca, pasando por Anserma, Supía, Marmato y Caramanta, para proseguir bien fuera por dicho río a Santa Fe de Antioquia o a Medellín y Rionegro por Santa Bárbara. Otra ruta importante abastecedora de productos del interior y nexo con Santa Fe –la capital del virreinato– era el antiguo camino que comenzaba a reactivarse partiendo de Honda y Mariquita, atravesaba la cordillera Central por el páramo de Herveo, descendía hacia el noroeste a buscar el río Cauca y se conectaba al camino ya reseñado de penetración del sur de Antioquia. Esta vía también tenía algunas variantes, con Arma Viejo como punto de relación, que atendían a la creciente tendencia del poblamiento que se daba al final del siglo XVIII: hacia las regiones del suroriente (ríos Buey y Aures), que finalmente se conectaban con Rionegro. Por el hecho de ser estas rutas muy largas y pesadas, se pensaba en otra que comunicara al oriente de Antioquia directamente con Mariquita, por las montañas de Sonsón hacia el río Samaná, la cual terminó de construirse en 1816. El nexo con Mariquita se estaba constituyendo como el más importante de la provincia con el interior del país a finales del siglo XVIII, fundamentalmente para abastecerla de productos de primera necesidad (ver figura 10). Otra ruta comercial que se proyectaba era la que comunicaría a Antioquia con la costa Caribe por el norte, a través del río Cauca, a partir de su porción navegable cerca al sitio de Valdivia (Puerto Espíritu Santo).

La activación del comercio y las nuevas vías de comunicación incentivaron la colonización de las regiones favorecidas y la fundación de gran número de poblados. Por eso aparecen entre las más importantes Sonsón, sobre el proyectado camino a Mariquita; La Ceja del Tambo y Abejorral, sobre el que provenía del sur y se dirigía a Rionegro; y Yarumal, sobre el proyectado al norte, hacia el río Cauca; todos futuros centros de intercambio interregional que se localizaron en los climas fríos obedeciendo a la tendencia dominante de la última mitad del siglo XVIII. Es decir, el inicio de la integración de Antioquia con el resto del país se realizó a partir de las partes altas del norte y principalmente del oriente, donde Rionegro tenía la preeminencia política y económica. Sin embargo, Santa Fe de Antioquia, al occidente, continuaba siendo la capital de la provincia16, y la villa de Medellín, en el productivo Valle de Aburrá, pujaba por ser el centro de gravedad de todo el sistema.

La importancia política y económica de Rionegro a finales del siglo XVIII no significa que su crecimiento poblacional fuera muy grande. Según el censo de 1787, que referencia Beatriz Patiño, allí habitaban 604 blancos, 683 mestizos, 1529 mulatos y negros libres y 873 negros esclavos (Patiño Millán, 1988, p. 69), para un total de 3689 habitantes17. Es significativa esa actitud discriminatoria asumida en el padrón, que seguramente apoyaba posiciones sociales y económicas dominantes por parte de los blancos descendientes directos de españoles, pero que indican que el porcentaje de mestizos era alto, y el de origen racial negro, muchísimo mayor. Esta presencia dominante de habitantes negros en la región la explica Patiño “porque desde hacía un siglo algunos mineros se establecieron allí con sus cuadrillas de esclavos para explotar las minas de oro de aluvión, así como hatos ganaderos” (Patiño Millán, 1988, pp. 69-70). Los esclavos ya comenzaban a ser liberados en Antioquia por lo antieconómico que resultaba su manutención, y el trabajo en las minas era así engrosado por mazamorreros libres y por los mestizos desplazados a causa de las condiciones económicas imperantes. Cientos de estos también se aventuraron a buscar tierras baldías para ponerlas a producir y a comerciar sus frutos en el fenómeno generalizado de la colonización, que en esta región fue especialmente importante. Lo que habría que indagar es sobre el carácter del estamento social minoritario, el de los “blancos”, que era el sector social privilegiado e influyente, y que fue el que trató de dirigir los procesos poblacionales hacia el sur.

Según lo afirma el historiador urbano Fabio Botero Gómez, a fines del siglo XVIII Rionegro “fue el centro intelectual y señorial de Antioquia”. “Era el asiento de una burguesía ilustrada y dinámica, acorde con el momento histórico”, diferente, según lo deja entrever el mismo historiador, al “sentido pragmático de los líderes sociales y económicos de Medellín”18 (Botero, 1998, p. 75). Es curioso que Botero mezcle los términos “señorial” y “burgués” cuando se supone que son antagónicos19. En verdad, el concepto de “señorial” ha sido entendido como la manifestación de intereses estrechamente ligados con la posesión de la tierra, que es la que le da prestancia, alcurnia y poder al que la posee, y que está relacionado con la explotación de mano de obra servil. En cambio, el burgués se caracteriza por su vinculación con el nuevo ámbito urbano (el burgo), que le permite, gracias a su anclaje comercial e industrial, la acumulación de dinero, fuente de su riqueza y de su poder. Esto podría interpretarse, según la caracterización de Botero, como que Rionegro poseía los dos términos contrapuestos: uno, el señorial, en decadencia, y otro, el burgués, en ascenso. Sin embargo, habría que precisar esa relación allí, para determinar cuál era su carácter dominante. Porque, para ese “burgués”, la nueva riqueza que ofrecía el moderno mundo mercantil era la que consagraba su posición social, y no tanto sus raigambres de hidalguía y de entronque con las familias españolas.

Pero lo que apreciamos de Rionegro, ese poblado trepado en el altiplano, es algo muy diferente: sus condiciones y sus metas estaban estrechamente relacionadas con un ámbito encerrado, precario y apacible, que apenas intentaba conectarse con lo que el mismo Botero describe como “debilísima red urbana, casi de subsistencia” y a esa “mínima escala de ‘vida civilizada’” que solo se daba en la meseta de Bogotá, en el eje Popayán-Cali y en el eje Cartagena-Santa Marta (Botero, 1991, pp. 165-166). No es, pues, muy nítido el apelativo que se le quiere dar al rionegrero de “burgués”, pues todavía se encontraba anclado al mundo de la hidalguía, de los blasones, de los privilegios y de la discriminación estamental y social, más que de la económica20. Es cierto que aparecían ya algunos individuos con fuertes lazos con el comercio interregional que comenzaba a activarse, pero ese rasgo no significaba que se constituyera una burguesía consolidada; los emergentes mercaderes mestizos no alcanzaban a constituirse todavía en las clases medias que iban a aportar al progreso antioqueño; y algunos de los más influyentes hidalgos, al igual que los de Medellín, se constituyeron en comerciantes, mineros y terratenientes que lo único que hacían –y podían efectivamente hacer en condiciones de aislamiento y vasallaje– era prolongar las condiciones semifeudales prevalecientes. Si, como consecuencia de sus actividades, en sus manos fueron evidentemente acumulándose las riquezas –representadas en oro, en dinero y en tierras–, aspecto que caracterizó a las clases dirigentes de Antioquia por esas épocas, esa acumulación que podría definir al “burgués” mercantilista no estaba dirigida a la producción de sus enormes extensiones de tierra ni a la industrial, sino, más que todo, al atesoramiento en sí, porque la demanda de bienes de consumo suntuarios todavía no aparecía por esos lares21.

En los términos expuestos solo es factible entender el sentido de “burgués”, por lo menos en ciernes, que Botero le asigna al rionegrero de finales del siglo XVIII, y que Romero generaliza para el sector dominante de la ciudad latinoamericana: el “burgués criollo”.

Es un grupo esencialmente urbano, constituido en las ciudades y amoldado a las constricciones y a los halagos de la vida urbana, actitud afirmada en la medida en que se penetraba de la mentalidad mercantilista. La burguesía criolla creyó, como sus abuelos hidalgos, que las ciudades eran los focos de la civilización, solo que había que reemplazar el modelo peninsular. (Romero, 1984, pp. 159-164)

Lo que continuaba primando en la mentalidad de la dirigencia rionegrera era la necesidad de conservar sus linajes y sus privilegios por medio de sus relaciones endogámicas y apoyada en la posesión de la tierra. Y su “ilustración” podía venir de uno que otro que fuera a Bogotá a estudiar y a relacionarse con uno de los “focos de la civilización”. Por eso, su gran tragedia provenía de que no contaba ni con el título de ciudad que apoyara su supuesta hidalguía ni con tierras que pudieran respaldar sus privilegios, y explica el interés que tuvieron para conseguirlo mediante la gestión del traslado de los títulos, las armas y las tierras de la antigua y decadente ciudad de Arma.

Como apreciábamos en el primer aparte de esta exposición, Santiago de Arma, fundada en 1542 bajo la jurisdicción de Popayán, después de haber tenido su inicial auge en el siglo XVI entró en barrena durante los siglos XVII y XVIII. A los pocos años de su fundación, en 1584, el soberano español le concedió el título y preeminencias de ciudad “muy noble y muy leal” y le señaló su escudo de armas (Gómez, 1941, p. 56). Después de padecer por lo menos cinco traslados entre los siglos XVI y XVII22, a inicios del siglo XVIII sus vecinos principales emigraron a Santa Fe de Antioquia y a los valles de Aburrá, Rionegro y Marinilla (Jaramillo, 1985, nota 154). Se asume que los “vecinos principales” eran blancos y que quienes quedaron fueron los “arrancados” y “caratejos” armeños, según la discriminación que imperaba en la época. En 1742, las tierras de Santiago de Arma se desgajaron de Popayán y se agregaron a Antioquia; desde entonces, los “blancos y ricos” del valle de Rionegro empezaron a trabajar por la traslación de esa antigua ciudad al sitio de Llanogrande (cerca de Rionegro) (Jaramillo, 1985, nota 154). En efecto, ya esas tierras en jurisdicción de Antioquia podían entonces pertenecer a la ciudad más importante que quedaba bajo los dominios de Arma: Rionegro. Por eso, en 1778 los habitantes de esta ciudad del altiplano pidieron a la Real Audiencia de Santa Fe que les concediera el traslado del título de ciudad que correspondía a Santiago de Arma. Como los armeños se opusieran, incluso con el apoyo de Mon y Velarde, que argumentaba que la ubicación de Arma era estratégica por el camino que procedía del sur, se suscitó, según Jaramillo, “un sonado y escandaloso pleito en que no faltaron las declaraciones falsas, el atropello y hasta el soborno” (Jaramillo, 1989, p. 48). Finalmente, en el Gobierno de Francisco Silvestre, el rey, por cédula real de 1786, aprobó “la traslación o nueva fundación de la ciudad de Arma al Valle de San Nicolás con la denominación de ciudad de Santiago de Arma de Rionegro” (Mesa, 1964, p. 122). Así, según el “erudito anticuario” del siglo XIX Cayetano Vuelta Lorenzana, Rionegro comenzó a ostentar con orgullo el título de “ciudad”, diferenciándola de las entonces villas de Marinilla y Medellín, y cuyo territorio “era extensísimo y capaz de contener una provincia entera” (Uribe, 1885, p. 302): quedó posesionada de todas las tierras que pertenecían a Arma, entre el río Chinchiná, al sur, y la propia Rionegro, al norte (ver figura 8).

Cuando el historiador Adalberto Mesa se refiere a “la traslación y nueva fundación” de Rionegro, alude a que con la adquisición del título de ciudad se volvió a “fundar”. Pero lo cierto es que, como anota Roberto Luis Jaramillo, no había sido con anterioridad “fundada formalmente ni por acto jurídico ni por intención” (Jaramillo, 1985, nota 127). Esa era, en realidad, otra falencia que tenía Rionegro: no había tenido una ceremonia fundacional y no se habían trazado sus calles bajo los parámetros instituidos. Por eso, se entiende la intención de los autores del traslado de regularizar y demarcar convenientemente el área urbana y de darles a la iglesia, a las edificaciones públicas y al mercado servicio de agua y todos los requerimientos necesarios (López, s. f., p. 28). Así, en la real cédula que aprueba la traslación, firmada en 1786 por el rey Carlos III, se dispone, entre otras cosas:

Que se demarcase y mejorase el terreno y cuadras para marco de la ciudad y extensión de su población...” Que las autoridades “midiesen en cuadra a cien varas castellanas todo el marco o recinto destinado para plan de la ciudad, comenzando desde la plaza mayor, arreglándose en las medidas a las circunstancias del terreno, formando las calles rectas y derechas y su ancho proporcionado a con sujeción a la ley (Recopilación)...

Que, si algún vecino quisiere reedificar, o reparar su casa, diese parte al cabildo para que enmendase el defecto que tuviese y fuese lineal con las calles y plazas construyéndose de tapia con la cubierta de teja y no de paja, para evitar incendios, asegurar su duración, hermosura y comodidad... (Arteaga, 1989, pp. 25-26)

Es decir, se pensaba en reemplazar el villorrio semirrural por una verdadera “ciudad”, acorde con el título que se pedía. Sin embargo, al observar el plano actual de Rionegro, en su sector histórico central no existe evidencia de transformaciones tendientes a la regulación urbana (ver figura 11). Efectivamente, el poblado se había consolidado y había venido creciendo de forma espontánea, y “de ahí que su aspecto urbano no esté de acuerdo con la cuadrícula o escaque usado en las fundaciones formales” (Jaramillo, 1985, nota 127).

Como las inmensas e inexplotadas tierras del sur pasaron entonces bajo su jurisdicción, las autoridades de Rionegro promovieron su colonización, en muchos casos aún forzosa. Como lo afirma Jaramillo, el procurador de la nueva “ciudad”, doctor José María Montoya, sentenció que el origen de los males estaba en “tanto holgazán y vagabundo que viven abandonados a expensas de los pocos que trabajan; estos miembros corruptos, que debían cortarse del cuerpo político, son los que destruyen las repúblicas”. Ser pobre o desadaptado social, prosigue Jaramillo, era delito y “debía salir a los montes”, según los listados de vagos que constan en los archivos de Rionegro (Jaramillo, 1989, pp. 50-51). Esto quiere decir que no todos los colonos marcharon a las montañas espontáneamente, y que la jurisdicción de Rionegro interpretó muy bien los postulados reformadores de los gobernantes borbones, por lo menos en cuanto al poblamiento se refiere. Sin embargo, como lo vamos a ver, el movimiento espontáneo fue predominante y su ímpetu fue tratado de canalizar en beneficio propio, directamente por los acaparadores de las tierras que tenían su influencia y representación en el cabildo de Rionegro.

Con el traslado del título de la ciudad de Arma a Rionegro concluyó el cambio de orientación del poblamiento en Antioquia desde los climas cálidos a los medios y fríos. Ahora todo el sistema giraba en torno a Medellín y Rionegro. Y, fundamentalmente, desde esta última ciudad se impulsaba la colonización hacia las tierras templadas del suroccidente y en dirección a los inmensos territorios montañosos de climas fríos del sur, de la que surgirían Sonsón, La Ceja y Abejorral en período colonial, Aguadas en plena Independencia, y Salamina en época republicana.


Figura 11. Plano de la ciudad de Rionegro. Trazado irregular actual del centro histórico

Fuente: Colcultura (1996).

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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