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Las fundaciones de conquista en el Cauca medio

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Es importante centrar la mirada en dos de las últimas ciudades enunciadas, Anserma y Arma, porque ellas, junto con Supía, Quiebralomo (hoy Riosucio) y Marmato desempeñaron un papel importante cuando la marea colonizadora del siglo XIX las acogió. Esta red de poblados mineros, ubicados en la margen izquierda del río Cauca, tenía a este río como referencia en su sector medio. Santiago de Arma era la única que se encontraba en su margen derecha; las demás se distribuyeron sobre las estribaciones de la cordillera Occidental, y el primer punto que las relacionaba con Arma era el paso de Irra, un estrechamiento pronunciado en el río Cauca que facilitaba vadearlo8. Este sector medio del “río grande” está fuertemente encañonado (ver figura 7), y los yacimientos de minerales preciosos se encuentran primordialmente en su margen izquierda, en los cerros de Quiebralomo, Supía, Marmato y otros más, que tenían como principal centro administrativo y distribuidor a Santa Ana de los Caballeros (Anserma). La fundación de esta ciudad, en 1539, por parte del capitán Jorge Robledo, pretendía ante todo legitimar la posesión de esas tierras y crear un centro político para dominar la región minera. Según el cronista Pedro Sarmiento, la ceremonia de fundación consistió en que Robledo

hizo talar cierta cabaña é árboles é hizo hacer un hoyo, é trajeron un madero e lo hizo hincar en aquel hoyo, é dijo ansí al dicho escribano que le diese por testimonio cómo allí fundaba en nombre de S. M. é del señor Gobernador, la cíbdad. (Robledo, 1916, p. 13)

Era el ritual instituido de todas las fundaciones de ciudades y villas, que se realizaba para tomar posesión del territorio en nombre del rey: se colocaba en la plaza el rollo o picota (piedra o columna de madera) como símbolo de jurisdicción o autoridad legal, se señalaba el sitio para la iglesia principal y se nombraban el alcalde y los regidores (Ocampo, 1993, p. 135).

Sobre la ubicación primitiva de Anserma hay discrepancias: el historiador Octavio Hernández Jiménez ha demostrado que, contrario a lo que exponen Emilio Robledo y otros, esa población fue fundada inicialmente sobre el camino que conectaba a la antigua Cartago (hoy Pereira) con las minas del noroccidente, y no en el valle de Risaralda; es decir, un poco más al sur del lugar a donde fue trasladada un poco después (sitio actual), sobre el mismo trayecto que trascurría por la cuchilla. La posición de Hernández está respaldada por una visión geográfica centrada en la lógica de la relación estrecha entre los caminos y las fundaciones (Hernández, 1988). En efecto, tanto el emplazamiento inicial como el definitivo obedecieron a las primitivas vías que trazaron los indígenas y que comenzaban a utilizar los conquistadores para comunicar la región aurífera9 y para unir a Cartago con Santa Fe de Antioquia. Sobre esa nueva ubicación, que domina tanto el río Cauca como al valle de Risaralda, el cronista Cieza de León, apunta:

La ciudad de Santa Ana de los Caballeros, la cual está asentada entre medias de dos pequeños ríos, en una loma no muy grande, llana de una parte y otra, llena de muchas y muy hermosas arboledas de frutales, así de España como de la misma tierra, y llena de legumbres, que se dan bien. El pueblo señorea toda la comarca, por estar en lo más alto de las lomas, y de ninguna parte puede venir gente, que primero que llegue no sea vista de la villa; y por todas partes está cercada de grandes poblaciones de muchos caciques ó señorietes. (Robledo, 1916, pp. x-xi)

Esta fundación española del siglo XVI es una de las pocas excepciones a la norma general de la Colonia de ubicarlas en terrenos planos, y es el antecedente colonial de lo que van a ser los emplazamientos de poblados en zonas de ladera de la colonización antioqueña, cuando se conviertan, ahora sí, en regla. Pero hay que entender la topografía de este territorio para darnos cuenta de que no es mera coincidencia la similitud de localizaciones de poblados de dos épocas distanciadas por más de tres siglos. Porque en verdad son muy particulares las características geomorfológicas de la región hidrográfica del Cauca, correspondiente al actual departamento de Caldas, aspecto básico para poder entender la ‘lógica’ de esos emplazamientos urbanos sobre la montaña. Anserma desapareció casi por completo a principios del siglo XIX, pero hacia 1870 unos colonos, muchos de ellos de origen antioqueño, ya habían comenzado a repoblar la histórica ciudad (Robledo, 1916, p. 170).

La otra fundación “conquistadora” que nos interesa es la de Santiago de Arma, llevada a cabo en 1542 por encargo del adelantado Sebastián de Belalcázar, que veía así la forma de sentar autoridad ante los intereses del capitán Jorge Robledo, quien manifestaba tendencias a la independencia para conformar su propia Gobernación, con el apoyo de la Corona española (Ocampo, 1993, p. 135). Su localización tuvo muchas variaciones: inicialmente, se la ubicó en un punto cercano al paso de Irra, en la margen oriental del río Cauca; era una de las regiones amerindias de mayor rebeldía y sublevación indígena contra la Corona, y por eso la reacción pacificadora española realizó allí una verdadera catástrofe demográfica durante la Conquista10. Recibió el título de “ciudad” en 1584, cuando se dio su auge en el siglo XVI. En el siglo XVII, la explotación minera se agotó, entró en decadencia y fue aislada y trasladada de sitio varias veces por las dificultades de las vías de comunicación y otras causas, como las enfermedades y los deslizamientos11 (Ocampo, 1993, pp. 9-11). La provincia de Santiago de Arma fue una de las más extensas del occidente colombiano: sus límites abarcaban desde el río Cauca, al occidente, hasta las cumbres de la cordillera Central, al oriente; y desde Amagá y Rionegro, en el norte, y el río Chinchiná, en el sur (ver figura 8). Ante su total decaimiento, finalmente en 1783, por gestión del gobernador Francisco Silvestre, fueron trasladados al altiplano de Rionegro los habitantes, títulos, blasones y hasta las imágenes del templo, y el antiguo “real de minas” comenzó a llamarse Santiago de Arma de Rionegro, ahora transmutado en “ciudad”. Los pocos vecinos que permanecieron en la antigua Arma hasta la época de la Independencia reclamaron al monarca español los derechos adquiridos por la villa hispánica desde el siglo XVI (Ocampo, 1993, p. 11). Y después, en tiempos de la naciente República, se enfrentaron al terrateniente Juan de Dios Aranzazu, que reclamaba extensos territorios en lo que ellos consideraban propio.

La decadencia de toda esta zona media del río Cauca durante los siglos XVII y XVIII, pese a algunos reavivamientos esporádicos de la producción minera, se manifestó en el despoblamiento de la región y el abandono de las áreas urbanas. Uno de los primeros investigadores de la historia de Caldas, Antonio García, señala que “la minería y la expropiación de las labranzas indígenas estanca y liquida la agricultura, principal base de sustento12 [...] Fundamentadas sobre una sola actividad económica, las poblaciones tienen que desplazarse o se destruyen, sitiadas por hambre” (García, 1978, p. 28). Solo la supervivencia de pequeñas comunidades indígenas en la región de Quiebralomo (hoy Riosucio) y las escasas actividades mineras mantuvieron la zona como en un aletargado episodio que solo era interrumpido por el paso de esporádicos comerciantes procedentes de Popayán y de Antioquia que atravesaban el territorio. A propósito, esta vía de comunicación trazada por las montañas, pero que tenía como referencia el río Cauca, era una de las tres que penetraban en la aislada región antioqueña durante gran parte de la Colonia, y las condiciones de la ruta eran deplorables13.

Antonio García (1978) apunta que no se abrían caminos de herradura sino “en las regiones topográficamente más accesibles” (1978, p. 28); pero como precisamente el paso por este sector medio del río Cauca es particularmente abrupto, las vías debían ser precarias trochas en las que, prosigue García, “los indios se emplean como animales de carga” cuando la introducción de esclavos negros en las minas “deja población indígena disponible y se abarata el costo de transporte. El indio no se libera de su condición de bestia de transporte, mientras los caminos no permitan el acceso de animales de carga” (1978, p. 28). Solo en el siglo XIX, cuando las condiciones políticas y económicas comenzaron a cambiar y cuando se produjo el desplazamiento poblacional, fundamentalmente de antioqueños, hacia esa zona, la región que venimos describiendo se reactivó positivamente y las antiguas poblaciones volvieron a adquirir importancia regional.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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