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La relatividad de la decadencia

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Según lo visto en el anterior aparte, existe el criterio generalizado de que imperaba una crisis económica y social en Antioquia a finales del siglo XVIII. Pero también se ha divulgado la idea de que la labor del visitador oidor Juan Antonio Mon y Velarde por esa época (1785-1788) fue la que sacó a la provincia del estado de decaimiento general4. Si bien es cierto que ambos hechos tienen algo de verdad, es necesario precisarlos y entender que existían condiciones más profundas que fueron las que en verdad decidieron los destinos de Antioquia y, particularmente, contribuyeron de forma decisiva al proceso de poblamiento y fundación de ciudades más importante del período independiente de Colombia. Para empezar, remitámonos a lo que la investigadora Ann Twinan, tal como lo había esbozado Parsons, señala como actitud “atípica” de los antioqueños ante la propiedad de la tierra en la Colonia, “en una sociedad donde la propiedad territorial se consideraba la más segura inversión y la fuente de prestigio social y poder político”. Sin embargo, reafirma Jaime Jaramillo Uribe, en el caso de Antioquia, “allí la gran hacienda5 tuvo un desarrollo limitado y su producción estuvo destinada a la satisfacción de las necesidades locales y las de los inmediatos distritos mineros” (Jaramillo, 1987, p. 62).

Por otra parte, la investigación de Álvaro López Toro demuestra que los fenómenos económicos y sociales son más complejos de lo que muchas veces se pretende exponer. Ante todo, explica también cómo el caso antioqueño se diferencia de los del resto del país, porque allí la gran hacienda tuvo limitaciones en su desarrollo6, y reconoce la especialidad de la producción colonial antioqueña, orientada a la explotación minera esclavista ante la progresiva escasez y el bajo rendimiento de la mano de obra indígena (López, 1979, pp. 11-12). Se produjo así un “proceso de desarrollo económico dentro de un modelo de crecimiento desequilibrado entre dos sectores productivos, de los cuales el minero era el sector líder y el agrícola el sector atrasado” (López, 1979, p. 23). También López expone los siguientes rasgos particulares de la evolución de las relaciones productivas en la provincia durante la Colonia, para explicar su posterior desarrollo en la República: desde la segunda mitad del siglo XVII, comenzó a presentarse en Antioquia el fenómeno del pequeño minero o mazamorrero, y poco a poco se formaron núcleos de gente nómada, buscadores de oro autónomos y aventureros. Al lado de estos grupos independientes, operaban también empresarios lavadores de oro que iban desplazándose hacia las altiplanicies del centro y del oriente de la provincia, en donde el clima era más favorable (López, 1979, pp. 13-14). En este panorama, se manifestó el advenimiento gradual de una nueva clase social, compuesta por un grupo de comerciantes y “rescatantes”, importadores e intermediarios entre el agricultor o ganadero y el productor minero. Y asegura López que las condiciones en que se movía el comerciante eran bien diferentes de las que prevalecían en el sistema de la hacienda, porque en Antioquia los productores no se constituyeron en sus clientes perpetuos, y en medio de las dificultades se desarrolló una escuela de disciplina cuyos resultados lo colocaron en una posición favorable para operaciones de alto alcance y para asegurarse el dominio político posterior a la Independencia (López, 1979, pp. 17-21). Estos aspectos llevaban implícitos la movilidad social, el debilitamiento del latifundio, la dispersión demográfica y la diversificación urbana, y, como afirma Albeiro Valencia, sirvieron de base para orientar la colonización y el poblamiento del suroriente antioqueño y el Gran Caldas (Valencia, 2000, p. 4).

El proceso expuesto por López Toro demuestra que los fundamentos económicos del siglo XIX en Antioquia se encuentran en el período colonial. Es decir, que a pesar de la crisis de finales del siglo XVIII se venían produciendo internamente unas condiciones favorables para el despegue posterior, y que lo que hicieron los reformadores Francisco Silvestre y Mon y Velarde estaba sustentado sobre unos cimientos que ya se estaban consolidando. Al respecto, uno de los más importantes historiadores económicos del siglo XIX en Colombia, el norteamericano Frank Safford, hace precisiones que son clave para entender los procesos económicos de la provincia en las postrimerías del período colonial. Observa que “las lamentaciones de los administradores españoles tienen que ver muchas veces con la falta de servicios públicos necesarios en el mundo civilizado”, principalmente en los pueblos de minas decadentes, como Remedios, Zaragoza, Cáceres y Santiago de Arma. Y agrega que “en Medellín y Rionegro, los centros comerciales que se desarrollaron en el siglo XVIII, se encontraba una comodidad igual al menos con la de Bogotá” (Safford, 1965, p. 61). Es decir, plantea la relatividad de la situación de postración económica en toda Antioquia y sostiene que existían diferencias marcadas entre las antiguas y las nuevas ciudades. Pero, con relación a la falta de servicios públicos, deja entrever que también hay contrastes en el interior de algunos pueblos cuando anota que era perfectamente factible “la coexistencia de una pobreza pública con una riqueza particular”, sobre todo en algunos “de fundación reciente y muy lejos de los centros administrativos” (Safford, 1965, p. 61). Deja claro que la “pobreza” no era general, que ya existía una concentración de riqueza particular, e insinúa que la abundancia de oro que se producía se estaba concentrando en pocas manos.

Las aseveraciones de Safford en el sentido de que la acumulación de capital ya se estaba dando al final de la Colonia coinciden con la posición del historiador inglés Roger Brew, quien asegura que en las dos últimas décadas del siglo XVIII comenzaron a prosperar los grupos comerciales de Rionegro y Medellín7 (Brew, 2000, p. 55). Para Brew, como para Safford, el dinamismo de estos se relacionó con la minería, pero fundamentalmente con el intermediario comerciante que estableció relaciones económicas entre los diferentes mercados basadas en el oro. Esta es la clave para entender el despegue de Antioquia desde finales del siglo XVIII, mucho antes del incipiente repunt e del tabaco o del gran auge cafetero o de la industrialización manufacturera del siglo XX. El padre Finestrad tenía razón en que la causa de la pobreza de Antioquia en la Colonia era la abundancia del oro, pero no por el oro en sí, sino por su utilización. Por eso, Safford aduce que lo que Finestrad lamentaba era “la necesidad de exportar oro” y que una parte de los artículos de consumo se importaran a un costo muy alto. Por eso, ante la situación de atraso técnico y la tendencia al monocultivo del maíz, “quería una economía más equilibrada, si no autárquica, en la cual todos los artículos de primera necesidad se producirían dentro de la región a menor costo” (Safford, 1965, pp. 62-63). Y esa situación ya se comenzaba a dar en las regiones principalmente frías, y en familias inicialmente de bajos ingresos y escasa educación, aprovechando las grandes diferencias de precio entre los distintos mercados que empezaban a tener contacto entre sí. Así se explica cómo esa “élite” de comerciantes, principalmente de Medellín, contribuyó con sumas considerables a la causa de la Independencia (Brew, 2000, pp. 5-6).

Por consiguiente, existía ya a finales del siglo XVIII una incipiente acumulación de capital, basada en el oro, entre la ascendente capa de comerciantes de Medellín y de la región oriental de Antioquia. Esto hace suponer que la expansión poblacional que se produjo hacia el sur y el suroeste pudo haber sido inducida, en alguna medida, por esos intereses económicos que comenzaban a darse. Veamos a continuación en qué medida la acción política y administrativa pudo coadyuvar a ese cometido y cómo la estructura de la tenencia de la tierra se constituyó en la condición necesaria para lograrlo.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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