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El antecedente fundacional urbano en el centroccidente de Colombia

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Cuando nos ubicamos históricamente en las últimas décadas del siglo XVIII en Antioquia, encontramos que la tendencia dominante del poblamiento se consolidó geográficamente en los pisos medio y alto (valles de Aburrá y altiplanos de Rionegro y de los Osos), y que tales emplazamientos correspondieron al cambio de orientación productiva de la minería a la incipiente agricultura. Estos dos nuevos factores relacionados debieron incidir en el tipo de ciudad que requerían, y serán los que guíen, a manera de hipótesis, la indagación sobre el origen y desarrollo urbano que produjo la migración de antioqueños en esa época y que se prolongó durante todo el siglo XIX y principios del XX. Pero para ello es importante precisar primero cuál fue la ciudad que prevaleció en el centroccidente de Colombia (actuales departamentos de Antioquia y Antiguo Caldas) durante gran parte de la Colonia (siglos XVI y XVII), localizada en climas cálidos y como apoyo a los principales centros mineros, y cuál su legado fundacional.

A pesar de que el territorio antioqueño fue poblado inicialmente por los españoles en el período de la Conquista (siglo XVI), por el hecho de que su localización es interior, sus ciudades no fueron fundadas con un criterio estrictamente estratégico militar, como lo fue Cartagena, sino político y económico. Es decir, su función principal, que era la de todas las fundaciones españolas de la Colonia, se fundamentó en la centralización del control territorial y poblacional indígena ejercido mediante el poder monárquico extendido desde ultramar; pero su particularidad radicaba en que fueron ubicadas cerca de yacimientos de minerales preciosos, principalmente de oro, a los que debían abastecer. Como señala Germán Colmenares (1984, p. 245), “casi ningún centro minero, por importante que fuera, pudo establecerse o perdurar independientemente de las ciudades que debían abastecerlo o de las cuales dependía administrativamente”. Sin embargo, la actitud fundadora que prevaleció con el establecimiento de esos primeros núcleos urbanos mineros fue eminentemente conquistadora, es decir, se realizó bajo la égida de una penetración militar, al mando de un comandante representante del rey o “adelantado” y en lucha agresora contra las tribus indígenas que habían poblado la región desde antaño. El conquistador que recibía derechos territoriales por la vía de una capitulación o donación estaba obligado, como señala José Luis Romero, “a tomar posesión de su territorio, de dimensiones hipotéticas”. Y una vez sobre el terreno “tenía que transformar en realidad esa hipótesis”. Para tomar posesión “necesitaba producir un hecho, y consistió generalmente en la fundación de ciudades” (Romero, 1984, p. 54).

En este sentido, es posible que no existieran en Antioquia diferencias con otras fundaciones coloniales de zonas de extracción minera en el Nuevo Reino de Granada y de América hispana; incluso el establecimiento inicial de colonias agrícolas en territorios donde la mano de obra indígena era la determinante en su localización debió hacer muy similar el sistema de vasallaje y de explotación, porque allí, los primeros centros mineros utilizaron la mano de obra local de las encomiendas para el trabajo en aluviones y filones, y fueron los indígenas los que aportaron los métodos extractivos que los españoles adaptaron posteriormente (Colmenares, 1984, p. 247). Pero más tarde, las belicosas comunidades indígenas fueron finalmente sometidas y diezmadas por la fuerza conquistadora, con la ayuda de las enfermedades que trajeron los inmigrantes, y la mano de obra fue reemplazada por esclavos negros. La población indígena que ocupaba la parte comprendida entre el río Arma, al norte, y los nacimientos del río La Vieja, al sur, y entre las cordilleras Central y Occidental, pasaba de 100 000 almas a la llegada de los conquistadores; y en 1626 había ya menos de 300. Las guerras con los vecinos, los trabajos forzados a que los sometieron los conquistadores, las viruelas y demás epidemias que aquellos trajeron consigo diezmaron en menos de una centuria la población autóctona (Robledo, 1916, p. 72). En este sentido, la especialización productiva se fue inclinando hacia la minería, y la relación se estableció estrechamente entre centro urbano y centro de extracción de minerales preciosos, hasta tal punto que el auge y la decadencia de los caseríos estaban estrechamente ligados a la prosperidad o al agotamiento productivo de las minas, con algunas excepciones, en las que los núcleos poblados alcanzaron importancia político-administrativa y les permitió alguna estabilidad independiente de los altibajos de la producción aurífera, como en el caso de la ciudad de Santa Fe de Antioquia. Así, las jerarquías urbanas se fueron conformando por los avatares económicos, pero fundamentalmente se consolidaron y respaldaron por decisiones políticas: el establecimiento de rangos jerárquicos que diferenciaban entre ciudades, villas y sitios. De igual manera, se dieron relaciones de dependencia entre el conjunto de centros urbanos, de tal manera que unos, fundados inicialmente, actuaban como “metrópolis” de los poblados que habían surgido bajo su iniciativa. Se configuraron así, como lo anota Colmenares, distritos mineros tributarios de otros, como lo fueron Victoria y Remedios con respecto a ciudades tan distantes como Santa Fe de Bogotá y Tunja; o Marmato, Quiebralomo y Supía, que dependían de Cartago, Arma y Anserma; y Santa Fe de Antioquia fue metrópoli de nuevas fundaciones, como San Jerónimo, Cáceres, Zaragoza y, más tarde, Guamocó (Colmenares, 1984, p. 244). La “ciudad” de Santa Fe de Antioquia, fundada en 1541 cerca del productivo cerro aurífero de Buriticá, se consolidó desde sus inicios como el más importante centro urbano de la región que abarcaba todo el bajo río Cauca, pero dependió durante todo el período colonial fuertemente de ciudades como Cartagena, al norte, y de Popayán, al sur. También fueron erigidas “ciudades” Santa Ana de los Caballeros de Anserma (1539), Cartago (fundada en 1540 en el sitio que hoy ocupa Pereira) y Victoria (1553), localizada en lo que posteriormente fue el oriente del Antiguo Caldas. Y también en esta región se fundaron las “villas” de Santiago de Arma (1542) y de Nuestra Señora de la Candelaria de Sevilla, actual Supía (Ocampo, 1993, p. 134) (ver figura 6). Tanto Anserma como Supía y Arma decayeron en los siglos XVII y XVIII, y solo las dos primeras se reactivaron en el XIX, cuando la migración, principalmente de antioqueños, ocupó estos territorios.


Figura 6. Mapa del centroccidente de Colombia durante la Conquista

Fuente: elaboración propia a partir de Uribe (1885), Parsons (1997, p. 63) y Jaramillo (2003). Base cartográfica IGAC.

Diseñador visual Ricardo Castro Ramos.


Figura 7. Foto cañón del río Cauca

Fuente: arquitecto Jorge E. Esguerra.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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