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La crisis desencadena la colonización

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Para darnos primero una idea de la situación social y económica de los antioqueños bajo el dominio español, nada mejor que el cuadro que pintó, en 1885, el más importante historiador de Antioquia en el siglo XIX, Manuel Uribe Ángel; veamos unos apartes:

¿Cuál podría ser la fisonomía de Antioquia, cuando el último tiro de arcabuz dio la señal del completo sometimiento de los indígenas? Ciertamente un poco sombría y melancólica. Unos pocos europeos apoderados de un país de difícil entrada y escasa vida; algunos pueblos de indios, reducidos á ceniza; otros subsistentes, pero en la miseria; los campos cubiertos de osamentas humanas; unos pocos naturales obedeciendo como siervos al vencedor, y otros llenos de terror buscando abrigo en los bosques más remotos, para hurtar el cuerpo á la saña feroz de sus verdugos. (Uribe, 1885, p. 761)

Después de la larga y pertinaz guerra de conquista, con sus lógicas e infalibles consecuencias, todos, americanos y peninsulares estaban en una incómoda y precaria posición. Las sementeras se hallaban taladas, los géneros alimenticios en extrema escasez; y las ciencias y las artes, completamente ignoradas, no podían remediar, al menos con prontitud, tamaños males. El suelo, de otro lado, no era excesivamente fértil sino en algunas comarcas. (Uribe, 1885, p. 762)

Así, máquinas, libros, utensilios de agricultura y de minería eran en su mayor parte desconocidos. Estas consideraciones generales parecen explicar el espíritu de economía que hoy, á pesar de las ruinosas invasiones del lujo de otros países, se alcanza á distinguir entre muchas familias. (Uribe, 1885, p. 762)

Encerrados en estas crestas y hondonadas, sin roce alguno social, desconociendo el movimiento más o menos progresivo de la civilización, sin estudios, sin maestros, sin ejemplos y sin luz intelectual, vivieron y se multiplicaron como verdaderos montañeses, rígidos y altaneros, sin rendir culto alguno a las formas suaves de la sociedad. Dios y el hogar: he aquí el tipo del antioqueño que siguió inmediatamente a la conclusión de aquella guerra; y decimos Dios y el hogar, porque en cuanto al rey, aunque se le reconocía, quedaba muy distante. (Uribe, 1885, p. 764)

La síntesis que hace Uribe Ángel al final de su patética descripción del tipo antioqueño, sumido en las nociones de “Dios y hogar” durante la Colonia, estuvo también presente en las vísperas de la vida republicana, a juzgar por los informes de los gobernantes y visitadores virreinales que también mostraban alarmantes índices de la crisis generalizada1. La acendrada religiosidad y el espacio hogareño que acogía a la familia parecían ser los únicos refugios del pueblo antioqueño en tan dramáticas condiciones, más difíciles, parece, que las que imperaban en otras regiones también miserables y sometidas al saqueo y al vasallaje español. Una interioridad en los espíritus, pero también en el medio físico ante la imposibilidad de otear nuevos horizontes, era lo que caracterizaba a esa Antioquia colonial, cerrada y encerrada –incluso después de la Independencia Bolívar la llamaba “las soledades de Colombia”–, y cuyo único medio de producción era la minería del oro. Terrible paradoja que el padre Joaquín de Finestrad, en 1783, describía de la siguiente manera:

Lejos de persuadirme de que las minas son el ramo más feliz de la Corona soy de parecer que son la causa de los atrasos sensibles de las provincias. La de Antioquia, que toda está lastrada en oro, es la más pobre y miserable de todas. (Parsons, 1997, p. 97)

Existía, pues, la apreciación muy difundida en aquella época de que el precioso metal no podía procurar una base durable para la prosperidad y el progreso de Antioquia (Parsons, 1997, p. 97). Parsons señala que “la mayor parte de los observadores manifiestan sorprendidos el atraso, la incultura y la pobreza de la provincia. La agricultura estaba casi que totalmente descuidada por las minas, y el comercio se hallaba estacionario. Por falta de hierro, la tierra continuaba siendo desbrozada con hachas indígenas de pedernal o macanas” (Parsons, 1997, p. 26). Pero también, la infertilidad de las tierras es una característica generalizada en toda la región antioqueña, con poquísimas excepciones, como el Valle de Aburrá. Y la escasa capa vegetal del altiplano de Rionegro y Marinilla pronto se agotó a causa de las inapropiadas técnicas agrícolas para el cultivo del maíz basadas en la tala y la quema (Uribe, 1885, p. 291), lo cual agregó un índice negativo más a la situación económica descrita. Y por añadidura, “la mayor parte de los valles labrantíos y de las tierras altas graníticas eran retenidos por unos pocos concesionarios ricos” (Parsons, 1997, p. 26). Ante este cuadro desolador, es explicable la necesidad de las gentes más pobres de salir en busca de minas y de tierras, más si se tiene en cuenta que el aumento de la población –ese sí un aspecto nuevo en Antioquia al final del siglo XVIII– estaba creando una presión social muy grande ante la falta de tierras y oportunidades. Y allí, principalmente hacia el sur, se encontraban inmensos territorios fértiles casi inhabitados por vida humana, desde que tres siglos antes se hubieran extinguido casi completamente las comunidades indígenas que allí vivían: toda la vertiente occidental de la cordillera Central, desde el río Aures, al norte, hasta las proximidades de Cartago, al sur, estaba cubierta de bosques primarios y algunos secundarios casi impenetrables. Solo existían en esta zona dos caminos que atravesaban el territorio de oriente a occidente: el del Quindío, que comunicaba a Ibagué con Cartago, y el de Ervé (Herveo), de menor importancia, que relacionaba a las postradas minas de Marmato y Supía con Mariquita.

Para dar una idea de la situación en que se encontraban los habitantes de Antioquia ante la crisis y cómo era su ánimo para aventurarse a buscar nuevas tierras, Parsons transcribe un memorial de 1879, suscrito por unos “pobres vasallos” del altiplano oriental que se habían asentado en las montañas del “valle de Sonsón”:

Nosotros, los suscritos vecinos de la ciudad de Rionegro y del valle de San José de Marinilla, venimos ante vos con toda humildad [...] y declaramos: Hemos sido llevados a este movimiento por nuestra extrema pobreza en bienes materiales y por la escasez de tierras, ya para cultivarlas como propias o en las cuales construir habitaciones para nosotros y para nuestras familias. Así hemos venido, sin dinero, a estas montañas de Sonsón, donde hay buena tierra, amplios pastos para nuestros ganados, salinas y ricas minas de oro, a hacer nuestras casas y erigir una nueva población. Esto traerá beneficios, tanto para nosotros como para el real tesoro [...] como resultado del descubrimiento de dichas salinas y aluviones de oro y por la apertura de comunicaciones entre el nuevo plantío y Mariquita, que está cerca del dicho valle de Sonsón”. (Archivo de Antioquia, Medellín, Fundaciones: Sonsón, 1789-1809, hojas sin numerar. Citado en Parsons, 1997, p. 115)

Según el historiador Pedro Felipe Hoyos Körbel, el trasfondo político de este memorial consiste en que esta población quedaba en la enorme extensión de tierras concedida por la Corona española al alférez real Felipe Villegas y Córdoba (concesión Villegas), y los colonos necesitaban el respaldo del gobernador para echar adelante su proyecto (Hoyos, 2001, p. 6). El anterior documento parece ratificar lo que algunos investigadores del poblamiento han afirmado con relación a la llamada “colonización antioqueña”: que los emigrantes eran movidos por su “extrema pobreza”, aserción que puede ser válida en sus inicios, pero que no se puede generalizar a todas las épocas en que se desarrolló la migración, como veremos más adelante. Parece ser que este primer “movimiento” para ocupar el valle de Sonsón (al suroriente del río Aures) sí tenía visos de corresponder a la situación general de Antioquia ya descrita, al final del siglo XVIII. Pero es importante, además, resaltar la importancia que tales vasallos le daban a la región como vínculo de un futuro camino que comunicara con Mariquita, y también a la erección de una nueva población que le sirviera de apoyo. En la motivación de las gentes desplazadas estaba no solo la necesidad de hacerse a buen clima, a tierras y a minas, sino la posibilidad de facilitar el comercio interregional por medio de vías y de centros de acopio y de abastecimiento en la zona. En esa época, Mariquita era la provincia que colindaba con Antioquia por el suroriente, y su capital, del mismo nombre, era un nexo geográfico y comercial con el río Magdalena (Honda) y con la capital del virreinato: Santa Fe de Bogotá. Así pues, en la mentalidad de esos colonos “modernos” (parafraseando a Parsons), así fueran pobres, se adivinaba un sentido comercial bastante nítido, porque relacionaban inversión productiva con intercambio y vías de comunicación, así como con la necesidad de fundar poblados que centralizaran las decisiones económicas y políticas. Esto es supremamente importante que ocurriera en esa época y en esa región, signada precisamente por el enclaustramiento físico y mental y por el atraso en la producción. Con relación a esto, Otto Morales Benítez trae la siguiente apreciación de Alejandro López2, uno de los primeros analistas del fenómeno colonizador: “El aislamiento de cada poblado y el cultivo simplemente extensivo de las tierras creaba en cada población una economía cerrada con pocas posibilidades de intercambio de productos con otras más o menos lejanas”, situación que para López ayudó a desatar la colonización. Las gentes no quisieron permanecer ociosas: “No iban a comprar tierras; iban a ocuparlas, las más de las veces arrebatándoselas al poseedor excluyente” (Morales, 1995, pp. 62-63). Al respecto, es fundamental mencionar algo que desarrollaremos en el siguiente aparte: el papel del minero independiente y el del comerciante fueron definitivos en el despegue de Antioquia al final de la Colonia. De la movilidad social que generó la búsqueda de oro, a pesar de su lastre y causa del decaimiento productivo, quedó una actitud de motivación económica y de amplitud de horizontes, que serán los aspectos que caracterizarán a los antioqueños a partir de los inicios del siglo XIX3.

Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales

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