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Hacia un mundo post pandemia
ОглавлениеEs en estos términos que la pandemia provocada por el covid-19, la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial según el secretario general de la ONU, y la mayor crisis global de salubridad desde la gripe española de 1918, sacude al mundo. Tal y como en el pasado reciente, acontecimientos como el ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, y la crisis financiera de 2008-2009, marcaron un antes y un después en el sistema internacional, algo similar puede decirse de esta pandemia. Ella ha impactado especialmente a América Latina. Si bien las pestes son tan antiguas como la propia humanidad, su significado en un mundo globalizado se puso de especial manifiesto. El virus se regó en apenas un par de meses por todo el planeta.
Más allá del costo en vidas humanas, con sus millones de muertos, sus devastadores efectos económicos y sociales, y el trauma colectivo causado a una humanidad en cuarentena, la interrogante que surge es, ¿cuál será su impacto en el orden internacional del futuro? Ello es especialmente válido dado que el mundo se encuentra en un momento fluido, en transición desde el antiguo orden liberal internacional que rigió por setenta años a uno muy distinto, con otros parámetros y otras coordenadas (Zakaria 2020).
Las respuestas a esa pregunta se dividen en tres categorías. Aquellas que sostienen que una vez que pase la pandemia, el mundo volverá a la situación ex ante; las que afirman que enfrentaremos un entorno muy distinto, en muchos aspectos irreconocible; y las que señalan que la pandemia ha acelerado tendencias provenientes de antes, y anticipar rumbos prefijados.
Y, lo que hemos visto en las últimas tres décadas ha sido un desplazamiento masivo de la riqueza en el mundo. Ello ha llevado a un reordenamiento radical de las jerarquías en el Sur Global y del orden internacional: un giro del eje geoeconómico del Atlántico Norte al Asia-Pacífico (De la Torre 2015). El surgimiento de China como gran potencia es la principal expresión de este fenómeno, pero no la única. Por algo la primera década del nuevo siglo fue calificada como la década de los BRICS. Este traslado de riqueza del Norte al Sur, sin embargo, ha ido de la mano con otro cambio, más intangible, pero no menos real. La creciente conciencia que lo que por mucho tiempo pareció la superior capacidad de gestión gubernamental y económica de los países del capitalismo anglosajón, ya no es tal. La debacle que fue la crisis financiera de 2008-2009 es el mejor ejemplo. Gatillada en Wall Street por un mal manejo de instrumentos de créditos hipotecarios, que terminaron causando la mayor recesión de la economía mundial desde la Gran Depresión, subrayó que el manejo de las finanzas y la banca en los Estados Unidos dejaba mucho que desear. Lejos de estar en condiciones de dictar cátedra al resto del mundo en la materia, como había hecho por muchos años, Washington demostraba ser incapaz de mantener su propia casa en orden. China, en cambio, superó rápidamente el impacto de esa crisis, recuperando altas tasas de crecimiento, mientras los Estados Unidos batallaba con la recuperación económica más lenta de su historia (Tooze 2018).
Y, una década después, la pandemia de covid-19 vendría a ser otra prueba de fuego, tanto para las potencias occidentales tradicionales como para las emergentes. ¿Cuán resilientes serían para enfrentar este otro enorme desafío encarnado en un virus microscópico, pero no por ello menos letal? La presunción natural de muchos era que los países avanzados se desempeñarían mucho mejor que el resto. Ello se veía avalado por estudios y datos duros. Hay rankingsen la materia, basados en el así llamado Índice de Seguridad Sanitaria. Este índice incluye indicadores como Prevención, Detección y Respuesta, Respuesta Rápida, Sistema de Salud, Cumplimiento de Normas Globales y Entorno de Riesgo. En este ranking, los Estados Unidos y el Reino Unido ocupaban el primer y segundo lugar, respectivamente (Heine 2020b).
Poco más de un año después del inicio de la pandemia, la evidencia es abrumadora. Los Estados Unidos, con 560.000 muertes, y el Reino Unido, con 126.000 (el mayor de Europa), están considerados entre los países que peor han manejado la pandemia. El hecho que entre los países más afectados estén dos de los más ricos y, en teoría, los mejor equipados para hacer frente a una pandemia refleja algo muy equivocado en la gobernanza de estas potencias anglosajonas. Los mejores recursos científicos y médicos, son, al final, solo tan buenos como los responsables de las decisiones nacionales los hacen ser. La falta de una acción temprana de los Estados Unidos puede ser “el mayor fracaso de la inteligencia en la historia de los Estados Unidos” (Zenko 2020) de la mano con fallas lamentables al más alto nivel de la conducción gubernamental. La estrategia seguida por el gobierno del Reino Unido fue igualmente errática, llevando al resultado de marras. ¿Dónde está la alegada ventaja en materia de experiencia diplomática, de sistemas de inteligencia, de gestión de políticas públicas, así como de capacidad estatal, supuestamente ausentes en las potencias emergentes, pero abundantes en las potencias occidentales tradicionales?
A su vez, China, donde se originó el covid-19, y pese a su mal manejo inicial, lo logró controlar rápidamente, y exhibe cifras de muertes inferiores a los 5.000. Algo similar puede decirse de varios otros países del Este y el Sudeste Asiático, que con medidas preventivas aplicadas a tiempo y alta disciplina social lograron lo que las potencias occidentales no pudieron: mantener a raya al virus.
Los rápidos avances en vacunación de su población, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido en los primeros meses de 2021 compensaron en alguna medida su desastroso manejo de la pandemia. Sin embargo, ambos países están entre los grandes perdedores del annus horribilis que fue 2020. Este balance negativo se vio acentuado por la desigual dinámica que adquirió la distribución de vacunas contra el virus en el mundo. Las potencias occidentales, exhibiendo un “nacionalismo vacunatorio” exacerbado, se negaron a compartirlas con los países en vías de desarrollo, hasta haber vacunado a toda su población, lo que contrasta con la política seguida por países como China, Rusia e India (Heine 2021). Ello subrayó el creciente comportamiento autorreferente de Estados Unidos, ajeno a toda pretensión de liderazgo y de asumir los costos de conducción propios de las potencias hegemónicas en el orden internacional, prueba al canto de la crisis del orden internacional liberal y la transición a uno muy diferente, algunos dirían post-occidental.