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Vacunas, poder y diplomacia en las Américas
ОглавлениеEn 2020 el desafío fundamental de los gobiernos en la región fue contener y mitigar los efectos del virus, por medio de cuarentenas y otras medidas de distanciamiento social (Milet y Bonilla 2021). Sin embargo, a comienzos de 2021, con las vacunas anti-covid-19 ya en el mercado, el tema pasó a ser el cómo administrar vacunas a la mayor cantidad de personas posibles, y llegar así a la tan ansiada inmunidad de rebaño (Brun y Legler 2021).
Sin embargo, América Latina se encontró al final de la fila para acceder a las ansiadas vacunas. Si bien las mismas fueron desarrolladas en parte importante en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países de Europa Occidental, el acceso a ellas por parte de los países en desarrollo ha sido reducido. Ello ha creado una brecha de inequidad entre el Norte y el Sur Global, que se manifiesta también en numerosos otros frentes.
La expectativa de muchos gobiernos latinoamericanos era que los países de la región tendrían acceso a las vacunas producidas en Estados Unidos. Y fue por ello que en febrero de 2021, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con México en situación límite, aproximándose a las 200.000 muertes por la pandemia, llamó al presidente Biden para solicitar su cooperación en la materia. Sin embargo, en esa ocasión la respuesta del mandatario estadounidense fue negativa. Biden señaló que solo una vez que toda la población de los Estados Unidos estuviese vacunada podría Washington comenzar a considerar el exportar o donar vacunas –pese a que los Estados Unidos contaba con treinta millones de dosis de vacuna AstraZeneca en bodega, cuyo uso aún no había sido autorizado en su país–. Fue solo algunas semanas después que Biden accedería al pedido de vacunas de México, a cambio de ayuda para resolver la crisis migratoria en la frontera Sur (Bollyky 2021). Fue en ese cuadro que el presidente mexicano le había agradecido públicamente a Rusia, China e India por su apoyo en materia de vacunas contra el covid-19: “Acudimos a ellos, y respondieron en forma fraternal”, dijo el mandatario mexicano.
A su vez, el presidente Jair Bolsonaro en Brasil se vio impelido a llamar al primer ministro indio, Narendra Modi, para solicitarle su ayuda en facilitar la venta de treinta millones de dosis de vacunas indias, ya que Brasil, en una situación de pandemia aún más crítica que la de México, tampoco contaba con las vacunas suficientes para su población, y ni los Estados Unidos ni países europeos estaban en condiciones de proveerlas.
La pertinencia de esto para el tipo de política exterior que deben seguir los países latinoamericanos es obvia. En el marco de la renovada Guerra Fría que ha surgido entre los Estados Unidos y China, uno de los argumentos utilizados es que América Latina debería minimizar sus lazos con potencias extrarregionales como China, Rusia e Irán, entre otras, por tratarse de países muy distintos y distantes. Ello marcaría una gran diferencia con los socios tradicionales de la región, en Norteamérica y Europa Occidental, en los cuales sí se podría confiar, porque compartirían valores y tradiciones comunes con América Latina.
En la mayor crisis de la región en 120 años, sin embargo, ¿cuáles han sido los países que han respondido? China, con su “diplomacia de las mascarillas”, primero (con 215 millones de dólares en cooperación a la región en 2020 a un total de treinta países) y la de las vacunas después, ha sido, por lejos, el mayor suplidor de la región. Chile no sería uno de los países que más personas ha vacunado, si no fuese por las vacunas chinas Coronavac de Sinovac, cuya entrega aseguró con la debida anticipación. Rusia, con la vacuna Sputnik V, co-producida en Argentina, entre otros países, no se queda atrás. En tanto India, que no solo produce vacunas, sino que también jeringas por millones, no cesó de demostrar su condición de potencia en el campo farmacéutico, al menos a comienzos de 2021, antes de ser absorbida por el rebrote del virus en la propia India. En otras palabras, sin las así llamadas “potencias extrarregionales”, América Latina estaría en una crisis aún mucho más profunda que aquella en la cual se encuentra.
Y pocos casos más emblemáticos de ello que el de Paraguay. Tradicional bastión anticomunista en Sudamérica, y conocido por “el Stronato”, la larga dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989), Paraguay es también el último baluarte de Taiwán en el subcontinente, con una relación diplomática de ya 63 años. Aunque Paraguay logró limitar la expansión del virus en 2020, a comienzos de 2021, este se regó por el país, llegando a una de las tasas de mortalidad por habitante más altas de la región (Carneri 2021). Y el gobierno, presidido por Mario Abdo Benítez, hijo del secretario privado de Stroessner, no ha podido acceder a vacunas. Como es obvio, el no tener relaciones diplomáticas con la República Popular China, ha limitado su acceso a cooperación sanitaria por parte de Beijing. Ante la emergencia nacional, y el que el gobierno contemplase la posibilidad de romper con Taiwán, y así obtener vacunas chinas, se produjo uno de los demarches diplomáticos más curiosos de las relaciones interamericanas. El secretario de Estado de los Estados Unidos, Anthony J. Blinken, llamó al presidente Benítez, y su mensaje fue que, si bien los Estados Unidos no estaba en condiciones de proveerle vacunas anti covid-19 a Paraguay, el gobierno paraguayo se las debería solicitar a Taiwán (que no las tiene), pero que en ningún caso debería establecer relaciones diplomáticas con China (Parks 2021). En otras palabras, Estados Unidos terceriza su cooperación sanitaria en las Américas. En vista de ello, Taiwán procedió a comprar una cantidad importante de vacunas en India, para ser entregadas a Paraguay. Pocas veces ha quedado más de manifiesto la abdicación de Washington al ejercicio de liderazgo en el hemisferio occidental.