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Mirando a América Latina

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¿Y si América Latina ya no existe?

(Jorge Volpi, El insomnio de Bolívar, 2009).

Es evidente que América Latina es una unidad de análisis excesivamente agregada al momento de evaluar sus retos y dilemas. No obstante, también es cierto que existe un conjunto de condiciones, necesidades, intereses y aversiones que atraviesan toda la región. En ese sentido, el péndulo ilusión-desilusión siguió una trayectoria singular que no fue un espejo exacto de lo que aconteció a nivel mundial.

Si en los setenta Latinoamérica experimentó una década perdida a raíz de la extensión de gobiernos autoritarios en la región y en los ochenta vivió una segunda década perdida en materia económica, en los noventa padeció su tercera década perdida. En ese caso en el ámbito social: se ahondó la desigualdad, se incrementó la pugna entre clases, se mantuvieron altos los índices de pobreza, creció la criminalidad, se multiplicó el desempleo, se descuidó la educación y se deterioró la salud. Con ese marco de referencia la primera década del siglo XXI mostró, sin embargo, que surgía lo que algunos denominaron, con un optimismo inmoderado, una “nueva” América Latina.

El dato más trascendental lo constituyó el significativo aumento de los precios de los productos primarios agrícolas, mineros y energéticos que exporta la región. Ello permitió altas tasas de crecimiento y la posibilidad de incrementar las arcas de los gobiernos que se encontraban disminuidas por las medidas pro-mercado de los lustros previos. A lo anterior se sumaron los intentos por ampliar la democracia mediante diversas experiencias nacional-populares, de centro-izquierda y radicales. También fue posible, en particular en América del Sur, recuperar una histórica aspiración de la región: acrecentar la autonomía relativa mediante el soft balancing, la unidad colectiva ante asuntos claves y la diversificación de las relaciones exteriores. Para ello coincidieron el auge económico de China y la desatención política de Estados Unidos.

Pero a pesar de un contexto interno e internacional propicio, la matriz social, política y económica de los países no se alteró significativamente. Se redujo la pobreza, pero no la fragilidad de los sectores populares. Se acrecentó el rol del Estado, pero no necesariamente sus capacidades. Se creció a tasas importantes, pero no hubo una mejora sustantiva en materia de innovación científica y tecnológica. El tiempo de la ilusión en la región también fue breve.

El segundo lustro de la segunda década del siglo XXI mostraba que América Latina ha ido perdiendo gravitación en el mundo y que los países parecían abocados a disentir cada vez más entre sí. Lo primero ha conducido a la vulnerabilidad y lo segundo a la fragmentación: ambas potencian la dependencia. Si se observan históricamente diversos indicadores –votaciones en el marco de la ONU, participación en las exportaciones mundiales, nivel de primarización de las economías, inversión en ciencia y tecnología, índices de desigualdad, atributos militares, rankingcomparado de “poder blando”, entre otros– se advierte el debilitamiento de Latinoamérica en contraste con otras regiones como el Sudeste de Asia, por ejemplo.

A su vez, si se evalúan los ámbitos e iniciativas de concertación e integración de la región, hay un franco retroceso. Una mezcla de estancamiento, fragilidad y decadencia atraviesa, por igual, aunque con variada intensidad, al Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones, la Alianza del Pacífico, el ALBA, la Celac, la OEA, Unasur y Prosur. Dinámicas exógenas como el auge de China reforzaron la primarización económica y los incentivos para buscar atajos individuales. Con la llegada de gobiernos de derecha en distintos países de Suramérica, en particular, se evidenció la preferencia por el “sálvese quien pueda” y a favor de un claro acercamiento, sino acoplamiento, a Washington. El corolario estratégico de esto ha sido el deslizamiento hacia modos de aquiescencia en vez de opciones autonómicas.

Es en este contexto en el área en el que arriba el covid-19 a América Latina. En la región, el alcance de la desigualdad es agudo; los niveles de densidad demográfica en las grandes metrópolis resultan muy altos; las capacidades estatales son, por lo general, bajas; la infraestructura sanitaria muy insuficiente; los porcentajes de informalidad laboral elevadísimos; la fragilidad económica notoria; las condiciones de vulnerabilidad de minorías específicas son ostensibles; las desventajas materiales, legales y políticas para las mujeres patentes; las instituciones públicas en muchos casos son poco creíbles y en varias naciones la existencia de fuertes conflictos de diversa naturaleza e intensidad dificultan la aplicación de políticas para mitigar las consecuencias de la pandemia. Sintéticamente, el covid-19 entre nosotros resultó letal.

La pandemia, entonces, se insertó en medio de la desilusión generada por la desaceleración económica, la convulsión política, el descontento social y la disgregación diplomática.

El no alineamiento activo y América Latina

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