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CAPITULO 1 Práctica social, práctica docente, práctica de enseñanza Introducción Dicotomía incruenta
ОглавлениеSiempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.
Oliverio Girondo
No recuerdo cuando fue la primera vez que me encontré con Oliverio Girondo. Pero sí recuerdo, aún hoy, las sensaciones que me provocó la lectura de sus poemas: primero la incredulidad de sentir que fue un poeta de otro tiempo, no de la década de 1920 sino de un futuro mucho más cercano a este presente; después, la familiaridad de poder conversar con quien habla desde las veredas, las locuras cotidianas (propias y ajenas), la pasión.
La mejor biografía (¿biografía?) que leí de Oliverio fue la de Juan Sasturain. Él dice que es el mejor poeta argentino del siglo XX y que leerlo es una experiencia que te cambia la vida, que te deja diferente de cómo te encontró, que te reconcilia con la poesía aun a quienes los textos poéticos les provocaron desconcierto, rechazo, alergia o fastidio: Girondo se entiende y se disfruta.
Cuando me topé con “Dicotomía incruenta” ya había leído a Bourdieu. Y lo primero que pensé es que ese era un poema bourdieuano: un cuerpo que no es solo el propio sino todos los cuerpos, todas las hexis; una casa a la que se llega ya habiendo llegado, una muerte que se muere no habiéndose muerto. Desde mi propio mundo en rima, leo en Oliverio la noción de habitus.
¿Quién sabe si Pierre Bourdieu leyó alguna vez la poesía de Oliverio Girondo? O más aun, ¿quién sabe si a Pierre Bourdieu le gustara la poesía?
En Autoanálisis de un sociólogo (2006), tal vez la única biografía (¿biografía?) autorizada del francés, no aparece al respecto indicio alguno. Claro que, un Bourdieu que descree de las autobiografías, “género convencional y engañoso” afirma, prefiere enfatizar lo que el texto es en esencia: un socioanálisis de sí mismo, una interpretación del propio yo en el contexto de las fuerzas sociales que han hecho de ese yo, un yo social. Este autosocioanálisis, continuación sobre el sí mismo de El oficio de científico (2003), es una reflexión sobre su práctica como investigador. Pero nada dice de la poesía de Oliverio.
Es bien cierto. Tanto como que Oliverio hubiera sido un buen par para escribir juntos el “Autosocioanálisis de un poeta”.
En Antología de la Poesía Argentina Moderna (1931) Oliverio se presenta a sí mismo recordando con ironía su propia historia: un niño hermoso y rubicundo experto años más tarde en las artes de las carambolas. Y con la nostalgia de haber perdido parte de su vida, nos cuenta que rompió papeles hasta que publica en 1922 algunos de los que se salvaron en Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1968). Al momento de esa primera edición, aún faltaban ocho años para que naciera Pierre Bourdieu.
Es bien cierto. Tanto como que Bourdieu hubiera sido un buen par para escribir juntos “Veinte poemas para ser leídos desde el campo social”.
Pero vamos a lo nuestro. Este capítulo no trata sobre Bourdieu ni sobre Oliverio… Pero necesitamos a ambos para abrir esta primera puerta que nos lleve hasta la reflexión sobre nuestras prácticas de enseñar en la educación superior. Porque el arte, cualquiera fuere, siempre abre puertas.