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1. Las prácticas sociales Fantasmas

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Vinieron solos, pero vinieron,

son los fantasmas frecuentes.

Esta vez no susurran al oído,

están a los gritos y peleando.

Están queriendo anudar sus soles

a mi endeble estructura ósea.

Están queriendo incrustar sus gemas

en mi incruenta musculatura sana.

Vinieron solos, sobrevivientes

de las historias no contadas.

Están burlones como bufones

y están sedientos de relatos.

Se asoman, se muestran,

son los fantasmas en ciernes.

Se mofan, se afrentan,

son los fantasmas que vienen.

Pretenden quedarse aquí

y nadie los ha invitado.

Jorge Steiman

Quiero presentar, en primer lugar, un marco conceptual de referencias en un desarrollo que va de lo general a lo particular, con inicio en el concepto de práctica social de Bourdieu para circunscribir luego, dentro de ellas, a las prácticas de enseñanza. Este marco permitirá en los capítulos subsiguientes, centrarnos en las prácticas reflexivas y plantear la relación entre práctica, reflexión y enseñanza que es el eje central de este libro.

Si asumimos la práctica docente como una práctica social, inevitablemente debemos referenciarnos en la perspectiva sociológica de Bourdieu. Las prácticas sociales son el producto de un interjuego entre las condiciones sociales objetivas en que se desarrollan las prácticas y el agente social que las produce. Desde esta postura, el agente no es rescatado en tanto individuo sino como agente socializado, al portar una historia social hecha cuerpo (Bourdieu, 2007). En esta lógica la docencia se presenta como un colectivo socializado.

Se trata de la percepción de la relación individuo-sociedad como relación construida, no dada, entre las dos formas de existencia de lo social: lo social hecho cosas (estructuras sociales externas-condiciones objetivas) y lo social hecho cuerpo (estructuras sociales internalizadas- lo incorporado al agente).

Para Bourdieu, las estructuras sociales externas se refieren a espacios en los que se da un juego social, históricamente constituidos, y en los que se identifican unas instituciones específicas con leyes de funcionamiento propias. Por otro lado, las estructuras sociales internalizadas refieren a uno de los conceptos claves del francés: los habitus: “(…) sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir como principios generadores y organizadores de prácticas y de representaciones” (Bourdieu, 2007, p. 86).

Dado que lo social existe doblemente, tanto en las estructuras objetivas como en los individuos, acercarse a la comprensión o lectura de las prácticas sociales impone un trabajo de captación de esta relación dialéctica entre los dos términos: campo (relaciones objetivas entre posiciones históricamente definidas) y habitus (relaciones históricas incorporadas a los agentes sociales).

¿Qué es lo que constituye ese campo, se pregunta Bourdieu (1990) en Sociología y Cultura? Dos elementos: por un lado, la presencia de un capital común y por otro, la lucha por su apropiación. A lo largo de la historia, en el campo educativo, científico o artístico se ha acumulado un capital amplio de conocimientos, habilidades, creencias, ante el cual actúan dos posiciones: la de quienes lo poseen, y que ello fundamenta su poder o autoridad en ese campo, razón por la cual tienden a adoptar conductas de conservación; y la de quienes pretenden poseerlo, quienes prefieren estrategias de rebeldía. Sin embargo, a ambas posiciones hay algo que las emparenta: “quienes participan de un mismo campo, tienen un conjunto de intereses comunes, un lenguaje, una complicidad objetiva que subyace a todos los antagonismos” (p. 13).

Bourdieu (2007) advierte la dinámica del campo a partir de la metáfora del juego social. Así, el juego dentro del campo se explica porque los jugadores, una vez que han interiorizado sus reglas –los habitus– actúan conforme a ellas sin reflexionar sobre las mismas ni cuestionárselas. Se ponen entonces al servicio del propio juego en sí (la estructura social objetiva). Se podría entonces, partiendo de las acciones observables de los jugadores, comprender el juego, deducir sus reglas, determinar quiénes son los jugadores, los bienes que están en juego, las estrategias que perfilan para conseguirlos, las formas de delimitación del terreno de juego, etc.

Ese conjunto de intereses comunes al que se refiere Bourdieu, es para Langford (1993) lo que determina la identidad de una práctica social cuya existencia e identidad depende, según explica, de un objetivo global y un conjunto de creencias que comparten sus miembros y que recíprocamente son conscientes de compartir, y que hace posible que se impliquen en tales prácticas.

Este particular punto de vista posibilita comprender las diferencias en la forma de actuar –de participar de una práctica– de los agentes que se relacionan dentro de un mismo campo. Así, las prácticas sociales se explican a partir de la aprehensión de su historicidad y de su producción, la cual está refiriendo a la posibilidad que le cabe a los agentes de reestructurar lo incorporado, aunque siempre limitada, y de luchar por la posesión del capital que está en juego.

La práctica social, como expresión de la relación entre los agentes en el espacio social, no es natural sino construida socialmente, y por lo tanto no puede ser aprehendida desde la subjetividad ni categorizada a partir de las conductas descriptivas de los sujetos que participan de una práctica.

Por el contrario, avanzar en la búsqueda de estos puntos de vista para comprender las prácticas sociales, supone, eludiendo las miradas reduccionistas, acentuar que toda práctica social es un tipo de práctica no subsumible a la perspectiva restringida desde los agentes, ni desde los determinantes sociales que condicionan las acciones de los mismos.

Así, los agentes que participan de una práctica, no lo hacen sólo por ciertas condiciones presentes en su naturaleza individual, sino fundamentalmente, por la situación social dentro de la cual se desempeñan, a la cual perciben de una determinada manera, como así también por la percepción que tienen de sí mismos dentro de dicha situación. En otras palabras, los comportamientos de los agentes en una práctica concreta son el resultado de sus modos de percibir a la práctica, de los objetivos que creen perseguir, de la percepción de sí mismos y de los otros y del modo de ver su inclusión en una práctica más compleja. Pero aun más, sólo son partícipes en la medida en que perciban la condición de social de dicha práctica, toda vez que los fenómenos sociales dependen de cómo son vistos para adquirir el carácter de tales.

Importan particularmente estos conceptos para analizar la posición en el campo de los docentes de la educación superior y la coexistencia de dos tipos de instituciones como son las Universidades y los Institutos Superiores, a la vez que nos interpelan fuertemente para la reflexión acerca de las prácticas de enseñanza: ¿cómo las percibimos?, ¿cómo nos percibimos a nosotros mismos en dicha práctica?, ¿cómo interiorizamos las reglas del campo?, ¿qué reflexionamos sobre esa práctica?

Las prácticas de enseñanza

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