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Un prólogo atiborrado de interrogantes

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Sebastián Barros

Cuando el populismo parece estar en el centro de la atención académica en las ciencias sociales y de los discursos políticos en el mundo, nos encontramos con un libro que propone su descentramiento. Sin embargo, no es esta la única instancia en la que los textos que vamos a leer nos “descentrarán” como lectores.

En el sentido común proferido por los medios de comunicación y las redes sociales respecto del populismo, toda experiencia política es pasible de quedar bajo el paraguas protector de un concepto que cobija básicamente cualquier cosa: desde el Movimiento al Socialismo–Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos de Bolivia, pasando por el Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía, Podemos en España, el Partido Republicano en Estados Unidos, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, Morena y el cardenismo en México, el peronismo y el yrigoyenismo en Argentina, el varguismo en Brasil, Gaitán y Rojas Pinilla en Colombia, entre muchos otros.

En cierta medida, la producción académica no transita por avenidas muy diferentes. Los intentos por analizar los fenómenos mencionados se esfuerzan por diferenciar tipologías, pero sin poder quitar del centro de la escena su carácter “populista”. Así, encontramos distinciones entre populismos inclusivos o excluyentes, de izquierda o de derecha, populismos a secas o populismos atemperados, etc. Puede variar la evaluación normativa que cada uno de estos análisis lleva adelante, pero su atención sigue centrada en el punto que condensa la homologación de todos estos fenómenos políticos bajo un mismo rótulo: “populista”. Es que, fundamentalmente, toda experiencia política que se desvía de la media de los discursos que proponen como objetivo el consenso entre élites y se sostienen en una racionalidad instrumental ligada al funcionamiento del mercado global es pasible de ser tratada como una anomalía populista.

Desde su inicio mismo de este libro, con el capítulo 1 de María Virginia Quiroga y Ana Lucía Magrini, los textos que siguen descentran el populismo contraponiendo tres ideas al sentido común: en primer lugar, quitan del centro de la discusión la posibilidad de entender el populismo como una anomalía de la política. Eso permite a los autores alejarse del rótulo fácil del “hecho maldito” o de la “experiencia fallida”. Pensar al populismo “en plural” y apuntar a sus experiencias concretas, lejos de normalizarlo ubicándolo como punto necesario de algún tipo de teleología histórica, permite focalizar en la pluralidad y la heterogeneidad de las experiencias antes que en la homogeneización forzada por la utilización de un concepto.

De este modo, el peronismo y el gaitanismo fueron experiencias históricamente distintas y con resultados considerablemente diferentes, pero al mismo tiempo compartieron formas discursivas y lógicas articulatorias que nos permiten compararlas. Este primer descentramiento quita el foco de atención de la necesariedad de los procesos históricos y sitúa a los populismos como una forma posible más de identificación política.

El segundo descentramiento se desprende del primero. La heterogeneidad de las experiencias peronista y gaitanista, así y todo, nos deja ver una forma de identificación con ciertas características particulares. Una de sus marcas es la perdurabilidad, en tanto oportunidad de identificación para una multiplicidad de discursos diversos en momentos históricos distintos. Esto nos muestran varios de los capítulos que siguen cuando analizan los vínculos entre el gaitanismo y el discurso de Rojas Pinilla, o con la izquierda posterior a la Revolución cubana, o la particular forma de articulación que suponen las redes sociales en la experiencia de la juventud al interior del kirchnerismo. De este modo, la mirada propuesta se corre de la equiparación entre populismo e identidad política. No toda identidad política supone populismo. Por el contrario, los populismos, en plural, se definen como una especie acotada de identificación política. Su rasgo fundamental es, como bien afirma ya la introducción de esta obra, “la persistencia, iteración y constante resemantización de las identidades populares”.

El tercer descentramiento se refiere a los cambios que esas identificaciones pueden sufrir a lo largo del tiempo. Los populismos dejan de ser entendidos como regímenes de identificación plenamente constituidos e inalterables, para ser captados como “momentos populistas”, que son siempre resignificados o intervenidos. Este tercer descentramiento tiene una consecuencia teórica importante: nos deja ver que dichos momentos populistas nunca son iguales a sí mismos. Los sucesivos capítulos de este libro encaran la tarea de mostrarnos esas variaciones, esas heterogeneidades que habitan a cada uno de los discursos analizados y que impiden su cierre definitivo en algún tipo de identificación reificada. Por ende, las identificaciones populistas estarán siempre marcadas por tensiones entre aquellas heterogeneidades, “micro o subfronteras políticas” al interior de los procesos identificatorios —según las define el primer capítulo—, que les son constitutivas.

El conjunto de textos aquí reunidos dirige su mirada hacia las tensiones entre los elementos heterogéneos que habitan toda identificación y ello es una de las razones que ameritan su lectura. Una razón, por otra parte, central para dar precisión a aquello que venimos llamando “populismo”, ese concepto que siempre nos lleva a comenzar nuestras reflexiones con la consabida y repetida salvedad de las dificultades para su definición. Asimismo, enfatizar en las tensiones entre esas heterogeneidades es de importancia vital para un análisis preciso de los procesos identificatorios.

Los diferentes trabajos que constituyen este libro nos dejan ver distintas caras de la construcción populista de cierta unidad entre esas heterogeneidades: las tensiones entre las particularidades que habitan la identificación gaitanista o peronista, entre esas particularidades y el momento unificador del liderazgo, o las tensiones provocadas por la novedad que suponían procesos de subjetivación sorprendentes y desestructurantes. Todas ellas son tensiones que dejaron su trazo y operan aún hoy como restos que vuelven a aflorar como tradiciones políticamente disponibles y recuperables. De modo similar, también encontramos, en los sucesivos capítulos, los intentos por negar dichas tensiones y añorar una sociedad reconciliada consigo misma, ya sea a través del olvido o de los usos de la violencia.

¿Qué nos deja ver este libro sobre las tensiones antes mencionadas? Los estudios identitarios complejizan algunos presupuestos básicos de una teoría de la hegemonía que se sostiene en el análisis político del discurso. Dicha teoría plantea que los procesos que articulan identificaciones particulares se desenvuelven a través de lógicas. Como señalan Jason Glynos y David Howarth, una lógica “comprende las reglas o la gramática de una práctica como también las condiciones que hacen a la práctica tanto posible como vulnerable” (2007, 136). Estos autores mencionan tres lógicas posibles para esos procesos de articulación: la lógica social, la política y la fantasmática. La que me interesa destacar en este prólogo es la lógica política, en la que, siguiendo a Laclau y Mouffe (1985), incluyen a la lógica de la diferencia y de la equivalencia. Estas dos lógicas serían las dos caras de la moneda que estructuran el carácter, la intensidad y la extensión del vínculo entre las diferencias.

Ahora bien, si volvemos a la lectura de este libro, encontramos que la pregunta más general que lo atraviesa es sobre el carácter del lazo político en procesos que hacen equivalentes una pluralidad de posiciones discursivas heterogéneas que cobran nuevos sentidos en la práctica articulatoria. De este modo, la obra añade complejidad al análisis desde la teoría de la hegemonía y deja ver, desde mi punto de vista, la necesidad de reconocer que existe una pluralidad de lógicas que actúan en un proceso identificatorio y que no se limitan a la dualidad equivalencia-diferencia.

En cada capítulo leeremos modulaciones diferentes del lazo político, que dependían de una multiplicidad de factores: de las diferencias que, a pesar de compartir un espacio identitario, mantienen un grado de autonomía que hace difícil analizar su ubicación precisa en la práctica articulatoria (las figuras de José Antonio Osorio Lizarazo y Cipriano Reyes, en el capítulo 2, de Magrini); de la emergencia de nuevas diferencias (como muestra el capítulo 3, de Mercedes Vargas, Juan Manuel Reynares y Mercedes Barros, sobre las cartas a Perón); de la existencia de un espacio de representación intensamente antagónico en el que se produce el proceso identificatorio (como propone el capítulo 4, de Nicolás Azzolini); de la inestabilidad identificatoria que supone la reformulación constante del nosotros y de la alteridad (como lo hace el capítulo 6, de Cristian Acosta Olaya) y de la permanencia de ciertas identificaciones y su disponibilidad como oportunidad identificatoria (como se desprende de los capítulos 5, 7 y 8, de Aarón Attias Basso, de Adriana Rodríguez Franco y de José Abelardo Díaz Jaramillo, respectivamente, sobre el peronismo y el gaitanismo).

Desde ya, habría que decir que tranquilamente podríamos hacer una lectura estandarizada de estos trabajos y detenernos en la simplificación del campo identitario que los populismos generan, o centrarnos en rastrear las relaciones de equivalencia y diferencia entre las posiciones discursivas, o destacar la persistencia de cierta tendencia a la polarización política en las experiencias populistas, o mostrar cuáles eran los significantes que operaban como puntos nodales de ciertas articulaciones.

Pero ¿no radica la relevancia del análisis del capítulo sobre las cartas a Perón, por ejemplo, en las formas novedosas en las que se cuelan nuevos sujetos que hasta ese momento no contaban como diferencias políticamente articulables? ¿No hay en el delicado trabajo de desempolvar casi arqueológicamente los sentidos políticos de esas nuevas subjetividades algo más que la equivalencia y la diferencia? Estas dos lógicas, ¿nos dicen algo sobre la emergencia de esas nuevas diferencias, su carácter y del tipo de lazo político que esta facilita?

Del capítulo de Vargas, Reynares y Barros se desprende que la manera de gestionar la tensión que supone la emergencia de nuevas subjetividades está abierta a distintas posibilidades articulatorias. Una de ellas es la posibilidad populista, que les otorga ciertos rasgos que nos permitirían distinguirlas de otras. En el caso del peronismo, y de otras experiencias en los populismos latinoamericanos, esas nuevas subjetividades emergen al campo de una representación simbólica desplazada que —en ese desplazamiento— expande los límites del demos legítimo.

Las demandas en esas cartas por ser escuchadas por el Estado y exigir en pie de igualdad a un peronismo que no parecía llegar a todos los rincones con la misma potencia igualadora, ¿no expanden los límites de una formación política a través de las dos premisas institucionales que definen a la democracia, la isonomía y la isegoría? ¿Ayuda a entender mejor y precisar su análisis disponer de dos lógicas que destacan esos vínculos, sin mirar a su novedad ni a los efectos más amplios que ella produce sobre la comunidad política? La lectura más estandarizada es quizá lo que no permite dilucidar claramente que los llamados “populismos” parecen transitar en Europa la avenida opuesta: desplazan diferencias hacia fuera del campo de representación simbólica, “heterogeneizan” ciertos elementos que hasta ese momento aparecían como diferencias articulables a través de muros, campos de refugiados y deportaciones masivas. En estos casos, los límites del demos se restringen antes que expandirse.

En simultáneo a la expansión del demos, esas mismas diferencias novedosas, como las que analiza Magrini en las figuras de Reyes y Osorio Lizarazo, mantienen un grado de heterogeneidad entre sí, que impide su total inclusión en un “nosotros” definitivo. La inestabilidad del demos no es una novedad para una teoría que sostiene que los cierres hegemónicos nunca son plenos ni perfectamente suturados. Sin embargo, el análisis que brinda Magrini de las trayectorias de Reyes y Osorio nos plantea el interrogante sobre cómo precisar los vínculos al interior de la identificación populista misma. La autora sostiene que se requiere un análisis procesual del conjunto de actos identificatorios y señala la persistencia de tensiones internas a la unificación populista del demos. Debemos preguntarnos teóricamente por las lógicas que atraviesan esas tensiones y que no parecen agotarse en la equivalencia y la diferencia.

Azzolini sostiene, en las consideraciones finales de su capítulo, que la nominación política es una forma de “dar identidad” y de “distribuir o redistribuir lugares sociales”. Me gustaría arriesgar que la nominación teórica también. En un análisis político que se precie, la precisión en el estudio empírico debe ir de la mano con la precisión teórica. Los capítulos de Acosta Olaya, de Rodríguez Franco y del mismo Azzolini nos dejan ver esta cuestión, que de igual modo puede leerse paralelamente a la emergencia de nuevas subjetividades y los efectos que esto genera en el demos. Los tres capítulos mencionados nos muestran los efectos que producen esas demandas que reclaman ser escuchadas por un espacio del poder que las niega o las evade.

El capítulo de Acosta Olaya ilustra que la relación entre gaitanismo y violencia política fue tensa, y que se resolvió discursivamente a favor del procesamiento de la alteridad mediante las urnas, aunque de una manera “beligerante”. La beligerancia, se desprende de la lectura, quedaba denotada en el uso intermitente de la amenaza de la potencial explosión violenta de lo popular.

En este caso, podríamos detenernos en la relación amigo-enemigo que el bipartidismo colombiano disparaba y el populismo exacerbaba; es decir, podemos retornar a la mirada estandarizada que resalta la dicotomización y simplificación del campo político que generan los populismos respecto de su alteridad. Sin embargo, esto nos dice poco sobre los efectos que la beligerancia tenía sobre la conformación del lazo político en Colombia y el carácter del discurso gaitanista.

Lo que aparece claramente en el texto de Acosta Olaya es que la condición de posibilidad del gaitanismo, para funcionar como el discurso que tenía la llave maestra para abrir o cerrar las esclusas de contención de la violencia, era la presencia amenazante de un pueblo descrito como una “fuerza ciega”. Frente a la estabilidad institucional que podía ofrecer el bipartidismo, la figura del pueblo era presentada como el elemento que resistía el orden impuesto y se salía del lugar que debía ocupar en la política colombiana.

Acosta Olaya encuentra que el líder liberal jura vengar las muertes de sus seguidores con un triunfo electoral que traería “los fueros de la paz y la justicia en Colombia”. La condición de posibilidad de los desplazamientos entre la venganza, que en un contexto de violencia política como el colombiano no significaba otra cosa que tomar represalias, y el triunfo democrático popular, ¿no es también la aparición de un sujeto popular descrito como una “simple fuerza ciega”? Si la particularidad del discurso gaitanista es un regeneracionismo beligerante, porque la beligerancia era la modalidad que encausaba la violencia política por medio de la amenaza, ¿cuál es la condición de esta última si no el sobrevuelo de una presencia espectral, ciega e irracional que se encarnaba en esas nuevas subjetividades movilizadas alrededor de la idea de pueblo?

Como bien marca Acosta Olaya, son la inestabilidad y la reconstrucción constante del demos legítimo, provocadas por este sobrevuelo, lo que le dio un carácter particular al gaitanismo. Para dar cuenta de ese sobrevuelo, necesitamos revisar la manera en que procesamos teóricamente los efectos de la dislocación producida por la emergencia de nuevas demandas y subjetividades, hasta ese momento inexistentes como diferencias políticas significativas.

En este sentido, muchos de los elementos constitutivos del discurso de Gaitán, que toma Acosta Olaya, coinciden con algunos hallazgos del capítulo escrito por Rodríguez Franco. Los desafíos a los que el populismo se enfrentó en Colombia, señala la autora, fueron, por un lado, la desconfianza de las élites hacia a la organización y la movilización de los sectores populares, masas “catalogadas como irracionales”, y, por otro, el bipartidismo, que obstaculizaba la aparición de oportunidades identificatorias alternativas.

Rodríguez Franco identifica con precisión los elementos que sostienen el vínculo entre la identidad gaitanista y la rojista, entre los cuales se destacan las iniciativas por actualizar el discurso político antioligárquico. La manera teórica de encarar estas continuidades podría resaltar el antagonismo como constitutivo de toda identificación y desprender de allí las lógicas diferenciales y equivalenciales que se produjeron a partir de la emergencia de esas masas irracionales. Sin embargo, cabe preguntarnos también sobre la permanencia de la identificación gaitanista y su disponibilidad como oportunidad identificatoria. Quizás en la respuesta a este interrogante resida la precaución que Rodríguez Franco menciona en el cierre de su capítulo. La pregunta sobre la permanencia de la experiencia populista como oportunidad identificatoria contribuiría a repensar ciertos contenidos de la historiografía colombiana (y podríamos extender esto a la argentina), que, de no hacerlo, no alcanzarían a dar cuenta de la capacidad histórica de organización y expresión de las identificaciones populares.

La permanencia de las oportunidades identificatorias que ofrecen estas experiencias de populismo en Colombia y Argentina también es una de las cuestiones que atraviesa el capítulo de Azzolini. Su trabajo se orienta expresamente a revisar las marcas y los efectos políticos de la emergencia del populismo sobre las articulaciones políticas posteriores al golpe militar que derrocó al peronismo. Dichos efectos operaron de forma directa sobre la distribución de lugares sociales a las que dio lugar la articulación peronista de toda una serie de identificaciones, ya existentes o novedosas, como veremos en el capítulo de Vargas, Reynares y Barros, o el de Rodríguez Franco, y el de Díaz Jaramillo para el gaitanismo. Y de nuevo podemos entrever la manera en que el análisis empírico desnuda a la teoría y la fuerza a apropiarse de nuevas herramientas que permitan dar cuenta de aquello que la desafía.

Una de las preguntas que levantan los hallazgos de Azzolini es sobre el carácter del olvido en los estudios identitarios. Más específicamente, el punto que me interesa resaltar es el de los usos del olvido y su dimensión instituyente. ¿Se trata el olvido solo de una forma que pueden adquirir los discursos en pos de privilegiar la idea de diferencia o la lógica equivalencial? Si el uso del olvido es instituyente, ¿no opera también como un diluyente de ambas lógicas? De ser así, ¿cuál es la lógica que opera sobre el vínculo entre diferencias?

Azzolini muestra que “lo olvidable” de la cuestión peronista son precisamente los efectos de la inclusión de esas nuevas identificaciones y subjetividades que mencioné en el principio de este prólogo. El olvido aparecía como condición de la desperonización de ese nuevo sujeto y se encarna institucionalmente en las amnistías, como un recurso normativo, a la vez que operaba también como recurso identitario. El olvido es instituyente, porque muestra el conflicto acerca de la existencia de un escenario para la vida común, por lo cual es central para los estudios identitarios. Decir “olvido instituyente” implica que el borramiento que el olvido supone, en el mismo movimiento tiene que hacer lugar a una nueva ficción que reinstituya ese escenario y los sujetos que pueden ocuparlo.

La perdurabilidad de algunos contenidos identitarios es lo que les permite funcionar como oportunidad identificatoria. Esta premisa, trabajada en los capítulos de Díaz Jaramillo y Attias Basso, abre un interrogante interesante, que no ha sido muy elaborado desde los enfoques teóricos en los que nos situamos. Sabemos que la hegemonía requiere una expresión positiva, a pesar de que la totalización parcial de la comunidad que edifica se define en torno a las exclusiones que postula. En la experiencia del kirchnerismo en Argentina y en la condición de objeto de disputa de la figura de Gaitán en la nueva izquierda colombiana, se resignifican una serie de experiencias para ponerlas en sintonía con contextos novedosos. Por lo tanto, estas identificaciones perdurables, como las del peronismo y el gaitanismo, tienen que pasar necesariamente por procesos de olvido, como señala Azzolini, y por momentos instituyentes de nuevas ficciones, que les permita ser una ausencia presente en los espacios identitarios que ellos mismos dislocan. ¿Cómo podemos precisar el análisis de las maneras en que cada identificación “hereda”, por decirlo de algún modo, las modulaciones de los discursos disponibles a los que apela? En otras palabras, ¿cuál es la lógica que habilita la perdurabilidad y estructura la herencia? Creo que la idea de Ernesto Laclau de relativa estructuralidad se acerca a una respuesta que puede ayudarnos a precisar el análisis empírico.

Por último, quisiera remarcar otro efecto importante que tienen las articulaciones populistas y que se deja ver en todos los capítulos del libro. En ellos puede percibirse que, cuando ciertos significantes, como “justicia social”, “pueblo”, “oligarquía”, etc., comienzan a adquirir centralidad en el discurso político y a funcionar como puntos nodales de ciertas articulaciones, rápidamente disparan reminiscencias a los populismos. Cuando eso sucede, además, la formación política se desestabiliza, como puede percibirse en la seguidilla de golpes de Estado en Argentina, el alejamiento o acercamiento al bipartidismo en Colombia, como consecuencia de un aumento en la intensidad de la polarización. Es decir, la reactivación de las demandas identificadas con ciertos contenidos populistas, en el caso del peronismo y el gaitanismo, desestabilizan los límites del demos e intensifican la polarización y el antagonismo.

En definitiva, el interés por este libro parte de las preguntas que incita el excelente análisis de la multiplicidad de procesos que abarca la constitución de identificaciones políticas. Estos análisis nos ayudarán sin duda a complejizar teóricamente las lógicas políticas que atraviesan a toda práctica hegemónica y a todo proceso identificatorio. Un libro que despierta todos estos interrogantes no puede ser sino un libro que merece ser leído. Mi total agradecimiento a Ana Lucía Magrini por la invitación a escribir sobre él.

En mi caso, además, este libro guarda una fuerte afinidad afectiva. Mi propia formación como investigador se ha nutrido durante muchos años de diálogos e intercambios con buena parte de quienes escriben aquí. Estos textos no hacen sino continuar esas conversaciones atravesadas por aquello con lo que nos identificamos: la práctica generosamente colectiva y colaborativa de crear conocimiento.

Descentrando el populismo

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