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Lunes 7 de septiembre, 09:49 horas.

Dirección General de la Guardia Civil

Madrid

Los dos artificieros asignados para manipular y explosionar el paquete bomba se dispusieron a entrar al edificio. Iban protegidos con trajes antibomba de alta tecnología fabricados en Israel.

El escuadrón lo dirigía, en la distancia, el capitán Armando Talavantes, que coordinaba la operación desde el cuartel general de los tedax, en Valdemoro. Decidieron ejecutar el operativo a distancia ya que tardarían mucho en llegar hasta el centro de Madrid y el tiempo apremiaba. Había desestimado la utilización del robot antibombas dentro de la zona roja ya que no se tenían más datos del paquete. Sin embargo ordenó que lo ubicaran dentro de la zona amarilla, por si acaso.

Talavantes llevaba diez años dirigiendo la Unidad Central Operativa del tedax de la Guardia Civil. De formación militar, había participado en la guerra del Golfo, donde fue condecorado con la Medalla al Mérito por su valiosa ayuda a la hora de desactivar bombas lapa de los carros de combate y de los paquetes bomba que enviaba la guerrilla iraquí. Con poco menos de cincuenta años, tenía un cuerpo atlético, aunque no era muy alto. Siempre llevaba la cabeza afeitada al cero. De facciones muy rectas, casi cuadradas, lucía una perilla entrecana muy corta y de trazos delgados e igualmente rectos. Su voz ronca, al igual que sus facciones, era rígida. Vestía siempre con alguna prenda militar informal, como si continuara en un cuartel del desierto. A primera vista, su apariencia era la de un militar de corte duro. Era un hombre de carácter frío, tranquilo y calculador. Perfecto para realizar su trabajo como jefe del escuadrón antibombas; un titubeo podía costarle la vida, o la de muchos otros.

Los sargentos Álvarez y Beltrán fueron los elegidos para manipular el paquete bomba, por su experiencia en desactivar detonadores complejos.

Entraron caminando sigilosamente, vigilando cada paso que daban. Álvarez llevaba un inhibidor de frecuencia en la mano derecha y un pendrive en la izquierda. A primera vista, tenían el aspecto de dos astronautas, pero con trajes color verde oscuro. Al acceder tuvieron que sortear varias cajas y sobres que, al salir corriendo, los mensajeros habían soltado por el suelo.

Muy cerca del mostrador había una caja grande, muy voluminosa, similar a las que se utilizan para embalar lavadoras. La habían dejado cerca del escáner y aún estaba colocada sobre la carretilla que la trasportaba. Estorbaría un poco a la hora de maniobrar el explosivo. Mientras la rodeaban para acceder al interior del mostrador, Álvarez pensó que esa caja era enorme, tan grande como para que no la hubieran podido analizar en el escáner. Se sentó frente al aparato y Beltrán se quedó de pie, unos dos metros detrás de él.

Álvarez introdujo con mucho cuidado una llave en forma de prisma hexagonal que le permitió acceder a un programa del escáner. Tecleó un par de claves y por fin se detuvo el sonido ensordecedor de la alarma y se apagó la luz giratoria. Inmediatamente después instaló y conectó el inhibidor de frecuencia para evitar que el paquete bomba pudiera ser activado con un mando a distancia. No obstante, eso no eliminaba todo el peligro. La mayoría de las bombas que se enviaban por correspondencia también podían explotar por medio de un temporizador, o con un detonador interno que se accionaba al manipular el paquete.

Por otro lado, en el momento en que Álvarez pusiera en marcha el inhibidor, el sistema de intercomunicación que llevaba incorporado en su casco quedaría anulado. No escucharía nada hasta que sus compañeros pudieran rastrear la transmisión codificada del pendrive para enlazarla con el sistema de comunicación digital. Durante un par de minutos no tendrían comunicación con el exterior; ni de sonido, ni de imagen.

En cuanto Álvarez conectó el inhibidor, metió el pendrive e inmediatamente se iluminó un pequeño led de color rojo. Esperó unos segundos y cuando la luz se volvió amarilla exhaló un suspiro contenido con notas de optimismo. En cuanto sus compañeros localizaran una frecuencia digital adecuada, al menos podrían transmitir por audio.

Giró con cuidado la llave a la derecha hasta que sintió un ligero clic. Las puertas blindadas del escáner comenzaron a cerrarse lentamente. Se cercioró de escuchar un segundo clic, esta vez más intenso, que bloqueaba las puertas por completo. Pegó el teclado del ordenador a su cuerpo para no tener que mover mucho los brazos y evitar así cualquier vibración innecesaria.

Comenzó a teclear con suavidad hasta que por fin se desbloqueó la pantalla, que mostraba la imagen congelada del paquete sospechoso. Tenía el aspecto de una radiografía pero en colores.

—Sala de mandos, ¿me reciben? —No hubo respuesta. Después de unos diez segundos de espera, Álvarez lo intentó de nuevo.

—Sala de mandos, ¿me reciben? —Continuaba sin recibir señal. Esperó otros diez segundos.

—Sala de mandos, ¿me escuchan…?

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