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EPITAFIOS, ESQUELAS Y OTRAS FORMAS DE DEJAR NUESTRO ÚLTIMO LEGADO
ОглавлениеEs frecuente que, en previsión de la propia muerte, se acostumbre a dejar escrito un epitafio, es decir, una frase que recuerda al fallecido pero, también, un mensaje que se quiere transmitir para la eternidad. El epitafio puede haber sido escrito por familiares o amigos de la persona fallecida o bien por el propio difunto, que habrá dejado órdenes escritas para su ejecución.
Precisamente para facilitar esta tarea, la empresa española de lápidas Folch y la aplicación Tombstone Generator permiten a sus clientes crear e imprimir su propia lápida poniendo su nombre y epitafio, de tal manera que en el momento de abandonar esta vida podamos dejar a nuestros seres queridos resuelta la tarea de buscar la frase, la forma y el tipo de mensaje con el cual queremos ser recordados, algo especialmente útil sobre todo si queremos poner en nuestro propio epitafio alguna frase ingeniosa o irónica y tememos que, una vez muertos, nuestros deudos no respeten nuestros deseos, algo que no es tan extraño ni extravagante, porque lo cierto es que son muchas las personas famosas y anónimas que han dejado para la posteridad frases ingeniosas con las cuales ser recordadas.
En su libro Y en polvo te convertirás, la genial Nieves Concostrina recoge centenares de esquelas muy creativas de personajes históricos famosos, como el epitafio de Mel Blanc, un actor que daba voz a algunos personajes de los dibujos animados de Warner Bros, como Bugs Bunny, Porky o el Pato Lucas, que pidió dejar para la eternidad su frase más mítica: «Eso es todo, amigos», o el epitafio de Miguel de Unamuno: «Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».
Aunque tal vez sean todavía más ingeniosos y desprejuiciados los de personas anónimas cargadas de ingenio que no dudaron en hacer inscribir en sus lápidas frases tremendamente sinceras, pero también sarcásticas, como: «Al fin polvo», tal y como reza el epitafio en la tumba de una mujer soltera en un cementerio madrileño; o «Perdone que no asista a su entierro», como solicita en su epitafio en el cementerio de Águilas (Murcia) José, un señor que tenía por costumbre no perderse los sepelios de sus conocidos.
Pero, con todo, es posible que aún sean más divertidos no los epitafios que uno encarga que le escriban a su muerte, sino los que graban por el muerto unos familiares que no parecen conocer límites o que, a qué negarlo, pretenden desquitarse. De todos estos epitafios puede que el más descarnado, aunque a la vez hilarante, sea el que afirma, en una tumba de Albacete, lo siguiente: «Aquí yace mi mujer, fría como siempre». No obstante, no le va a la zaga este otro: «Aquí descansa mi querida esposa Brujilda Jalamonte (1973-1997). Señor, recíbela con la misma alegría con que yo te la mando».
Aunque los viudos no tienen la exclusiva a la hora de desquitarse: «Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también», mandó poner un yerno en la tumba de su suegra en Sevilla. Y una viuda en el cementerio de Guadalajara no se quedó atrás al poner: «A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa, con profundo agradecimiento».
Sin embargo, los epitafios no solo «mandan recados» a los muertos, también a los vivos, ya sean los que no pagan su parte: «Gustava Gumersinda Gutiérrez Guzmán (1934-1989). Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo, que no dio nada)», los que tienen mucho que ver con la causa de la muerte del difunto, o los médicos negligentes, como dice la lápida de un hombre fallecido en Valencia: «Fallecido por la voluntad de Dios y mediante la ayuda de un médico imbécil».
Las esquelas forman una parte muy importante de nuestro legado cultural. Para muchos periódicos, tanto nacionales como locales, su publicación constituye una importante fuente de ingresos. De todos estos diarios, el más famoso por sus esquelas es, sin lugar a dudas, ABC. En 2014 su edición de Sevilla publicó algunas de las esquelas más llamativas. En todas ellas predomina el humor, que es evidente que es una de las principales herramientas que tenemos para poder canalizar el dolor producido por la muerte. Eso es lo que debió de pensar la familia de Miguel Ángel, quien decidió llevarse a la tumba uno de sus secretos más especiales, el toque mágico que daba a la paella, tal y como le recuerdan en su esquela: «Te vas sin dejarnos la receta de la paella en escabeche».
No les falta razón, pues no en vano ya decía Miguel Gila que «morirse es un coñazo», y eso mismo debieron de pensar los amigos de Manolo, fallecido en 2012, a quien, muy apenados por su muerte pero sin prisas para reencontrarse con él, le escribieron: «Manolo, no nos esperes levantado, iremos llegando, tú a tu aire».
Y es que en realidad no hay nada mejor, también en la muerte, que ser consecuentes hasta el final. Quién no recuerda el célebre: «¿Cómo están ustedeeees?» del genial Miliki, que en el año 2012 nos abandonó para siempre. Tal vez sea por eso, para mantener su esencia, que su epitafio pide a todas aquellas personas que visitan su lápida en el madrileño cementerio de la Almudena «una sonrisa por su alma».
Del mismo modo, cuando una persona es altruista y esa característica forma parte de su esencia, lo seguirá siendo hasta el final de sus días. En este sentido, un tal E., de Zarauz, prefiere los donativos a una ONG que las flores para su lecho final: «Se ruega no enviar flores ni coronas y sí, en cambio, enviar un donativo a Médicos Sin Fronteras. ¡Gracias, lo he pasado muy bien!». Toda una forma de ser, vivir y de sentir hasta el final.