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PRÓLOGO

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Para acercar este texto al lector, quisiera empezar por utilizar una de las acepciones que la RAE recoge del término «prólogo»: «Discurso que en el teatro griego y latino, y también en el moderno, precede al poema dramático».

A continuación, quiero subrayar el subtítulo de este libro, «Crecer en la pérdida». Parece difícil, a primera vista, unir la palabra «crecimiento» (desarrollo) con la palabra «pérdida», que cuenta entre sus sinónimos con términos como «menoscabo», «perjuicio», «disminución»… ¿Cómo es posible unir ambas palabras en una frase con sentido y con un propósito? Eso lo podremos ir conociendo y disfrutando a lo largo de los capítulos de este texto.

Permítanme que el discurso que precede a nuestro «poema dramático», que quiero entender como «estética en acción», parta de una imagen teatral. Cada ser humano tiene su propia obra dramática, su propia representación. El telón se levanta cuando venimos al mundo; frente a nosotros y junto a nosotros, en la platea y en el palco, están los coprotagonistas y espectadores de esta. Todos sabemos que la obra tendrá un final. A veces, lo vamos reconociendo, incluso anticipando; otras, es más sorprendente e inesperado. Algunas veces es más sereno y otras más abrupto, más desgarrador, pero, en cualquier caso, la obra tiene fecha de finalización y el telón se cerrará. El modo en que reaccionarán todos los participantes que acompañaron en distintos roles al protagonista serán sus propios duelos. Cómo serán esas reacciones ante la pérdida y cómo tratarlas es lo que vamos a poder aprender de la mano de este texto.

Pues bien, abrimos el telón de nuestra representación con palabras. En nuestra primera escena, los autores nos introducen en las fases del duelo, mostrando nuestra realidad más actual e inmediata. La que un día, en un lugar que todos considerábamos ajeno a nosotros, China, de la mano de un virus también lejano, hizo que la vida pasara a estar bajo amenaza. Todos vivimos y estamos viviendo la secuencia del duelo, a partir del «no es verdad», el enfado, la culpa, la pena… Como los autores nos dicen con una bella analogía, terminamos aceptando ver la Gran Vía vacía.

Esto nos pasa, esto lo reconocemos y podríamos describirlo, probablemente con palabras similares, pero este texto tiene el atrevimiento de ir un paso más allá, comprenderlo y explicarlo, es decir, avanzar en su conocimiento.

El primer acto de nuestra representación, «La sociedad tanatofóbica», nos muestra el miedo que la muerte ocupa en nuestras culturas y cómo nuestras respuestas individuales, en ocasiones, son la respuesta que guía el temor. ¿Quién de nosotros no se ha sentido torpe dando el pésame? Incluso ha necesitado ser acompañado más que acompañante en el dolor de alguien querido. Cómo podemos acercarnos a nuestros propios déficits y enriquecernos en recursos es uno de los logros de este capítulo. Pero, junto a ello, con un abundante trabajo de documentación actualizado, los autores nos señalan qué medios usamos como sociedad frente al temor a la muerte. Nos presentan dos herramientas que permiten facilitar la elaboración del duelo.

La primera es el humor. No la euforia hipomaniaca, que refleja justo lo contrario; el humor que se recoge en diferentes manifestaciones socioculturales y organizaciones como Payasos Sin Fronteras.

La segunda, los diferentes rituales que nos facilitan la despedida: epitafios, esquelas…, donde lo simbólico nos permite mantener unido lo que «ya» está separado. Quiero añadir, a los múltiples ejemplos que nos aportan los autores, uno especialmente querido para mí que incluye el valor del ritual y del humor: Jacob Levy Moreno pidió que en su epitafio se le recordara como «el hombre que introdujo la alegría en la psiquiatría».

Creo que los autores están creando el clima emocional necesario para que nos acerquemos al dolor de la pérdida en la siguiente escena: «El duelo y su proceso». En ella nos encontramos con un trabajo muy sistemático y amplio que parte de dos ideas, la elaboración del duelo y el proceso de aceptación. Los autores recogen en la primera el trabajo a realizar, y en la segunda la secuencia temporal, las fases por las que tenemos que transitar para atravesar el oscuro túnel de la pérdida. Recogen este proceso desde las posiciones más clásicas, como secuencias de etapas, a las más constructivistas, como tareas a realizar. El capítulo finaliza con un apartado en mi opinión especialmente importante para los profesionales, pero también para las personas que pasan por una situación de duelo: «La sintomatología de un proceso de duelo normal». Un duelo no se hace sin sufrimiento, pero ese sufrimiento acompaña al proceso de elaboración de este; no hay que leerlo partiendo de la patología.

Como ninguna vida es igual a otra, aunque todas tienen más de común que de diferente, los duelos también pueden ser clasificados por lo que los distinguen. Esta es la siguiente escena que nos muestran los autores bajo el título de «Tipos de duelo por fallecimiento». Aquí se recogen las diferentes y múltiples maneras de llevar a cabo las tareas que el duelo exige, se clasifican y se nos presentan: el duelo normal, el duelo patológico, el duelo crónico, el duelo anticipado, el duelo retrasado o inhibido, el duelo ambiguo. Sabemos que uno de los elementos que van a facilitar o dificultar la elaboración de los duelos es el tipo de muerte que la persona fallecida haya tenido. Con el mismo rigor y detenimiento nos explican las diferentes consecuencias emocionales que conllevan la muerte por accidente, por suicidio o por asesinato y la muerte sin cuerpo. Y, al final, nos encontramos con un análisis y presentación del modo de entender el duelo en la discapacidad intelectual, en personas mayores y en parejas, de una manera muy pautada y práctica.

No todos los duelos se refieren a la muerte. El duelo migratorio y el duelo de pareja también generan sufrimiento y por ello también tienen un lugar en este libro.

A veces, no querríamos abrir algunos telones ni querríamos que algunos dramas sucedieran, y, a pesar de su dureza, suceden, no los elegimos. De esos duelos se ocupan bajo el título «Duelo infantil». En este capítulo, los autores nos dotan de herramientas para acompañar a los menores frente a las pérdidas. Nos aportan numerosos modos y procedimientos para proteger a los niños sin incapacitarlos. Ocultar la realidad no les facilita adaptarse a ella. Aunque hay que saber cómo hacerlo en función de su desarrollo no solo emocional, sino también cognitivo. El concepto de muerte, de desaparición, y su comprensión están ligados a las propiedades del pensamiento infantil, como nos enseñaba Piaget. Siempre recuerdo con simpatía, trabajando con un grupo de niños de tres y cuatro años, cómo matábamos monstruos imaginarios, y cuando yo di por supuesto que el monstruo estaba muerto y el juego se había acabado, ellos me dijeron: lo revivimos y lo matamos otra vez. En relación con esta anécdota, cobran especial valor los principios que guían la comunicación de la muerte a los niños: «universalidad, irreversibilidad y progresividad». Todos nos morimos, no hay vuelta atrás, pero estar enfermo no significa que te vayas a morir. En el siguiente capítulo abordan una de las tragedias más devastadoras para el mundo afectivo de un ser humano, la pérdida de un hijo. Cómo acompañar y ayudar en estas circunstancias es otro de los logros que nos ofrece este texto. Y, por último, pero no menos doloroso, nos encontramos con el duelo perinatal, un duelo a veces incomprendido, a veces difícil de ser simbolizado, pero al que nunca se le debe quitar importancia.

La última escena se desarrolla en dos actos, «Aprendiendo a acompañarnos» y «Ejercicios y dinámicas para elaborar el duelo». En ellos podemos encontrar un amplio conocimiento de técnicas y procedimientos para enriquecer a la persona en duelo con recursos genéricos y específicos, para la sensación de evitabilidad, para la toma de conciencia, para la protesta emocional, para los duelos secundarios… Es la escena de la esperanza, la que nos permite darle sentido a nuestra función como psicoterapeutas y profesionales de la salud, en el proceso de estar al servicio de los dolientes.

Nuestro telón acaba de bajar, es el momento de hacer nuestra despedida, que no pérdida, de un libro que para mí será de consulta por la riqueza y amplitud de contenidos, por el detalle y actualización de estos, por la claridad y sistematicidad con la que se exponen. Invito a los lectores a que lo lean despacio, a que lo relean cuando lo necesiten y a que «crezcan en la pérdida».

TEODORO HERRANZ

Psicoterapeuta. Presidente de la Asociación para el Estudio de la Psicoterapia y el Psicodrama

Madrid, 28 de junio de 2020

El duelo

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