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DE ESCANDINAVIA AL MAR NEGRO

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En 1973 moría Gustavo VI Adolfo de Suecia. Fue el último monarca sueco en ostentar el título de Dei gratia, suecorum, gothorum et vandalorum rex, esto es, «por la gracia de Dios, rey de los suecos, los godos y los vándalos». Este era el título tradicional de la monarquía sueca desde los lejanos días en que Olaf Skötkonung (995-1022), hijo de Erico el Victorioso y segundo rey de Suecia, comenzó la larga y difícil cristianización de su belicoso, diverso y complejo reino norteño. En ese reino habitaban los götar o gautas, los godos. Su tierra se denominaba y aún se denomina, Götaland, y se hallaba dividida en muchos señoríos y reinos menores agrupados en dos entidades mayores: Vestrogotia, literalmente, Gotia del Este, y Ostrogotia, esto es, Gotia del Oeste. Al norte de Götaland estaba Sveeland (Svealand), el país de los sveear, es decir, de los suecos propiamente dichos, y al sur se extendía Escania, que formaba parte de Dinamarca y que continuó formando parte de ella hasta el siglo XVII.

A lo largo de toda la Edad Media y hasta tiempos recientes, los habitantes de Götaland, los gautas o götar, han sido considerados y se han considerado a sí mismos descendientes directos de los primitivos godos. Esta identificación de los götar con sus supuestos antepasados godos es tan antigua que se puede remontar, como mínimo, al siglo VIII, cuando parece haberse configurado de forma definitiva el poema épico anglosajón conocido como Beowulf. Un héroe que, recuérdese, aparece en dicho poema como rey de los gautas/godos.1 Esa temprana y general identificación entre gautas/godos y suecos se prolongó e intensificó a lo largo de todo el Medievo y hasta tal punto que en el Concilio de Basilea de 1431-1438, veremos a los delegados suecos discutir con los castellanos sobre quien de entre ellos, suecos o castellanos, tenía más derecho a atribuirse el título de descendientes de los antiguos godos. Todavía en pleno siglo XVII la idea de que suecos y españoles tenían sus antepasados comunes en los godos era tan fuerte que el diplomático español Diego de Saavedra Fajardo escribió en 1646 una erudita obra: Corona gótica, castellana y austriaca políticamente ilustrada,2 cuyo propósito era facilitar un acercamiento entre las delegaciones española y sueca durante las negociaciones que, al cabo, darían como fruto la Paz de Westfalia de 1648.

Pero ¿qué hay de cierto en la identificación entre los gautas/götar de la Suecia altomedieval y los primeros godos?

Jordanes, en sus Getica, obra escrita hacia el año 551, afirma que era de Escandinavia desde donde habían partido los godos y que allí estaba su cuna.3 Si se lee bien el relato de Jordanes, se advertirá que no retrata a la Escandinavia de alrededor del año 100 a.C. que presuntamente vio surgir de sus ásperas tierras y dilatados bosques a los primitivos godos, sino que dibuja el panorama de la Escandinavia de su tiempo, mediados del siglo VI. En efecto, Jordanes coloca en las tierras árticas a los misteriosos adojit y al sur de ellos a los escrerefenos «que no comen grano, sino que se alimentan con la carne de las fieras y con los huevos de las aves». Un pueblo que se suele identificar con los lapones o con los fineses y que también señalan Procopio y Pablo Diácono.4 A continuación, Jordanes nos habla de los sueanos, esto es, los sveear o suecos propiamente dichos. De ellos nos dice que criaban excelentes caballos y que comerciaban con pieles finas de un preciado color negro azulado que hacían llegar a los romanos, es decir, a Bizancio, a través de muchos intermediarios. Tras los sueanos se señala a multitud de tribus, llegando así a los gautigodos, de quienes dice que son una «raza de hombres fieros, siempre dispuestos a combatir». Tras los gautigodos estarían, hacia el sur y el oeste, los ostrogodos y los greoringos/ottingis «que viven en refugios excavados en las rocas como si fueran fieras salvajes». Y aún más al sur habitaban los otsuétidas y los daneses, pueblos de «elevada estatura» y tan fieros que habían expulsado de sus tierras a los belicosos hérulos septentrionales.5 En fin, Jordanes cita también a otros muchos pueblos hasta finalizar su exhaustiva y escandinava descripción con los ranios, a todas luces una subdivisión de los hérulos.6

La lista anterior es desconcertante y lo sigue siendo pese a los intentos del hipercriticismo de algunos arqueólogos e historiadores; y, lo es, porque ofrece información que podemos contrastar con otras fuentes históricas y porque algunos datos, los nombres de pueblos como los gautigodos, los ostrogodos y los greoringos/ottingis, parecen reforzar la creencia de que los götar o gautas de la Suecia medieval eran, en efecto, un resto de los primitivos y originales godos que, surgiendo de la fría y salvaje isla de Scandza, o Escandía –así se llamaba a Escandinavia y no ha de confundirse con la isla de Götaland como sucede con frecuencia–, migraron hasta los dilatados pantanos y bosques que se extendían entre las tres bocas en las que el Vístula se dividía al desembocar en el mar Báltico, en las costas de la actual Polonia, en algún momento entre el comienzo y el final del siglo I a. C.

La identificación de los gautigodos recogida por Jordanes hacia el año 551 con los gautas/godos del poema Beowulf, escrito unos doscientos años más tarde, parece ineludible, y no solo porque las sagas y poemas nórdicos y anglosajones sitúen en los siglos V y VI a los héroes de los gautas/godos, sino porque Procopio, plenamente contemporáneo, que escribió hacia el 552 y describió Escandinavia, de la que tenía informes directos, sitúa a los gautos/gautas en el mismo lugar en el que Jordanes coloca a los gautigodos y ese lugar es idéntico al que el poema Beowulf adjudica al pueblo del héroe. Es evidente que los gautos de Procopio son los gautigodos de Jordanes y la similitud del etnónimo y de la ubicación geográfica solo puede apuntar en la dirección de los gautas/godos del poema Beowulf, lo que el propio Procopio refuerza y aclara en otra de sus obras, en la que nos informa de que los godos provenían de Escandinavia en donde habían morado con sus parientes, vándalos y gépidos.7

Pero ¿nos permite lo anterior establecer también una conexión, siquiera tenue, entre esos etnónimos y los godos que aparecieron en las fronteras romanas en el siglo III de nuestra era? Y también ¿qué valor pueden tener las noticias de Jordanes, el cual apoyaba sus informaciones en las de otros historiadores, en especial, Casiodoro, pero también Ablavio y Dexipo, así como en los cantos y relatos orales que los godos aún conservaban en la primera mitad del siglo VI?8 Dicho de otro modo y resumiéndolo en una sola pregunta: ¿podían los godos del siglo VI tener noticia cierta de su origen escandinavo?

Sí, podían. Procopio, contemporáneo de Jordanes, nos recoge una curiosa historia que así lo demuestra. Veámoslo.

En tiempos de Procopio, un fuerte contingente de hérulos se hallaba asentado como federados del emperador Justiniano en la región danubiana en torno a Singidunum, la actual Belgrado. Habían llegado allí entre el 509 y el 510 tras haber sido derrotados en Panonia, la actual Hungría, por los longobardos. Sin embargo, no todos los hérulos habían decidido instalarse al sur del Danubio y en territorio romano. En efecto, Procopio señala a dos bandas que se desgajaron del cuerpo principal: la primera de ellas marchó hacia el oeste y el sur para luego dividirse de nuevo e instalarse unos junto a los ostrogodos de Italia y otros junto a los rugios del Nórico, la actual Austria; la segunda banda original, la que nos interesa, emprendió una «larga marcha» que desde Panonia los llevó hacia el norte a través de las selvas y pantanos que habitaban los esclavenos, esto es, los eslavos, hasta alcanzar la costa báltica en el país de los varnios, en lo que hoy sería Pomerania y Mecklemburgo, en las fronteras norteñas de Alemania y Polonia. No se quedaron allí, sino que, conducidos por caudillos de la familia real, esta banda de hérulos cruzó el Báltico hasta la tierra de los daneses y llegó al territorio de los hérulos del norte, sus parientes y los mismos que señalaba, recordémoslo, Jordanes. Allí se instalaron, junto a los gautas/godos. Pero nuestra historia no termina con la dispersión de los hérulos de Panonia. Años más tarde, en el 538, los hérulos que se habían asentado en territorio romano, junto a Singidunum y que servían como federados del imperio, asesinaron a su rey. «Les pareció una buena idea» nos dice Procopio, pero al poco se arrepintieron y como no se ponían de acuerdo para nombrar un nuevo monarca, decidieron enviar una embajada a sus lejanísimos parientes de Escandinavia, los mismos que, casi treinta años atrás, habían decidido dirigirse al lejano norte para volver a instalarse junto a los restos de su pueblo que, unos cuatrocientos años antes o más, habían decidido quedarse en Escandinavia. Pues bien, la delegación hérula, formada por una pequeña banda guerrera, abandonó su territorio en torno a Singidunum, atravesó media Europa, alcanzó el Báltico, lo cruzó y llegó a las tierras de los daneses, desde donde penetraron en las tierras de sus parientes, a la sazón, recordémoslo, habitando junto a los gautas/godos en lo que hoy sería la región histórica sueca de Götaland.

Tras seleccionar a un miembro superviviente de la vieja familia real hérula, y tras afrontar inesperados contratiempos, la embajada de los hérulos del Bajo Danubio, ahora engrosada con 200 guerreros de los hérulos escandinavos, emprendió el largo camino de vuelta atravesando el Báltico y fatigando las enormes extensiones de bosques, pantanos y salvajes montañas de la Europa oriental del momento que los separaban de los asentamientos hérulos en la Mesia romana, en torno a la actual Belgrado.

Mientras tanto, los hérulos del Bajo Danubio se habían cansado de esperar y habían pedido al emperador Justiniano (527-565) que les nombrara un rey. Este no se hizo de rogar y les envió a Suartuas, un noble hérulo de su confianza, que servía en Constantinopla en la guardia imperial y que de inmediato fue aclamado como rey de los hérulos. Todo fue bien hasta que a los hérulos danubianos les llegaron noticias de que su embajada, la misma que ya habían dado por perdida, regresaba triunfante y con un rey escandinavo por cuyas venas corría auténtica sangre real hérula y que, por si eso no bastara, venía escoltado por 200 norteños guerreros hérulos que, tras tan largo viaje, no parecían muy dispuestos a darse la vuelta con las manos vacías. Enfrentadas ambas huestes, los hérulos danubianos decidieron abandonar al monarca que les había enviado Justiniano y pasarse al campo contrario.9

La historia, claro está, no tuvo final feliz. El emperador se negó a reconocer como rey de los hérulos al norteño recién llegado de Escandinavia y apoyó con fuerzas y oro a su candidato que retomó la lucha por el trono. Envueltos en la guerra civil y temerosos de la cólera del emperador a quien habían desairado, la mayoría de los hérulos se puso bajo la protección de los gépidos, a la sazón controlando la ribera norte del Danubio y, lentamente, se fueron «diluyendo» hasta desaparecer, bien como mercenarios en los ejércitos de Justiniano, bien, y sobre todo, como aliados y vasallos de otras tribus de la región, gépidos, longobardos y ávaros, en perpetua guerra entre sí y contra los romanos. La última mención que tenemos de los hérulos es del año 599 en la que aparecen entremezclados con grupos de gépidos, búlgaros y eslavos, sirviendo como vasallos del jagán de los ávaros.

Pero lo que aquí nos importa es que podemos constatar, pues Procopio aclara que tomaba sus noticias de informantes directamente llegados de Escandinavia y de hérulos que habían participado en persona en los acontecimientos antes narrados,10 que en pleno siglo VI un pueblo germánico que había migrado desde Escandinavia a la par que lo habían hecho los godos y que durante siglos había nomadeado por toda Europa, desde España a Ucrania, conservaba vivo recuerdo de su origen escandinavo. Un recuerdo tan vivo y tan seguro como para decidirse a atravesar media Europa y regresar a los lares de sus antepasados escandinavos. Algo que, como es obvio, ni se hubieran planteado si, además de recuerdos, no hubiesen contado también con noticias ciertas y recientes sobre la pervivencia de sus parientes en el remoto norte. Esa pervivencia está probada, ya lo vimos, no solo por Procopio, sino también por Jordanes, y es también atestiguada, para los siglos IV y V, por informes de cronistas e historiadores como Hidacio quien, al llegar el 456, registra un ataque de 7 naves cargadas con 400 piratas hérulos que trataron de saquear sin éxito las costas lucenses y que, tras ser rechazados, asaltaron las de Cantabria y Vardulia.11 Un ataque que, claro está, solo podía provenir de asentamientos hérulos radicados en el septentrión.

Pero, ante todo, el relato de Procopio sobre los hérulos nos muestra con qué facilidad un pueblo o una fracción de un pueblo podía migrar en la Europa de las invasiones, y también evidencia cómo una pequeña banda guerrera, como la integrada por los 200 guerreros hérulos escandinavos que partieron hacia el Danubio, se podía plantear, no ya cruzar media Europa, sino incluso reclamar un trono y unas tierras situadas del lado romano de la frontera.

En suma, la historia que Procopio nos cuenta sobre los hérulos de su tiempo, debería de hacernos reflexionar sobre la complejidad, divisiones y desviaciones que podían operarse en y durante una migración bárbara, así como sobre las extrañas causas e inesperadas consecuencias que podían tener o deparar dichos movimientos.

Así que las sagas y canciones germánicas a las que con frecuencia alude Jordanes como fuente de sus noticias, podían encerrar en su seno no poca verdad y, en este caso, el origen escandinavo de los godos, acertar de pleno. Máxime cuando ya en el siglo IV a. C., en el periplo de Piteas, navegante griego de Massalia (la actual Marsella) que hacia el 323 a. C. exploró los mares del norte de Europa en busca de estaño y ámbar, se señalaba en lo que hoy serían las regiones meridionales de Suecia, alrededor de las islas y costas que se extienden desde Heligoland a Götaland, al pueblo de los «gutones».12 Un etnónimo que reaparece después de más de trescientos años en las obras de Estrabón, Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Tácito que ubican a los gutones en la misma región báltica en que ya lo hiciera Piteas a finales del siglo IV a. C., pero trasladándolo esta vez a las tierras en torno a la desembocadura del río Vístula y señalándolo como una de las cinco grandes agrupaciones tribales en que se dividían los germanos13.

¿Y la arqueología? ¿No puede venir en nuestro auxilio? La arqueología muestra que en el siglo I a. C. se produjo un brusco despoblamiento por abandono de lo que hoy serían las tierras suecas que Jordanes y Procopio señalaban como tierra natal de los godos, pero, por otro lado, no se han encontrado pruebas sólidas de que dichas poblaciones se trasladaran a la costa sur del Báltico. Además, la búsqueda de restos materiales que agrupar en «culturas» que a su vez puedan asignarse a pueblos nombrados por los autores grecorromanos en las tierras de las antiguas Germania y Sarmatia es, en puridad, un ejercicio de buena voluntad. Así, por ejemplo, se ha querido identificar a los gutoni/gutones/gotones que, como vimos más arriba, señalaban Estrabón, Pomponio Mela, Plinio y Tácito desde el 10 a. C. al 98 de nuestra era en torno a la desembocadura del Vístula, con las llamadas culturas de Wielbark y Przeworsk, así como con la cultura de Jastorf, todas ellas ubicadas en lo que hoy serían el norte y el centro de Polonia, y se ha tratado de enlazar estas culturas con la de Cherniajov, ya en la región carpática y póntica, en las actuales Ucrania, Moldavia y Rumanía, para así ofrecer «evidencias científicas» de la lenta migración de los godos desde el Báltico al mar Negro y al Danubio. Sin embargo, esos esfuerzos siguen sin ofrecer resultados claros de unos hechos que, por otra parte, están sólidamente constatados por las fuentes escritas de los siglos I al IV y de cuyos testimonios, al igual que de los de Jordanes, siguen dependiendo, aunque sea a regañadientes, los arqueólogos para llevar a cabo sus «identificaciones».14


Más feliz, aunque parca, ha sido la contribución de la filología. Esta última ciencia arroja evidencias sólidas de la instalación de los godos en la costa báltica, en el país que Jordanes llama Gotiscandia. Jordanes afirma que todavía en su tiempo, mediados del siglo VI, seguía denominándose así, Gotiscandia, a esa región báltica y ese dato lo confirman tanto la filología como la historia, pues hacia el año 978 la región aún tenía un nombre derivado de Gotiscandia: Goth-danisk designación que, hacia el 997, pasó a Git-Danzin y que terminó dando como resultado el eslavo Gdanzky, que pasó al cabo a denominar a la ciudad principal de la zona: la polaca Gdansk que hasta 1945 tuvo el nombre alemán de Danzig.


Figura 1: Par de brazaletes de plata hallados en una tumba femenina de la necrópolis de Gronowo (Polonia), una de las más características de la llamada cultura de Wielbark, que cuenta con un importante conjunto de importaciones romanas. El ajuar de la tumba se fecha en el siglo III.

Del mismo modo, mediante la detección en la lengua gótica de palabras procedentes de otros idiomas no germánicos, como las procedentes de lenguas bálticas, finoúgrias, dacotracias e indoiranias, la filología constata que los godos, en su migración, atravesaron tierras pobladas por tribus hablantes de esas lenguas o se relacionaron largamente con ellas y que por lo tanto progresaron desde el Báltico central hacia el sur y el este, Vístula arriba y luego Dniéster, Bug, Prípiat y Dniéper abajo, hasta alcanzar los Cárpatos y el mar Negro. De hecho, es tal el número de palabras de raíz o procedencia indoirania y dacotracia en el gótico que algunos filólogos apuntan a que las denominaciones que los autores romanos daban a los godos, getas, saurómatas y escitas, quizá no sean solo arcaicismos eruditos, sino la constatación de que, cuando los godos aparecieron frente a las fronteras romanas, no se trataría ya de un grupo étnico germano homogéneo, sino de una entremezclada aglomeración de gentes de muy diversa procedencia entre las que habría muchos sármatas, costoboques y carpos junto a godos propiamente dichos.15

Así que podemos concluir que en torno al año 100 a. C. hubo grupos de gutones/godos que comenzaron a abandonar Escandinavia para instalarse al otro lado del Báltico y que hacia el 20 a. C., tras haber sometido a las gentes del lugar o haberse mezclado con ellas, estaban sólidamente asentados en las tierras que se extendían alrededor de la desembocadura del río Vístula. Ya hemos visto que allí los sitúa Estrabón, quien los denomina gutoni y su testimonio lo corrobora Plinio, quien los llama gutones, y Tácito y Ptolomeo que los denominan, respectivamente, gotones y guti. Tácito, en su Germania, escrita hacia 98 d. C. nos dice sobre ellos:

Tras los ligios están los gotones; con régimen monárquico, con una sujeción algo mayor que la de los restantes pueblos germanos, aunque no tanto como para suprimir su libertad. A continuación, nos encontramos, por la parte del Océano, a los rugios y lemovios. Típicos de todos estos pueblos son los escudos redondos, las espadas cortas y la sumisión a sus reyes.16


Volveremos sobre la descripción que Tácito hace de los primitivos godos, pero se habrá advertido que, de los testimonios de los autores clásicos, de Estrabón a Ptolomeo, se deduce que los godos permanecieron en sus tierras en torno a la desembocadura y el curso medio del Vístula durante unos doscientos años. Esto lo ha corroborado la arqueología, la cual no detecta en la región cambios significativos durante ese periodo, además del hecho de que Marco Aurelio y Cómodo, durante los más de veinte años de guerras marcomanas y sármatas (165-189), no tuvieran que lidiar con los gotones/godos, a los que tampoco se menciona como aliados o enemigos de las tribus contra las que sí tuvieron que combatir sin cesar en los limes danubiano y dácico: marcomanos, cuados, sármatas yaciges y roxolanos, naristios, longobardos, vándalos silingos, asdingos y lacringos, vinctumalos, costoboques, hermunduros, cotinos, burios, carpos, etc.17 Nótese que sí aparecen pueblos que Tácito y Plinio, menos de cien años antes, habían colocado junto a los gotones/godos, los longobardos y vándalos. Y como Jordanes señala que los godos, en la época en que iban a iniciar su migración hacia el sur y el este, arrollaron a los vándalos,18 se ha establecido, con bastante buena y simple lógica, cierta relación entre la migración de los godos hacia el sur y el este y los desplazamientos hacia el oeste y el sur de otros pueblos de la Germania oriental, longobardos, vándalos y burgundios y, por ende, con el desencadenamiento de las feroces guerras marcomanas del 165-189.19 De ser esto cierto, los godos deberían de haber comenzado su lento migrar desde el Báltico hacia los Cárpatos y el mar Negro alrededor del año 160 aunque no alcanzarían sus nuevos asentamientos en el Bajo Danubio, los Cárpatos orientales y las estepas del mar Negro, hasta el 215-230. Su migración y conquista de sus nuevas tierras abarcaría, pues, unos setenta años.

Ahora bien, establecidos el punto de origen y destino de la migración de los primitivos godos y las fechas aproximadas de su inicio y fin, habrá que preguntarse el por qué y el cómo.

Cuando Tácito describió Germania hacia el año 98 de nuestra era, el mundo, la sociedad que describía, estaba cambiando a un ritmo acelerado y en una dirección que desmentía la idealizada descripción del historiador romano. Germania estaba cambiando y lo hacía creciendo.

En efecto, cuando Cayo Julio César se enfrentó a los germanos en el curso de su conquista de las Galias (58 a 51 a. C.), Germania era una tierra pobre poblada por pequeñas agrupaciones tribales. Los bosques y pantanos, así lo demuestran no solo las descripciones de los autores grecorromanos, sino también los estudios polínicos más recientes, cubrían enormes extensiones de territorios en los que los asentamientos humanos, pequeños, dispersos y efímeros, eran como islas aisladas en un mar verde. La economía de esta inmensa región, la Germania Libera, esto es, la Germania libre o no sometida por los romanos, que se extendía entre el Rin y el Vístula, era harto primitiva. La arqueología muestra un mundo de pequeñas aldeas cuyos habitantes llevaban una vida pobre limitada por el uso de técnicas agrícolas deficientes en las que se usaba un arado sin reja de hierro incapaz de profundizar el surco y de voltear la tierra, por lo que no llegaban a arrancar las hierbas y raíces, ni a mezclarlas con la tierra para enriquecer a esta última oxigenando y amalgamando nutrientes y minerales. Como se tendía al monocultivo y no se empleaba más abono que el de la ceniza, obtenida por la quema de rastrojos, tenían que recurrir a labrar campos que, una vez recogida la cosecha, debían dejarse en barbecho por un mínimo de dos años para que recuperasen la fertilidad. Esto, claro está, limitaba la extensión y la producción de la tierra disponible y, además, no evitaba que en el curso de un par de generaciones los campos se agotaran y que la aldea al completo tuviera que emigrar para buscar un nuevo asentamiento en el que roturar el bosque y recomenzar el ciclo de subsistencia que acabamos de exponer y que basaba su penosa economía en el cultivo de alguna de las variedades existentes de cereal y, en particular, de la cebada y del trigo.


Figura 2: Reconstrucción moderna de una vivienda de los siglos II-III en Masłomęcz (Polonia). Se fundamenta en los vestigios hallados en yacimientos de la cultura de Wielbark, en la cuenca del Vístula.


Figura 3: Esqueleto de uro, Bos primigenius, mamífero de la familia de los bóvidos, ya extinto pero que durante la Antigüedad pobló buena parte de la Europa septentrional. Museo Nacional de Dinamarca, Copenhague.

La ganadería no paliaba la escasez de alimentos que proporcionaban los cultivos, pues la falta de forraje para el invierno limitaba la estabulación de ganado y obligaba a sacrificar al final del otoño a la mayoría de los animales para así asegurar la supervivencia de los reproductores, por lo que las cabañas ganaderas no eran muy numerosas. Vacas, cerdos, cabras, ovejas y caballos constituían el grueso de los animales domésticos.

En fin, la caza seguía ocupando un importante puesto como fuente de proteínas y, a menudo, tras una mala cosecha, para un poblado podía significar la diferencia entre la muerte por inanición o la supervivencia. Los ciervos y los jabalíes eran las principales piezas de caza y el abatimiento de un caballo salvaje, con sus 300 a 500 kg de carne, de un alce, con sus más de 500 kg, o mejor aún, de un uro o de un bisonte, que podían representar 1000 kg de carne, podían asegurar el consumo de toda una aldea durante muchos días.

Por supuesto, este tipo de economía no permitía que las aldeas contaran con artesanos especializados. Se desconocía la fabricación de la alfarería con torno y con piezas bien cocidas que en el Mediterráneo era norma desde hacía muchos siglos y los germanos de comienzos de nuestra era tenían que conformarse con rústicas vajillas hechas a mano y muy frágiles. Lo mismo ocurría con los adornos y los demás lujos y objetos de prestigio: o procedían del mundo romano y se obtenían mediante el comercio del ámbar, los esclavos, las pieles, etc. o se robaban en incursiones al otro lado de la frontera. Aun así, la inmensa mayoría de los adornos de este periodo encontrados en los yacimientos arqueológicos son de bronce, mas son escasos los de plata y casi inexistentes los de oro.

Las armas eran, asimismo, muy deficientes. La mayoría de los germanos del siglo I no llevaban ni yelmo, ni armadura de ninguna clase, ni portaban espadas de larga hoja, ni lanzas pesadas, sino que tan solo se protegían con escudos de madera de sauce o de aliso, y esgrimían ligeras lanzas de estrecha y afilada hoja, aptas tanto para ser arrojadas como para ser blandidas, llamadas frámeas, o bien se contentaban con venablos cortos, aún más ligeros, llamados bebras.20

Así que podría decirse que la pobreza en el vestir, en el comer y en el guerrear era la tónica de la vida en la Germania Libera.

Mas todo comenzó a cambiar con la consolidación de las fronteras romanas del Rin y del Danubio Superior y Medio. La instalación de decenas de miles de legionarios y auxiliares, unos 120 000 en el siglo I de nuestra era desplegados entre el mar del Norte y lo que hoy sería Austria, significó una demanda imparable de bienes de consumo y eso dinamizó la economía de las tribus ribereñas y, poco a poco y por extensión, la de las que se hallaban inmediatamente tras ellas. La plata romana comenzó a circular entre las aldeas germanas del oeste y con la plata, nuevos cultivos y, sobre todo, nuevas técnicas de agricultura. Esto último fue decisivo. Comenzaron a usar un arado más pesado y dotado de cuchillas y reja de hierro de estilo romano. Con este tipo de arado, los aldeanos germanos podían revolver la tierra y arar más profundo y, con ello, labraban más campos y aseguraban su fertilidad por más tiempo a la par que incrementaban su rendimiento. A ello se vino a sumar el uso del estiércol de los ganados para abonar los campos y la introducción de un sistema de rotación que introducía en el ciclo trienal de cultivo a una segunda planta: trigo el primer año y cebada, avena o leguminosas el segundo, por ejemplo, o cebada el primer año y centeno o heno el segundo, etc., por lo que los campos pasaban de tener que estar dos años en barbecho a uno solo. Ahora las aldeas de la Germania Libera podían extender sus campos y, sobre todo, mantenerlos productivos, no solo por un par de generaciones, sino de manera indefinida.

El crecimiento exponencial de la productividad agrícola incrementó a su vez la población. Las aldeas pasaron de ser pequeños asentamientos de unas pocas decenas de chozas que, tras cincuenta o sesenta años tenían que ser abandonadas, a transformarse en grandes poblados permanentes que podían albergar no ya a unas decenas o a unos pocos centenares, sino a millares de individuos.

Fue toda una revolución económica y demográfica que para el año 100 había transformado a las tribus situadas entre el Rin y el Elba y que, hacia el 150 llegó al Óder, sin haber alcanzado las tierras del Vístula, las que habitaban las tribus godas, hasta aproximadamente el año 200. De modo que mientras que entre las tribus occidentales la riqueza y la población crecían sin parar y con ello se daba paso a una transformación social y política de la que hablaremos más tarde, las tribus de los gotones/godos señaladas por Plinio, Tácito y Ptolomeo seguían sometidas a unas condiciones de vida mucho más duras y limitadas tal como evidencian las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en asentamientos de las culturas de Wielbark y de Przeworsk, con sus diminutas y pobres aldeas del siglo II.

Es importante que tengamos muy en cuenta lo que acabamos de exponer más arriba y que, en consecuencia, saquemos la inevitable conclusión: la migración de los godos y de otras tribus orientales como los vándalos, los longobardos o los burgundios no estuvo provocada por una explosión demográfica. No, lo que impulsó a estas tribus orientales a migrar fue precisamente la atracción irresistible que sobre ellos ejercía la riqueza que bullía, por así decirlo, entre sus parientes más afortunados del occidente y del sur. Dicho de forma más clara: los vándalos y longobardos que participaron en las guerras marcomanas de Marco Aurelio y Cómodo (165-189) buscaban mejorar su vida y obtener, cuanto menos, lo que ya poseían los marcomanos y cuados.


Figura 4: Prototipo temprano de sax hallado en Herzsprung (Brandeburgo) y fechado en el siglo III o IV. El sax, daga o espada corta de hierro, será una de las armas características de la mayoría de los pueblos germanos durante el periodo de las migraciones y la Alta Edad Media.

Pero ¿y los godos? ¿Por qué no se sumaron a sus vecinos vándalos, burgundios y longobardos y emigraron hacia el sur y el oeste para buscar nuevas oportunidades en el Dorado del limes romano? ¿Por qué tomaron una ruta de migración distinta que los llevaba hacia el sur y el oriente y que no los puso en contacto con las fronteras romanas hasta la década del 230? Pues porque los godos se sintieron atraídos por otro «foco de riqueza»: Oium. Sí, así era como los godos llamaban a las riquísimas tierras de la Escitia o Sarmatia que se desplegaban desde las laderas de los Cárpatos orientales hacia los valles del Bug y el Dniéster y hasta las dilatadas estepas pónticas del Dniéper y el Don21 y que grosso modo se corresponden con lo que hoy son Moldavia, Ucrania, el sur de Rusia y el este de Rumanía. Jordanes resalta la riqueza de estas tierras y cómo ejercieron su atracción sobre los emigrantes godos, los cuales quedaron «sorprendidos por la riqueza de estas regiones». En efecto, la Oium gótica, la tierra que griegos y romanos conocían como Escitia o Sarmatia, era rica de verdad. De hecho, sus tierras negras y grasas son las más fértiles de toda Europa, pero aquel país era también tierra de próspero comercio. Pues siguiendo el curso de sus grandes ríos, Bug, Dniéster, Dniéper, Prípiat y Don arriba y Vístula, Niemen y Dviná occidental abajo, los comerciantes de las pujantes ciudades del reino grecoescita del Bósforo Cimerio, intercambiaban productos de origen mediterráneo y oriental por el ámbar, las pieles finas y los esclavos de las regiones bálticas.

Pero por esas rutas comerciales no solo circulaban el ámbar, las pieles, el vino o el oro, también lo hacían influencias culturales, artísticas, sociales, tecnológicas y guerreras. Desde la segunda mitad del siglo I de nuestra era, los reinos y señoríos nómadas de las tribus sármatas, aorsos, siraces, yaciges, roxolanos y alanos, que pastoreaban sus rebaños por las llanuras del mar Negro, Polesia, Valaquia y Hungría, ejercían una notable influencia sobre los godos.22 No es, pues, de extrañar que los godos del Báltico se sintieran atraídos por las regiones del mar Negro.


Figura 5: Collar de cuentas de ámbar perteneciente a la cultura Przeworsk, que ocupó el centro y sur de la actual Polonia, entorno del valle del río Vístula, entre los siglos III y V. Al igual que sus vecinos, los miembros de la cultura Cherniajov, participaban de la lucrativa ruta del ámbar que discurría desde el Báltico hasta el mar Negro.

Y llegados a este punto debemos poner en concordancia lo que nos dice Jordanes con lo que la arqueología nos ha revelado sobre cómo la revolución agrícola y demográfica germana no alcanzó las tierras habitadas por los godos hasta finales del siglo II o inicios del III, por lo que los godos bálticos no contaron con el auxilio de los nuevos métodos agrícolas para poner en valor sus tierras, agotadas tras doscientos años de cultivo basado en el primitivo ciclo de roturación, siembra y abandono. Sin embargo, hacia el sur y el este, en el país que los godos llamaban Oium, en las llanuras donde nomadeaban los sármatas, había abundancia de tierras muy fértiles y sin explotar.

Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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