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«LOS HIJOS DEL DIOS FURIOSO»: LOS GODOS Y SUS PRIMERAS GUERRAS CON ROMA (238-337)

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Hacia el año 230, las bandas guerreras y los asentamientos godos podían hallarse ya en una amplia zona que iba desde las fronteras nororientales de la Dacia romana, grosso modo la actual Rumanía, hasta las riberas occidentales del río Dniéper, en el corazón de la actual Ucrania. Desde el primer momento, estos grupos godos interactuaron con los pobladores del inmenso país batallando contra ellos, coaligándose con ellos, extorsionándolos, aniquilándolos o conquistándolos. Con los sármatas roxolanos, yaciges y alanos la relación oscilaría entre la alianza y la fascinación por su cultura y modo de vida, y la hostilidad y la guerra sin cuartel. Así, por ejemplo, los godos terminarían por expulsar a los sármatas roxolanos de las llanuras del Dniéster, del Bug y del Bajo Danubio, pero tomarían de ellos y de los alanos un nuevo estilo de vida, más pastoril y en el que el ganado y, sobre todo, el caballo se constituía en elemento central de la vida de los nobles y de los guerreros. Y no es que los godos no usaran antes el caballo, pero como demuestra la lingüística, es en los siglos III y IV cuando en estrecho contacto con los sármatas incorporaron a su idioma la palabra de origen indoiranio hors, vocablo que designaba a un tipo de caballo apto para guerrear y no solo para servir de montura y que sustituyó al vocablo germánico eorh que hasta entonces había sido el genérico usado para denominar al noble bruto. Este «descubrimiento» del caballo de batalla por mor de la relación más estrecha con los sármatas, queda ya apuntado en Tácito, quien señalaba que los germanos poseían caballos lentos y desmañados y que, por eso, la inmensa mayoría de sus guerreros preferían combatir a pie. Por lo demás, la influencia sármata se evidencia en múltiples campos: en el de las armas, estilos de lucha, organización militar, formas de contar, adornos y costumbres. Lo que se manifestaría en detalles tan curiosos como el «traje real godo», el llamativo atuendo de pieles de clara influencia sármata que lucían los reyes godos, o en que las denominaciones de los jefes de 100 guerreros y de un millar: hundafaps y msundifaf, fueran también de procedencia indoirania.31

Con los carpos y costoboques, dos pueblos dacios no sometidos por los romanos, y con los taifales, un oscuro pueblo que con toda probabilidad era una mezcla de germanos con elementos dacios y sármatas, la hibridación fue asimismo muy intensa, como también lo fue con otros grupos germanoorientales recién llegados a la región o establecidos en ella desde hacía siglos, entre los que era en especial relevante la progresiva incorporación al pueblo godo de bandas de bastarnos, cotinos, burios y peucinos.

Los godos, además, mantuvieron alianzas de conveniencia con otros grupos bárbaros de difícil filiación étnica como los boranos, un pueblo, o más bien, una confederación tribal muy volátil en la que sin duda había godos, hérulos, sármatas, dacios y otros pueblos y que se fue fundiendo con los godos, o como los urugundos, un misterioso y salvaje pueblo que habitaba al este del Don, junto a las riberas del lago Meotis, nuestro mar de Azov, y que se sumó a las grandes expediciones de saqueo de los godos, boranos y hérulos acaecidas entre los años 257 y 269 y que puede que fueran una avanzadilla de los pueblos prototurcos que precediera en más de un siglo a los hunos o que se tratara de una división de los sármatas.

Las tribus finoúgrias y eslavas, este último pueblo en plena etnogénesis, también se mezclaron y relacionaron de forma intensa con los godos que llamaban a los pueblos finoúgrios, Finn, literalmente «los que encuentran», porque eran cazadores-recolectores que vagaban por los inmensos bosques y pantanos de Europa oriental acechando a los animales salvajes y buscando frutos silvestres. Por su parte, los eslavos incorporaron a su lengua una parte notable del vocabulario dedicado al comercio, a las estructuras de poder, a la agricultura y, sobre todo, a la guerra, como por ejemplo la palabra helm, «yelmo».32

En fin, en el nuevo y complejo escenario bárbaro en el que ahora habitaban los godos, también se establecieron alianzas puntuales salpicadas de guerras feroces con otros pueblos germanos, como aquellas acordadas o sostenidas, según el caso, con y contra vándalos asdingos, gépidos y hérulos.33

Es muy probable que el nombre tribal de los godos fuera teogonista e hiciera referencia a su antiguo dios de la guerra: Guton o gaut, «el furioso», esto es, Gutones o «el pueblo de Guton». Debido a que los godos creían que Guton era su padre y que había nacido en su país,34 aún estaban tratando de adaptarse a su nuevo medio y, como todos los emigrantes, no tenía que ser fácil. De ahí que la «tentación» de cruzar el limes romano y caer sobre las ricas provincias del Imperio fuera irresistible. Así, en el 238, al comienzo del reinado de Gordiano III (238-244) los godos asaltaron la Dacia romana y luego cruzaron el Danubio y saquearon Mesia Inferior, llegando a tomar la ciudad de Istria, en la desembocadura del Danubio. Era su primer ataque a la frontera romana y su primer contacto masivo y brutal con el Imperio.35

Este primer ataque godo tuvo que ser lo bastante importante como para que Roma firmara con ellos un acuerdo en el que se establecía el pago de subsidios y el alistamiento de miles de guerreros godos en el ejército romano que debía de enfrentar a los persas. El pago de subsidios a los godos queda recogido en diversas fuentes y, sobre todo, en Jordanes. En cuanto a la participación de guerreros godos en la guerra contra Persia emprendida por Gordiano III se nos muestra con claridad en la inscripción triunfal que el shahansha, o «rey de reyes», Sapor I, mandó esculpir para conmemorar sus grandes victorias sobre Gordiano III y Filipo el Árabe y en la que los godos aparecen como integrantes del ejército romano derrotado en el 244 en Misikhe por el soberano sasánida. Como esta noticia no es muy conocida por los especialistas que abordan la historia de los godos y las fuentes romanas no la transmiten y solo la conocemos por la inscripción de Sapor, reproducimos aquí el pasaje en cuestión:

[…] Cuando nos establecimos sobre el Eranshar [Imperio sasánida] el César Gordiano levantó en todo el Imperio Romano una fuerza desde los reinos godos y germanos y marchó sobre Asuristán [Mesopotamia Central y Meridional] contra el Imperio de Irán y contra nosotros. Al lado de Babilonia en Misikhe tuvo lugar una gran batalla frontal. El César Gordiano fue muerto y la fuerza romana fue destruida […]36

La mención explícita de los godos entre las fuerzas que Gordiano III y Filipo el Árabe llevaron contra la Persia sasánida en el año 244 es harto significativa, sobre todo si se tiene en cuenta que seis años antes acababan de establecer contacto directo y violento con los romanos y apunta a que su fuerza les estaba singularizando rápidamente y les hacía destacar entre las numerosas tribus que pululaban en las lindes de los limes danubiano y dacio.

Ese poderío gótico volvió a desatarse de inmediato contra Roma. Jordanes alude a que los romanos dejaron de pagar los subsidios a los godos y es posible que la derrota y muerte de Gordiano III tuvieran algo que ver pues, como se evidencia en el texto de la inscripción de Sapor I que acabamos de reproducir, miles de godos militaron en el ejército romano y miles debieron de morir y de ser hechos prisioneros, con el consiguiente malestar y desazón entre las gentes de sus belicosos pueblos que habían quedado en sus asentamientos transdanubianos y pónticos. Así que podemos colegir que los godos «olían» la debilidad del Imperio y que mezclaban la oportunidad de hacerse con cuantiosos botines con el deseo de cobrarse venganza por el desastre en el que se habían visto hundidos los guerreros que habían partido junto a las legiones para morir en las batallas libradas contra los persas. En cualquier caso, en la primavera del 245, los godos volvieron a cruzar la frontera romana y a devastar Mesia y Tracia. Sus correrías desmantelaron las defensas fronterizas y obligaron a Filipo el Árabe (244-249) a enviar contra ellos en el 246-247 al general Marino Tiberio Pacatiano quien logró derrotarlos en el otoño del año 247, aunque no de forma decisiva. Además, Marino Tiberio Pacatiano se levantó contra Filipo el Árabe en la primavera del 248 y tuvo que ser derrotado por Decio, a la sazón enviado por el emperador para aplastar la rebelión y los godos sacaron provecho de la guerra civil acogiendo entre sus filas a miles de desertores del derrotado ejército de Pacatiano y reanudando sus correrías contra territorio romano que Decio, encargado ahora de la defensa del limes, trataba de frenar.

Según Jordanes, las bandas guerreras godas sumaban 30 000 hombres y estaban reunidas en torno a un rey supremo: Ostrogota, quien en el año 248 y a la cabeza de una confederación tribal que incluía a los peucinos, a los taifales, a los carpos y a los vándalos asdingos, volvió a cruzar el Danubio junto con sus lugartenientes Argaito y Gunderico para devastar Mesia Inferior y Tracia, llevando a sus huestes ante las murallas de la ciudad de Marcianópolis (actual Devnya, en Bulgaria) a la que asediaron y obligaron a pagar un cuantioso rescate para que levantaran el sitio y repasaran el Danubio. Este movimiento lo efectuaron cargados de botín y cautivos y sin que los romanos pudieran estorbarles.37

Ostrogota no solo condujo a su pueblo contra los romanos sino también contra los gépidos, pueblo emparentado con los godos y que acababa de abandonar sus agotadas y pobres tierras septentrionales situadas entre el Óder y el Vístula, para buscar nuevos territorios donde asentarse. Los gépidos arrollaron a los burgundios a los que obligaron a desplazarse más hacia el oeste y continuaron avanzando hacia el sur y el este para terminar alcanzando las ricas tierras de lo que hoy es el norte de Moldavia y el este de Rumanía, en donde pretendían instalarse tras desalojar de allí a los godos que apenas si llevaban establecidos ahí treinta años. Pero Ostrogota reunió a sus bandas guerreras y marchó contra los invasores gépidos a los que derrotó en una salvaje batalla que obligó a los norteños a retirarse hacia el noroeste y a alejarse del territorio godo.38

Vencidos los gépidos, apareció un nuevo jefe godo, Cniva, señal inequívoca de que, pese a los afanes de Jordanes, los godos no estaban en modo alguno sujetos a una monarquía regulada ni poderosa, sino divididos en muchos grupos y jefaturas entre las cuales se establecían cambiantes hegemonías que, en ocasiones, elevaban a un jefe sobre los demás y agrupaban a varios contingentes tribales bajo su liderazgo. En esos cambios de hegemonía y dominio, de reunión de bandas guerreras y de disgregación de las mismas, la guerra y con ella la obtención de botín y victorias eran el elemento principal.

Pero, entonces, ¿por qué el victorioso Ostrogota desapareció de la escena principal y cedió su sitio a Cniva? Pues porque es probable que los triunfos de Ostrogota no fueran tan notables como pretende hacernos creer Jordanes y, ante todo y en ese punto, el autor de los Getica sí se ve obligado a reconocerlo a regañadientes, porque la victoria de Ostrogota sobre los gépidos se logró a costa de numerosas bajas y sinsabores.

En cualquier caso, en la primavera del año 250 y aprovechando que los carpos habían invadido Mesia Superior y Panonia Inferior y atraían hacia ellos la atención de los romanos, Cniva reunió una gran hueste de godos y carpos que, según Jordanes, sumaba 70 000 guerreros y cruzó el Danubio para volver a devastar la provincia de Mesia Inferior. La cifra de guerreros que condujo Cniva, 70 000 hombres, puede ser exagerada. No obstante, a tenor de lo que los bárbaros lograron y, sobre todo, teniendo en cuenta a las fuerzas romanas con las que se enfrentaron, es harto posible que Cniva reuniera no menos de 40 000 hombres. En esa gran horda bárbara, godos y carpos debían de estar muy igualados en número, tanto como para que Lactancio les otorgue a estos últimos, a los carpos, el mérito principal, aunque las fuentes mejor informadas dan la primacía a los godos y ponen el acento en el caudillaje de Cniva.

Tan formidable hueste se dividió en dos saqueadoras columnas: una marchó contra Oestus y Novae y la otra contra Marcianópolis, pillando e incendiando a su paso aldeas y villas. Pero el recién nombrado gobernador, Treboniano Galo, al frente de sus dos legiones, la I Italica y la XI Claudia, logró hacer frente con cierto éxito a los invasores godos derrotándolos cerca de Novae y limitando sus asaltos y devastaciones, consiguiendo así tiempo suficiente como para que, al año siguiente, 251, acudiera en su auxilio el mismísimo emperador Decio.


Figura 7: Busto del emperador Decio, conservado en la Gliptoteca de Múnich.

Que el augusto Decio marchara al frente de un gran ejército y acompañado por su hijo y coemperador, Herenio Etrusco, da fe de que la invasión goda de 250-251 era un asunto grave. Decio acudió en ayuda de la sufrida provincia de Mesia Inferior a la cabeza de los pretorianos, no sabemos si al completo o en parte, así como de la totalidad de los equites singularis augusti, 1500 jinetes de élite, y de la legión II Parthica al completo, sumando además nutridas vexillationes procedentes de las legiones X Gemina, XIV Gemina, I Adiutrix y II Audiutrix, completándose el ejército con las correspondientes unidades auxiliares legionarias de caballería y de infantería ligera. Así que Decio debió de llegar al Bajo Danubio a la cabeza de un ejército que debía de rondar los 30 000 hombres.

En la primavera del año 251, el emperador llegó a Mesia Inferior y logró sumar sus tropas a las del gobernador Treboniano Galo y, con ello, el ejército romano debió de ascender a unos 45 000 hombres y pudo enfrentar con éxito a los godos. Estos sufrieron un descalabro notable en Nicópolis (Nikub, en el norte de Bulgaria) ciudad que estaban asediando y junto a la cual Cniva fue derrotado y obligado a huir. Poco más tarde, en Ad Istrum, no lejos de Nicópolis, los godos fueron alcanzados por los romanos y derrotados de nuevo, lo que ocasionó que los bárbaros perdieran el botín acumulado hasta entonces y que los romanos liberaran a un buen número de cautivos.

Sin embargo, Cniva logró zafarse de sus victoriosos perseguidores y encaminó a sus hordas hacia el monte Hemo, los Balcanes propiamente dichos, pasando a la llanura tracia y alcanzando la gran ciudad de Filipópolis (Plovdiv, sur de Bulgaria) a la que los bárbaros pusieron sitio.

Decio no podía permitir que una ciudad tan próspera cayera en manos bárbaras, así que llevó a sus tropas hacia el sur en persecución de los godos, pero dejó tras de sí a Treboniano Galo con sus dos legiones para que cortaran cualquier posible intento de retirada de los bárbaros hacia el Danubio. Mientras tanto, la guarnición de Filipópolis, aterrorizada ante la horda bárbara que Cniva había reunido bajo sus murallas, se había plegado a un usurpador, Prisco, que trató de negociar con los godos. Este, entonces, pactó el apoyo de los godos a su levantamiento contra Decio a cambio de la entrega pacífica de la ciudad, que pagaría un crecido tributo a modo de rescate por las vidas y haciendas de sus ciudadanos. Pero, conforme se abrieron las puertas de Filipópolis, Cniva y sus godos se arrojaron sobre la población y la guarnición pasando a degüello a la mayor parte de los hombres comunes y tomando como esclavos y rehenes a nobles, niños y mujeres. Amiano Marcelino cita que 100 000 habitantes fueron asesinados o esclavizados por los bárbaros.

Ajeno al desastre y ya muy cerca de la debelada Filipópolis, Decio acampaba con su ejército en Beroea (Stara Zagora) y allí fue atacado por Cniva, el cual, informado de la proximidad del ejército imperial, trató de sorprenderlo. Jordanes insiste en que los godos lograron vencer a Decio, pero teniendo en cuenta lo que pasó a continuación es poco probable que así fuera y es mucho más lógico pensar que los godos fueron rechazados, pues se vieron obligados a abandonar la fértil Tracia y a cruzar a toda prisa el monte Hemo perseguidos de cerca por Decio y sus tropas. Sin embargo, al otro lado de la cordillera, a Cniva lo esperaba Treboniano Galo con sus dos legiones y la horda bárbara fue copada, no lejos del Danubio, entre los dos ejércitos romanos.

Tras una serie de combates preliminares y de tanteo librados en un lugar llamado Ad Puteam, los godos fueron obligados a ceder más terreno y retroceder hasta una zona pantanosa cercana a Abrittus (actual Hisarlak, cerca de Razgrad, en la Dobrudja búlgara) en la que Cniva y sus godos quedaron entonces en una situación desesperada: encerrados entre dos ejércitos romanos que habían rodeado sus posiciones y apelotonados en una comarca pantanosa y estéril en la que no tardarían en sucumbir debido al hambre y la enfermedad. A los romanos, que ocupaban lugares más salubres y con su sofisticada logística asegurándoles los abastecimientos, les bastaba con sostener sus posiciones y esperar a que los godos perecieran. Pero no esperaron.

El emperador quería sangre y la quería ya. Su hijo y sucesor, Herenio Etrusco, había sido herido durante los últimos combates y murió al poco a causa de sus heridas. Decio no quería esperar a que los godos se consumieran de hambre, sino que ansiaba vengarse en batalla. El 6 de agosto, el augusto movió sus tropas hacia las posiciones bárbaras. Por su parte, Cniva, el jefe godo, dividió a sus huestes en tres cuerpos y los situó de forma escalonada para enfrentar el avance romano, pues temía que Treboniano Galo y sus dos legiones, que ocupaban las alturas que cerraban la retaguardia goda, cayeran sobre la hueste bárbara cuando enfrentara al emperador.

Zósimo afirma que antes de que la batalla comenzara, Treboniano Galo envió mensajeros a Cniva asegurándole que sus legiones no entrarían en combate. Pero esta versión de los hechos es poco creíble y, como veremos más adelante, la traición de Treboniano Galo solo se consumó cuando este tuvo la seguridad de que el desastre apresaba ya a Decio y a sus tropas.


Figura 8: Antoniniano de plata de Herenio Etrusco, acuñado en la ceca de Roma en el 251 a. C. En el anverso, busto de Herenio, con clámide y corona radiada, como corresponde a su posición como sucesor de su padre el emperador Decio. En el reverso, dos diestras entrelazadas con la leyenda CONCORDIA AVGG (Concordia Augustorum).

Establecida la batalla, la primera sección de las tres en las que Cniva había dividido a su ejército chocó con Decio y con sus pretorianos, equites singularis augusti y legionarios, y fue deshecha por completo. Decio continuó avanzando, conduciendo a sus tropas sobre los cadáveres godos y llevándolas contra la segunda división goda que también fue aplastada por las tropas romanas. Tan solo quedaba una hueste bárbara, la tercera, comandada directamente por Cniva y esta no esperó a que los romanos le pasaran por encima. Dándose la vuelta y acompañados por los fugitivos de las dos divisiones godas ya derrotadas por Decio y sus soldados, huyó a lo más profundo de los pantanos. En ese momento, exultante por el triunfo y la venganza, Decio recibió mensajeros de Treboniano Galo, quien lo exhortaba a continuar avanzando para empujar a los bárbaros pantano adentro y más allá, hasta sus posiciones en donde sus dos legiones, la I Italica y la XI Claudia, aguardaban para consumar la derrota y el exterminio de los godos.

Decio aceptó el consejo de Treboniano Galo y condujo a su victoriosa hueste al interior del pantano en persecución de Cniva y sus hordas. Al principio todo fue bien. Los godos eran perseguidos y, donde eran alcanzados, muertos. Pero pronto, con su pesada armadura y equipo, los soldados de Decio se vieron apresados por el fango y el barro. Percatándose de ello, Cniva y su gefolge, su comitiva armada, se detuvieron y giraron para contraatacar. Era una trampa. De súbito, mientras los legionarios y pretorianos se hallaban hundidos en el barro hasta las rodillas y trataban de rechazar el salvaje ataque de Cniva y de sus guerreros más recios, contemplaron alarmados cómo desde las espesuras del pantano brotaban bandas de guerreros que los atacaban por los flancos y la retaguardia lanzándoles venablos y flechas.

Se desencadenó, entonces, un feroz y desesperado combate. Los bárbaros, pertrechados con armas más ligeras y acostumbrados a combatir en los pantanos, se movían con agilidad y atacaban una y otra vez, mientras que los romanos iban cayendo uno tras otro. El desastre se estaba consumando.

Decio, consciente ya de que la victoria se estaba trocando en derrota, envió mensajes a Treboniano Galo para que acudiera en su auxilio, pero el gobernador de Mesia Inferior no se movió y sus dos legiones aguardaron en sus posiciones sin mover un dedo mientras los pantanos de Abrittus se teñían de rojo con la sangre de miles de legionarios y pretorianos. Fue una matanza terrible que no se detuvo ni con la caída de la noche.

Decio murió combatiendo con valentía, rodeado por sus equites singularis augusti. El emperador se batía a caballo, el animal corcoveaba con denuedo mientras trataba de zafarse del barro y de los salvajes atacantes, pero la noble bestia se hallaba hundida hasta los corvejones y no podía sacar de aquel infierno a su imperial jinete. Al cabo, una flecha hirió al animal y la pobre bestia se encabritó. Decio, incapaz de dominar a su caballo herido, cayó de su lomo y fue pisoteado por los combatientes que se arremolinaban en torno suyo. Su cadáver se hundió en el fango y nunca fue encontrado. Caído el augusto, las líneas romanas terminaron por quebrarse del todo y la práctica totalidad de los soldados fueron exterminados.

Cuando el sol se alzó en la mañana del 7 de agosto del 251, iluminó el escenario de una matanza: miles de cadáveres flotaban en la superficie o yacían sobre el fango, mientras las aves carroñeras y los lobos se alimentaban de su carne. Un ejército romano al completo, uno que había reunido en sus filas a las mejores tropas del Imperio, yacía desangrado y muerto sobre el barro.

Esa misma noche, el traidor Treboniano Galo fue aclamado emperador por sus dos legiones y al día siguiente pactó con Cniva un ventajoso acuerdo para los godos: se les dejaba paso libre hacia el Danubio y podrían regresar a sus tierras cargados con todo el botín y los cautivos tomados en Filipópolis. Además, Treboniano Galo pagó a Cniva un sustancioso subsidio.39

Es probable que en Abrittus sucumbieran más de 20 000 soldados romanos y la muerte del emperador en batalla y ante los bárbaros fue un auténtico «choque emocional» para los ciudadanos romanos. Cierto es que, siete años antes, Gordiano III también había caído en batalla, en su caso frente a los persas, pero estos no eran bárbaros y en el ordenado mundo romano, los bárbaros existían para ser derrotados y era inconcebible que un emperador, la gloria y el poder de Roma encarnados, cayera ante un «irracional» y salvaje caudillo bárbaro. Hasta ese momento y desde los días de Augusto (31 a. C. a 14 d. C.) los bárbaros podían poner en aprietos al Imperio y hasta lograr victorias puntuales, pero nunca habían aplastado a todo un ejército encabezado por el mismísimo emperador. Ahora, en Abrittus, los godos lo habían hecho y parecían muy dispuestos a seguir haciéndolo.

Treboniano Galo marchó, entonces, veloz a Italia para hacer efectiva su toma del poder imperial. Creía tener asegurada la frontera danubiana con el pacto recién firmado con Cniva. Pero los godos no eran un pueblo unificado y su jefe no era dueño sino de los guerreros de su comitiva y de aquellos que, de forma voluntaria, se le unieran para una expedición puntual. Puede que Cniva firmara un pacto con los romanos, pero ese pacto no ataba a los demás jefes godos ni a sus belicosos guerreros que, tras el triunfo de Cniva, querían emular a sus vecinos. Así que, en la primavera siguiente, año 252, bandas de godos cruzaron de nuevo el Danubio y asaltaron otra vez Mesia y ello a la par que otros grupos de godos y grandes multitudes de carpos saqueaban la Dacia romana.

La situación se estaba complicando mucho para Roma. En el verano del 252, Sapor I, el victorioso shahansha persa, infligió una nueva y devastadora derrota a los romanos y, a continuación, asoló la mayor parte de la Mesopotamia y la Siria romanas, llegando incluso a apoderarse de Antioquía, la tercera ciudad del Imperio, que saqueó a conciencia antes de retirarse a su reino con ingentes cantidades de botín y con docenas de miles de cautivos. Al mismo tiempo y en la frontera del Rin y del Danubio Superior, las nuevas confederaciones germanas, alamanes y francos, así como los sármatas yaciges, ponían a prueba una y otra vez la resistencia del limes romano y en cada uno de sus ataques penetraban más y más en las provincias limítrofes, mientras que, por su parte, en el mar germánico, en Britania y la costa septentrional de las Galias, los piratas sajones, frisios y francos atacaban sin descanso. No es, pues, de extrañar que los godos no se contentaran esta vez con saquear Mesia Inferior y Tracia o con hacerse prácticamente dueños de la totalidad de Dacia. En el 253 reanudaron y aumentaron sus ataques y esta vez lo hicieron no solo acompañados de contingentes de guerreros carpos, sino también de bandas de salvajes urugundos llegados desde las costas orientales de la laguna Meótide (mar de Azov) y de grupos de boranos, una misteriosa tribu germana en la que es probable que se incluyeran restos de antiguos pueblos de la región, como los borístenos, y grupos de dacios, sármatas y protoeslavos.


Que los godos contaran con aliados o acompañantes tan orientales nos lleva a poner la atención sobre que, mientras unas bandas godas se instalaban junto al Danubio y en los Cárpatos meridionales y orientales y asaltaban una y otra vez las provincias romanas de Dacia, Mesia Inferior y Tracia, otros grupos de godos continuaban su expansión hacia el este cruzando el Bug y el Dniéper y sometían, aplastaban, empujaban o se aliaban con las tribus sármatas, con grupos más oscuros como los urugundos y, asimismo, se entremezclaban con otros pueblos germanos como los boranos, los esciros, los bastarnos y los hérulos. En esta expansión hacia el Don, la primera víctima sería la ciudad grecoescita de Olbia, situada en la desembocadura del Hípanis (Bug) que, en el 250, y a la par que Cniva conducía a sus godos al sur del Danubio, fue tomada y saqueada por otra banda goda de cuyo jefe no se ha conservado el nombre. Tres años más tarde, en el 253, los godos y los hérulos asaltaron Tanais, situada sobre el río Don y obligaron a Rescoporis IV, a la sazón soberano del reino grecoescita del Bósforo Cimerio, a pagarles tributo y proporcionarles naves con las que saquear las provincias romanas del Ponto Euxino (mar Negro).40

Mientras tanto, los godos, carpos, boranos y urugundos que habían cruzado el Danubio en el 252, saqueaban y mataban sin apenas hallar oposición. En el 253 habían pasado de la Mesia Inferior a Tracia y desde allí y dirigidos por tres jefes, Respa, Veduco y Duruaro, alcanzaron el estrecho del Bósforo tracio, junto a la actual Estambul y, apoderándose de embarcaciones, pasaron a Asia Menor. Bitinia, la Tróade, Jonia, Paflagonia y hasta Capadocia fueron pilladas y ciudades tan célebres como Éfeso, Calcedonia, Troya y Pesinunte (actual Ballihisar) fueron tomadas al asalto y su población dispersada, degollada o esclavizada. A las penalidades de la guerra se sumaron las de la peste, favorecida por la gran mortandad, la anarquía y el terror que imperaban por doquier.

La afortunada incursión de los godos y sus aliados en Asia Menor terminó en catástrofe cuando, ya de regreso en los Balcanes, fueron interceptados y derrotados por el gobernador de Panonia Inferior y Mesia Superior, Emiliano. El victorioso general persiguió a los supervivientes hasta sus asentamientos al otro lado del Danubio, pero interrumpió su campaña para proclamarse emperador y acudir a Italia a disputarle el trono a Treboniano Galo. Logró su objetivo, pero poco más tarde fue a su vez destruido por Valeriano, gobernador de Germania que se proclamó augusto junto con su hijo Galieno.

Las guerras civiles y los cambios en el trono que se dieron en el año 253 animaron a godos, carpos, boranos y urugundos a volver a cruzar las fronteras romanas. En el 254 algunas de sus bandas cayeron sobre Mesia y Tracia y luego alcanzaron Macedonia en donde pusieron en graves aprietos a Tesalónica que, con gran valor, logró resistirles. No se retiraron, sin embargo, sino que, dejando de lado la invicta Tesalónica, saquearon Tesalia, Épiro y Grecia Central, forzaron el paso de las Termópilas que guarnecía una fuerza romana y llegaron a presentarse ante las apresuradamente restauradas murallas de Atenas, para terminar obligando a las ciudades del Peloponeso a reclutar a toda prisa milicias urbanas y a fortificar el istmo de Corinto en donde al fin fueron detenidos y rechazados.41

En el 255, otros grupos godos, en coalición con los boranos y con toda probabilidad supeditados a ellos, se echaron al mar en las costas septentrionales del mar Negro con el auxilio de naves y marineros grecoescitas y trataron de tomar al asalto la fortaleza de Pisius (actual Pitsunda, en la costa de Georgia). La ciudad, aunque perteneciente al reino del Bósforo Cimerio, contaba con una guarnición romana, a la sazón bajo el mando de un tribuno, Sucesiano. Este sacó el máximo partido de las formidables murallas de Pisius e infligió a godos y boranos una terrible derrota. Grande tuvo que ser en verdad la victoria de Sucesiano, pues ese mismo año 255 fue llamado por el augusto Valeriano, que se hallaba en Antioquía organizando la contraofensiva romana contra Persia, y promovido al cargo de prefecto del pretorio.

La derrota de Pisius no desalentó a las bandas de piratas godos y boranos que en el año 256 regresaron y, tras saquear los santuarios del río Fasis (el actual Rioni, en Georgia), el mismo del que según la leyenda se llevaron el vellocino de oro Jasón y los argonautas, atacaron de nuevo las murallas de Pisius. Esta vez, sin tener a su mando al hábil Sucesiano, las gentes y la guarnición de la fortaleza sucumbieron y Pisius fue saqueada a sangre y fuego.

Tras este éxito, embarcados de nuevo, los boranos y godos pusieron rumbo al sur y alcanzaron Trebisonda (Trabzon, en Turquía) y su rica región. Las gentes del Ponto huían a su paso y buscaban refugio en la formidable Trebisonda que, con su doble muralla, se consideraba inexpugnable.

Pero no son las murallas, sino los hombres, los que defienden una ciudad y la guarnición romana de Trebisonda estaba tan segura de sus defensas que descuidó su vigilancia. Aprovechando esto, los godos arrimaron dos grandes troncos de árbol a las murallas y los usaron a modo de primitivas escalas por las que fueron trepando a los muros. Al percatarse de que los guerreros bárbaros inundaban ya la ciudad, muchos soldados, en vez de tratar de repeler el ataque, huyeron aterrorizados dejando que el resto de sus compañeros pereciera y con ellos multitud de ciudadanos y refugiados. Los templos fueron incendiados y miles de cautivos encadenados y llevados a los barcos godos que se atestaron de botín y esclavos.

Al comprobar con cuanta riqueza volvían los expedicionarios a sus norteñas tierras, otras bandas guerreras de godos y boranos decidieron hacer ellos también fortuna. En el año 257, tras proveerse de barcos con ayuda de los cautivos, a los que obligaron a construirlos, y de comerciantes romanos sin escrúpulos, se dirigieron hacia la desembocadura del Danubio, marchando unos por tierra y otros por mar. Atravesaron el limes sin dificultad y saqueando alcanzaron las proximidades de Bizancio, donde convencieron a los pescadores locales de que les ayudaran a pasar a su infantería al otro lado, pues no contaban con barcos para toda su gente. Al otro lado del Bósforo se encontraba un potente ejército romano destinado allí por Valeriano que, todavía en Antioquía, lidiaba con los persas. Pero los legionarios huyeron antes de trabarse en combate con los bárbaros y dejaron el país abierto y sin defensa. Los godos saquearon Calcedonia, Nicomedia, Nicea y Prusas (Bursa) y marcharon hacia Cícico (Aidinjik, Turquía) que no pudieron tomar por la súbita crecida del río de la ciudad.

Sin que nadie les importunara, llevando tras ellos largas cordadas de miles de cautivos, los godos cruzaron de nuevo el Bósforo sin que la nutrida guarnición romana de Bizancio, ni las naves de la classis del Ponto se atrevieran a impedirles el paso. Luego, atravesando las anteriormente devastadas Tracia y Mesia, cruzaron el Danubio y regresaron a sus tierras.42

Mientras tanto, por esos mismos años 256 y 257 y durante los años 258 y 259, en Dacia, Tracia y el Ilírico, desde Grecia a la frontera de Italia, continuaron, asimismo, las incursiones de godos, boranos, carpos y urugundos. Desde el norte se les sumaron sármatas, marcomanos, asdingos, silingos y cuados y Galieno, el hijo del augusto Valeriano y su coemperador, se las vio y deseó para salvaguardar Rávena. Pese a todo, bandas de godos, alamanes, marcomanos y cuados penetraron en Italia y pusieron en peligro hasta a la mismísima Roma cuyo senado tuvo que reclutar a toda prisa a todos los hombres útiles de la ciudad y presentarlos en formación de batalla ante las hordas invasoras para desalentar a estas últimas y alejarlas de la urbe.

En las Galias, francos y alamanes lograron romper las defensas romanas y en el año 259 alcanzaron incluso Hispania en donde Tarraco fue arrasada por los francos y donde estos últimos y los alamanes destruyeron y mataron durante doce años, viviendo sobre el terreno y llegando incluso a apoderarse de naves para pasar a África y continuar allí sus devastaciones y correrías.43 Roma nunca había estado tan asediada, ni tan cerca de perecer y, sin embargo, aún quedaba lo peor.

Y es que, en el año 260, en Edesa (Urfa, en el sudeste de la actual Turquía), Valeriano, el augusto principal, fue derrotado por el shahansha Sapor I quien, cuando Valeriano trataba de negociar la paz, lo apresó junto con miles de sus legionarios. Sabemos que este último, como antes ocurriera con Gordiano III y Filipo el Árabe, contaba entre sus filas con miles de aliados o mercenarios godos y ello señala que Roma no solo estaba combatiendo sin descanso a los godos, sino que también pactaba con ellos y trataba de utilizar su fuerza bélica.

De nada le sirvieron esos guerreros godos a Valeriano. Fue llevado a Ctesifonte y durante años sirvió de escabel al rey de reyes Sapor I, quien tenía a bien servirse de la espalda del cautivo emperador romano para apoyar en ella el pie y subir así con más comodidad a su caballo. Con el tiempo, el rey de reyes de Persia se cansó de humillar al augusto Valeriano y ordenó que lo desollaran y curtieran su piel que fue pintada de rojo y se rellenó de paja para colgarla del techo del Gran Templo del Fuego de los guerreros, el actual Tep Suleyman, en el noroeste de Irán, en donde quedó expuesta como tétrico trofeo.44

Fue el caos en medio de la destrucción. Galieno vio limitada su autoridad por mor de la sublevación de Póstumo en las Galias y por la independencia de facto de Odenato en Oriente. Con tan solo un tercio de los recursos del Imperio en sus manos dedicó todos sus esfuerzos a defender Italia y los Balcanes de los continuos asaltos de los godos, alamanes y demás tribus norteñas.

Fueron «años salvajes» para los godos. Entre los años 261 y 270 sembraron el miedo y la destrucción desde Creta y Rodas, a Dacia y desde las fronteras orientales de Italia al Ponto y la Cólquide. Las bandas guerreras y las hordas godas se mezclaron y aliaron durante estos años con grupos de hérulos y carpos.


Figura 9: Relieve rupestre de Naqsh-e Rustam, donde se representa al triunfante shahansha Sapor I, a caballo, recibiendo la sumisión de dos emperadores romanos, presumiblemente Filipo el Árabe −arrodillado− y Valeriano, de pie, pero con las muñecas atadas y sujeto por Sapor. Detrás de Sapor I aparece el sumo sacerdote del culto zoroástrico, Kerdir. El emplazamiento del relieve justo debajo de la tumba del monarca aqueménida Darío el Grande (549-486 a. C.) era un claro intento de enlazar la legitimidad sasánida con la antigua gloria de la Persia aqueménida.

En el 261, una hueste de godos pasó desde Mesia y Tracia a Macedonia y tras tentar por segunda vez las murallas de Tesalónica, saqueó Tesalia y trató de asaltar Atenas que, una vez más y como siete años antes, logró resistir. Entre el 262 y el 266, grupos de godos, carpos, bastarnos, peucinos y sármatas, recorrieron Mesia y Tracia, a la par que los piratas hérulos y godos navegaban por el mar Negro llevando a cabo devastadores ataques. En el 267 los hérulos, a la sazón instalados ya en las tierras situadas entre el Dniéper y el Don, y unidos a bandas de guerreros godos, lograron armar 500 naves y, costeando las tierras occidentales del Ponto Euxino (mar Negro), sorprendieron a Bizancio. Luego se internaron en la Propóntide (mar de Mármara) y atacaron Cícico. Fueron rechazados y poco después fueron derrotados por la flota romana que les causó ingentes pérdidas. No obstante, muchos de aquellos piratas hérulos y godos lograron cruzar el estrecho del Helesponto (Dardanelos) para caer sobre las islas griegas del Egeo saqueando Lemnos y Esciros, arribando a las costas de Grecia y asaltando Argos, Corinto y Esparta para terminar concentrándose contra Atenas.

Esta ciudad armó a toda prisa una milicia ciudadana para enfrentar a los bárbaros y a su cabeza se puso el historiador Dexipo. Eran 2000 atenienses que dieron muestras de un valor y determinación sobresalientes e hicieron recordar a los contemporáneos los días de Maratón y Salamina. Los atenienses no solo rechazaron a los bárbaros, sino que los persiguieron hacia el norte, acosándolos de continuo en los desfiladeros y sitios estrechos y causándoles 3000 bajas. Al cabo, los milicianos atenienses conducidos por Dexipo lograron reunirse en Macedonia con el cuerpo de reserva del ejército romano situado en Lychnidus (actual Ohrid, Macedonia del Norte) bajo el mando del praepositus Rufio Sinforiano y del dux Aurelio Augustiano.

Mientras, godos y hérulos habían alcanzado en su retirada las fértiles tierras de Tracia Meridional en donde trataron de sorprender a Filipópolis, que se estaba recuperando de la debacle del 251 y que logró sostenerse. Para ese entonces, el augusto Galieno acudía al rescate de sus provincias al frente de un potente contingente en el que se incluían tropas del ejército de maniobra creado por él en Sirmio (Sremska Mitrovica, Serbia) y tropas traídas desde Italia. El conjunto estaba formado por la II Parthica, la IV Flavia y vexillationes de las legiones XX Valeria, VI Augusta, I Minervia, I Italica y III Augusta, así como por los pretorianos y los equites singularis augusti, fuerzas que debían de sumar unos 35 000 hombres y que en Filipópolis convergieron con las milicias atenienses y con las tropas romanas acantonadas en el norte de Macedonia.

Sorprendidos ante la proximidad de tan gran ejército, los godos y los hérulos levantaron el asedio de Filipópolis y trataron de huir hacia el monte Hemo y el Danubio. Pero una tercera fuerza romana, comandada por Marciano, lugarteniente de Galieno y es probable que al mando de una unidad de caballería, los cortó el paso y los obligó a girar hacia el oeste. Días más tarde, en septiembre del año 267, en Macedonia, en las riberas del río Nessos o Nestos (en la actualidad frontera entre Grecia y Bulgaria), río que en la antigüedad fue famoso por sus bosques repletos de leones y uros,45 los bárbaros fueron alcanzados por los romanos y obligados a combatir.

Los godos y los hérulos trataron de fortificar sus posiciones colocando sus carros en círculo junto al río Nessos que guardaba su espalda, pero Galieno y sus tropas lograron desarticular las defensas bárbaras y asaltar con éxito su campamento dando muerte al rey de los hérulos, aniquilando a miles de guerreros, cautivando a buena parte de sus mujeres y niños y liberando a los cautivos romanos.46

La gran victoria de Galieno sobre los godos y los hérulos fue con toda probabilidad inmortalizada en los relieves del llamado sarcófago Ludovisi en el que puede que encontrara su última morada el infortunado augusto, pero el emperador no pudo aprovecharla de forma conveniente, pues, aunque destacó tropas para continuar los combates y restaurar el limes del Bajo Danubio, tuvo que marchar con premura a Italia a la cabeza del grueso de sus fuerzas. Y es que Galieno tenía ahora que enfrentar la sublevación de Aureolo, uno de sus generales que, al mando de un cuerpo de ejército acantonado en Mediolanum (Milán) invitaba a Póstumo, el emperador rival de Galieno que desde el año 260 gobernaba sobre las provincias más occidentales, a invadir Italia. Póstumo nunca lo hizo, pero Galieno se vio obligado a sitiar Mediolanum. Durante el sitio, los mandos superiores del ejército, en especial Marco Aurelio Claudio, Marco Aurelio Heracliano y Lucio Domicio Aureliano, todos ellos de origen ilírico, conspiraron para asesinar al augusto. La suerte de Galieno estaba echada. Tras el regicidio (agosto de 268), el ejército elevó a Marco Aurelio Claudio, convertido en Claudio II, que de inmediato se desplazó a Roma para recibir la confirmación del Senado.

Eliminado Aureolo, Claudio II tuvo que enfrentar en la primavera del 269 una invasión de los alamanes a los que destrozó en la batalla del lago Benaco (lago Garda, Italia). No tuvo descanso, pues ya llegaban noticias alarmantes de los Balcanes donde la guerra ardía de nuevo.

En el 268, en la primavera, godos, hérulos, peucinos, gépidos y bastarnos, cruzaron el Danubio en enorme número. Zósimo, recogiendo al contemporáneo Dexipo da la cifra de 320 000 bárbaros, una cantidad que también constata el autor de la biografía de Claudio II en la Historia Augusta citando una carta enviada por el augusto a su gobernador en Iliria. Puede que se trate de una exageración, pero sin duda era una masa gigantesca de gente. La horda se había reunido en la desembocadura del Tyras (Dniéster) donde se hicieron con miles de embarcaciones. La mayor parte de dichas naves no pasaban de ser barcas de pesca o monóxilos, una suerte de canoas excavadas en un solo tronco de árbol, pero bastaban para conducir a la horda hacia el sur junto con millares de carros que marchaban con lentitud por la costa. Aquello era la pesadilla de los romanos y así lo narraba Trebelio Polión, el autor de la biografía de Claudio II: «Eran 320 000 guerreros. Añade a esa cifra el número de los esclavos, añade también a sus familias y caravanas de carromatos y piensa en los ríos desecados, en los bosques destruidos y en el cansancio de la misma tierra que soportó a una masa tan ingente de bárbaros».47


Figura 10: Frontal del llamado sarcófago Ludovisi, monumento funerario de mediados del siglo III destinado a contener los restos de un alto dignatario romano, acaso un miembro de la familia imperial. Aunque la ausencia de epigrafía o referencias en las fuentes clásicas nos impide identificar con seguridad a la persona que sería enterrada en él, podemos afirmar, con bastante convicción, que corresponde a la figura representada a caballo en el centro del relieve. Se ha sugerido que pudiera corresponder al emperador Galieno o a Hostiliano, el hijo del emperador Decio. La escena representa una batalla, en apariencia caótica, pero que esconde un triunfo romano sobre pueblos bárbaros, y está diseñada para reflejar el ideal de relaciones entre romanos y bárbaros desde el punto de vista romano: mientras los primeros ofrecen una imagen de serenidad, disciplina y seguridad en sí mismos, los bárbaros aparecen asustados, vacilantes, a menudo gravemente heridos o muertos. Tanto unos como otros van armados y ataviados con una mezcla de objetos reales y fantasiosos o convencionales.

El primer objetivo de la «pesadilla» fue Tomis, una antigua colonia griega. Pero la guarnición romana y los ciudadanos lograron rechazar a los bárbaros que, deseosos de encontrar presas más fáciles, se dirigieron a Mesia Inferior para probar suerte con Marcianópolis. No obstante, tampoco allí lograron nada y, favorecidos por los vientos, se acercaron a Bizancio. Aunque como la destreza marinera de los bárbaros no era mucha, al ser sorprendidos por la fuerte corriente de los estrechos del Bósforo, cientos de sus barcas y naves se estrellaron contra los islotes y arrecifes o encallaron en la costa. Muchas embarcaciones se perdieron y miles de bárbaros se ahogaron, pero el grueso logró cruzar a la Propóntide y pusieron proa a Cícico que, una vez más, logró rechazar a los godos. Desde allí, la flota bárbara se aproximó al Helesponto y tras cruzarlo, costeó Tracia y tras rodear el monte Atos, hicieron un alto para reparar sus naves y reunir sus fuerzas, hecho lo cual trataron de expugnar Casandrea y Tesalónica. En estos asedios pusieron gran empeño y a tal punto que es la primera vez que tenemos noticia de que los godos emplearan máquinas de guerra. Pero ni aun así y pese a que los asedios se prolongaron largamente, lograron romper las defensas de Casandrea o Tesalónica.

El invierno llegó y pasó y hambrientos y descorazonados ante tantos fracasos los godos y sus aliados se dividieron: una parte, sobre todo hérulos y godos, se reembarcó para poner proa a las islas del Egeo y el grueso emprendió el camino hacia el interior de Macedonia con la intención de devastar el país y hacerse con abastecimientos. Pero Claudio había destacado ya a Aureliano, su dux equitum, su jefe de caballería, quien, a la cabeza de la élite de la misma, la caballería dálmata, sorprendió en los campos del valle de Pelagonia (hoy región fronteriza entre Grecia y Macedonia del Norte) a las bandas de forrajeadores y saqueadores godos ocasionándoles 3000 muertos y obligándolos a reagruparse y marchar a toda prisa hacia el norte. Era lo que Aureliano y Claudio II habían planeado, pues el emperador aguardaba no lejos de Naissus (Niš, Serbia) para interceptar a los bárbaros.

El ejército de Claudio II era imponente. Estaba formado no solo por vexillationes de caballería dálmata y de la reserva central, sino también por los 1500 equites singularis augusti y, por ende, su caballería era numerosa y de primera calidad. También lo eran sus infantes, entre los que se contaban los pretorianos y las legiones II Parthica, I Italica y IV Flavia, así como nutridas vexillationes de las legiones X Gemina, XX Valeria, VI Augusta, III Augusta y II Audiutrix. Tirando por lo bajo, 6000 jinetes y 45 000 infantes.

Iniciada la batalla, las huestes romana y bárbara oscilaron con la furia del combate que fue brutal en extremo y que parecía ir inclinándose del lado de los godos y sus aliados. De súbito, la caballería romana pareció retirarse y la infantería se replegó. Los godos y sus aliados se veían ya vencedores y avanzaron en tropel, pero los jinetes romanos comandados por el dux equitum Aureliano solo habían fingido su retirada y tornaron al campo de batalla por caminos que flanqueaban y rodeaban a los bárbaros. En ese momento la infantería romana capitaneada por el emperador detuvo su repliegue y cargó sobre los godos completando el cerco. La victoria romana fue grande y más grande aún la matanza: 50 000 godos quedaron sobre el campo.

El propio Claudio II recoge en una carta la magnitud apocalíptica de la debacle goda en aquella sangrienta campaña:

Claudio a Broco. Hemos aniquilado a trescientos veinte mil godos, hemos hundido dos mil naves. Los ríos están tapados por sus escudos, todas las playas están cubiertas de sus espadas y sus lanzas. Los campos se ocultan debajo de sus huesos; ningún camino está vacío, el inmenso tren de carromatos bárbaros ha sido abandonado. Hemos capturado a tan gran número de mujeres que cada uno de nuestros victoriosos soldados puede solazarse con dos o tres de ellas.48

La victoria le mereció a Claudio II el sobrenombre de Gothicus (el Gótico). Sería el primer emperador romano en ostentar dicho título y con ello y tras más de treinta años de combates feroces, los godos ascendían a la «primera división» de los enemigos de Roma.

Y, sin embargo, pese al gran triunfo de Naissus, los godos invasores aún no habían sido exterminados del todo. Muchos habían logrado zafarse de Claudio II y sus huestes. Dispersándose, huyeron hacia el sur y se dedicaron a saquear Macedonia, Tesalia y Grecia Central. Tras volver a ser rechazados en Tesalónica, un gran número de bandas de godos y hérulos se reunió frente a Atenas y, esta vez, en su cuarto intento por tomar la ciudad desde el año 254, lograron quebrantar la defensa y entrar en la ciudad. La Estoa de Átalo II fue incendiada y también la Academia, el Areópago, la Biblioteca de Adriano y otros importantes edificios. Los godos pronto perdieron el control y se enfrascaron en el pillaje y la matanza. Zonarás, que recogía textos hoy perdidos para nosotros, relata que un grupo se dedicó a reunir los libros de las bibliotecas de la ciudad para prenderles fuego. En cualquier caso, los bárbaros no advirtieron que los atenienses, bajo la dirección del ingeniero militar Cleodamo, habían recobrado el valor y recompuesto sus filas y que caían sobre ellos en un devastador contraataque combinado que, desde la Acrópolis y desde el mar, pues muchos ciudadanos se habían refugiado en Salamina, los rodeó y aplastó ocasionándoles muchos muertos y obligándoles a huir de Atenas.

Incapaces de tomar ninguna otra ciudad griega, los godos siguieron sembrando el terror en los campos de la Hélade. En su auxilio acudió la caballería romana capitaneada por Aureliano. Muy despacio fue limpiando de enemigos las tierras de Grecia y Tesalia y obligó a los godos a reunirse de nuevo y tratar de escapar hacia Tracia.

Para ese entonces, los bárbaros estaban agotados y al borde de la inanición. Al respecto Zósimo nos dice: «A medida que marchaban, extenuados por el hambre, pues carecían de víveres, iban pereciendo tanto ellos como sus animales». Trataron de pasar el monte Hemo y alcanzar el Danubio, pero una vez más Claudio II los interceptó. La batalla librada entonces contempló la desesperación de los godos y la desesperación les dio fuerzas para resistir. Por el contrario, la falta de coordinación entre la caballería y la infantería casi propició la derrota de los romanos que no se consumó gracias a la oportuna carga que Aureliano lanzó con sus jinetes.

Sin embargo, la batalla se podía dar por terminada en tablas. Los godos habían resistido en el campo de batalla, pero se morían de hambre. Aureliano fue encargado de seguir acosándolos, cosa que el dux equitum hizo con maestría atacando una y otra vez a las partidas de forrajeadores godos y acosando a sus bandas y campamentos hasta lograr copar a un gran número y obligarlos a rendirse a finales del verano del 270. Docenas de miles de mujeres, niños y hombres bárbaros fueron vendidos como esclavos o asentados como colonos en Mesia en donde pasaron a ser llamados mesogodos: «El que antes era godo se convirtió en colono del limes bárbaro. No hubo región alguna que no dispusiera de esclavos godos». Además, las fuentes destacan la enormidad del botín hecho y en concreto el increíble número de caballos, bueyes, ovejas y cabras. En fin, el Imperio no solo obtuvo esclavos, colonos y botín, sino también soldados, pues miles de guerreros godos fueron alistados en el ejército romano.

En cuanto a los godos y hérulos que se habían echado al mar y puesto proa a las Cícladas, atacaron estas islas y asaltaron, asimismo, Creta y Rodas. Pero sus correrías no tuvieron mucho éxito, pues las ciudades estaban ya prevenidas y habían restaurado sus murallas y ello a la par que la flota romana, dirigida por el prefecto Probo, los acosaba de continuo. Al cabo, regresaron a tierra y trataron de unirse de nuevo a sus tribus y así, al igual que estas, se vieron obligados a rendirse a Aureliano.

Estas nuevas victorias sobre los invasores no pudieron ya ser paladeadas por Claudio II el Gótico, ya que en julio contrajo la peste y la enfermedad lo mató en agosto de ese mismo año en Sirmio.49

Tras la «inevitable» lucha por el trono, Aureliano, el victorioso dux equitum, se hizo con el Imperio y encaró la terminación de la larga y dura guerra gótica. Nuevas bandas y grupos cruzaban el Danubio para sumarse a los supervivientes de los desastres de los años 267 a 270. Algunos atacaron sin éxito Panonia Inferior, en donde fueron rechazados sin mucho esfuerzo, pues los romanos habían tomado la medida a los bárbaros y Aureliano ordenó a las ciudades y fortalezas que recogieran tras sus murallas todas las vituallas y abastecimientos. Privados de alimento y con los pobladores resguardados tras unas defensas que eran incapaces de asaltar, los bárbaros se vieron pronto sometidos al azote del hambre y, acosados por la caballería romana, repasaron al cabo el Danubio y solicitaron la paz. Pero el grueso de los godos se había concentrado en Tracia y Mesia Inferior en donde asaltaron Anquíalo y Nicópolis. Aureliano, a quien los soldados romanos llamaban «Aureliano, espada en mano», los derrotó y los persiguió hasta más allá del limes, cruzando el Danubio y llevando la guerra al Barbaricum. En el verano del año 271, el emperador aplastó a una alianza bárbara encabezada por el rey godo Canabaudes y puso con ello fin a la larga guerra gótica, obligó a los bárbaros a solicitar la paz y se alzó con el título de gothicus maximus, un título que tenía en mayor estima que el de carpicus maximus, que también le confirió el Senado y que muestra que, para esta fecha, 271, eran ya los godos el pueblo más temido por Roma en su frontera danubiana. Es posible que el jefe godo derrotado por Aureliano, Canabaudes, fuera también el cabecilla principal de la gran invasión del 268.50

Sin embargo, las victorias de Aureliano sobre los godos no impidieron que el emperador reconociera en el 271 de iure y de facto que Dacia, la Dacia conquistada por Trajano, estaba definitivamente perdida.51 Y es que Aureliano, enfrentado a una invasión alamana en Retia y al desafío de Zenobia, la viuda de Odenato que acababa de conquistar Egipto y someter casi toda Asia Menor, no contaba con tiempo, ni con fuerzas para reconquistar Dacia. Se limitó, pues, a guarnecer bien el limes danubiano y a conformarse con mantener al otro lado a los godos, trasladando al sur del río a docenas de miles de civiles romanodacios y fundando para ellos una nueva Dacia entre las dos Mesias: Dacia Aureliana.

El emperador fue el primero desde los días de Gordiano III (238-244) que logró mantener el orden en los Balcanes y restablecer la seguridad en las costas del mar Negro. Su capacidad se demostró de forma fulgurante en el aplastamiento del Imperio de Palmira que sometió por completo, restaurando así el Oriente romano y en la sumisión, asimismo, completa del Imperio galo que fue reintegrado al Imperio. Al llegar el año 275, la gravísima crisis que se abrió con la muerte de Decio ante los godos, 251, y la captura de Valeriano por los persas, 260, se había superado y Roma volvía a ser fuerte y a estar unida bajo un solo emperador.

Cuando Aureliano celebró sus triunfos en Roma no solo arrastró tras de sí a la bella Zenobia y al entregado emperador galo Tétrico, sino también a muchos jefes godos y, para delirio de los espectadores romanos, a diez mujeres godas que, capturadas durante los combates con las armas en la mano y vestidas como guerreros, marchaban tras su vencedor encabezadas por un cartel que anunciaba que eran amazonas.52

Tácito y Floriano, los inmediatos sucesores de Aureliano, demostraron el poderío romano reconstituido al obtener grandes victorias sobre los godos que, desde las regiones septentrionales del mar Negro y poniendo como excusa que habían sido convocados por el difunto Aureliano para participar como aliados en su inminente guerra contra Persia, asaltaron las costas de Asia Menor y se internaron por el Ponto hasta Capadocia y Galatia e incluso llegaron hasta Cilicia. Otros grupos, en colaboración con los sármatas alanos, lanzaron también expediciones a través del Cáucaso. Ninguna fue afortunada y entre los años 275 y 276 todas fueron aplastadas.53

Probo (276-282), Caro (282-283) y Carino (283-284) batallaron con éxito en Panonia, pero no contra los godos, sino contra sármatas y cuados.

Diocleciano, Maximiano y Galerio apenas si tuvieron que hacer frente a los godos, solo se registra una campaña en los años 294 y 295, pero sí tuvieron que combatir de forma reiterada a sármatas, carpos y bastarnos, señal inequívoca de que los godos, tras tantas derrotas, aflojaban la presión sobre el limes romano y de que, tras la cesión de Dacia, tenían un nuevo vector de expansión.

En efecto, cuando Diocleciano enfrentó a los sármatas roxolanos y yaciges en el año 285, estos se estaban viendo empujados por los godos y solicitaban, o bien ayuda contra sus enemigos para recuperar sus tierras, o bien derechos de pasto en las provincias romanas fronterizas que paliaran la pérdida de pastizales a manos de los godos. Diocleciano se negó a ambas reclamaciones y combatió, con éxito variable, a los sármatas en los años 285, 288-289 y 294-295, y contra los carpos en 295-297 sometiendo a gran número de ellos y deportándolos a Panonia Superior para asentarlos allí como colonos, y adjudicándose los títulos de sarmaticus maximus y carpicus maximus por sus victorias sobre estos pueblos. También Galerio tuvo que lidiar con carpos, sármatas y bastarnos entre los años 299 y 302 obteniendo señaladas victorias sobre los sármatas y carpos que, empujados por los godos, buscaban hacerse con nuevas tierras al sur del Danubio.54

Los godos no solo no dieron excesivos problemas al Imperio en estos años, sino que precisamente en época de Diocleciano y Galerio miles de ellos se sumaron al ejército romano para alistarse en las campañas contra Persia del 295 al 298.55

Por otra parte, Diocleciano logró reforzar la frontera danubiana y eso desalentó y contuvo a los godos. El augusto fundó nuevos fuertes al norte del río y destinó al sector danubiano del limes a 14 legiones, una fuerza imponente que, junto con el asentamiento de nuevos pobladores, por ejemplo, gentes de Asia Menor, y de colonos bárbaros sometidos al Imperio, mesogodos y carpos, y una mejora de las condiciones económicas, restableció y reactivó la seguridad y prosperidad de las provincias ilíricas y tracias del Imperio.

Por supuesto, los godos, en plena fase de expansión contra sármatas, bastarnos, carpos y vándalos, no tardaron mucho en reponerse de las terribles y continuas derrotas sufridas frente a los romanos entre el 267 y el 276. De modo que, en cuanto Diocleciano abdicó, y la muerte de uno de sus augustos sucesores, Constancio Cloro, trajo consigo la «ilegal» proclamación de su hijo Constantino en Britania como augusto, y con ello se abrió de nuevo «la caja de los truenos» de las guerras civiles, los godos trataron de sacar partido de la nueva situación de vulnerabilidad de los romanos, bien atacando de nuevo al Imperio, bien interviniendo no solo como mercenarios en los ejércitos romanos enfrentados entre sí, sino también como aliados de un bando o de otro y, por ende, tratando de sacar partido de la posible victoria obtenida con su concurso.

En el 319 los godos rompieron las defensas adelantadas que Diocleciano y Galerio habían construido en el Danubio durante sus campañas contra sármatas, carpos y bastarnos e irrumpieron en Mesia y Tracia. Constantino, a la sazón en Tesalónica y vencedor de Licinio en la primera de las dos guerras civiles que mantendrían, acudió de inmediato a taponar la brecha, pero en vez de enfrentarse en batalla con los invasores, los convenció de que para ellos sería mejor retirarse y liberar a los cautivos romanos que habían apresado durante su incursión. Puesto que buena parte de los destrozos y saqueos cometidos por los godos se habían perpetrado en Tracia y esta seguía bajo la autoridad de Licinio, este se mostró ofendido por semejante pacto.56

Ofendido o no, Licinio buscó entonces el apoyo de los godos en su nueva guerra contra Constantino. El rey Alica, un jefe godo, le prestó todo su apoyo y sus guerreros se destacaron mucho en la defensa de Calcedonia y en la batalla de Crisópolis en el 324.57

Pero Alica y sus godos no pudieron impedir la derrota de Licinio y el Imperio estuvo de nuevo unificado y de nuevo proyectó su poder hacia las fronteras. Estas estaban en alerta. Al otro lado del limes, en lo que antes del año 271 habían sido las tres provincias de la Dacia romana y en las estepas panónicas de los sármatas yaciges, los godos seguían presionando a los carpos y a los sármatas. Estos últimos que, tras haber sido derrotados por Constantino en el 323 se consideraban «clientes» del Imperio, recurrieron al augusto en demanda de auxilio. El emperador no podía permitir que los godos siguieran creciendo en poder. Ahora se estaban agrupando en una suerte de confederaciones tribales similares a las ya desarrolladas en el siglo anterior, el tercero, en las regiones renanas por las tribus germanas occidentales y que habían dado como resultado la aparición de francos y alamanes. Los godos, por su parte, divididos hasta finales del siglo III en unas doce tribus principales o reinos menores, se estaban coaligando, en su mayoría, en dos grandes agrupaciones tribales: los tervingios, entre el Dniéster, el Danubio y el Tisza y los greutungos, entre el Dniéster y el Don. Eran entidades muy laxas y complejas y, a menudo, volátiles en cuanto a su unidad política. Tampoco eran homogéneas en lo étnico, si bien es cierto que el elemento gótico era el que las encabezaba, pero, sin duda, tervingios y greutungos eran un salto cuantitativo en cuanto a la cantidad de poder militar que los godos podían reunir y proyectar y la evidencia visible, si se me permite la expresión, de que a finales del siglo III e inicios del IV se había operado entre ellos una transformación cualitativa notable en cuanto al progreso de su organización política y de su desarrollo social y económico.

Ambas confederaciones, tervingios y greutungos, estaban dominadas por clanes reales y tenían a su cabeza un jefe supremo. Los greutungos tenían un rey, Ermenrico, y los tervingios hegemones que suelen recibir el nombre de «jueces», pero también el de reyes. Pero fuera cual fuera el título de los jefes supremos de los tervingios, lo cierto es que esa jefatura suprema permaneció en la misma familia durante unos setenta años y se transmitió de padre a hijo durante tres generaciones: Ariarico, Aorico y Atanarico.

Eran los tervingios, los que se habían avecinado junto al limes danubiano, los que preocupaban a Constantino, ya que eran los que se estaban haciendo con el control de las tierras situadas entre el Dniéster y el Tisza y amenazaban con someter a los sármatas yaciges y roxolanos. Eso era demasiado peligroso e inaceptable para la idea que Roma tenía de su papel en el mundo. No, Roma tenía que dejar claro que era ella y no los godos, la que ejercía el control a un lado y a otro del limes.

En el año 323, tras una guerra con los sármatas, Constantino los puso bajo su protección en un claro intento de marcar los límites a la expansión tervingia hacia el limes panónico. En el 328, Constantino ordenó reforzar las defensas del limes frente a los godos y construir nuevas fortalezas. La tensión creció y en el año 331 la guerra estalló al fin. Fue una guerra dura. Constantino y su hijo del mismo nombre, el joven César Flavio Claudio Constantino (316-349) aprovecharon el punto débil de los godos: su carencia de logística. Las fuerzas romanas fueron aislando a las columnas godas y privándolas del acceso a los víveres. Mientras tanto, fuerzas romanas cruzaban el gigantesco puente de piedra que Constantino había mandado construir sobre el Danubio Inferior en Oestus en el 328, y penetraban en territorio godo talando y saqueando los campos. El dominio absoluto del gran río, patrullado por las liburnas y limbus romanas de la classis fluvial acantonada en Sirmio, Oestus, Istria y Novae dificultaba aún más los movimientos de las fuerzas bárbaras y aseguraban por completo la rapidez y solidez de las comunicaciones romanas. En el invierno, con un frío glacial, la situación de la confederación de los tervingios se hizo desesperada. Estaban hambrientos y muchas de sus aldeas habían sido arrasadas. La caballería romana y los jinetes sármatas aliados de Constantino mantenían la presión y las legiones y la flota impedían cualquier intento de escapar del gigantesco cerco que la estrategia romana había ido apretando sobre las bandas guerreras tervingias. Según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris, que escribía en la segunda mitad del siglo IV, 100 000 godos perecieron en el invierno del 331-332 por mor del hambre y del frío.

A los supervivientes no les quedaron ganas de continuar combatiendo. En el verano del año 332, Constantino firmaba un foedus con los tervingios. Su jefe principal, el juez o rey Ariarico, aceptaba dejar de recibir los subsidios que hasta entonces habían recibido los godos, juraba respetar el territorio de los sármatas y el limes romano y enviar al menos 3000 guerreros al ejército imperial cuando este lo solicitara, así como entregar rehenes y entre ellos, a su propio hijo y heredero, Aorico. A cambio, Ariarico y sus tervingios eran reconocidos por el Imperio en su posesión de la mayor parte de la antigua Dacia y se les permitía el comercio con las provincias romanas limítrofes.58

Ahora bien, nótese que ya habíamos advertido que no todos los godos al norte del Danubio se habían agrupado en las confederaciones de tervingios y greutungos. Por eso, aun cuando los tervingios se habían avenido a firmar la paz en el 332 y la mantuvieron hasta el año 348, no por ello cesaron del todo los problemas con los godos. En efecto, Constantino enfrentó después de esta guerra a otros godos y eso indica que no estaban, nunca lo estarían, agrupados del todo en torno a las confederaciones más notables dirigidas por Ariarico, Aorico o Ermenrico.

Por ejemplo, tras su gran éxito sobre Ariarico, Constantino se vio obligado a enfrentarse en 334-335 a los sármatas yaciges. Estos se mostraban belicosos, pero cuando estalló la guerra con Roma, sus siervos y esclavos se alzaron contra ellos y muchos solicitaron entonces asilo a Constantino que dejó entrar en el Imperio a 300 000 hombres, mujeres y niños sármatas y los asentó como colonos con obligaciones militares en Italia, Macedonia, Mesia y Escitia Menor (la Dobrudja actual, territorio de Rumanía y Bulgaria). Durante estas campañas en territorio sármata, en la antigua Dacia romana, Constantino destruyó por completo a una poderosa tribu goda: «Destruyó a la más poderosa y numerosa de las tribus godas», nos dice el autor de Origo Constantini imperatoris y ello nos lleva a pensar que la consolidación de los tervingios recibió «un empujón» de Constantino. Pero ya volveremos sobre esto en el siguiente capítulo.

Esta segunda victoria de Constantino sobre los godos, la del 334, quedó reflejada en la intitulatura conmemorativa que recogía sus triunfos y potestades. En ella, Constantino dice que ostentó por dos veces el título de gothicus maximus.

Otro indicio de que pese a la paz con Ariarico los godos, los no sujetos a Ariarico, seguían siendo un peligro para el Imperio es el nombramiento, quizá en el 336 o 337, de su sobrino Dalmacio como césar con el encargo de que se ocupara de la defensa de las costas frente a los ataques godos. Es decir, que los godos asentados al norte del mar Negro seguían pirateando y que sus incursiones piráticas, seguramente sobre las costas de Bitinia, Paflagonia y Ponto, debían de ser tan graves como para que Constantino confiara a todo un césar la defensa de las provincias minorasiáticas amenazadas.59

Nos hemos detenido en aclarar los orígenes de los godos y en glosar con cierto detalle sus primeras guerras contra Roma porque en general la historiografía no suele detenerse en ello y, sobre todo, porque en particular los historiadores españoles apenas si suelen dedicar unas líneas a esta etapa de la historia de los godos, una etapa que, sin embargo, es decisiva en su conformación y en cuyas experiencias y hechos se hallan muchas de las claves del posterior éxito de los godos sobre Roma y sobre todo en su modelo de relación con los provinciales.

Como veremos a continuación, fueron las experiencias vividas por los godos en el «salvaje mundo» de Gotia y del Imperio romano en crisis, las que crearon a los «nuevos godos». Unos «nuevos godos» que eran un pueblo muy distinto al que salió de las pantanosas tierras del Bajo Vístula y que sería la base del pueblo de Alarico: los visigodos.

Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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