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LOS TERVINGIOS: ORIGEN, AUGE Y CAÍDA DEL PRIMER REINO GODO (268-376)

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Si aceptamos el controvertido testimonio recogido en el «Divino Claudio» una de las vidas de emperadores que componen la Historia Augusta, la primera aparición de los tervingios se podría remontar al año 268, cuando son citados en la lista de tribus que, tras reunirse en la desembocadura del Dniéster, avanzaron sobre el limes romano y durante tres años saquearon, combatieron y dejaron sus huesos en y por lugares tan diferentes y distantes entre sí como Chipre o Mesia Superior.18 En esa lista están los peucinos, greutungos, tervingios, gépidos, hérulos y también, y de forma más genérica, los escitas y los celtas, denominaciones estas últimas que, por ser arcaizantes y literarias, podían englobar pueblos muy diversos y bajo las cuales es probable que se hallaran otros pueblos godos diferentes a los tervingios y a los greutungos, así como bandas de sármatas y de pueblos dacios. Sin embargo, la Historia Augusta es una fuente compleja y es posible que la vida del «Divino Claudio» tradicionalmente atribuida a Trebelio Polión y en mi opinión es muy posible que compuesta a inicios del siglo IV, en realidad lo fuera por un anónimo compilador de la segunda mitad de ese mismo siglo que «pusiera al día» las informaciones recogidas en una obra precedente.

En cualquier caso, unos veinte años más tarde, en un panegírico del emperador Maximiano declamado por el poeta Claudio Mamertino en Augusta Treverorum (Tréveris) en abril del 292, se mencionaba a los tervingios de forma expresa y como parte del agitado Barbaricum que Maximiano había tenido que enfrentar y afrontar durante los años 285-292:

Furit in vifcera fua gens effrena Mauroum. Gotthi, Burgundios penitus excindunt. Rurfum pro victis armantur Alamanni, itemque Teruigi, pars alia Gottorum, adjuncta manu Thaifalorum, averfum Vandalos, Gypedefque concurrunt.

Cuya traducción sería:

Se desencadena el pueblo de los moros con ira en sus entrañas. Los godos cayeron sobre los burgundios. Por el contrario, a favor de los vencidos se arman los alamanes y concurren los tervingios, otra fracción de los godos, estrechamente aliada con los taifales, hostigan a los vándalos, y a los gépidos.

Nótese que se menciona a los godos dos veces en el pasaje. La primera por sí mismos, Gotthi, la segunda, la que nos interesa, como tervingios: Teruigi, pars alia Gottorum, esto es, «los tervingios, otra fracción de los godos». Una fracción poderosa pues, según aclara Claudio Mamertino, se habían aliado con los taifales para atacar a los vándalos y gépidos: adjuncta manu Thaifalorum, averfum Vandalos, Gypedefque concurrunt19.

La mención de Claudio Mamertino refuerza, según creo, la que se hace en la vida del «Divino Claudio» recogida en la Historia Augusta. Pues si en el 292 los tervingios eran ya tan célebres y poderosos como para que un poeta cortesano los mencionara en un panegírico pronunciado en Tréveris, al otro lado del mundo romano por así decir, no podían ser una «novedad» excesivamente reciente. Su poder era manifiesto, pues estaban empujando a los vándalos y gépidos, dos poderosas confederaciones tribales situadas al norte y al oeste de la antigua Dacia y sabemos que por esos mismos años y durante las siguientes cuatro décadas, hicieron otro tanto y de forma asimismo exitosa, con los carpos y los sármatas.

Jordanes, de tan poca utilidad para aclarar el origen y la historia de los tervingios, rellena esta parte de la historia de los godos con noticias que tratan de establecer una historia engrandecida y fabulosa cuya misión es realzar a los Amalos, la familia real a la que pertenecía Teodorico I el Grande y a los baltos o baltingos, los «audaces», la familia o linaje real a la que pertenecía Ataúlfo, el segundo rey visigodo e hijo de Atanarico, el último soberano tervingio, y con la que, mediante matrimonio, emparentó Alarico.20

Ahora bien, solo con la consolidación de los tervingios observamos el establecimiento de un poder fuerte y continuo en la familia de Ariarico. Como Amiano Marcelino usa el término de «magistrado» o «juez» para referirse a Atanarico, el soberano tervingio con quien se enfrentó el augusto Valente entre los años 367 y 369, mientras que usa el término de «rey» para Ermenrico, el contemporáneo jefe de los greutungos, y como el bien y directamente informado Temistio explicita que Atanarico no ostentaba el título de rey, sino que prefería el de juez, se ha querido ver en esa diferenciación la prueba de que los supremos jefes tervingios tenían un poder limitado y que no constituían un linaje real. Pero Zósimo, que recoge noticias muy antiguas, señala que los tervingios contaban con una dinastía real, algo que, por otra parte, también dejan claro otros textos del siglo IV en los que queda meridianamente claro el fuerte poder ejercido por Ariarico, Aorico y Atanarico y sobre la continuidad dinástica de dicho poder dentro de la misma familia.21


Figura 14: Reverso de un sólido de oro del emperador Valente, acuñado en Tesalónica en torno a los años 364-367. El emperador aparece empuñando un estandarte de tipo lábaro (crismón constantiniano) y un orbe que sostiene a una Victoria alada. Esta última, a su vez, coloca a Valente una corona de laurel. A sus pies, un bárbaro cautivo y maniatado, cuya barba y largos cabellos sirven, conforme al tópico, para identificarle. En torno a la imagen se lee la leyenda salus rei p(ublicae), es decir, «la salvaguarda de la República = el Estado», dando a entender que el emperador es el garante de la seguridad del Imperio.

Los tervingios fueron muy capaces de sobrevivir y expandirse en el turbulento mundo de la frontera romana. No sabemos tanto sobre ellos como sobre otros pueblos como por ejemplo los alamanes. Pero es muy probable que se estructuraran de forma muy parecida. Así, en el 357, cuando el césar Juliano, el futuro augusto Juliano el Apóstata se enfrentó a los alamanes, estos estaban organizados bajo la jefatura de dos reyes supremos pertenecientes a la misma familia, Chonodomario y Serapión. Este último, Serapión, al igual que Atanarico, el tercero de los jueces tervingios, era hijo de un rehén educado en territorio romano. Por debajo de los dos reyes supremos, Chonodomario y Serapión, había cinco reyes de poder algo menor, diez príncipes y un gran número de nobles y siguiéndolos a todos, bien por una soldada, bien por cumplir juramentos personales debidos a sus protectores o benefactores, 35 000 guerreros de diversas tribus y pueblos.

Temistio, que escribía entre el 369 y el 370 y, como ya se ha dicho más arriba, tenía conocimiento directo y bien informado sobre los tervingios, señala entre ellos la existencia de varios reyes. Estos reyes aceptaban la jefatura suprema del juez Atanarico que los dirigía en la guerra y que los representaba ante el augusto Valente con el que negociaba directamente en nombre de todo su pueblo.22 Todo lo cual prueba que, al igual que los alamanes, los tervingios contaban con soberanos hegemónicos o supremos bajo los que se hallaban reyes menores, príncipes y nobles y que el título de juez es probable que se deba entender como una expresión del poder supremo, algo así como «juez de reyes».23

Puesto que los alamanes y los tervingios desempeñaron un papel militar y político muy similar durante el periodo que comprende los años del 331 al 376, se puede deducir también que su poderío militar era asimismo muy parecido: en torno a 35 000 guerreros.

Por tanto, trataré ahora de arrojar nueva luz sobre el origen de los tervingios y sobre las tensiones y fuerzas internas que operaron en su seno desde un principio, atrayendo la atención del lector hacia una noticia poco recordada por la historiografía especializada y que aparece en la vida del «Divino Aureliano» de la Historia augusta, la cual cronológicamente se ubica hacia el 274. Veamos esa noticia.

Cuando se describe el fastuoso triunfo en Roma de Aureliano, la procesión triunfal que mostró a los romanos la gloria y el poder reconstituidos de Roma y en la que sus ciudadanos contemplaron a Zenobia de Palmira cargada de cadenas de oro y junto a ella todos los tesoros de Oriente, también pudieron ver, entre muchas otras maravillas, un grupo de amazonas godas y multitud de cautivos godos con las manos atadas a la espalda y, lo más llamativo para nosotros, el carro del rey de los godos. Y esto resulta llamativo no solo porque fuera tirado por cuatro ciervos, sino porque fue el elegido por el augusto Aureliano para mostrarse a los romanos. Y no es que Aureliano no contara con carros más ricos e ilustres, pues en la misma procesión triunfal marchaban el carro de oro de Zenobia y el aún más rico de Odenato, e incluso desfilaba un tercer carro revestido de un modo espectacular de oro y joyas que el mismísimo rey de reyes de Persia había regalado a Aureliano, sino porque estaba claro que el augusto quería destacar sobremanera su triunfo sobre los godos y su rey.24 ¿Su rey? Tres años antes, en el 271, Aureliano había cruzado en Mesia el Danubio y vencido a Canabaudes a quien dio muerte junto a 100 000 de sus guerreros.25 Dejando de lado la hipérbole o no de la cifra, lo cierto es que el tal Canabaudes es el mejor candidato a ser el dueño del carro tirado por cuatro ciervos que Aureliano usó como carro triunfal por las calles de Roma. ¿Que por qué eligió Aureliano tan singular vehículo? Trebelio Polión nos dice que el augusto había jurado sacrificar a Júpiter Capitolino los cuatro ciervos que tiraban del gótico carro si el dios le concedía la victoria sobre el rey de los godos, pero Aureliano podría haber cumplido su juramento sin necesidad de pasearse por toda Roma, y en el día más importante de su vida, montado sobre un rústico y bárbaro vehículo, máxime cuando tenía a su disposición los lujosos carros de Zenobia, Odenato y del rey de los persas. Así que habrá que pensar que Aureliano daba mucha importancia a su triunfo sobre Canabaudes. Pero ¿por qué? No era su primera victoria sobre los godos. No, ya había obtenido otras antes y después de ser proclamado augusto. ¿Qué hacía, entonces, tan especial aquella victoria en particular sobre los godos? Es obvio: Canabaudes, un caudillo que destacaba sobre cualquier otro jefe godo como no lo había hecho antes ninguno. Llegados a este punto recordaremos de nuevo la noticia de la vida del «Divino Claudio» en la que se citaba a los tervingios como uno de los pueblos bárbaros invasores del Imperio en el 268 y el panegírico de Claudio Mamertino que los mencionaba en el 292 como una poderosa fracción de los godos. Si reunimos todas estas informaciones se nos hará evidente que para el año 268 los tervingios eran una realidad y que su primer rey o juez solo pudo ser Canabaudes y si eso es así solo nos quedan dos posibilidades: o bien Canabaudes pertenecía al mismo linaje real que Ariarico, Aorico y Atanarico, esto es, Canabaudes sería un baltingo perteneciente al mismo linaje que los jueces tervingios que podemos atestiguar con claridad por las fuentes contemporáneas del siglo IV, o bien pertenecía a otro linaje real que, bien tras su muerte en el 271, bien en algún momento anterior al año 328, año en el que, más o menos, aparece Ariarico como jefe supremo de los tervingios, perdió el control de la confederación tribal. Creo que esto último fue lo que pasó. Veámoslo.

Jordanes señala que los godos contaron con un rey de nombre Geberico, el cual reinó después de Ariarico y Aorico.26 Ahora bien, si así fuera, habría que colocar a ese Geberico después del 365 y eso desplazaría a Atanarico, hijo y sucesor de Aorico. Pero Atanarico, al contrario que Geberico, está del todo constatado y cronológicamente precisado por fuentes contemporáneas de los hechos tales como, por ejemplo, Temistio y Amiano Marcelino.27 Así que la noticia de Jordanes sobre Geberico no es creíble desde el punto de vista cronológico. De hecho, el dislate cronológico de Jordanes lo evidencia él mismo al afirmar en un lugar que Geberico reinó en tiempos de Constantino, es decir, en algún momento entre el 306 y el 337, y en otro que lo hizo después de Ariarico y Aorico, esto es, después del 365.28 ¿Hacia dónde apunta eso? Hacia que Jordanes tenía noticias sobre un poderoso caudillo tervingio, Geberico, pero que no tenía muy claro donde situarlo. Lo que sí sabía a ciencia cierta es que Geberico luchó con éxito contra los vándalos y que logró expulsarlos de sus territorios en la antigua Dacia.29 ¿Cuándo pudo ocurrir eso? La mayoría de los especialistas ha señalado una fecha en torno al 334, cuando grupos de vándalos solicitaron a Constantino tierras en Panonia para escapar de la presión de los tervingios. Ahora bien, puesto que para el 328 y sin ningún género de dudas, Ariarico era el juez de los tervingios, no podemos pensar en Geberico como el jefe que empujó a los vándalos hacia Panonia. Además, los godos que en el año 334 llevaron a cabo esas acciones contra vándalos y sármatas no fueron los tervingios, sino otra tribu goda, «la más poderosa y numerosa de las tribus godas», dice el anónimo y contemporáneo autor de la Origo Constantini Imperatoris distinguiendo de los godos de Ariarico a esos otros godos que guerreaban contra vándalos y sármatas y a los que, por otra parte y en ese mismo año del 334 o en el 335, Constantino casi exterminó.30 Así que Geberico y su guerra vándala no pueden situarse en el año 334.31 ¿Entonces? ¿Recordamos lo que Claudio Mamertino decía sobre los tervingios en el 292? Pues que estaban empujando a los vándalos fuera de sus territorios.32 Eso situaría a Geberico entre el 292, aproximadamente, y la aparición en escena de Ariarico hacia el 328. Ahora bien, Jordanes deja claro que Geberico no era un baltingo y puesto que Ariarico, ya lo hemos demostrado, era juez o rey de los tervingios hacia el 328, y puesto que gracias a la Origo Constantini Imperatoris sabemos que en el 324 Licinio contó con un poderoso aliado godo, el rey Alica,33 todo apunta a que Canabaudes, Geberico y Alica, al igual que luego Ariarico, Aorico y Atanarico, eran miembros de un mismo linaje real34 y que ese linaje fue el primero que gobernó a los tervingios. Un linaje, además, que logró reunir a muchas bandas godas con posterioridad al 257 y antes del 268 y que puso las bases del poder que luego ejercerían Ariarico, Aorico y Atanarico.

Todo lo que acabo de exponer más arriba es, según creo, una novedad, y además creo que resuelve muchos problemas sobre el origen y primeros pasos de los tervingios. Por lo pronto tendríamos no 3, sino 6 jueces o reyes de los tervingios y no una, sino 2 dinastías o linajes reales que se sucedieron en el poder y cuya rivalidad explicaría mucho mejor la súbita y dramática fragmentación que el estado tervingio sufrió en el 376 cuando Atanarico perdió el control sobre la mayoría de su pueblo en favor de otros jefes no ligados a su familia o linaje como era el caso de Alavivo y Fritigerno. ¿Quiénes eran estos? Es evidente que señores poderosos, lo más probable es que fueran parte de ese grupo de reyes tervingios sometidos a Atanarico que señalaba Temistio en su panegírico de finales del 369 o inicios del 370. Pero de linaje tan alto y prestigioso como para disputarle el poder a un hijo y nieto de jueces/reyes supremos y eso me sugiere que uno de ellos o los dos, bien podrían haber sido descendientes de la familia real a la que pertenecieron Canabaudes, Geberico y Alica. La misma que, desplazada del poder supremo entre el 324 y el 328, aprovechó la derrota de Atanarico ante Valente a finales del 369 y, sobre todo, los ataques hunos del 375-376 para comenzar a cuestionar su autoridad y tratar de retomar el perdido control sobre los tervingios.35 Creo que, de esta manera, además, podemos trazar una historia continua y más plausible de los tervingios entre su aparición, hacia el 268, y su derrumbe en el 376.


Figura 15: Moneda de «tipo cabaña», acuñada bajo el emperador Constante en Augusta Treverorum (348-350). En su reverso se aprecia a un soldado romano sacando pacíficamente a un bárbaro de una cabaña muy simplificada, cuyo aspecto quiere hacerse eco de las que los pueblos de allende el Imperio construían con muros de tapial, cubiertas vegetales y una carcasa de materiales perecederos –sobre todo madera y caña–, al modo habitual en la tradición constructiva no mediterránea. Esta iconografía celebraba el asentamiento de grupos de bárbaros dentro de las fronteras del Imperio.

Ahora bien, tal como señalábamos en el primer capítulo, el «éxito tervingio», la consolidación de la hegemonía tervingia al norte del Danubio, recibió un empujón, por así decir, del Imperio. Roma no solo optó por convertir a los tervingios en sus «interlocutores» estableciendo foedera, tratados que otorgaban ventajas comerciales y subsidios, amén de emplear a miles de guerreros godos y de realzar el prestigio del juez tervingio entre las tribus godas, sino que intervino para eliminar a quien sin duda y en mi opinión era un poderoso rival de los tervingios: la misteriosa tribu goda que según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris era «la más poderosa y numerosa de las tribus godas»36 en el 334. Constantino derrotó cumplidamente a esta fracción de los godos y, con ello, sin duda, allanó el camino de Ariarico y sus sucesores como hegemones de los pueblos godos situados entre el Danubio y el Dniéster.

La historia de las relaciones entre tervingios y romanos es agitada. Aorico, el hijo de Ariarico que quedó como rehén en Constantinopla en virtud del foedus del 332, no terminó de adaptarse al papel que el Imperio le tenía destinado, el de rey bárbaro complaciente y sumiso. Ni siquiera los agasajos y honores que se le concedieron, se le llegó a erigir una estatua junto a la Basílica de Illus, templaron su odio hacia Roma. Cuando su cautiverio terminó y reemplazó a su padre al frente de la confederación tervingia, tensó las relaciones con el hijo y sucesor en Oriente de Constantino, Constancio II. De hecho, y según parece, Aorico desconfiaba tanto de Roma que obligó a su hijo, Atanarico, a jurar que no visitaría Constantinopla. En cualquier caso, Aorico tuvo varios enfrentamientos diplomáticos y bélicos con Constancio II y como parte de esos enfrentamientos y como ya vimos más arriba, persiguió a los cristianos de su territorio.

Pero sería su hijo, Atanarico, que parece que llegó al poder hacia el 364-365, quien tuvo el enfrentamiento más duro con Roma. El contexto de dicho enfrentamiento es muy significativo pues nos ilustra sobre cómo el poder tervingio no había dejado de crecer desde el 332 y cómo, en consecuencia, deseaba cambiar las bases de su relación con Roma y tener un papel más igualado con el Imperio.

En el 363, Procopio, un primo del augusto Juliano, recibió el encargo de este último de dirigir una de las dos «tenazas» del ejército romano que debían de adentrarse en Persia y destrozar su resistencia. Esto es significativo, ya que Procopio mandaría 30 000 hombres (18 000 según Zósimo), la mitad poco más o menos del total de la fuerza empleada, y los llevaría por Armenia para, una vez sumadas sus fuerzas a las del rey Arsaces, aliado de Roma, pasar a Adiabene amenazando el norte de Mesopotamia y tratando luego de converger con Juliano que mandaría el resto del ejército llevándolo directamente y Éufrates abajo, contra la capital persa, Ctesifonte.


Figura 16: El Missorium de Kerch, datado en la época del emperador Constancio II (reg. 337-361), hijo y sucesor de Constantino el Grande. A la izquierda vemos a un soldado elegantemente vestido y con un torques al cuello, lo que denotaría su condición de miembro de la guardia de palacio. En el centro destaca la figura del emperador Constancio, que viste una túnica corta decorada con segmenta, vaina de espada decorada, pantalones ajustados y calzado enjoyado. La cabeza tocada con una diadema, emblema inequívoco de realeza, y el nimbo que la rodea es un remanente de la iconografía pagana. Sobre el escudo del soldado vemos claramente marcado un crismón (las letras griegas ji, X, y ro, P, que aluden al nombre de Cristo en esa misma lengua, Xριστός) pero, al tiempo, el caballo del emperador aparece coronado por una tradicional Victoria alada, que extiende sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo del triunfo militar. Con la mano opuesta sostiene una palma, representación asimismo de la victoria. El escudo que vemos bajo el caballo remacha la cualidad de triunfador del emperador. Museo del Hermitage, San Petersburgo.

La guerra de Juliano contra Persia fue un desastre. También lo fue para Procopio. Aislado en Armenia, no pudo intervenir en la sucesión de su infortunado e imperial primo y cuando se enteró de que Joviano había sido elegido nuevo augusto, temió por su vida. Tenía motivos. Juliano le había entregado, según se decía, un manto de púrpura imperial, un símbolo inequívoco de que le consideraba su heredero y ahora, con Joviano en el trono, Procopio podía ser considerado como un peligro potencial y ser ajusticiado sin más. Este último logró escapar del verdugo renunciando a la vida pública y marchando a sus fincas de Capadocia, pero cuando al poco murió Joviano y subió al trono Valentiniano (364-375), este consideró que no le convenía que un miembro de la familia de Constantino siguiera vivo y envió hombres a detenerlo. Procopio logró huir con su familia y tras alcanzar el Quersoneso Táurico, la actual Crimea, aprovechó que Valente, el coemperador nombrado por Valentiniano para gobernar Oriente, se hallaba preparando una campaña contra Persia, para plantarse en Constantinopla donde inició una sublevación en septiembre del 365. Apoyado por la guarnición de Constantinopla y por algunas tropas enviadas previamente por Valente a detener incursiones godas en la frontera danubiana, Procopio obtuvo además, y esto es lo que nos importa, el apoyo explícito de Atanarico, que acababa de suceder a su padre, Aorico, como juez de los tervingios y que le envió 10 000 guerreros godos.

Procopio logró algunos éxitos iniciales en Nicea y Cícico, pero al cabo sus generales fueron derrotados en la batalla de Tiatira, en Frigia (en el oeste del Asia Menor turca), y el propio Procopio fue vencido en Nacolea el 26 de mayo del 366, capturado al día siguiente y ejecutado de inmediato.37

La derrota de Procopio dejó a Atanarico en una posición delicada. Había apoyado al bando perdedor en la guerra civil romana y una parte considerable de su poder militar, 10 000 guerreros, alrededor de un tercio del total de sus tropas, había sido capturado por el augusto triunfante. Atanarico trató de salir del entuerto pretextando que él, como fiel aliado de Roma, se había limitado a enviar sus guerreros en demanda del augusto Procopio a quien creía legítimo soberano de los romanos. La excusa de Atanarico no coló. Valente le señaló que su hermano Valentiniano y él mismo, Valente, habían sido elevados como augustos meses antes de que Procopio se levantara en armas contra ellos y que el propio Atanarico, como juez de los tervingios, les había enviado la pertinente embajada de reconocimiento y renovación del foedus. Además, Valente recordó al juez tervingio que los godos habían lanzado incursiones contra territorio romano aun antes del alzamiento del debelado usurpador y que, simplemente, habían aprovechado la revuelta de este último para tratar de sacar partido de una guerra civil que parecía prometerles una mejora de su relación con el Imperio.

Pese a todo, Atanarico siguió tratando de zafarse de lo que parecía una inminente y desastrosa guerra contra el Imperio. Cuando el magister equitum Víctor se presentó ante él para exigirle explicaciones y reparaciones, Atanarico volvió a insistir en sus excusas y reclamó que Valente le devolviera sus guerreros pretextando que todo había sido fruto de la confusión que había reinado en el Imperio y de la que los «inocentes» tervingios habían sido víctimas. Él, Atanarico, era fiel a Roma y a sus augustos, Valentiniano y Valente.

Pero Valente no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de aplastar a los godos. Preparaba una guerra contra Persia cuando precisamente las incursiones godas del verano del 365 le habían obligado a enviar tropas a Tracia y Mesia y esas incursiones y el posterior y casi inmediato apoyo de Atanarico al alzamiento de Procopio demostraban que el juez tervingio era todo menos un aliado fiable. Así que lo mejor, de acuerdo con la tradición romana, era aplastarlo y recordar a los bárbaros que jugar con Roma salía muy caro.

Tras distribuir a los 10 000 prisioneros godos por varias fortalezas y ciudades para que no constituyeran un peligro y quedaran bien vigilados, Valente comenzó a reunir y a abastecer un formidable ejército para, a la primavera siguiente, cruzar el Danubio y acabar con Atanarico y sus tervingios.

En el invierno del 366-367, sus preparativos estaban ultimados y el augusto y el núcleo de su ejército de maniobra invernaba en Marcianópolis, junto al limes.

En abril del 367, Valente cruzó el Danubio al frente de una impresionante fuerza bien adiestrada y abastecida. Controlaba el río y no tuvo problema alguno en construir un puente de barcos a la altura de la fortaleza de Dafne, punto estratégico fortificado por Constantino en el 328, y en avanzar por territorio tervingio quemando aldeas y talando sus campos.

Atanarico, temeroso de enfrentar directamente al ejército imperial y privado de un tercio de su fuerza, como ya señalamos, optó por la guerra de guerrillas, dispersando a sus bandas guerreras por los pantanos y bosques para desde ellos acosar al ejército romano. Pero Valente ofreció una cuantiosa suma por cada cabeza de godo que se le presentara y los soldados romanos y aun sus sirvientes se internaban en los pantanos y espesuras como cazadores de hombres y su deseo de oro logró lo que parecía imposible: expulsar a los godos de sus sombríos bosques y laberínticos lodazales.

Atanarico condujo entonces a sus gentes hacia las montañas de los Cárpatos, pues seguía rehuyendo una batalla campal y deseaba que Valente y su ejército, ante las aldeas vacías que encontraran en su avance, desistieran de la guerra y repasaran el Danubio.

Pero Valente no cejó. Envió por delante a Ariteo, magister peditum, para que, internándose en los bosques, cortara el paso a los refugiados godos y así fueron capturados varios miles de campesinos, mujeres y niños del pueblo de Atanarico, antes de que alcanzaran la seguridad de las montañas. Al llegar el otoño, sin haber logrado una gran victoria, pero arreando a docenas de miles de cabezas de ganado y arrastrando a miles de cautivos, las huestes romanas atravesaron el Danubio para aguardar el inicio de la siguiente campaña que esperaban fuera la definitiva.

En la primavera del 368 Valente volvió a cruzar el Danubio, pero el mal tiempo vino esta vez en auxilio de Atanarico y sus godos. Las lluvias, copiosísimas esa primavera, sacaron de madre a los ríos de la región y limitaron mucho las operaciones del ejército romano que terminó por acuartelarse en un poblado de los carpos, pueblo dacio que por entonces estaba sometido a los tervingios y que recibió bien a unos romanos que, sin embargo, al llegar el otoño volvieron a cruzar el Danubio para invernar en Marcianópolis.

La tercera campaña goda de Valente se inició en la primavera del 369 cruzando de nuevo el ejército romano un puente de barcos esta vez amarrados entre sí a la altura de Noviodunum. Valente, una vez más, avanzó sin oposición y dirigió sus tropas hacia el Dniéster para atacar a los greutungos de Ermenrico que estaban prestando apoyo a los tervingios de Atanarico. Valente libró varios combates contra los greutungos que no fueron muy importantes, pero que bastaron para que Atanarico, reunidas todas sus fuerzas, bajara de las montañas para acudir en auxilio de sus aliados. Como ni Amiano Marcelino, ni Zósimo, ni Temistio, nuestras más confiables fuentes, dan detalles sobre la batalla que se libró entonces, solo se puede concluir que Valente logró la victoria, sin duda, pero que esa victoria no fue aplastante y que la situación de la guerra en el otoño del 369 poco variaba de la que había ofrecido dos años y tres campañas antes.

Cruzado de nuevo el Danubio, un frustrado, aunque victorioso Valente, invernó en Marcianópolis en donde recibió embajadas de Atanarico, el cual, una vez más, le suplicaba la paz.38

Aunque Valente estaba logrando éxitos, estos no eran decisivos y la situación en Oriente no paraba de complicarse. La guerra goda de Valente se estaba alargando en exceso y los gastos eran demasiado grandes y no estaban siendo compensados por los éxitos obtenidos. De ahí que el emperador tuviera que recibir una embajada del senado constantinopolitano, en la que figuraba Temistio, que le instaba a firmar la paz con los bárbaros. Unos bárbaros que seguían en las montañas, ocultándose y librando una guerra de guerrillas que, aunque no desgastaba seriamente al ejército romano, le impedía obtener una victoria decisiva.

Por su parte, Atanarico tenía muy claro que nunca vencería al Imperio y sabía asimismo que su pueblo dependía en grado sumo del comercio con Roma. Sus mejores tierras habían sido devastadas y su pueblo no podía sembrarlas de nuevo pues desde la primavera del 367 vagaba disperso y cada vez más hambriento, por las montañas. Los tervingios no habían sido derrotados, pero estaban al límite de sus fuerzas y una nueva campaña de Valente los llevaría al exterminio, bien por hambre, bien por la espada.

Sin embargo, el emperador no podía permitirse una cuarta campaña. Necesitaba volverse hacia Persia. Así que cuando los enviados de Atanarico se presentaron de nuevo ante él suplicando la paz, envió a sus magistri equitum y peditum, Víctor y Ariteo, a comprobar cuáles eran las verdaderas intenciones de Atanarico. Eso dicen las fuentes. Lo cierto es que Valente no quería arriesgarse a entablar unas negociaciones con un jefe bárbaro que, aunque derrotado, podía mostrar a los súbditos del romano que las cuantiosas sumas que habían tenido que aportar para la larga guerra goda solo habían rendido una paz que simplemente restableciera la situación previa al 365. No, Valente quería asegurarse de que la escenificación de la paz y sus términos dejaban bien clara su victoria. Se trataba no solo de paz, sino también de prestigio imperial y él, el augusto de Oriente, estaba muy necesitado de ese prestigio tras la sublevación de Procopio y tras tres duras, pero poco concluyentes campañas contra los tervingios.

Pero también Atanarico tenía que «salvar su cara». Había sido su política agresiva la que había llevado a los tervingios a meterse de lleno en la guerra civil romana y a hacerlo en el bando perdedor. Había «perdido» los 10 000 guerreros que envió a Procopio y luego había tenido que sufrir tres arrasadoras campañas en su territorio sin poder hacer otra cosa que abandonar sus mejores tierras y desperdigar a su pueblo por las montañas. Si ahora acudía a Marcianópolis, donde aguardaba el emperador, para echarse a sus pies y pedir clemencia, su gobierno sobre los tervingios estaría acabado.

Así que Atanarico dejó claro a Víctor y a Ariteo que deseaba la paz, que la firmaría mejorando para el Imperio lo que ya firmaran su padre y su abuelo, pero que no se humillaría para lograrla. Creo que Atanarico también dejó entrever a los generales de Valente que el augusto ganaría tranquilidad si él seguía al frente de los tervingios y que por eso mismo era mejor que no lo humillara en exceso, ni apretara en demasía la soga en torno al cuello de los tervingios.

En diciembre del 369 o en enero del 370, Víctor y Ariteo rindieron sus informes a Valente y se acordó que Atanarico no acudiría a suplicar la paz a Marcianópolis, lo que hubiera evidenciado su derrota y humillación de una forma contundente, sino que negociaría la paz en mitad del río, en la frontera entre ambos estados. Era una buena salida para Atanarico y que Valente aceptara muestra que había llegado a la conclusión de que no le convenía socavar en exceso el poder del juez tervingio.

Peter Heather ha concluido que la paz del 370 y el consiguiente nuevo foedus evidencian que los intentos de Temistio por mostrar que el triunfo romano había sido completo, no podían ocultar que Valente no había sido capaz de meter en cintura a los tervingios. No estoy del todo de acuerdo con Peter Heather. Creo que Valente se limitó a ser pragmático: había mostrado su poder a los tervingios y los había obligado a aceptar, una vez más, la incuestionable superioridad romana. Pero no eran los godos, sino Persia, la que lo inquietaba y ante esa desazón, por así decir, necesitaba tener las manos libres y eso se lo garantizaba mejor un Atanarico agradecido y lo bastante fuerte como para sujetar a sus bandas guerreras, que una confederación tervingia deshecha en la que el caos y la anarquía impidieran a un debilitado juez tervingio imponer a su díscolo pueblo los términos de un acuerdo de paz con los romanos. De ahí que consintiera en entrevistarse con Atanarico en mitad del Danubio. De ahí que le concediera términos que, aunque duros y empeorando los acordados antes por Aorico y Ariarico, los antecesores de Atanarico, todavía eran aceptables. Guy Halsall es de la misma opinión y señala con acierto que la entrevista en el río, una circunstancia muy señalada por Peter Heather, tampoco constituyó nada excepcional, pues casi a la par que Valente se entrevistaba en medio del Danubio con Atanarico, su imperial hermano, Valentiniano, hacía otro tanto en el Rin con un rey de la confederación alamana sin que ello desmereciera su victoria sobre dichos bárbaros.39

En una liburna magníficamente acondicionada, rodeado de su estado mayor, de su corte y de una delegación constantinopolitana en la que figuraba el filósofo, panegirista y político Temistio, y mostrándose con toda la pompa y dignidad del poder romano, Valente recibió a Atanarico y a sus reyes subordinados. Tras un artificial tira y afloja, se firmó el acuerdo en los términos que, semanas atrás, ya habían negociado los magistri Víctor y Ariteo con Atanarico y sus reyes menores. Mientras tanto, para darle un toque dramático a aquella cuidada representación, docenas de miles de godos, guerreros, campesinos, siervos, esclavos, mujeres y niños, llenaban las riberas norteñas del Danubio suplicando la paz y clamando por recibir alimentos, mientras que, en el lado romano del río, las tropas romanas formaban una disciplinada y rutilante línea de acero y cuero. Temistio lo describe así: «Se podría exclamar al contemplar en aquel momento las dos orillas del río, la una resplandeciente por los soldados que atendían en orden a los acontecimientos con calma y serenidad, la otra llena del confuso griterío de hombres que suplicaban postrados en tierra».40

En efecto, los godos suplicaban la paz. Tenían hambre y esa era la prueba de que, pese a que su juez había logrado no tener que ir a echarse a los pies del emperador, su derrota era inapelable.

Se ha querido ver en las excusas de Atanarico para no cruzar el río y firmar allí la paz, no sé qué limitaciones religiosas y políticas de los jueces tervingios. Lo único que se debe ver tras los pretextos de Atanarico, recogidos por Temistio y Amiano Marcelino, es su desesperada situación política.

Los términos de la paz, del nuevo foedus, no dejan lugar a dudas de que Atanarico estaba vencido: en primer lugar, los 10 000 guerreros que habían quedado cautivos de Valente tras la derrota de Procopio, no volvían con su juez, sino que serían alistados en el ejército romano. En segundo lugar, los tervingios se comprometían a no cruzar el Danubio bajo ningún pretexto y a cesar en sus incursiones de bandidaje lanzadas desde el delta del Danubio y aceptaban que los romanos levantaran allí una gran fortaleza en los pantanos para controlar cualquier posible correría goda al sur de la desembocadura del río. En tercer lugar, los godos renunciaban a los subsidios y «regalos» del Imperio. En cuarto lugar, limitaban su comercio con Roma, cuestión clave para ellos, a solo dos puntos, dos ciudades designadas para tal fin por el emperador y en donde los funcionarios imperiales velarían por el pago de los impuestos pertinentes.41

Amiano Marcelino, tan contemporáneo como Temistio, pero menos preocupado por lo conveniente, deja claro que la nueva relación de Atanarico con Valente lo convertía en un hombre del Imperio y, de hecho, como veremos, Atanarico terminaría sus días en Constantinopla en donde fue enterrado con todos los honores.42

Valente podía despreocuparse de su limes danubiano y centrarse en la frontera persa. Atanarico, por su parte y pese a sus esfuerzos por salvar su prestigio, vio seriamente comprometido su poder. Sin duda fue en ese momento, a partir del invierno de 370, cuando Alavivo y Fritigerno comenzaron a socavar el poder de Atanarico y de su clan real, los baltingos. Pues, aunque se había evitado la derrota completa, estaba claro que los sufrimientos que la guerra había impuesto a los tervingios no habían sido compensados y que el responsable de la hambruna y de la destrucción había sido Atanarico.

Así que fue con la división sembrada en su seno como los tervingios iban a afrontar la más terrible de las invasiones: la de los hunos. Pues ese mismo año del 370 un pueblo salvaje y todavía poco conocido por los godos, los hunos, surgía de Asia Central para atacar a los alanos y comenzar a inquietar a los godos greutungos del viejo rey Ermenrico.

Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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