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Agradecimientos

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He de comenzar agradeciendo a mis editores, Alberto Pérez Rubio, Javier Gómez y Carlos de la Rocha la confianza e ilusión que han depositado en mi trabajo y la amistad con que las han acompañado. Alberto, en afortunada frase, me dijo que «era un honor que estuviera junto a ellos en el muro de escudos de Desperta Ferro». «Pelear» hombro con hombro junto a vosotros en el campo de batalla de la pasión por la historia es todo un épico regalo de los dioses.

Pero, además, Alberto me lanzó tras la pista de los hijos del dios furioso y ha tenido la paciencia de leer el manuscrito, sugerir correcciones e ideas, elegir la preciosa portada, así como las imágenes que ilustran la obra, etc. Y todo ello con montañas de cariño y amistad y con horas de buena conversación sobre historia.

Carlos de la Rocha ha creado los mapas que acompañan al volumen y con ello lo ha hecho más comprensible para los lectores.

Javier Gómez siempre vela porque la información llegue de forma fluida y atractiva y porque uno tenga la sensación de que no se puede estar en mejores manos a la hora de escribir un libro.

Desperta Ferro cuenta con un maravilloso equipo de profesionales que, junto a su saber hacer, ofrecen a sus autores amabilidad y simpatía de calidad y proporciones tales que hubieran brillado con fuerza en el thesaurus del rey godo con más intensidad que la mesa del rey Salomón. Gracias Isabel López-Ayllón por las oportunas correcciones al borrador inicial de este libro, por estar atenta a todos los innúmeros detalles que hacen de un manuscrito un buen libro y por ejercitar una paciencia salvífica con mis manías como autor y mis correcciones de última hora. Gracias a ti también, Mónica del Hierro, por recibir los primeros envíos de los Visigodos: Hijos de un dios furioso y gracias, Laia San José, Cristina Gil y Beatriz Pascual por estar siempre atentas a mis peticiones y a ofrecerme siempre soluciones con gentileza y una sonrisa, y gracias también a todo el equipo en general de Desperta Ferro Ediciones.

La doctora Esther Sánchez Medina, cuyo buen hacer como historiadora solo palidece ante la generosidad y grandeza de su corazón, tuvo a bien regalarme un maravilloso prólogo. Esther, tu amistad es un lujo y el poder disfrutar de ella y de tu saber, una suerte sin medida.

Siempre digo que mi sobrino, el doctor Jorge Juan Soto, pone la mirada que a mí me falta. Sus ojos rastrean para mí lugares de batalla o rutas de migración, escudriñan marfiles romanos, examinan mosaicos… y, además, su magia informática me permite siempre avanzar pese a mi inveterada costumbre de hacer que los ordenadores se bloqueen. Gracias por estar siempre ahí y por compartir conmigo tu saber y tu gusto por la historia.

Ana María Berenjeno y Eduardo Kavanagh, arqueólogos y amigos, transitaron conmigo y con mi hijo Ciro Alejandro, las montañas Transductinas en busca del escenario auténtico en donde se libró la gran batalla en la que el reino visigodo se hundió y la historia de nuestro país giró. Su saber me ha permitido rectificar errores, ver la batalla de una nueva forma más acorde con las fuentes y, sobre todo, disfrutar como un enano en un proyecto de investigación conjunto que seguro que dará frutos jugosos y sorprendentes.

Ana, además, con sus excavaciones en la Isla Verde, poco a poco, va rescatando la memoria de la olvidada Mesopotaminoi y su sonrisa y amistad siempre han sido un faro luminoso para mí en estos ya veintitrés años de amistad.

Eduardo, que además de arqueólogo es el editor de Desperta Ferro Antigua y Medieval, también me ayudó con una mejor y más precisa ubicación de la decisiva batalla de Vouillé y sus apreciaciones son siempre motivo de fructífera reflexión.

He de agradecer también al bombero forestal José Turrillo Blanco que nos guiara por las fragosas lomas de los antiguos montes Transductinos y que haya puesto a mi disposición su amplio conocimiento de la zona y de sus tradiciones e historia oral, tan útiles, por ejemplo, para estipular asuntos tales como hasta dónde llegaban las marismas del Almodóvar o la de La Janda en un año lluvioso o hasta dónde alcanzaban en el estío más riguroso.

El doctor y comandante médico militar, Francisco Aguado Blázquez, cuyo hercúleo conocimiento de la historia de Bizancio y Asturias y de la historia de la Medicina tiene algo de heroico, siempre ha estado atento a mis preguntas y siempre las ha contestado todas arrojando luz y buen sentido sobre todas ellas, amén de facilitarme textos y trabajos y su amistad generosa y firme.

La esposa de Paco, Ana Cadena, tuvo también la amabilidad de facilitarme textos de su amplísima y fascinante biblioteca y siempre es un regalo contar con su ayuda.

El profesor y doctor Luis Gonzaga Roger Castillo, el último hombre renacentista, tuvo la amabilidad de ayudarme en la traducción e interpretación de no pocos oscuros textos latinos de los siglos V al VIII y compartió conmigo su enciclopédica maestría en filosofía, hermetismo, religiones comparadas, y media docena más de disciplinas y saberes.

Mis compañeras del Centro de Estudios bizantinos, Neogriegos y Chipriotas, las doctoras Maila García Amorós y Panagiota Papadopoulou, me auxiliaron con la traducción de textos griegos y el doctor Carlos Martínez, también compañero del centro, me facilitó varios trabajos y fuentes. El doctorando Daniel Hernández hizo otro tanto y me ayudó a comprender bajo una nueva óptica las enigmáticas conexiones entre Bizancio y el norte de Hispania a inicios del siglo VII.

Miguel Jerónimo Navarro, doctorando, discípulo y amigo, me ha ayudado a consultar obras antiguas y medievales, analizar piezas de arte visigodo, etc. Su ayuda ha sido todo un alivio y sus ideas y opiniones sobre la influencia del modelo palatino bizantino entre los visigodos me han resultado muy esclarecedoras.

Pero, sin duda, mi centro de investigación, el Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada, gira en torno a dos grandes personas y maestros: la doctora y profesora titular Encarnación Motos Guirao, mi maestra y amiga, siempre dispuesta a ayudarme y a ofrecerme su consejo y el catedrático Moschos Morfakidis Filactós, tan sabio como generoso. Gracias por tantos años de enseñanzas y amistad.

La doctora Gracia López volvió a ofrecerme la aclaración de algunos términos árabes y su ayuda con los textos en dicha lengua. Gracias.

El arqueólogo Jaime Vizcaíno, el maestro de la arqueología bizantina en España, me ofreció su saber y unas estupendas imágenes sobre uno de sus descubrimientos en la antigua Cartago Spartaria y de la famosa inscripción de Comenciolo y por si fuera poco, su amistad y el recuerdo de un inolvidable momento sentados en las gradas del teatro de Cartagena como dos buenos ciudadanos romanos.

Juan José Sánchez Guerrero, jefe del centro de coordinación y gestión de la biblioteca universitaria de Granada, siempre ha velado porque pudiera acceder a todos los libros, artículos y documentos que necesité y siempre me ha ofrecido su amistad generosa. Gracias, Juanjo.

Mis hijos, Ciro Alejandro y Darío Ulises, ejercitaron de nuevo una bíblica paciencia con su padre y me auxiliaron miríadas de veces consultando concilios y crónicas que el travieso escáner se empeñaba en oscurecer y que me obligaban una y otra vez a volver al viejo papel por mor de una palabra que la informática no había logrado rescatar del todo. Ellos también han sido mis ojos y siempre son el centro de mi corazón.

Mi hermana Esperanza, un ángel de la guarda, mi hermana Mari y mi cuñado Antonio Fernández, otro par de ángeles guardianes, siempre están cuidándonos y haciendo más fácil nuestra vida. Muchas gracias.

En fin, soy un hombre con suerte y eso quiere decir: amigos, muchos y buenos. Vosotros sabéis lo importantes que sois para mí. Gracias de corazón.

Los visigodos. Hijos de un dios furioso

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