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5. SALUDO CORPORAL

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Recuerdo que la última semana de clases, que equivalía a la semana de exámenes finales, fue una semana muy agitada. Esa penúltima semana de Julio fue la semana más larga de mi vida. Era consciente que el nivel de exigencia de los exámenes anteriores, había despertado el temor en muchos de mis compañeros. Algunos prácticamente no durmieron para poder estudiar de forma sobrenatural. Algunos se sobre exigieron tanto que no resistieron el sueño y se quedaron dormidos en pleno examen. Eso le pasó a mi amigo Roberto García durante el examen de Matemática, dormía tan plácidamente que dejó babeado el papel de la prueba. Sin duda, muchos de mis amigos recordarán dicho suceso como una de las situaciones más divertidas de nuestra vida universitaria.

Increíblemente pasé el primer ciclo de la carrera: invicto. Quiero decir que no desaprobé ninguno de los cursos de mi primer semestre. Los milagros existen.

Los resultados fueron colgados en la página web de la universidad. En el SUM (Sistema Único de Matricula) todos los alumnos de la universidad tenían acceso a su registro de notas e historial de calificaciones. Además aquel portal web, servía como herramienta para la matrícula regular y para obtener información sobre los horarios, cursos y profesores a cargo de las materias disponibles.

Al concluir el primer semestre tendría unas pequeñas vacaciones de cuatro semanas, hasta antes de iniciar los trámites para matricularme en el siguiente ciclo. Durante el lapso de esas pequeñas vacaciones, solía visitar a mi tío y a mi abuela, algunas veces iba al billar con Camus y en otras ocasiones me reunía con mis amigos de la facultad, para ir al cine o para ver películas en casa de Manuel.

Esas cuatro semanas duraron lo que dura una resaca.

Solo faltaba una semana para entrar al mes de Setiembre.

Al iniciar mi primer día de clases, del segundo semestre de la carrera, me propuse que esta vez sería distinto. Esta vez aprobaría desde los primeros hasta los últimos exámenes y no tendría que estar sacrificando tantas horas de sueño, por quedarme estudiando hasta altas horas de la madrugada. En los siguientes ciclos también me proponía lo mismo al iniciar el respectivo primer día de clases, pero siempre era la misma historia. Siempre llegaba a la situación desesperada de desvelarme o morir. La universidad sí que era una cosa de locos, como lo cita una muy conocida canción de un grupo de rock peruano.

Como en la Universidad de los Santos se maneja un sistema de matrícula por orden de mérito, muchos de mis amigos del primer ciclo y yo, ya no llevaríamos los cursos en los mismos horarios o aulas. Esta vez elegiríamos con qué profesores llevar tal curso, según nuestro orden, que se basaba en el promedio ponderado de las calificaciones de las asignaturas concluidas. Ahora tendría que buscar nuevos socios para las tradicionales amanecidas de estudio.

En el segundo ciclo me correspondía llevar los cursos de: Introducción a la Economía II, Estadística, Cuentas nacionales, Contabilidad financiera, Costos y presupuestos y Matemática II.

Recuerdo que en el segundo semestre llevaba un par cursos en común con Alma, Economía y Cuentas nacionales, así que muchas veces nos reuníamos a almorzar juntos para platicar de cómo nos había ido en el transcurrir del día. Algunas veces coincidíamos con otros de nuestros compañeros de primer ciclo y solíamos pasar el tiempo jugando billar o ping-pong. En dichas reuniones, también acordábamos que actividades realizar para los fines de semana. Organizábamos reuniones por los cumpleaños de nuestros amigos, para citarnos y pasar un momento de confraternidad. Éramos como una familia, aunque el tipo de vínculo que habíamos formado, poco a poco iría tomando texturas inesperadas.

Como les había mencionado antes, algunos de mis amigos habían puesto los ojos en Giovanna, como lobos feroces al acecho de caperucita. Aunque creo que sólo uno de ellos se enamoró perdidamente de ella. Sé que mi amigo Manuel ya superó aquella desilusión que tuvo durante el transcurso de la carrera. Tal vez yo era un mal amigo porque siempre solía recodárselo en cada momento que se presentaba la oportunidad.

Manuel es de esos amigos que aparecen cuando nadie los llama, y desaparecen cuando realmente se les requiere. Es de esas personas que ríe al último, y no porque ría mejor, sino porque es el último en entender el chiste, pero es un buen amigo. Lévano es un tipo de buen corazón, tan buen corazón que albergó casi por dos años un sentimiento muy puro hacia Giovanna. En lo personal creo que a mi amigo Manuel le faltó un poco más de malicia para poder conquistarla. Él era demasiado bueno con ella, y no es que ella fuera mala, pero creo que a ella le interesaban más los “chicos de acción”. Recuerdo que en muchas oportunidades en las que nos reuníamos a “estudiar” en su casa, pasábamos horas dedicándole canciones a Giovanna, en lo que tratábamos de animarlo para que de alguna forma le declarase sus sentimientos.

Parece sencillo aconsejar aquello cuando no eres tú el que podría terminar con el corazón roto.

Ahora, al evocar dichos recuerdos sobre ello, me siento algo avergonzado, pues en mi afán de apoyar a Lévano, terminé burlándome de su cobardía, quizás para olvidar que yo también era un cobarde incapaz de ser claro con Estefanía. Y toda la impotencia que sentía al tenerla lejos, podría compararla con la impotencia que sentía Manuel al no hallar fuerzas para confesar sus sentimientos. A veces me preguntaba cuál habría sido la razón para que mi amigo se ilusionase tanto con ella. Los dos eran amigos míos —mientras estuve vivo — y nunca vi un trato especial por parte de ella para con Manuel. Giovanna era una persona muy amable y alegre. Como hombre podría opinar que Giovanna era encantadora. Asumo que sus cualidades enamoraron a mi amigo, y no solo a él, pues varios compañeros de clase y de otras clases andaban tras ella, pero nadie como él. Si para conquistar a una mujer bastase con estar detrás de ella como perro faldero, creo que otra hubiera sido la historia.

—Vaya, ¿Tu amigo de verdad estuvo tras ella dos años?

— Si. De verdad que sí. Tenía compañeros que creían que lo de Manuel era un amor imposible, pero Braulio, Rubén y yo, teníamos fe en él. Creíamos fervientemente que lo lograría, pero bueno, a veces la fe no basta.

— Espera, Braulio es el chico con el que vas a los videojuegos ¿no es así? — preguntó Estefanía con entusiasmo de encontrarle coherencia a lo que le estaba contando.

— Si. Con él suelo ir a jugar.

— Entonces Rubén es el que pensabas que era un genio — lo dijo levantando su índice derecho con el afán de presumir de su buena memoria y yo asentí con la cabeza — Y tú… ¿nunca te has fijado en Giovanna? — mientras realizaba la pregunta, Estefanía volteó a verme fijamente con una sonrisa de complicidad.

— Pues no. Cuando la conocí aún pensaba mucho en ti, quizás si ya te hubiese olvidado para ese entonces, lo hubiera considerado. Inclusive recuerdo que una vez casi quedamos en ir al cine, pero no me sentí muy entusiasmado. Creo que siempre anduve en la luna durante mi primer año en la universidad.

— ¿Con eso quieres decir que ya me olvidaste?

No recuerdo que le respondí, quizás no dije nada.

En mi memoria tengo la imagen que para mitad del año dos mil once, Estefanía había decidido venir a la capital para empezar sus estudios universitarios. A veces solía ir a visitarla, y manteníamos largas conversaciones en la vereda fuera de su departamento. A veces solíamos salir juntos a cenar. Ya en su última noche en la capital, me dejó entrar, y no sólo a su habitación. De cierta forma en ella aún tenía un hogar donde reposar mis sentimientos y dejarme llevar por las emociones propias de la edad. Cuando ella vino a la capital, pensé que venía para quedarse. Tuve mucha desconfianza al principio, pero luego de ciertas coincidencias, terminé cayendo en su fina red. Cuando ella decidió retornar a La Merced, sentí que sus pasos por la ciudad habían tenido un efecto en mí, parecido al de un huracán.

El tiempo corría y el segundo semestre aceleraba sus pasos. Yo sentía que los días pasaban volando. Quizás porque gastaba menos tiempo en la universidad, ya que no tenía muchos cursos en común con mis amigos.

Mis amigos y yo teníamos poco tiempo para planear actividades de confraternidad. En contraparte compartía más tiempo con Sara. Aún recuerdo la conversación que conllevó a que la mirase de forma diferente.

Una tarde de mediados de octubre, me había encontrado con ella. Habíamos quedado en vernos cerca del parque dónde la conocí.

Ella quería contarme algo importante.

— Hola Jose — saludó ella seriamente, y yo esperaba que me dijera “hermanito” como acostumbraba llamarme.

— Hola hermanita ¿Cómo estás? — sonreía intentando contagiarla vanamente.

Ella hizo el ademan de invitarme a tomar asiento en una de las bancas dispuestas y nos sentamos uno al costado del otro.

— Pues bien — ella no parecía estarlo pero luego de permitirse suspirar continuó — ¿Recuerdas la vez que te dije que saldría con un amigo?

— Si claro. Y hablando de eso, al final nunca me contaste ¿Cómo te fue? — asumí de inmediato que ese tema tenía que ver con lo que quería contarme.

El domingo dos de agosto del dos mil nueve, Sara había cumplido quince años. Como su padre había fallecido, ella no quiso tener ninguna fiesta especial, como se suele celebrar en algunos países latinos. El sábado previo a la fecha de su onomástico ella organizó una reunión con sus amigos cercanos. Reunión a la que asistí y conocí a sus mejores amigas. En dicho evento se suponía que ella me contaría como le había ido en aquella salida que tendría con unos amigos, pero al final nunca tocamos ese tema hasta entonces.

— No sabría definirlo. La cosa es que no salimos a fines de Julio como habíamos planeado al principio, porque mis amigos se fueron de viaje por vacaciones de medio año y entonces… — ella parecía dudar de lo que diría a continuación y colocando su brazo derecho de tal forma que pudiera posar su mentón sobre su mano, como si estuviera analizando seriamente la pregunta que le hice, agregó — lo postergamos hasta ahora. Salimos la semana pasada.

— Y ¿Qué sucedió?

— Bueno te cuento. Para empezar salimos en grupo, con otros chicos con los cuales no suelo frecuentar mucho.

— Ah… ese fue el problema ¿Tú querías estar a solas con él?

— No. Nada que ver. Creo que no te conté que saldríamos en grupo. El padre de Dante le dejó el auto, así que fuimos en parejas.

— Ah y Dante es el chico con el que tú estabas emparejada ese día.

— Así es, y la verdad me sentí muy aburrida.

— ¿Por qué? — pregunté sorprendido.

Bueno en realidad no estaba sorprendido, pero fingía estarlo para mostrar interés por educación o quizás porque eso hacen los amigos. O quizás solo me daba curiosidad.

— Porque… bueno sé que somos adolescentes y jóvenes, pero Dante me parece un chico muy inmaduro. Se comporta como un niño, y a mí me gusta estar rodeada de personas más sensatas y maduras. Personas que tengan un pensamiento más centrado.

— Vaya…— torcí el gesto tratando de comprender su postura.

— Te juro que tenía ganas de inventarme que me puse mal de la cabeza o del estómago para irme a casa temprano.

— Bueno, me hubieras llamado entonces, para ir a recogerte.

— También lo pensé pero en ese momento tú estabas en la universidad.

— ¿Y entonces qué hicieron?

— Fuimos al cine. Vimos una película de dibujos animados, y luego a comer ensalada de frutas. Y yo que quería ir a ver una película de terror y luego ir a comer pizza.

Lo dijo con tanta gracia que no pude resistir las ganas de reír. Ella, por su parte, me acompañaba con una sonrisa, y me percaté de lo hermosa que era cuando sonreía.

— Bueno entonces yo te llevaré a ver una película de terror y luego iremos por pizza.

— De acuerdo.

— ¿La próxima semana te parece bien?

— Ya. Pero también quisiera comer ensalada de fruta.

— Está bien. También podemos comer eso ese día.

— Por cierto, ¿Sabes?

— ¿Qué?

— Me di cuenta que Dante me miraba mucho el escote. Se quedaba mirando con cara de tonto.

— Bueno, con semejantes atributos que tienes ahí, no me sorprende.

— Si pero fue incómodo que él se quede viendo.

— Entonces no debiste usar escote si no querías que él permanezca viéndote.

— Lo hice porque ese día había mucho sol.

— Buen punto — recordé que ya era primavera.

— Aparte que quisiera que fueras tú quien me mire con cara de tonto.

Cuando reaccioné a lo último que dijo Sara, me puse a reflexionar sobre cuál sería el mejor comentario que pudiera realizar, para continuar con una conversación que no conlleve a hablar sobre nuestros sentimientos.

— Lo siento pero más tonto no puedo ser — ella soltó una pequeña risa en conjunto con una exhalación, así que me sentí a salvo.

Yo era consciente de lo que había dicho Sara. Tenía el presentimiento que sus emociones hacía mí, estaban tomando otra dirección, distinta a la de un simple amigo. A decir verdad a mí me empezaba a gustar, por el alto nivel de confianza que habíamos construido, aparte de hermosa era inteligente y me divertía mucho con ella. Solíamos hacer muchas cosas en conjunto. Ella era como un mejor amigo, pero era mujer, y yo era consciente de eso, que era una mujer. Una mujer con la que estaba pasando una considerable parte de mí tiempo.

Una mujer que físicamente me atraía.

El fin de semana siguiente fuimos al cine, a ver la película de terror que tanto ansiaba Sara. En el cine estuvimos atentos a la película, pero ella me tomaba del brazo de forma muy cariñosa, y yo me ponía a pensar en qué era lo que debería hacer. Durante la función me di cuenta de lo poco que había aprendido sobre las mujeres. No fui capaz de hacer nada, no tuve el valor, y pensé que lo mejor era no confundir las cosas. Luego fuimos a una concurrida pizzería y en el trayecto Sara me preguntó.

— Jose ¿Quieres un beso?

Me detuve a pensar en mi respuesta y respondí.

— Claro ¿Por qué no?

— ¿Dónde lo quieres?

— Donde quieras dármelo está bien — yo trataba de mantener la calma.

— Si pero dime ¿Dónde lo quieres? Tienes que decidir.

— ¿Me besarías donde yo te diga?

— Si. Sólo dime.

— En la mejilla está bien — creo que ella no esperaba esa respuesta pero no se detuvo.

— ¿Seguro que lo quieres ahí?

— Si claro. En la mejilla está bien.

— Bueno.

Dicho eso ella se acercó a mí, y me besó lentamente en la mejilla. Todo ocurría tan despacio que me dio tiempo de memorizar cada movimiento que hicieron sus labios.

— Gracias — no sé si lo que dije era lo mejor para decir en esos casos, pero no tenía ni idea de qué decir.

— Si quieres en otro lugar me avisas.

Empecé a ponerme nervioso luego de que ella dijera eso.

— Sara ¿Te das cuenta que tus preguntas pueden conllevar a que nuestra amistad gire a otro tipo de relación?

— Lo sé ¿Tiene algo de malo?

— Supongo que no — me encogí de hombros.

Debo admitir que Sara me gustaba como mujer, pero apenas la conocía menos de cinco meses y me parecía que era muy pronto para iniciar una relación sentimental. Pero dadas las circunstancias, era inminente que daríamos ese paso. Yo no negaba la posibilidad pero quería retrasarla, ya que aún no olvidaba a Estefanía. Y no quería involucrarme con otra persona de la misma forma en que lo hice con ella. Después de cenar la llevé a su casa y nos despedimos. Mientras me iba a casa me imaginaba el sabor que tendrían sus labios.

Me preguntaba si era normal que una amistad se convierta en un noviazgo tan repentinamente. Asumo que a muchos les ha pasado, pero en mi caso con Estefanía, fuimos amigos desde que yo tenía doce y empezamos una relación sentimental después de cumplir los catorce años. Habíamos construido un fuerte lazo antes de empezar a interesarnos de forma romántica el uno por el otro. Bueno aunque considerando que cuando éramos niños no teníamos ese tipo de intereses, quizás estoy exagerando al pensar que las cosas están yendo muy rápido y tal vez lo mejor sería dejar que el tiempo decida todo lo que tenga que pasar. Aunque podía deducir que al paso en el que iba mi relación con Sara, céteris páribus[1], terminaríamos haciéndonos novios, sin duda.

Dejé de pensar en sentimientos e intenté concentrarme en los estudios. Noviembre y diciembre fueron meses de mero trámite.

Durante el segundo ciclo de la carrera los únicos cursos pesados, por así decirlo, eran: Estadística, Cuentas Nacionales y Contabilidad Financiera. Hasta ese momento ningún profesor nos complicaba la vida con trabajos grupales, por lo que no se me complicaba mucho la existencia universitaria. Creo que ese ciclo, pese a que era consciente de lo difícil que resultó ser el primero, me la di de muy ocioso. Algunos días no iba a la universidad, muchas veces era porque estaba agotado, otras veces era porque gastaba mucho más tiempo de lo usual en casa de Sara o jugando billar con Camus y David.

Me estaba volviendo algo irresponsable.

Los segundos exámenes parciales fueron increíblemente fáciles. Aprobé todos sin necesidad de desvelarme. Lo que más recuerdo de ese segundo ciclo fue que en clase de Estadística, conocí a una chica que en ese momento no sabía que tan importante se convertiría en mi vida. Aunque nos hicimos amigos mucho tiempo después.

El curso de Contabilidad Financiera era dictado por un muy amable profesor Cisneros. En apariencia podría decir que dicho profesor era la imagen viva del personaje de Papa Noel, popularizado por una bebida de Cola. El profesor de Cuentas Nacionales, dictaba lo mismo que estaba desarrollado en su libro, así que bastaba con que te compres el libro del profesor para saber qué temas desarrollaría en clases. Para los exámenes te pedía resolver los ejercicios que ya de antemano estaban resueltos en su obra.

El segundo ciclo transcurría por mero trámite.

Ya me encontraba a puertas de terminar el segundo semestre de la universidad, todo pasó con calma. La experiencia del primer ciclo me enseñó a organizar mejor mis horas de estudio para los parciales, me desvelaba igual que antes pero ahora estudiaba más temas y de mejor manera, pues lograba entender los conceptos importantes y recordarlos durante el examen y eso que era lo que necesitaba. Al menos sentía que estaba optimizando mi tiempo y por ello me sentía con la confianza necesaria de ausentarme a algunas clases.

Como les había comentado muchos de mis amigos y yo no llevábamos cursos en común lo que implicaba que ellos tendrían que formar nuevas alianzas para realizar los trabajos grupales que dejaban en algunas asignaturas y eso conllevó a extender nuestro círculo fraternal. Fue así como en el curso de Costos y presupuestos conocí a Javier Zavaleta, un tipo alto, robusto, despreocupado, de estómago muy bondadoso y siempre hambriento, cabello color ébano y tez trigueña, quién se volvería un gran amigo mío con el que solía jugar al billar. Casi todos los viernes por las noches o después de la semana de parciales nos íbamos a un salón de billar cerca de la universidad. Concurríamos dicho local tan seguido que la dueña nos consideraba sus hijos. Mientras jugábamos al billar, que nos servía de terapia para superar algunos de los fracasos en los exámenes, también aprovechábamos para conversar sobre cualquier tema relacionado a nuestros amigos, sus relaciones sentimentales, las peleas, y todo lo que sirva para matar el tiempo. Éramos unos chismosos empedernidos.

En aquél semestre, mi intuición me jugó a favor. Dicho ciclo fue menos complicado que el anterior y mi rendimiento académico, pese a mis inasistencias, estaba por encima del promedio.

Después de haber concluido con éxito el segundo semestre, lo primero que pensé fue en viajar a La Merced a visitar a mi madre, aunque claro también era la excusa perfecta para ir a ver a Estefanía, pues el fin del segundo ciclo coincidía con las fiestas de navidad y año nuevo.

Era el escenario perfecto para ponerse sensible y revivir buenos momentos.

Recuerdo que unos días antes de viajar, me reuní con algunos amigos de la universidad para nuestro último almuerzo del año. Entre ellos no podían faltar Braulio, Rubén, Manuel, Javier entre otros. Luego del almuerzo fuimos a jugar videojuegos y ping-pong. Después fuimos a un bar cerca de la universidad a brindar porque seguíamos avanzando sin la necesidad de recuperar cursos en verano.

El ciclo especial de verano es el ciclo en el que, pagando un importe de dinero proporcional a los créditos del curso en demanda, puedes recuperar o adelantar determinada asignatura. Cuando desaprobabas un curso era vital recuperarlo en verano para no perder la ilación de la carrera y poder egresar en el año que te correspondía. Luego de libar alcohol, Javier me retó a un duelo de billar, y nos fuimos a dónde siempre, a lo que habíamos bautizado como “el billar de la tía” ya que no sabíamos el nombre de la dueña del local.

Entramos al local y elegimos la segunda mesa de la derecha.

— ¿Pierde paga no? — pregunté porque me sentía seguro de ganar. Estaba muy emocionado y mi suerte suele mejorar cuando estoy de buen humor.

— Claro mi hermano. Pierde paga, porque no tengo mucho dinero ya que me lo gasté en el almuerzo y en cervezas hace poco — respondió Javier muy seguro de sí mismo, aunque sentía que su seguridad era un efecto secundario de su ebriedad.

— Sale.

La primera ronda, recuerdo haberle ganado por una diferencia muy escandalosa, un ocho a cero que antes no había logrado conseguir. Por ello decidí que en la siguiente mesa, reduciría mi nivel de juego para que mi amigo no se desaliente y continúe jugando con honor.

— Estás muy feliz mi hermano ¿a qué se debe? — espetó Javier.

— Es que iré de viaje a mi tierra, a La Merced, iré a ver a mi mamá.

Respondí mientras me inclinaba sobre la mesa para ajustar la mira del siguiente tiro.

— Ah ya veo. Debes extrañarla mucho porque estás más feliz que de costumbre. ¿O es que hay otra “razón” por la que sonríes mi hermano? — mientras Javier realizaba su pregunta hizo cierta seña con los dedos de ambas manos para hacer énfasis mientras pronunciaba la palabra, razón.

— Bueno tal vez. En realidad si hay una razón adicional.

Golpeé la billa blanca con el taco tan fuerte como pude y logré encestar de forma contundente la bola nueve en la buchaca, que desde mi perspectiva era la de la esquina izquierda.

— Y esa razón adicional, supongo que es una amiga cariñosa que dejaste por allá.

Javier descansaba sus posaderas en la mesa contigua mientras dejaba a un lado su taco.

— Mi ex novia, para ser más exacto — luego de responder me empezó a dar sed — ¡Señora un par de Bilsen[2] verdes por favor!

— Tranquilo mi hermano ¿No crees que ya hemos tomado suficiente?

— Sí… pero teniendo en cuenta que vas a pagar por el tiempo del billar, creo que puedo darme el gusto de un par más — mi amigo reflexionó sobre la situación y empezó a reír.

Retiré la billa encestada y la coloqué en la rendija que me correspondía del andamio dispuesto en la pared.

— El que ríe último ríe mejor mi hermano, así que no cantes victoria todavía, que aún te puedo voltear la torta — vitoreaba mi amigo mientras se inclinaba sobre la mesa para iniciar su turno.

En cada sorbo de cerveza, imaginaba cada beso que le robaría a Estefanía, cada caricia, cada abrazo.

Recordé la escena en la azotea con ella.

Esa noche me sentía muy inspirado. Logré ganarle las siguientes dos rondas de billar a Javier. La ventaja se había reducido, pero una victoria es una victoria. Después le agradecí por pagar el tiempo del billar y nos despedimos. Me disponía a regresar a casa como de costumbre. Tomé el bus de siempre, la ruta de siempre, el camino de todos los días. Ya estaba cerca a mi casa. Cuando de pronto una mano se posó sobre mi hombro y una voz muy amistosa me detuvo.

— Primo una propina pues — Yo estaba algo mareado así que no era consciente de que me iban a asaltar. Cuando me di cuenta un sujeto estaba rebuscando entre mis bolsillos y se llevó mi billetera.

— Ya vámonos — Le dijo el carterista a su cómplice.

Todo fue tan rápido, que me sorprendí de lo habilidosos que fueron ambos. Mientras uno me distraía el otro ya se había llevado mi billetera y el celular. Lamenté lo sucedido. Estaba a dos cuadras de llegar a mi habitación de alquiler, y a muchos kilómetros de ver a Estefanía. Debido al asalto se me redujo el presupuesto y tuve que postergar el viaje. Pasaría mi segunda navidad sin mi madre, y tampoco tendría mi nochebuena con Estefanía. Celebré antes de tiempo. Debí ser más precavido y cuidadoso. Como diría Javier: “la defequé”.

Recuerdo que la noche siguiente decidí contarle lo sucedido a Sara, aunque omití la parte de Estefanía. Los dos estábamos conectados a internet y conversábamos a través de una conocida plataforma de mensajería instantánea. Luego de unos minutos ella mencionó que iría a la panadería más conocida de nuestro vecindario por lo que decidimos encontrarnos en persona para seguir charlando.

— Pero no todo es tan malo Jose, ahora podríamos pasar nuestra primera navidad juntos — mientras lo decía reposaba su mano sobre mi hombro, con el afán de darme ánimos.

— No lo había pensado de esa manera, pero tienes razón, aunque para la cena de nochebuena tengo planeado ir a casa de unos familiares que tengo aquí en la ciudad. Pero el año nuevo podemos recibirlo juntos.

Sara esbozó una sonrisa.

— Perfecto ¿Y qué crees que podríamos hacer?

— Podemos irnos de fiesta — propuse.

— Si claro, quiero bailar, bailaremos toda la noche.

Cuando Sara dijo: “toda la noche”. Se me vino a la mente muchas cosas, y realmente me sorprendía de mí mismo, nunca creí que en la capital conocería mi lado libidinoso.

— Pero ahora no tengo celular, así que cualquier mensaje te lo dejaré por internet, para ir avisándote a dónde te voy a llevar.

— ¿Y a dónde piensas llevarme? — Preguntó Sara con una mirada muy pícara.

Me llevé la mano hacia el mentón y en postura reflexiva le respondí.

— Déjame sorprenderte.

La conversación continuó sobre los exámenes finales de Sara. Ella me habló sobre sus amigas y los planes que tenían con sus parejas. Al final la convencí para ir a jugar billar, donde tuve la oportunidad de acercarme más a ella de la forma en la que un hombre desea acercarse a una mujer. Sara es dos años menor que yo, por ello siempre trataba de verla primero como una hermana antes que como una mujer.

Abandonamos el billar y luego de acompañarla hasta la puerta de su casa me despedí.

Una semana se consumió en un abrir y cerrar de ojos.

El tiempo no espera a nadie, la nochebuena se celebraría en doce horas, y me pusieron de cocinero en la casa de mis tíos. Fui a visitarlos con el afán de comer sin tener que pagar por ello, pero al final tuve que trabajar en la cocina para conseguir algo. Mi madre tiene una excelente sazón por lo cual mis tíos asumieron que yo habría heredado ese talento.

Por suerte contaban con internet en casa, y me dispuse a ver un video tutorial de cómo preparar el pavo para una cena navideña. Unas horas después todo había quedado listo para hornear. Incluso me di abasto para hacer un puré de frutas y algunas guarniciones tradicionales para acompañar al pavo.

Seguí al pie de la letra las indicaciones del video tutorial, y también le pedí prestado el teléfono a mi tía Marta para poder consultar con mi madre sobre la preparación de la cena. El resultado fue el esperado. Todo salió bien. Todos comieron contentos; y como de costumbre sobró mucha comida. Y es muy común que suceda eso porque para una cena de cinco personas, preparar un pavo entero, es algo desmesurado.

Para esa temporada de fiestas, mi abuela había decidido viajar al norte del país, a visitar a sus hermanos.

Dos días después de noche buena me reuní con unos amigos de la universidad para embriagarnos. Nos reunimos en la casa de Manuel, que prácticamente se había convertido en nuestra casa. Pasábamos tanto tiempo ahí, que inclusive los vecinos ya nos conocían y cuando nos cruzábamos en la calle con alguno de ellos no saludaban de la siguiente forma:

— Hola vecino ¿Cómo le va? Tiene buen tiempo que no lo veo.

— Es por la universidad. Es prácticamente una cárcel — solíamos responder.

Sabía que eso nos sucedía a Rubén, Braulio y a mí, y a veces nos preguntábamos si con Manuel tendrían el mismo trato, y bromeábamos aduciendo que no lo hacían. Como era de esperarse tocamos el tema de Giovanna. Aunque ahora siento que éramos muy malos amigos al mencionárselo a cada momento a Manuel, pero así nos divertíamos.

Recuerdo que ese día nos percatamos que en su habitación habían colocado un closet, y le preguntamos si ahora dormiría en dicho mueble. Él respondió que no, pero tampoco quiso que lo abriéramos. Y aún me da curiosidad saber qué fue lo que hizo que decidiera tener un closet en su habitación si siempre guardaba la ropa debajo de su cama, pues tenía una especie de ropero ahí. Gastábamos un tiempo considerable estudiando en su habitación así que ya conocíamos su rutina.

Salí temprano pero algo ebrio de la reunión con mis amigos de la universidad. Antes de regresar a casa le había pedido prestado el teléfono a Manuel para contactarme con Sara, y con ella concreté un encuentro en mi habitación para más tarde. No recuerdo la excusa que me inventé para verla antes de lo planeado, pero ella accedió y eso era lo que importaba. Ya en casa decidí prepararme para tomar una ducha. La habitación que arrendaba tenía una escalera exterior, así que prácticamente tenía una entrada independiente, además de contar con una puerta con acceso al interior para poder acceder a la azotea del edificio.

Sara llegó antes de lo esperado y no tuve tiempo de entrar a la ducha. Abrí la puerta y la dejé pasar.

— Hola Jose dime ¿Qué pasó? Te noté muy ansioso por el teléfono.

— Pues sí, estaba ansioso por verte — Lo dije con una sonrisa medio mordida.

— ¿Estás ebrio no? — ella paseó por la habitación para luego sentarse sobre la cama.

Yo seguía sus movimientos con la mirada. En ese momento me cuestioné si había sido una buena idea o no, pedirle a Sara que viniese. Debido al estado en el que me encontraba, empecé a ver a Sara con lujuria.

— Te parece. Estoy sobrio.

— ¿Hermanito estás bien?

“¡Vaya! Después de haberme dicho que ella me besaría donde yo quisiera, me sale con ¿Hermanito estás bien? ¿Qué tiene esta mujer?” me pregunté.

— Estoy perfectamente ¿Por qué lo preguntas? — empecé a dudarlo.

— Estás muy raro, y debe ser porque has estado tomando mucho.

— No he tomado casi nada, y además sólo quería pasar tiempo contigo.

— Bueno… y ¿Qué me quieres contar?

— Umm, no había pensado en contarte nada, sólo quería estar contigo, y me preguntaba qué tan buena eres bailando.

— ¿Piensas llevarme a bailar ahora? Es muy tarde y ni siquiera me he alistado. Si ese era tu plan me hubieras dicho antes.

— No. Ese no es el plan. Sólo estaba imaginándome cómo eres al bailar, qué gestos haces, cómo te mueves — yo abanicaba las manos en el aire.

— Ah ya, ¿Estás interesado en saber cómo me muevo?

— Al bailar, claro — lo dije sonriendo.

De pronto Sara se levantó de la cama y se me acercó hasta la altura del cuello. Posó sus manos sobre mis hombros.

— Hueles demasiado a alcohol y dices que no estás ebrio.

— Está bien me iré a duchar para quitarme el olor.

Me hice a un lado y me dirigí al cuarto de baño mientras tanto ella volvió a sentarse en la cama.

Ella esperaba mientras yo entraba en la ducha. No sé si era por el alcohol pero me sentía demasiado seguro y no sentía miedo de decirle cosas sugerentes. Ya en el cuarto de baño, me despojé de mis prendas, abrí el grifo y dejé que el agua cayera a cuenta gotas sobre mi cabeza.

— ¡Sara! — la llamé desde la ducha.

— ¿Qué?

— ¿Me ayudas? Es que no alcanzo mi espalda.

— ¿Quieres que me meta a la ducha contigo?

— Bueno supongo que sí. O ¿Tienes brazos tan largos que puedes llegar sin necesidad de entrar?

— ¿Piensas que eres gracioso no?

— Bueno. Entonces no dije nada.

Me duchaba mientras me reía a la vez, y ya empezaba a creer que estaba enloqueciendo. Me cuestioné la posibilidad de dejar el alcohol. No se cuán ebrio estaba, no sé si lo imaginé, pero a los cinco minutos Sara entró a la ducha conmigo. Ella estaba totalmente desnuda y descubrí que su gran sentido del humor acompañaba muy bien a sus grandes virtudes. Le di la bienvenida con una gran sonrisa y un saludo corporal que ella notó entre mis piernas, ella reaccionó llevándose la mano a la boca. Yo notaba cierta complicidad en sus ojos y ella se acercó sutilmente.

— ¿Te gusto? — me preguntó como si no le quedase claro lo que mi cuerpo le decía.

— Me gustas demasiado — me acerqué a ella y la abracé.

Sentir el contacto con su piel me puso la sangre a hervir. Estaba disfrutando de ese abrazo, y me aferraba a ella como si de eso dependiera mi vida.

Ya era verano pero el calor del sol no era nada comparado con el calor que en ese momento emanaba desde mi interior.

— Lo dices sólo porque estás ebrio ¿Verdad?

— No. De verdad me tienes fascinado.

— ¿Entonces qué harás? — después de reflexionar sobre la pregunta de Sara, solo se me ocurrió responder.

— Prefiero que me hagas preguntas de selección múltiple.

— ¡Ay! Contigo no se puede — exclamó ella mientras parecía intentar no moverse demasiado.

Esa noche disfruté como nunca de una ducha. Esa noche Sara y yo intercambiamos formas de besar. Realmente me gustaba, y me sorprendía la rapidez con la que estaba conociéndola. Quizás es porque en La Merced, Estefanía me acostumbró a tomar las cosas con mucha calma, ya que desde que iniciamos la relación, pasaron alrededor de tres años para que llegásemos al punto en el cual me encontraba con Sara en ese momento.

[1] Expresión latina que se usa en algunas ciencias para explicar teorías abstractas, y significa “Todo lo demás constante”

[2] Marca de cerveza

El amante de un fantasma

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