Читать книгу El amante de un fantasma - Joseph R. Bada - Страница 12

7. ¿SABES TOCAR GUITARRA?

Оглавление

Mientras nos dirigíamos al paradero de buses para retornar a nuestras casas, pasamos frente a una anticuchería[1]. El olor era tan exquisito y provocativo que decidimos entrar. Una de las cosas que solía hacer muy a menudo con mis amigos era: comer.

— Ay muchachos disculpen, no les he presentado a mi amiga — fueron las palabras algo avergonzadas de Alma — Denise, él es Daniel Mondragón y él es Jose Rentería.

— Hola chicos, soy Denise Chang, un gusto conocerlos — saludó ella mientras agitaba la mano derecha. La voz de Denise era muy tierna, casi parecía la de una niña.

Ella tenía el cabello tan largo que le llegaba hasta detrás de la cintura, sus ojos eran enormes y su mirada muy angelical.

— Hola un gusto conocerte — dijo Daniel y se acercó a ella para besarla en la mejilla, como es acostumbrado por estos lares.

— Igualmente es un gusto para mí — luego de expresarme me llevé la mano a la boca del estómago — Ya tengo hambre — musité mientras Bonucci me miraba haciéndome señas con las cejas. Tal vez lo hacía porque quería indicarme que también saludase a Denise como hizo mi amigo. Pero yo no estaba acostumbrado a hacer eso.

Al final tuve que hacerlo para no desentonar.

Entramos al restaurante y nos sentamos en la primera mesa que vimos. Pedimos la oferta del menú y rápidamente nos atendieron.

Todo estaba realmente exquisito y aún se me hace agua la boca al recordar tan suculenta porción de anticuchos. Luego me dio curiosidad saber de dónde había aparecido Denise porque nunca la había visto antes por la facultad.

— ¿Tú también estudias lo mismo que nosotros? — pregunté mirando fijamente a Denise mientras ella se llevaba un poco de carne a la boca.

La pregunta la distrajo lo suficiente para que se le cayera un poco de carne al plato. Fue gracioso.

— No. Yo estudio Psicología — la respuesta también sorprendió a Daniel quién me miró y parecía alentarme para que hiciera las preguntas que él quería hacer.

Continué con el interrogatorio.

— ¿Y cómo se conocieron Alma y tú?

— Nos conocimos en clases de inglés — respondió Alma.

— ¿También estudias en el Británico? — preguntó Daniel.

— Si y luego nos enteramos que estudiábamos en la misma universidad y algunas veces nos regresamos juntas, porque muchas veces tomamos el mismo bus — añadió Denise.

— Ah ya… Psicóloga eh. Interesante — dirigí la mirada hacia mi nueva amistad — Es que como te vi en la clase de Mercados, pensé que también eras colega nuestra. Pero me percaté que antes no te había visto por la facultad — agregué.

— Ah sí. Es que salí de clases temprano y decidí acompañar a Alma.

— ¿Y qué tal te pareció la clase? — espeté.

— Divertida — respondió Denise — sobre todo la parte del “Baile del elefante”.

Esbocé una sonrisa.

— Sí. De hecho también me pareció la parte más divertida.

Todos comimos muy a gusto, fue una noche divertida e inesperada. Denise me parecía alguien muy agradable, y poco a poco me iría acercando más a ella. Su amistad fue muy importante para mí, y digo fue, porque les recuerdo que ya estoy muerto.

Con el tiempo descubrí que Denise y yo vivíamos relativamente cerca, a razón de veinte minutos caminando desde mi casa en dirección al oeste. Después me enteré que a ella le gustaban los videojuegos. Muchas veces nos reuníamos para jugar y luego íbamos a comer. Con ella era imprescindible ir a comer, comía demasiado, y pese a eso mantenía una figura muy atlética. Luego me confesaría que iba muy seguido al gimnasio y vaya que si le funcionaba. Después de ver todo lo que era capaz de comer, me sorprendía que mantuviese un cuerpo tan esbelto. En cierta oportunidad almorzamos juntos, luego de jugar videojuegos por un local cercano a la universidad, al que solía ir con Braulio.

Mientras decidíamos que comeríamos ella empezó a manifestarse.

Yo soy muy tragona — solía decir y me la imaginaba en otras situaciones. Esbocé una sonrisa y ella se percató, por lo cual me increpó — eres un enfermo.

Lo que realmente ella quería decir es que yo era un pervertido.

Realmente ella era muy tierna. A veces hablaba como niña. No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien decía “ti-ti” refiriéndose a un auto, pues el sonido de la bocina de un auto suena igual. Ella lo decía constantemente.

Ahí viene ti-ti, con ese nos vamos, parece tener asientos disponibles.

Solía decir Denise con tanta naturalidad que a veces sentía que estaba en compañía de una niña de diez años.

Si mal no recuerdo, empezamos a frecuentar porque ella necesitaba que alguien la acompañe a comprar unas cosas para su clase de laboratorio y se enteró por Alma que yo sabía dónde comprar cosas baratas. Después de todo vivir solo te enseña a ahorrar. A veces Denise tenía unas ocurrencias que me hacían pensar que estaba algo loca, y el hecho que ella estudiaba psicología le agregaba morbo a su comportamiento. Conservo con cariño algunas de sus ocurrencias.

No estoy loca, soy espontánea.

Decía ella, de una manera muy cómica, cada vez que yo ponía en tela de juicio el estado de su equilibrio mental.

Sin duda, admiraba su naturalidad, su forma de ser tan ella, tan propia de su voluntad.

¿Por qué eres tan serio? ¿Por qué no sonríes? Que aburrido debe ser… ser tan serio como tú — bramaba ella con tanta ternura que sólo me quedaba reír.

En realidad aún no sé porque Denise tenía la impresión de que yo era un tipo serio. Recuerdo que ella me confesó, que la primera impresión que tuvo de mí, era la de un tipo sin emociones, que no era capaz ni de abrazar a su propia enamorada. Y que le parecía tan aburrido mi comportamiento que esperaba no tener que lidiar conmigo. Pero ya después que entabláramos una pequeña conversación en la anticuchería, su opinión sobre mí cambió para mejor. Cada vez que a ella le daba hambre solía evocar dicho momento.

Esos anticuchos estuvieron suculentos, tenemos que volver por favor, volvamos, di que sí ¿Si? — su forma de expresarse me hacía recordar cuando de niño, yo hablaba igual para rogarle a mi mamá que me llevase a algún lado.

En realidad pasar tiempo con Denise, me resultaba agradable, su comportamiento tan infantil me hacía sentir nuevamente como un niño, libre de preocupaciones, y en absoluta confianza. Con ella podía comportarme como me daba la gana.

Así transcurría Abril del dos mil diez.

Con el tiempo empecé a tener curiosidad si Denise tendría novio, porque me parecía una chica fácil de comprender. No me parecía complicado entablar una conversación con ella, fuera el tema que fuera. Por momentos me recordaba lo bien que me llevaba con Sara, pero con la diferencia que a Denise la podía tratar como a un hombre y a ella le daba igual. Una tarde mientas la acompañaba hasta su casa, decidí absolver mi duda.

Habíamos vuelto de la universidad. Tomamos la ruta por la avenida Universitaria desde el centro hacia el norte y bajamos en el paradero del Ovalo José Granda. Luego caminaríamos un par de cuadras hacia el oeste y después doblaríamos a la izquierda.

— Denise ¿Tienes novio? — pregunté seriamente sin preámbulos, algo concreto, tal y como un hombre debe preguntar.

Ella mantenía la mirada hacia el frente mientras caminaba.

— ¿Por qué quieres saber? — su respuesta en forma de pregunta fue intimidante.

— Sólo es curiosidad.

— Pues no estoy muy segura. En realidad hace un mes que él terminó la relación, y quizás pronto me pida que regresemos, y así estamos, terminamos y regresamos y así sucesivamente.

Por un momento recordé mi situación con Estefanía.

Ya estábamos a cuatro cuadras de su casa.

— ¿Y te sientes bien en esa situación?

— Claro que no.

— ¿Y entonces por qué no le terminas definitivamente?

— No lo sé. Quizás estoy acostumbrada a él, o tal vez es porque soy de las personas que se aferran a algo.

— Quieres decir que ¿Te aferras a él porque no quieres estar sola?

— Tal vez, no lo sé — ella sonreía al responderme pero sus ojos estaban tristes.

Por un momento sentí que Denise y yo estábamos en el mismo predicamento pero sobrellevábamos las cosas de formas diferentes. Ella fingía que no pasaba nada, y disfrazaba su malestar con una sonrisa tierna y un comportamiento infantil. Quizás esa era su forma de sentirse a salvo. Tal vez el hecho de sentirse como una niña haría que los problemas del amor fueran menos importantes. En cambio yo, trataba de olvidarme de Estefanía manteniendo una relación con una hermosa mujer. Mujer a la que en ese momento no sabía si sería capaz de amar. Pero que sin duda quería mucho, tanto que me sentía responsable por ella, o quizás sólo era el cargo de conciencia por no ser lo suficientemente sincero.

Sara me gustaba mucho y la quería mucho también, pero aún por las mañanas despertaba gritando el nombre de Estefanía. Aún soñaba con ella.

— ¿Y tú? ¿Tienes novia? — la mirada de Denise había cambiado, sus ojos ya no estaban tristes, ahora denotaban una insaciable curiosidad.

Moví la cabeza en ademan de asentimiento.

— Sí.

— ¿Cuántas tienes?

— ¿A qué te refieres?

— ¿Cuántas novias tienes?

— Solo una ¿Qué te hace pensar que tengo más de una? No estoy en las condiciones económicas para tener más de una. Tener una novia demanda tiempo y dinero; y yo trabajo solo los fines de semana. Además estudio. No tengo tiempo ni dinero suficiente para tener varias novias — mi respuesta fue algo exagerada, pero traté de argumentar una conjetura sólida que dejase en claro que yo era un hombre fiel.

— Ok ya entendí, no te vayas a enojar por eso.

Intercambiamos miradas y luego proseguí.

— Oye y siendo psicóloga ¿No te resulta raro llegar a ese tipo de situación sentimental?

— ¿Crees que por ser psicóloga soy inmune a los líos amorosos?

— Pues ¿No que ustedes analizan más las emociones, no se dedican a entender mejor el comportamiento humano? ¿No buscan que las personas superen sus traumas y mejoren su conducta para llegar a un estado ideal, donde sus sentimientos y emociones estén en equilibrio para estar más cerca de la felicidad?

— ¿Sabes Jose?

— ¿Qué?

— Hablas mucho.

De esa forma me cerró la boca cruelmente pero por dentro yo estaba sonriendo.

De repente tuve la necesidad de saber más sobre Denise. Sobre su vacilante historia de amor. En el fondo deseaba que su historia fuera igual a la mía, pero desde su propia perspectiva, así tal vez yo podría entender mejor mi propia historia.

Llegamos hasta la puerta de su casa y ella hizo el ademán de sentarse en la vereda, yo seguí sus movimientos, me dejé caer sobre el cemento y luego ella se dejó caer también.

— Oye Denise ¿Desde cuando estás con tu novio? O mejor dicho, con tu ex novio.

— Pues hace dos meses cumplimos un año juntos, aunque nos conocemos desde niños — en ese momento empecé a creer que Denise y yo teníamos más cosas en común de lo que yo creía — recuerdo que a veces solíamos jugar en el parque, me divertía mucho con él. Estudiamos juntos en la primaria. Lo admiraba porque era muy listo y se llevaba bien con todos. En la secundaria, mis padres me transfirieron a un colegio femenino, así que dejé de frecuentarlo. Eventualmente dejamos de hablarnos. Poco tiempo después él se mudó, así que creí que no lo volvería a ver, y quizás por un capricho del destino me lo volví a encontrar en el instituto de inglés donde conocí a Alma. Él ya está por terminar el curso, sólo le faltan cuatro ciclos.

— Ah ya veo, interesante historia. ¿Y cuál es su nombre?

— Miguel — hizo una pausa para tomar aire y preguntó — ¿Algo más que quieras preguntarme? — Denise lo dijo de tal forma que sus palabras parecían una invitación a que investigue más sobre ella.

— ¿Por qué es que terminan tan seguido?

— No estoy muy segura. Eventualmente él tiene cambios de personalidad. A veces simplemente me dice que necesita un tiempo, que siente que no confía en mí, que se siente confundido, que piensa que yo no lo quiero. En realidad no sé qué es lo que le ha sucedido. Él no solía ser así.

— Interesante.

— Y esa es mi historia ¿Y tú que tal con tu novia?

— Ah pues yo la conocí hace un año. Tenemos una relación de apenas cuatro meses, pero desde que empecé a trabajar y encima que empezaron las clases… la veo cada vez menos. Creo que nos estamos distanciando sin querer.

— Creo que te estoy quitando el tiempo que podrías estar con ella ¿No?

— No te preocupes. De todas formas ella está en clases ahora mismo. Así que digamos que este es un tiempo libre.

Ciertamente tenía la sensación de que mi relación con Sara acabaría rápido, tal y como empezamos. Siempre creí que lo que rápido se hace, rápido se deshace. Pero contra mi propio pronóstico duramos un poco más de año y medio. Fueron meses de mucho aprendizaje. Ella me enseñó a cocinar algunas cosas que me parecían complicadas. Aproveché al máximo la relación ya que me gustaba aprender, y si era algo que me sería de utilidad, era mucho mejor. Una de las cosas que también le agradezco a Sara, es que me enseñó a ser más sensible y más detallista.

Después de aquella conversación con Denise, nuestra amistad se volvió más sólida, al punto de que con mucha frecuencia manteníamos contacto a través de mensajes o llamadas. Denise era una cómplice para mí. A veces sentía que era una versión femenina mía.

El tiempo seguía avanzando. Ya cursaba el mes de Mayo.

Pese a que ya no necesitaba estabilizarme económicamente, mantuve el trabajo hasta mediados de año. Los fines de semana, eran diferentes para mí, ya no salía con mis amigos, y muchos menos con Sara. Sin embargo ella y yo nos organizamos para pasar tiempo en las mañanas de los fines de semana. Ella solía engreírme mucho, preparaba siempre mis platillos favoritos. Realmente me hacía sentir en casa. Ciertamente ella deseaba que deje el trabajo, y no exactamente porque teníamos poco tiempo para estar juntos. La razón por la cual me pedía que deje de laborar en dicho restaurante empezó por lo siguiente:

Una noche de trabajo del último domingo de mayo…

— Ya Jose dime ¿Cuándo me vas a enseñar Costos y Presupuestos? — me preguntó Camila, la dulce amiga que conocí en mi centro de labores.

El local donde trabajaba se llamaba Pikato. El negocio tiene algunas sedes en diferentes distritos de la capital. La sede donde me encontraba, se ubicaba en la cuadra treinta de la avenida Perú. El local era de tres pisos, pero solo dos funcionaban para la atención al público. El tercer piso por lo general era usado para atender reservaciones. La fachada del negocio era muy vistosa, tenía mamparas en toda la vista principal. Desde afuera se podía ver el bar y el espacio del horno. Desde fuera también se podía apreciar las mesas del segundo piso y el espacio de juegos provisto para niños.

— ¿El próximo domingo te parece bien?

— Ya. Perfecto ¿A qué hora sales del trabajo ese día?

— A las ocho de la noche.

— Listo. Te recojo para ir a mi casa entonces, porque yo salgo a las seis de la tarde.

— Ah ya. Bueno está bien.

— ¿Vamos a estudiar toda la noche no?

— Supongo que sí.

— Entonces le diré a mis padres que ese día te quedarás a dormir ¿Te parece bien o prefieres regresar a tu casa?

— Teniendo en cuenta que terminaremos tarde, mejor me quedo en la tuya.

— Ya. Así quedamos entonces.

— Ah… una pregunta ¿Puedo ducharme en tu casa? Es que tengo la costumbre de hacerlo después de trabajar.

— Claro, entonces traes tus cosas.

— Vale.

Algunos amigos del trabajo escucharon esa conversación con Camila, por lo que después de dos semanas me preguntaron si había pasado algo más. Nunca les respondí nada. Me parecía divertido que se imaginen cosas.

Al llegar el día de clases con Camila, ella fue a recogerme tal y como dijo que lo haría. Fuimos caminando hasta su casa, pues quedaba a seis cuadras del restaurante. Llegamos, y su mamá nos estaba esperando. Camila nos presentó. Entramos y cenamos. Después me propuse a tomar una ducha pero mi amiga se me adelantó. Tuve que esperar un buen rato hasta poder tomar mi turno. Me llevé una grata sorpresa cuando la vi salir en toalla de la ducha. Fue algo inesperado. Empecé a cuestionar el nivel de confianza que me tenía, como para dejarme verla en toalla mientras ella salía de la ducha.

Mientras Camila permanecía en su habitación poniéndose algo de ropa, yo aproveché para husmear las fotos que tenía en su sala. Había imágenes de su familia y también de ella cuando era niña y tenía el cabello ondulado. Pero por su trabajo de modelo se lo había puesto totalmente liso. Sigo pensando que le quedaba mejor el cabello ondulado porque se le veía más tierna y hermosa. Al poco tiempo ella se apareció y me atrapó cogiendo una foto donde salía ella con el pelo natural.

— ¿Qué haces? — me preguntó como si no fuera obvio lo que estaba haciendo.

— Veía tus fotos y llegué a la conclusión de que el cabello ondulado te queda mucho mejor.

— Sí… mi mamá me dice lo mismo — expresó con exasperación, como si estuviera cansada de escuchar la misma opinión.

— Oye ¿Y tu papá no está en casa?

— Si está, pero ya está dormido.

— Ah ya veo…

— Jose ¿Quieres probar mi batido de Cocoa? — preguntó con entusiasmo.

— Claro.

— De acuerdo. Espera aquí.

Camila entro a la cocina, empezó a licuar algunas cosas. Luego me trajo un vaso de lo que había licuado. Aquello tenía el aspecto de ser una chocolatada. Cuando lo probé, me quedé pensando en qué intenciones tendría mi amiga para hacerme probar dicho batido. Me quedé inmóvil casi por un minuto. En mi silencio le pedí consejo a Dios, sobre qué es lo que debería de decirle a Cadillo. Creo que en algunas ocasiones el silencio es el mejor mensaje.

— ¿Está feo? — preguntó Camila y yo le respondí con una sonrisa — ¿Es enserio? — volvió a preguntar y esta vez yo me puse a ver el techo.

Luego ella me quitó el vaso pues quería probar por si misma que tal le había quedado el batido.

Después de tomarse su propia creación hizo una mueca de decepción y luego añadió:

— Está bien, está bien, no tienes que tomártelo por obligación.

Tal situación me resultó tan graciosa. Deseaba reír pero pensé que hacerlo haría que Camila no se sintiese en confianza conmigo, así que preferí iniciar con la clase por la cual me había traído a su casa.

Usamos la mesa del comedor como mesa de estudio.

Ella se había esforzado en repasar el tema por lo que se me hizo fácil darle una que otra acotación. Al promediar la una de la madrugada, nos sentíamos exhaustos. Mi amiga sugirió que era la hora de dormir.

Ella entró a su habitación y luego volvió a la sala con una manta y una almohada, mientras yo ya me estaba acomodando en su sofá.

— Toma Jose ¿Estarás bien con esto o te traigo otra manta? — preguntó Camila.

— No te preocupes, con esto será suficiente — respondí y me recosté sobre el sofá que esa noche me serviría de cama.

Al día siguiente Camila me dio los buenos días a punta de almohadazos.

— Despiértate dormilón que el desayuno se enfría — me ordenaba mientras me golpeaba alternativamente con la almohada.

— Ya está bien. No tienes que usar la violencia.

— Bueno ven a la mesa — ella se volvió de espaldas con dirección a la mesa de la sala y ocupó uno de los cuatro asientos disponibles.

Desayunamos junto a su madre. Su padre ya había salido a trabajar.

Mientras Camila comía presurosa, su madre me comentaba lo buena que era su hija cocinando. Camila sugirió que la próxima vez que estudiásemos fuera en la tarde, aproximadamente a la hora del almuerzo. Así pactamos un encuentro para el siguiente lunes a la una de la tarde.

La semana pasó muy rápido y yo tenía mucha curiosidad por saber qué era lo que mi amiga cocinaría. Teniendo en cuenta el batido que hizo, tenía esperanzas que se reivindicaría esa vez. Cuando llegué a casa de Camila, me recibió su mamá, y me comentó que ella había salido a comprar algo que le faltaba para terminar con su “creación”.

Entré a la casa y la esperé en el sofá.

Al poco rato ella llegó con una gran sonrisa.

— Josoco — saludó alegremente.

A veces solía llamarme de esa manera porque era una forma abreviada de decir “Jose loco”. Aún no sé porque insinuaba que yo estaba loco. No obstante me acostumbré a ese apodo.

— Hola Cami.

Por mi parte empecé a abreviar los nombres, para ahorrar esfuerzos en pronunciar las palabras. Dicha costumbre la copié de mi mejor amiga de la primaria.

— ¿Tienes hambre?

— ¿Tú cocinaste no? — pregunté sarcásticamente a lo que ella repuso.

— Pues no importa el sabor que tenga, te vas a tener que comer todo lo que cociné.

— Bueno… estoy preparado para morir.

Después de eso ella se acercó y me abrazó.

— Gracias por venir — dijo ella muy tiernamente.

Camila, con ayuda de su madre, puso la mesa. Luego nos dispusimos a comer. Todo estuvo comestible y delicioso, gracias a Dios. Después de ello la madre de Camila salió a la calle. Su padre estaba trabajando así que no llegaría a casa hasta el atardecer. Enseguida Cadillo sugirió que era momento de empezar a estudiar. Improvisamos y decidimos utilizar nuevamente la mesa de la sala como mesa de estudio. Luego de casi una hora nos detuvimos a descansar. Nos recostamos sobre el sofá y conversamos amenamente sobre nuestras vidas hasta que Camila empezó a hablar de su ex novio.

— Todos los fines de semana se la pasaba con sus amigos. Apenas nos veíamos entre semana — se quejaba.

— ¿Y tú no le reclamabas?

—Si pero solía decir que tenía que respetar su espacio y en fin. Llegué a sospechar que se veía con otra.

— Qué asunto más complicado.

De pronto ella me tomó del brazo.

— Ayúdame a olvidarlo — cuando Camila dijo eso intenté pensar que fue mi imaginación e hice como si no hubiera escuchado nada, pero ella se dio cuenta de lo que yo estaba tramando y agregó — enserio ayúdame.

En ese momento me percaté que no le había comentado a Camila sobre Sara. Como todos los fines de semana yo me la pasaba trabajando, seguramente ella habría asumido que no tenía novia. Entonces pensé en comentárselo.

— ¿Pero cómo podría ayudarte? Yo no puedo entrar en tu mente y borrar tus recuerdos.

— Pero puedes intentar hacer de psicólogo, escucharme y aconsejarme. Conviértete en mi psico-loco.

“Psico-loco” era el argot que Camila solía usar para referirse a los psicólogos, dando a entender que ellos curan a los locos, al menos eso creía.

— Buen punto, pero voy a consultarlo con mi novia.

— Ah mira tú. Tenías novia y lo mantenías bien guardado.

Dicho eso, Camila extendió los brazos sobre sus rodillas.

— Pues sí. Me emocioné mucho con la idea de darte clases, y se me pasó mencionarlo.

— ¿Y cómo es ella? Cuéntame.

— Ah… verás. Ella es muy linda, tierna, celosa, algo posesiva. Tiene mucha iniciativa y es muy maternal.

— ¡Qué linda! La quieres mucho ¿Verdad?

— Desde luego que sí. Aunque últimamente nos hemos distanciado porque nuestros horarios de la universidad y su instituto se cruzan. Y los fines de semana estoy trabajando — fingí suspirar — en fin. Tenemos muy poco tiempo para estar juntos — lamenté.

Luego ella me dedicó una sonrisa y apoyó su mano izquierda sobre mi hombro.

— Bueno continuemos con la clase — suspiró con entusiasmo mientras golpeaba su rodilla derecha con la palma de su mano.

Camila era muy buena alumna. Ella aprendía rápido. Yo solo le daba clases de reforzamiento. Los resultados fueron satisfactorios, porque luego ella me contaría lo bien que le iba en los exámenes de dicho curso. Al final del semestre, le daría una última clase para su examen final, y comprendí que ya no volvería a verla, pues dejaría el trabajo y ya no le daría clases. Cuando le comenté a Camila sobre eso, ella me dijo:

— Pero somos amigos ¿No? podemos seguir viéndonos.

— Si supongo que sí — asentí sin entusiasmo.

— Aparte que vivimos relativamente cerca.

Camila vivía a seis cuadras de dónde se ubicaba mi trabajo y yo vivía a unas dieciséis cuadras en dirección contraria, al noroeste, a la casa de ella. Podría visitarla en cualquier momento, pero nunca lo hice.

— Tienes razón — asentí.

— Aparte que eres mi amigo especial.

En el momento en que ella dijo eso, recordé que Sara una vez me dijo lo mismo. Aquello fue antes de empezar la relación, por lo que dicha frase me condujo a cierto grado de confusión. Entonces empecé a cuestionarme el tipo de ayuda que Camila me estaba solicitando.

Días después, si mal no recuerdo, a mediados de Junio, fui a casa de mi novia. A su madre se le había ocurrido preparar la cena y deseaba contar con mi presencia. Mientras Antonia terminaba de poner la mesa, yo y mi novia aprovechábamos la distracción de su madre para sostener un rápido encuentro íntimo en el baño de la casa. Al terminar el acto, recordé el asunto de Camila y se lo conté todo a Sara. Ella se exasperó:

— No quiero que vuelvas a ver a esa puta — bramó en un tono amenazante que nunca antes le había escuchado.

— Está bien — asentí sin quejarme.

A veces Sara solía intimidarme.

Salimos del cuarto de baño con dirección al comedor de la casa.

Yo pretendía mantener las cosas bien con mi novia, pero me lamentaba a la vez. La amistad de Camila me podría haber sido muy lucrativa. Si bien les comenté que la conocí en el trabajo del restaurante, ella tenía otras actividades interesantes. Se dedicaba al modelaje, no solo para ropa de baño. Creo recordar que mencionó a una agencia publicitaria interesada en tomarle algunas fotos para no sé qué. Ella tenía un cuerpo sumamente deseable. Tal vez sus medidas estaban muy cerca de la perfección. Ella me había comentado que iba muy seguido al gimnasio, incluso en una de las clases que le di, me percaté que usaba una faja. Cuando le consulté del porqué usaba dicha prenda, ella me respondió que era para reducir medidas. Después de saber lo del modelaje le propuse que yo podría ser su “representante” y ella aceptó feliz. Pero Sara era muy celosa, y como tenía mis contraseñas de todas las redes sociales, entró a cada una de ellas y eliminó a Camila de mi lista de contactos. Lamenté dicho acto pues ya tenía pensado muchos proyectos para la carrera de modelo de mi amiga. Aún me pregunto a qué se refería exactamente al decirme que yo era su amigo especial, pero ya no podré saberlo. Después que mi amistad con ella terminase por razones ajenas a mí, me di cuenta que mi necesidad por comprender a las mujeres se había incrementado. Yo no buscaba una amistad femenina, sólo buscaba comprender su forma de pensar. Creía estúpidamente que eso me ayudaría a entender a Estefanía. Quizás me hubiera ahorrado tiempo preguntarle directamente a ella, pero quería descubrirlo por mi propia cuenta.

Nunca llegué a tener mi última clase con Camila.

El tercer semestre se desarrollaba relativamente más fácil que el anterior. Quizás tuve suerte o una mejora en mi estrategia, pues de los errores uno aprende y aprendí mucho sobre qué temas descartar para un examen y qué tipo de preguntas podrían venir. Además que en el centro federado de mi facultad había una colección de exámenes pasados separados por asignaturas y organizados por año. Tal vez fue algo torpe de mi parte pero recién a partir del tercer semestre empecé a estudiar guiándome de exámenes pasados, y eso es algo que debí haber hecho desde el primer ciclo. Aunque el curso de Matemáticas se me complicaría para los exámenes intermedios.

A finales de Junio, también le comenté a Denise sobre los acontecimientos con Camila. Cuando se enteró de que yo le daba clases de Costos y presupuestos, me preguntó qué tan bueno era en Estadística. Le expliqué que la Estadística era una materia esencial en mi carrera y entonces me pidió ayuda en dicho curso. Luego acordamos el día y la hora. Ella me consultó cuánto le costaría las clases, le respondí que yo era feliz si me daba de comer y entonces dijo:

— En mi casa hay mucha comida, y si no hay puedo cocinar lo que quieras.

— Vale. Espero que tengas buena sazón entonces.

Habíamos quedado en reunirnos un viernes en la noche. Creo que ya era la primera semana de Julio porque ya hacía demasiado frio.

Llegué a su casa. Denise me recibió en la puerta. Luego subimos hasta el tercer piso del edificio, hasta llegar a su sala. El primer piso era usado por su familia como parte de un negocio en el cual vendían plantas ornamentales. El segundo piso era ocupado por la familia del hermano de su padre. Sus padres no se encontraban, pero sí estaba su hermana menor, de nombre Aldana y de apenas diez años. Era prácticamente una versión miniatura de Denise. Luego me acomodé en el sofá y entonces mi amiga me pidió que esperase un poco mientras traía el almuerzo. Cuando Chang volvió me sugirió que ocupe uno de los asientos de la mesa ubicada en la sala. Mientras tanto su hermana veía la televisión con el volumen considerablemente bajo.

Aún recuerdo la primera vez que comí algo preparado por Denise. Puedo decir que era tan buena cocinando como lo era Sara.

Fetuccini en salsa a lo Alfredo, era la primera vez que lo probaba, y nunca olvidaré su buen sabor. Mi amiga me había dejado sorprendido. La comida estaba tan deliciosa que le pedí una porción extra para degustar de tan sabroso potaje.

Mientras comía junto a Denise ella recibió una llamada a su teléfono celular. Se levantó de la mesa con dirección a la ventana de la sala en busca de mejor cobertura. Yo aprovechaba para ver la televisión desde la mesa.

— Aló primito ¿Qué pasó? — Respondió ella — ah… eso. Pues no. Todavía no he consultado con nadie — continuaba la conversación — prometo que esta noche conseguiré a alguien — dijo ella antes de despedirse y colgó.

— ¿Todo bien? — pregunté mientras aún masticaba los fideos y podía sentir como la salsa osaba por resbalar bajo mi labio inferior.

— Sí todo bien. No te preocupes — respondió ella dirigiendo su mirada hacia a mí para luego volver a girar hacia la ventana.

— Perece que requieren tu asistencia ¿Te puedo ayudar en algo?

— Tal vez.

— Pues dime en qué — me puse de pie levantando los trastes pues ya había terminado de comer.

Me dirigía hacia la cocina con el plato en mano mientras Denise me seguía con la mirada. Ella parecía dudar si decirme o no lo que le había consultado. Se llevó la mano derecha al mentón como pensando en qué palabras elegir para transmitir su mensaje.

— Mi primo está buscando un integrante para su banda de rock.

— Interesante — hice una pausa antes de continuar — ¿Y qué géneros tocan?

— Exactamente no lo sé.

— ¿Y que están buscando exactamente?

— ¿Sabes tocar guitarra?

[1] Restaurante criollo dónde se prepara y vende al momento, anticuchos, que son hechos de pedazos de carne de corazón a la parrilla con especias.

El amante de un fantasma

Подняться наверх