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1. EFECTO SEPIA

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Diciembre del dos mil ocho.

Era la noche de graduación del colegio secundario Mayor Joaquín Capetto. La junta directiva de padres de familia había realizado las coordinaciones relevantes para que se pudiera disponer de las instalaciones del salón de baloncesto de la municipalidad de La Merced. Dicho local contaba con dos estrados y un palco vip. Debajo del palco se dispuso de una mesa para que la ceremonia fuera honrada con la presencia del director del colegio, el Licenciado en Educación Javier Orozco, y los padrinos de la promoción de alumnos que se graduaban esa noche, el Ingeniero Raúl Carranza y el Licenciado en literatura Fernando Aliaga, además del tutor encargado de la misma, el licenciado Mario Hoces. Las mesas de los familiares e invitados, estaban organizadas de un modo que cercaban la cancha de baloncesto por tres de sus lados más lejanos a la puerta de ingreso, y el centro quedaba libre para servir de pista de baile.

Eran ya casi las diez de la noche, cuando ya toda la ceremonia estaba por terminar. Mientras tanto se rendían las palabras de cada uno de los integrantes de la mesa de honor y además de un discurso del alumno destacado de la promoción, mi buen amigo y compañero Junior Laurel, nos representaría aquella noche. Algunos de mis amigos se habían dedicado olímpicamente a grabar con videocámara toda la ceremonia para tener un recuerdo de la noche de graduación de la escuela media. Otros visitaban las mesas contiguas para saludar a sus conocidos, a sabiendas que La Merced es una ciudad pequeña, era de esperarse que casi todos se conocieran entre todos. Yo era casi un infiltrado, apenas tenía cinco años viviendo en esa hermosa ciudad. Cinco años en los que me había dedicado a estudiar lo suficiente para tener buenas calificaciones y ser el digno engreído de mi madre. Casi la mayoría, entre amigos y amigas, habían decidido llevar a sus parejas sentimentales esa noche, sobre todo los hombres porque a decir verdad, los padres de mis compañeras eran realmente celosos, por lo que muchas de las chicas habían resuelto en mantener en secreto de sus padres, el hecho de que ya tenían un novio.

Esa noche, se había decidido que los integrantes de la promoción vistieran atuendos con tonos en color verde Nilo, para el pantalón en el caso de los hombres, y verde agua para la camisa. En lo que respecta a las mujeres, ellas tendrían que usar un vestido con el tono de verde a elección libre.

Además de mi madre y unos tíos paternos, mi novia me acompañaba esa noche. Mis amigos discutían por quien tenía el mejor peinado, y yo solo podía reír por lo ridículas que a veces se ponían nuestras conversaciones. En compañía de cinco de mis mejores amigos de la promoción, formamos un círculo de forma espontánea. Bailábamos mientras nos pasábamos el vaso lleno de vino, discutíamos quien tendría el peor futuro por venir o quién sería padre el próximo año. Aquellas conversaciones, eran nuestra forma de hacer que la noche tuviera el tono de sarcasmo necesario, para que no pareciera una reunión de niños.

Mi querida novia se había aparecido oportunamente abrazándome por detrás, mientras yo aún tenía el vaso de vino posado sobre mi labio inferior. Tal vez ella intuía que ya no podía beber más, o quizás solo había venido para informarme que mi madre y mis tíos ya se habían retirado. Sin embargo ellos decidieron dejar que me siga divirtiendo sin interrupciones. Esa sería mi última noche en La Merced antes de viajar a la capital, para inscribirme al centro preuniversitario de admisión a la universidad. Ya me había percatado que mi familia se estaba retirando, pues de vez en cuando miraba detrás de mis hombros hacia la mesa donde estaban ellos, para saludarles con la mirada y decirles entre líneas que todo estaba bien. Mi novia solo vino a confirmármelo en ese momento.

Luego de unos minutos me dio a entender que ya era hora de ir a descansar. Mis amigos al darse cuenta que yo pretendía despedirme de ellos, empezaron a dar pisoteadas exageradas sobre su mismo sitio, dando un mensaje coloquial de que yo era dominado por mi novia. “En fin muchachos, ya nos veremos algún día” fueron mis últimas palabras hacia ellos.

Salí del local junto con mi novia. Estábamos parados sobre la acera a la espera de un taxi. Cuando uno hizo caso a la señal de parada que hacía con la mano, lo abordé con ella y nos dirigimos hacia su casa. Mi novia y yo vivíamos cerca el uno del otro. El auto abandonó el centro de la ciudad por la Avenida Circunvalación hacia el noroeste. El silencio y la oscuridad eran los adornos del paisaje. Los arboles estáticos parecían querer moverse aquella noche de diciembre. El clima era ventoso, el cielo parecía querer llorar. Antes de llegar a la puerta principal del colegio Capetto el auto giró hacia la derecha y tomó ruta hacia el norte colina hacia arriba. La Merced es un valle, la superficie está llena de accidentes geográficos, mesetas pronunciadas y colinas. Resulta divertido y emocionante pues sería la ruta perfecta para los aficionados al ciclismo. El auto dio un último giro hacia la derecha, luego de un par de minutos llegamos al destino final de mi novia. Bajamos después de pagar por el servicio y decidimos sentarnos en la vereda fuera de su casa para sostener nuestra, quizás, última conversación del año, pues era el diecinueve de diciembre del dos mil ocho.

El sábado siguiente viajaría a la capital, para realizar los pagos y trámites convenientes y así matricularme a la academia preuniversitaria de la universidad, que había elegido para seguir la carrera de finanzas.

La tenía bajo mi brazo derecho, su cabello acariciaba mi mentón, su perfume de naranja era realmente adictivo. Conversamos sobre la ceremonia, discutimos quien de mis compañeras llevaba el mejor vestido e imitamos el discurso aburrido del director en son de burla, para que la noche se hiciera divertida para ambos.

— Entonces mañana viajas a la capital.

— Así es mi reina — le dije cariñosamente, casi como un susurro a su oído.

— Bueno José… — se puso de pie, se acomodó el vestido y me acarició el cabello mientras yo aún estaba sentado.

— Dime — alcé la mirada para verla deslumbrado.

La luz de la iluminación pública, creaba un efecto sepia sobre su vestido color vino, y el efecto se propagaba en el ambiente en general.

— Debemos terminar lo nuestro — se inclinó para darme un beso en la mejilla y se fue hacia la puerta de su casa.

— ¿Eh? — me puse de pie.

Veía su espalda sorprendido y el shock me había trabado la lengua.

— Es lo mejor — dijo mientras giraba la llave en la cerradura del portal de la escalera que la conduciría al segundo piso de su casa.

Yo aún estaba de pie, mirándola mientras ella desviaba su mirada hacia el interior de la construcción.

La noche siguiente yo abordaría el bus, tenía otro destino de todas formas. Por dentro sentía como todas mis emociones y sentimientos se desmoronaban, como si fueran un castillo de naipes, que acababa de recibir un pequeño y filoso soplido. La confusión y la ansiedad me habían provocado insomnio por casi una semana.

Aquél insomnio dolía, pero en mi corazón, sabía que nuestra historia de amor, aún podría sobrevivir.

El amante de un fantasma

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