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6. EL BAILE DEL ELEFANTE

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En La Merced, mi madre me había inculcado un pensamiento tradicionalista, pero ya en la capital descubrí lo fácil que me resultaba adaptarme al cambio, tal vez esa era la manera en la que inconscientemente trataba de asimilar lo del final de mi historia con Estefanía.

Al día siguiente desperté en mi cama. Sara ya se había ido, y yo tenía algo de resaca. Pero no había estado lo suficientemente ebrio como para no sentir cierto cargo de conciencia, ya que no me sentía enamorado de Sara. En mis ideales creía que ese tipo de cosas sólo deberían hacerse cuándo realmente amabas a la otra persona. Esos ideales solo me mantendrían confundido y sentí que ya era hora de adaptarse al clima de la capital, donde la gente no se complica la vida pensando en las consecuencias de sus actos y asume con madurez su propia estupidez.

Ese día estuve pensando mucho. Sabía que tendría que hablar con Sara. Asumía que ella aún recordaba lo que habíamos hecho. Presentía que nuestra relación ya no podía ser sólo de amigos. Era lógico que ya no podría tratarla como a una “hermanita”.

—Mejor la llamo mañana. Debo ordenar mis ideas. Debo pensar en cómo pedírselo.

Había llegado a la conclusión que tenía que pedirle a Sara que se convierta en mi novia. Ese día no tenía ganas de salir a ninguna parte, así que no me quedaba nada más que hablar conmigo mismo.

— Si. Sería lo mejor, porque quizás ella debe estar pensando en lo que pasó anoche. Tal vez piense que ya no podemos ser sólo amigos.

— Y tal vez me reproche mi estado de ebriedad para rechazarme.

— Aunque eso no tendría sentido.

Para sentir que me encontraba en una conversación normal, cada vez que cambiaba la ilación de lo que quería decir cambiaba el tono de mi voz y giraba la cara hacia la derecha para plantear una idea, y hacia la izquierda para continuarla o refutarla.

— Sí. Creo que mejor la llamo mañana.

— Si. Pero debemos decidir qué le dirás.

— Vale.

A la mañana siguiente la llamé y ella respondió de inmediato. Quedamos en vernos en el parque que estaba cerca a nuestras casas. Ella llegó puntual. Algo me decía que ya presentía lo que le iba a decir.

Nos acercamos a una banca hasta estar frente a frente.

— Hola Jose — saludó ella y nos acercamos el uno al otro para darnos una especie de abrazo, protocolo que suele realizarse cuando saludas a alguien cercano.

Ella se había arreglado como para una cita y eso me causó un buen presentimiento. En cierta oportunidad, mi mejor amiga de primaria, me había dado a entender que si una chica se arregla de sobremanera para ver a alguien, aunque no sea una cita, es porque tiene un interés en particular hacia la otra persona. Dicho consejo lo recibí cuando le conté a aquella amiga de secundaria, mi historia con Estefanía.

— Hola ¿Cómo estás? — hice un gesto con la mano invitándola a sentarse.

— Bien ¿Y tú? ¿Qué ha sido de tu vida? estuviste desaparecido ayer.

— Si. Es que… no estoy acostumbrado al alcohol y me quedé dormido todo el día.

— ¿Ya te sientes mejor?

Sonreí por dentro, debido a que su pregunta me hizo recordar lo que habíamos hecho hace dos noches. Tuve la intención de decirle que me sentiría mejor si repetimos lo de aquella noche. Lo pensé mejor y decidí concentrarme en lo que tenía que pedirle.

— Sí. Creo que ya estoy mejor.

Ella me miraba fijamente. Yo me sentía nervioso.

— ¿Y bien? ¿Qué querías decirme?

— Pues. Verás… quería pedirte que seas mi enamorada.

— ¿Y por qué? — su reacción fue tan fría que me produjo miedo a seguir hablando.

— Eh… bueno por lo que pasó anteanoche creo que deberíamos darnos la oportunidad… — y antes de que termine mi frase ella añadió.

— Es porque… ¿Quieres volverlo a hacer verdad?

— No lo digo por eso — en cierta parte Sara tenía razón, y le hubiera respondido que si pero sabía que no era lo apropiado, aunque me causaba gracia pensar en su reacción si le confirmaba sus sospechas — de verdad me gustas mucho y me siento bien contigo. Nos llevamos bien. Pasamos tiempo juntos, así que pensé que podríamos empezar una relación ¿A ti no te sucede lo mismo?

— Bueno… déjame pensarlo.

— ¿Y qué es lo que tienes que pensar?

— En si acepto tu propuesta o no.

— ¿No sientes lo mismo que yo por ti?

— Yo sí siento algo por ti. Pero siento que me lo pides porque te sientes responsable por lo que pasó esa noche en tu habitación.

En realidad no me sentía responsable. Me sentía a gusto. Pero entendía que Sara no buscaba tener una aventura conmigo. Sentía desde el fondo de mi corazón que ella se me había entregado porque me quería.

Había llegado a la conclusión que, dadas las circunstancias, teníamos que ser novios.

— No es sólo eso. Quizás eso influyó, pero no es sólo por eso.

— ¿Entonces?

— Lo que pasó entre nosotros me ayudó a comprender que quiero ser más que tu amigo — en cierto punto empecé a cuestionarme si mis palabras podrían convencerla. Medité en que debí haber elegido mejor mis palabras.

— Entonces intentémoslo — una sonrisa se dibujó en su rostro, nos abrazamos y sellamos nuestra relación con un beso.

A decir verdad esa fue la primera vez que le pedía a una chica que acepte ser mi enamorada. Creo que con Estefanía nunca existió esa pregunta. No estoy seguro de cuándo iniciamos la relación y mucho menos sé cuándo la terminamos.

Me sentía algo más tranquilo, la tensión que tenía con Sara había desaparecido. Iba a iniciar el año nuevo del dos mil diez con una nueva relación.

Desde aquél entonces mi tiempo compartido con Sara, fue aumentando.

Mi novia y yo solíamos salir a pasear todas las tardes de verano. Ella me llevó a conocer a su familia: a su madre Antonia, a su hermano mayor Carlos, a sus tíos maternos y paternos y sus abuelos maternos. De sus abuelos paternos, supe que el esposo ya había fallecido y la esposa, vivía en Ica, una provincia al sur de la capital. Inclusive me llevó a conocer la tumba de su padre, en el cementerio donde yacía. El padre de Sara era policía. Carlos Jiménez había fallecido cuando ella aún era una niña de ocho años, y eso era algo que mi novia y yo teníamos en común. La madre de Sara, Antonia de Jiménez, tenía muy buena impresión de mí, quizás por el hecho de ser estudiante de la universidad de Los Santos. En resumen, fui muy bien acogido por la familia de mi enamorada. Me sentí a gusto, me sentí adoptado por su familia.

Mi cumpleaños dieciocho se celebraba a finales de enero, por lo que Sara había decidido sorprenderme. Cocinó para mí y me pasé casi todo el día con ella, primero en su casa y luego caminando sin rumbo. Como David casi nunca estaba en casa., creo que sólo aparecía para dormir, nunca pude discernir si él aprobaba o no mi noviazgo con su hermana. Había cumplido la mayoría de edad y no sentía nada en especial, pero estaba con ella y me la estaba pasando bien. Antes de acabar el día fuimos a mi habitación y mi novia se las ingenió para engreírme de la forma en la que jamás se me hubiera ocurrido pedirle.

Hizo muchas cosas que me dan vergüenza recordarlas.

Durante las vacaciones de verano, antes de iniciar el tercer semestre de clases, me vi en la necesidad de buscar trabajo, para poder recuperar el dinero que perdí en aquél asalto y también para tener con qué reponer mi teléfono celular.

Recuerdo que conseguí un trabajo como ayudante de cocina en un restaurante de comida rápida, que por las noches funcionaba como bar. Me hice amigo del administrador, debido a que era egresado de la universidad a la cual yo estaba asistiendo.

Solía trabajar medio tiempo los fines de semana, ya que eran los días en los que más personas concurrían al restaurante. A veces me quedaba un poco más de mi turno porque la demanda lo requería. Yo me quedaba a gusto, pues me llevaba bien con mis compañeros de trabajo, aparte que también podía comer y beber a gusto. Incluso a veces me dejaban llevar comida a casa. Eso me servía para ahorrar.

En cierta ocasión el barman no fue a trabajar por problemas de salud; y el administrador, cuyo nombre era Marcos Gonzales, tuvo que hacerse cargo del bar. Esa noche hubo poca gente, por lo que Marcos me propuso enseñarme a preparar algunos tragos para que él pudiera hacerse cargo del cierre de cuentas del día. Yo acepté y desde entonces pasé de ayudante de cocina a barman, debido a que el barman no tenía fecha de retorno debido a la enfermedad que lo aquejaba. Fue una experiencia gratificante en realidad, y no era por que pretendía convertirme en un alcohólico pagado. Asumí que siempre es bueno aprender algo fácil con lo que puedas conseguir trabajos eventuales.

Debido a mi nuevo puesto de barman, mi horario se prolongó hasta muy altas horas de la noche. En mis fines de semana me la pasaba trabajando en vez de estar con Sara. Tal situación fue afectando nuestra relación poco a poco. Cada vez nos veíamos menos, y apenas hablábamos por internet a través de una de tantas redes sociales que existen hoy en día.

En el trabajo como barman, conocí a una chica llamada Camila Cadillo, una esbelta mujer de mediana estatura, cabello castaño y liso, cuyas medidas del cuerpo podrían causar envidia en cualquier mujer. Sin duda Cadillo era una mujer sumamente deseable. Ella trabajaba como mesera en el restaurante-bar; nos hicimos amigos rápidamente. Además de ello, mi nueva amiga tenía un trabajo eventual como modelo de trajes de baño. Camila era estudiante de finanzas de la Universidad del Puerto Pesquero. Le comenté que yo estudiaba en la Universidad de los Santos. Entonces ella no dudó en preguntarme si yo estaría dispuesto en ayudarle para cualquier curso que se le complicase. Definitivamente no pude negarme.

Ya habían pasado alrededor de dos meses. Mis clases ya empezaban la próxima semana. Con el dinero que estuve ganando en el trabajo pude recuperar algo de estabilidad económica, y también me compré un nuevo equipo celular. Ansiaba volver a clases, y eso me resultaba extraño.

Algunos domingos por la mañana me reunía con mis nuevos amigos del trabajo para jugar al futbol. Siempre apostábamos a ganar. Muchas veces perdíamos. La mayoría de veces perdíamos a decir verdad. Pero lo importante era ganar experiencia.

La semana pasó volando. Me había matriculado en algunos cursos en común con Alma. Aquél ciclo llevaría los cursos de: Investigación de mercados, Macroeconomía básica, Microeconomía básica, Matemática financiera y actuarial, Estadística II y Matemática III.

El primer día de clases, del tercer semestre, tuvimos nuestra primera sesión de investigación de mercados. El curso tenía un título interesante y el profesor tenía fama de aprobar a todos sus alumnos. Las aulas de clase de la facultad, tenían un diseño estándar en cada una de sus espacios: Una pizarra acrílica en la pared principal, un proyector que colgaba del techo desde la parte central y que apuntaba hacia la pizarra, los asientos estaban provistos para ser ocupados por dos alumnos por cada mesa y en las encimeras de las ventanas que daban hacia las afueras del edificio, se había provisto de equipo para brindar calefacción y aire acondicionado. Debido a la fama benevolente del profesor asumí su curso serviría para aprovechar en socializar con nuevos camaradas. Sin embargo casi nunca me daba el tiempo para hacer nuevos amigos. En realidad prefería dormir en clases que conversar. En dicha materia coincidí con algunos amigos con los cuales inicié la carrera, uno de ellos era Daniel Mondragón, quién se convertiría uno de mis amigos más cercanos.

La clase empezó tarde, pues el profesor fue demasiado impuntual. Eran casi cerca de las nueve de la noche, solo quedaba una hora y el profesor inició la clase proyectando un video de la historia de dos de las bebidas gaseosas más famosas del mundo. El video fue muy interesante. Descubrimos que antes una de esas bebidas usaba como ingrediente, nada más y nada menos que cocaína, “es una lástima que ya no usen ese ingrediente” fue lo que pensé mientras veía el video.

Una de esas bebidas es muy conocida también porque se dice que es muy buena como insumo para limpiar desagües.

También se proyectó un video de la propaganda de un jabón de tocador, que tenía versión para hombre y mujer. En el video se mostraba a una joven pareja turnándose para tomar una ducha, y obviamente se enfatizaba el uso de dicho jabón. Aunque por más que me esfuerzo, no recuerdo el nombre del producto pues estuve más enfocado en el desarrollo del spot publicitario.

Al término de la clase me disponía a regresar a casa por la ruta de siempre, y nos fuimos en grupo: Daniel, Alma, una amiga de ella y yo. Durante el trayecto me quedé pensando en el último video que vi en clase. Realmente me pareció gracioso, pues casi al final de la cinta, mientras la novia se iba arreglando para salir, aparecía el presunto novio que salía de la ducha después de haberse bañado.

Aparentemente ambos se preparaban para salir.

Él se queda mirando fijamente a su novia, quién se encontraba maquillándose y este le realiza una especie de baile. El sujeto aparece frente a cámaras de espalda, se logra ver que estaba frente a su novia. Él se quita la toalla, y empieza a menearse como lo hacen los perros después que los bañas. La novia parece percatarse de lo que hace su pareja y temporalmente deja de hacer lo que la tenía con las manos ocupadas. Ella dirige la mirada hacia su compañero según la percepción que permite ver el video. Durante el baile que realizaba el sujeto, en el video se lograba ver el subtítulo de: “El baile del Elefante”.

El amante de un fantasma

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