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4. HOMBRES CARRO

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Un fin de semana, de mediados de mayo del dos mil nueve, retornaba de mis clases de la universidad. El otoño empezaba a soplar con frialdad. Me dirigía camino a mi dulce morada. Promediaban las tres de la tarde y decidí pasar por la loza donde regularmente solía jugar al futbol. Cuando de pronto vi a la chica del parque sentada donde siempre casi a la hora de siempre, y pensé que podría ser buena oportunidad para acercarme. Después de todo ya tenía una excusa para hablarle.

Me detuve a un metro y medio de ella. Aún recuerdo la imagen de fondo: la luz del sol estrellándose sobre sus cabellos, la sombra sobre el pasto prolongando su silueta, el viento otoñal agitando las hojas del libro que ella sostenía.

Hola.

Me dije a mi mismo, aunque creo que solo lo pensé, porque no hubo reacción por parte de ella. Intenté concentrar la mirada para ver el título del libro que ella leía. Cuando ella pasó a la siguiente página, pude leerlo: “Oliver Tw…” Era algo así, no recuerdo bien. “Aquí vamos” pensé.

— Hola ¿Qué tal?

Ella sin voltear la cabeza, desvió su mirada hacia mí. Fue algo tétrico, y todo estaba en silencio. Sentí como si ella hubiera detenido el tiempo al mirarme. Me pregunté si mi cabello se mantenía bien peinado, si mi camisa se veía limpia, si mi bragueta estaba cerrada. El silencio se prolongó mucho tiempo dentro de mí. Tuve tiempo de preguntarme muchas cosas. Tuve tiempo de recordar toda mi vida. Tuve tiempo de pensar en seguir caminando como si nada hubiera pasado.

— Hola — respondió ella con una voz suave y casi inaudible, como si fuera a romperse si hablase más fuerte.

El ostentoso viento del otoño se coló entre nosotros y sopló de forma sugerente bajo la falda de su largo vestido floreado. Ella además llevaba puesta una chaqueta azul.

— Eres hermana de David Jiménez ¿verdad? — le pregunté con una voz fuerte y segura, tal y cómo un hombre debe preguntar.

Inclusive después de preguntarle, mi voz hacía eco en mi mente. Sentí que si abría la boca, la pregunta saldría nuevamente impulsada por la inercia.

— Si… ¿Y tú estás buscando a mi hermano? Nunca te había visto antes por acá — frunció el ceño.

— Ah, debe ser porque recién me he mudado.

Después de eso giró su cabeza y busto con dirección a mí y posó su mano extendida, sobre la página en la que se había quedado.

— Bueno si buscas a mi hermano creo que lo podrás ubicar en el taller donde trabaja — puso mirada de decepción como si esperase que yo me sintiera decepcionado también — Sabes dónde es ¿cierto?

— Si. Si conozco. Gracias. — luego me cuestioné mentalmente “¿Y ahora qué le pregunto?” Y me dije: que sea lo que Dios quiera.

Después de un par de segundos, sabía que si no agregaba algo más ella continuaría con su lectura y yo tendría que seguir mi camino sin haber logrado mi objetivo.

— ¿Oye y no te molesta leer aquí? Quiero decir ¿Logras concentrarte con el ruido?— ella ya había vuelto la mirada en el libro pero después de oír eso esbozó una sonrisa y yo proseguí — bueno es que a decir verdad, desde que me he mudado por aquí, he notado que sueles leer en este lugar. Y a esta hora, o bien hace calor o ya empieza a correr mucho viento. Muchos niños vienen a pasar el rato por acá…y bueno, hacen ruido…

— ¿Me has estado espiando? — me preguntó.

Ella alzo la mirada y giró la cabeza hacia mí. Sus ojos apuntaban hacia mi cabeza, como todo un francotirador. Su manera de fulminarme con esos ojos enormes que tenía, parecían dar dos mensajes: “En este momento me explicas que es lo buscas” o “¿Te gusto?” Pero esas eran sólo suposiciones mías.

— Ah… ¡no! — respondí eso mientras me encogía de hombros y arqueaba los brazos, como simulando una balanza.

— ¿Ah no? — Torció el gesto y luego de murmurar se llevó la mano derecha sobre su mentón. Enseguida arqueó las cejas como si estuviera tomando posición para deducir. Su pregunta parecía ser la continuación de mi segunda suposición, y con los labios a medio abrir espetó — ¿Y entonces? — el movimiento de sus labios era petrificante.

— Eh… es que me llamó la atención que salieras a leer a estas horas. Hasta hace un par de semanas hacía demasiado calor y ahora ya hace algo de frio.

— Ah pues… ¿No te parece qué estoy muy blanca? — Me dedicó una sonrisa — Seguro que antes venía para tomar el sol y me haría bien un poco de colorcito ¿No crees?

Quise reírme pero tenía que ser fuerte y me fascinaba que tuviera tan buen humor. Entonces ella agregó.

— Me gusta leer afuera porque el aire es fresco. Me gusta la luz natural. Aunque ya estamos otoño pero el sol ilumina igual que antes.

— Viéndolo de esa manera, es una buena idea y… ¿Cómo te llamas?

Ella ya había regresado la mirada sobre el libro.

— ¿Por qué quieres saberlo? — lo preguntó tan secamente sin siquiera mirarme y quede petrificado.

— Eh… ¿Curiosidad? — y me encogí de hombros mientras me ponía de perfil hacia ella porqué sentí que era tiempo de huir o morir.

— Mi nombre es Sara ¿Y el tuyo?

Justo ya me había dado media vuelta y su voz me hizo girar nuevamente hacia ella. Pivoteé sobre mis talones y me presenté.

— Mi nombre es Jose — lo dije sin titubear.

— Jose… que raro ese nombre ¿Sin tilde? Jose como el personaje principal de la novela: “Mi problema con las…”

La interrumpí antes que acabase.

— Si. Exactamente igual a ese personaje — asentí y me acerqué un metro más a ella.

— Es una lástima que hayan cancelado esa serie ¿no crees?

— Si… la trama era buena, pero… creo que el público esperaba más acción erótica. Por eso no tuvo tanta acogida.

— Pues no te pareces al Jose de la novela — me pareció que se estaba burlando de mí, porque lo dijo mirándome de reojo y con una sonrisa, y creo que acudió a su buen corazón para no soltar una carcajada.

— Lo sé. Soy consciente de eso.

— ¿Y también tienes problemas de ese tipo?

— No. Aún soy demasiado joven cómo para haberme enredado en problemas como esos.

La conversación empezó a fluir de manera natural, al parecer teníamos gustos literarios muy diferenciados.

— ¿Y cómo es que conociste a mi hermano? — preguntó.

— Jugando al billar

— ¿Billar? — con una voz despectiva y arqueando las cejas, agregó — no encuentro interesante el billar, que bárbaro.

— Eh… pero si es un deporte muy hermoso. ¿Tú no practicas ningún deporte? — después de mi pregunta ella inclinó la cabeza con dirección al cielo, reposando un lado sobre su hombro derecho.

— No. Prefiero la lectura.

— ¿Y qué género te gusta más?

— Creo que la fantasía y el romance. ¿Y a ti?

— Podría decir que me gustan las novelas de detectives y de suspenso. Tengo muchas novelas de ese tipo.

En un momento me pregunté el cómo llegamos a tener una conversación fluida si apenas me había enterado de su nombre. Pensé que lo conveniente era optar por la retirada. Ya había avanzado bastante, y lo mejor era no develar tan pronto que mi verdadero interés era conocerla mejor.

Miré mi reloj de pulsera como el protocolo para despedirme.

— Vale Sara, ha sido un gusto hablar contigo. Creo otro día iré a buscar a tu hermano.

— ¿Deseas que le de algún recado?

— No te preocupes, no era algo de importancia — giré el cuerpo mientras levantaba la mano para realizar el ademán de despedirme.

— Bueno adiós Jose, que te vaya bien — dijo eso y retomó su lectura.

Después de dicho suceso me puse a pensar si realmente habría sido necesario mencionarle que yo era un amigo de su hermano. Quizás ella se lo comentaría a David, y él me preguntaría después para qué lo estaba buscando. Mientras regresaba a casa, proyectaba mi próximo encuentro con Sara. La próxima vez tendría que ser algo más natural. Tenía que descubrir que era lo que me llamaba la atención de ella. Sentí una especie de DejaVu al recordar su forma de expresarse.

Desde siempre he creído en la vida después de la muerte. En mis momentos de reflexión, me he planteado una absurda teoría en la que luego de muertos el alma se traslada hacia otro cuerpo, en este caso en el de un recién nacido. El alma renace en otro ser pero conservando las mismas ideas, forma de analizar situaciones y personalidad, el mismo intelecto en sí. Había creído que la muerte era la entrada a un universo paralelo. Por eso tenía el presentimiento de que a Sara la había conocido en otra vida.

Pero luego de morir y darme cuenta que aún sigo vagando por el ancho mundo donde soy un ente imperceptible, he descartado esa teoría. Tal vez la reencarnación exista para las buenas personas.

Los primeros exámenes parciales fueron programados sin pedir permiso a mi capacidad de entender las clases. Los primeros exámenes llegaban como verdugos de los sueños, no tenía tiempo para nada. Pese a que me esforcé estudiando, no logré obtener buenas calificaciones. No obstante tenía la seguridad que me iría bien en los exámenes intermedios. Estos exámenes de entrada eran solo un aviso, porque los que continuaron en el intermedio del semestre fueron peores.

Nadie corre tan rápido como el tiempo.

Apenas cierras los ojos para dormir un poco, luego despiertas y ya estás a mitad de Junio.

Ahora sí estaba preocupado, mi primer ciclo se esbozaba como todo un desastre. Menos mal que existen exámenes finales, donde uno se jugaba la vida, era el todo por el todo. Uno se veía obligado a volverse un zombi por la falta de sueño por quedarse estudiando hasta altas horas de la madrugada, o morir. Y morir no era una opción. Aunque para mi resulta gracioso decirlo, porque ya estoy muerto.

Recuerdo que después de comparar mis calificaciones de los exámenes anteriores, con la de mis amigos, decidimos que varios cerebros pensarían mejor que uno, y acordamos apoyarnos en los exámenes finales. No podía creer que ya habían transcurrido casi tres meses. Ya estábamos entrando al mes de Julio.

Era poco más de la una de la tarde, del primer miércoles de Julio. Salíamos de clases de Matemáticas. Tendríamos un tiempo para almorzar antes de regresar a la siguiente clase. Mientras conversaba en el pasillo de la facultad, con Rubén y Braulio, nos dividíamos los temas de estudio para maximizar el tiempo y la capacidad de entendimiento. En eso se nos acercó Manuel, y creo que era la primera vez que establecíamos comunicación con él, ya con el tiempo se volvería un excéntrico compañero nuestro de bebidas. La característica más vistosa de Manuel, era su siempre reluciente peinado al estilo Emo, su caminar penoso y su mirada de matón.

Estaba reunido con mis amigos muy cerca de la puerta del salón doscientos ocho.

— ¿Van a estudiar en grupo? — preguntó Manuel quien se asomaba lánguidamente, como si le costara tener que hablarnos y hasta ese momento me percaté que él podía articular palabras.

— Sí — confirmó Braulio, quién se emocionaba casi siempre por tener un cómplice más en cualquier tipo de empresa que planificáramos.

— Esa es la idea pero ¿Dónde vamos a estudiar? — preguntó Rubén mientras se cruzaba de brazos.

— Si les parece bien, podemos reunirnos en mi casa — comentó Manuel quién parecía recuperarse lentamente del trauma de los primeros y segundos exámenes parciales.

Antes de conocer a Manuel, solía estudiar en la biblioteca de la facultad, pero desde que Lévano ofreció su casa, dicho lugar se convirtió en nuestro cuartel.

A la mayoría de mi clase les fue mejor en los segundos exámenes parciales. A mí en lo particular no me fue tan bien, quizás porque estuve muy confiado. En vez de estudiar con ahínco, me dedicaba a buscar situaciones para hablar con Sara, con quien poco a poco me fui volviendo cercano en el sentido de la confianza.

— ¿Y dónde queda tu casa? — cuestionó Rubén

— En la avenida La Paz, en el distrito de María magdalena. Casi llegando a la playa. Si gustan podemos ir hacia allá después de clases.

— Ya. Quedamos en eso entonces — pactó Braulio mientras movía las manos como simulando el movimiento de las tijeras.

Yo contemplaba con desdén la escena que se desarrollaba. Casi nunca daba una opinión valiosa, quizás porque mi mente andaba en otra parte y tal vez por eso no me iba bien en los exámenes.

— Dicen que Giovanna ha aprobado nuevamente todos los exámenes ¿no? — comentó Braulio mientras cruzaba la mirada con cada uno de nosotros.

— ¡Ah! Si eso también lo escuché. De nuevo ha aprobado en todos los cursos, pero ¿Estudiando cualquiera no? — agregó Rubén y todos empezamos a reír.

Giovanna Castro, es de esas chicas que a primera impresión da la sensación de ser una muñeca de porcelana, pero te vas acercando poco a poco, y te sorprendes cuando empieza a moverse. Recuerdo que Alma me la presentó, en alguna clase, pues se habían hecho muy amigas.

Giovanna tenía una forma muy particular y provocativa de vestirse, hecho que le agregaba sensualidad a su destacado desenvolvimiento académico. Con el tiempo me fui dando cuenta que muchos de mis compañeros de clase se habían interesado en ella, de la forma en la que un hombre se interesa en una mujer, en cuerpo y alma quizás.

— Entonces así quedamos camaradas, hoy después de la última clase nos vamos a la casa de nuestro nuevo amigo Manuel — finalicé para que después no digan que no digo nada.

Con mis camaradas, Rubén y Braulio, nos reuniríamos en la casa de Manuel Lévano, para estudiar juntos. Alma prefería estudiar por su cuenta. En algún momento creí que se sentía intimidada al ser la única chica de nuestro grupo.

Aquél atardecer nos reunimos en casa de Lévano e intentamos estudiar y digo intentamos porque le dedicamos más tiempo al ocio que al estudio.

Nos entreteníamos escuchando música por YouTube o pensando en qué tomar o comer para no dormirnos. Después de todo si logramos estudiar, pero tenía el sinsabor que no era cómo me lo esperaba. Algo en mí reflexionaba sobre la posibilidad de que estudiando sólo hubiera aprendido más. Al final la estrategia de estudiar juntos no resultaba tan eficiente porque aún éramos muy inmaduros como para administrar el tiempo y áreas de lectura, pero poco a poco aprenderíamos a organizarnos mejor.

Así entonces nos preparamos para los exámenes finales. No sentía con convicción el aporte que debería haber generado el hecho de estudiar en grupo. Sin embargo tenía la sensación de que estos exámenes finales no los aplicaría sólo, los rendía con mis amigos. Éramos un solo puño en busca de la victoria. Compartir el fracaso no era una opción ni en pensamientos.

Después de nuestra primera reunión de estudio, acordamos repetir sesiones los lunes y miércoles. Disponíamos de tres semanas hasta antes del final.

Las semanas pasaron y ya estábamos sopesando el peso de la cruz de desaprobar varios cursos.

Por primera vez en mi vida se me cruzó por la mente la posibilidad de jalar una asignatura.

La semana de parciales finales, que coincidía con la penúltima semana del mes de Julio, nos mostraba la cara de preocupación que invadía los pasillos de la facultad. Mis amigos tenían la mirada perdida en el horizonte que se veía desde las ventanas del tercer piso del edificio. Parecía que ellos esperaban la muerte. Pese al miedo que sentía antes de llegar a la última tanda de exámenes, ahora que había llegado el momento me sentía tranquilo. Asumí que algún milagro tendría que pasar y que yo aprobaría todos los cursos sin problemas.

Era, sin duda, un iluso.

El invierno nos obligaba a vestir ropas abrigadoras, algunos buscaban consuelo en una taza de chocolate caliente, otros cruzaban los dedos. El viento era frio y eso me mantenía despierto. Estaba despierto en un sueño dónde aprobaba todos los cursos.

Extrañaba mucho a mi madre.

Me presenté a cada uno de los exámenes finales con mucha fe.

Pero no todo fue angustia durante mi primer semestre.

En estos casi dos meses, mi amistad con Sara había ido avanzando, aunque solo sentía curiosidad en saber más de ella. Habíamos compartido nuestros correos electrónicos y números móviles, por lo que muchas veces nos escribíamos al correo o nos enviábamos mensajes de texto, inclusive hablábamos por teléfono por largas horas.

Aunque había algo raro en la relación que habíamos formado, pues de un momento a otro ella empezó a llamarme hermano. Ella lo hacía de forma cariñosa.

El sábado veinticinco Julio, al promediar las siete de la noche, me había encontrado con Sara cerca de la panadería más concurrida del vecindario. Yo me sentía impaciente por saber los resultados de los exámenes finales. Tan solo me limitaba a escucharla con atención.

— ¡Hermanito! ¿Cómo estás? — preguntaba ella con mucha emoción

— Bien, bien, bien — respondí con entusiasmo.

— Adivina qué — expresó con alevosía.

— ¿Qué?

— Necesito tus consejos como hermano — lo dijo con tanta naturalidad que ya empezaba a creerme que yo era su hermano.

— ¿Sobre qué tema? — pregunté mientras seguía caminando hacia el negocio para poder comprar lo que sería mi cena, algo de pan con algo de jamón y queso.

— Es que hay un chico en el instituto que me ha invitado a salir. Saldremos en el auto de su padre y no sé qué debería decir, hacer o cómo comportarme ¿Tú qué piensas? — la pregunta de Sara me hizo pensar, pensar en la pregunta en sí, y pensar en qué responderle.

Mientras tanto ella entraba conmigo a la panadería.

— Pues sal y trata de divertirte — me acerqué a la zona de pago del local, especifiqué mi pedido, cancelé y me dieron un ticket de compra con el que reclamaría la orden.

Luego Sara hizo lo propio mientras me seguía hablando.

Después con el tiempo me daría cuenta que a las mujeres les daba igual conversar de cualquier cosa en cualquier tipo de situación o lugar. Yo en lo personal, no era capaz de hablar de casi ningún tema personal en lugares públicos. Prefería más hablar en un lugar íntimo para dejar fluir mis emociones.

— Gracias, ¿No te molestaría que salga con él verdad?

— En realidad no. Como tu hermano creo que sólo debo procurar que te sientas bien, y protegerte en el caso de que te sientas en peligro. Si requieres mi consejo procuraré ser lo más eficiente posible.

— Bueno, saldremos el viernes que viene, y el sábado te veo y te cuento como me fue ¿Te parece? — llegué a notar que Sara hacía las preguntas mirándome fijamente, lo que había empezado a intimidarme.

— Eso será a fin de mes…

— Ajá

— Vale. Esperaré con ansias ese día para que me cuentes todo con lujo de detalles.

— Entonces así quedamos. Por cierto. El domingo es mi cumpleaños y el sábado tendré una cena en casa. Estas invitado. Ni se te ocurra faltar.

Asentí con la cabeza y le dediqué un guiño.

Nos despacharon casi al mismo tiempo, salimos del negocio y nos despedimos.

Ella y yo volvimos sobre nuestros pasos para regresar a casa.

Mi amistad con Sara se había vuelto muy profunda. En los pocos meses que nos veíamos y hablábamos, nos habíamos contado muchas cosas sobre nuestras vidas hasta antes de conocernos. Llegamos al punto de develar secretos muy íntimos. Pasábamos muchas horas conversando, incluso algunas veces estudiábamos juntos. En muchas de esas ocasiones yo tomaba el papel de profesor de matemáticas y ella de profesora de inglés.

Ella era mi profesora particular.

La empecé a considerar parte de mi familia.

El tiempo transcurrió y nunca llegué a entender qué era lo que me resultaba tan familiar en ella, o qué era lo que había originado mi interés en conocerla. Después de unos meses, el tratar de averiguarlo ya no formaba parte de mis intereses. Ahora simplemente procuraba disfrutar de su compañía y su buen humor. Algo curioso es que por iniciativa de ella, habíamos acordado celebrar el doce de mayo como el día en el que nos habíamos conocido, para tenerlo como fecha de aniversario de nuestra amistad. Nunca antes había tenido ese tipo de compromiso con ningún amigo. Sara tenía ciertos detalles que la hacían especial y realmente me había acostumbrado a su presencia en poco tiempo.

Al llegar la noche, me puse a analizar las preguntas de Sara, y saber que saldría con un amigo de su instituto, me llevó a concluir que poco a poco pasaríamos menos tiempo compartido, pues, las hermanitas también “crecen” y forman otro tipo de alianzas con otro tipo de hombres. Hombres que pueden procurar hacerla feliz. Hombres que la pueden llevar a donde se les plazca. Hombres con carro.

El amante de un fantasma

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