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PREFACIO

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Quienes hayan leído más de un libro de Jo Walton sabrán que es una autora ecléctica, que cada una de sus historias es diferente y que al pasar la última página del libro, habrán disfrutado del viaje y, al mismo tiempo, habrán descubierto algo nuevo. Si algo caracteriza su obra es precisamente esa pasión por las ideas, por el conocimiento, por explorar un tema desde una perspectiva original y llevarlo hasta las últimas consecuencias. Buen ejemplo de ello, además de la que nos ocupa, son sus novelas Garras y Colmillos (La factoría de ideas, 2005), donde nos deleitó con una sociedad victoriana representada hasta el más mínimo detalle, pero protagonizada por dragones, y Entre Extraños (RBA, 2012), un nostálgico paseo por la ciencia ficción clásica conjugado con una atmósfera tenebrosa y una dura realidad.

Quizás esa pasión por el mundo de las ideas sea el motivo de que más de treinta años después de su primera lectura de la República de Platón (428-347), la obra siguiera orbitando a su alrededor. Según ella misma explica en su página web, La Ciudad Justa proviene de la primera idea que tuvo para escribir una novela, aunque luego tardó media vida en encontrar los elementos que darían sentido al libro.

Al fin y al cabo, el sueño de Platón, la polis en la que la humanidad accede a los bienes de la Justicia y del Equilibrio, es una de las grandes utopías de la cultura occidental, y su influencia llega hasta nuestros días.

El filósofo ateniense recoge en la República gran parte de su pensamiento, y propone una organización social cuyos valores deben ser el Bien, la Justicia y la Belleza.

Platón vivió una época de la historia griega muy agitada, durante su juventud sufrió la Guerra del Peloponeso, que culminó con la breve y sangrienta oligarquía de los Treinta Tiranos. Tras la muerte de Sócrates, su maestro, abandonó Atenas y viajó durante varios años visitando, entre otros lugares, Siracusa, donde trató de inculcar sus ideas de gobierno a Dionisio el Joven, aunque perdió rápidamente el favor del tirano y tuvo que regresar a Atenas. En la Carta VII (cuya autoría se atribuye a Platón, aunque existen dudas sobre su autenticidad) leemos: «Vi que el género humano no llegaría nunca a librarse del mal, si antes no alcanzaban el poder los verdaderos filósofos o si los regidores del estado no se convertían, por azar divino, en espíritus filosóficos».

La República es un diálogo en el que Sócrates narra sus encuentros con diversos personajes. Sócrates es, por tanto, un narrador que se dirige al lector. Por medio de este recurso Platón nos muestra al dios socrático, que prescribe los valores que nos permiten perfeccionar el alma por un lado, y por otro indagan acerca del mejor estado posible. Construye así un discurso que aquí es isegoría, es la palabra usada libremente, la pregunta que induce a la reflexión y al diálogo. Y, en el diálogo, en la comunicación, es donde aparecen los conceptos del Bien, la Justicia y la Belleza, que son conceptos inalterables y eternos pertenecientes al plano de las ideas.

Para Platón, las ideas son la causa de las cosas, la realidad suprema a cuya imagen está hecho el mundo, y esta forma de pensar supondrá un salto para la humanidad desde el modelo homérico regido por la divinidad.

Platón edifica, en el espacio verbal, la ciudad ideal, una ciudad ideal con un contenido virtuoso. Describe los valores que debe poseer la polis para hacer posible la isonomía (una justicia igual para todos), y defiende que la conducta del estado, así como la del individuo, deben estar regidas por la sabiduría, el valor, la prudencia (sofrosine) y la legalidad (dikaiosyne).

En la República el lector encontrará detallada la organización social al milímetro, la división por clases sociales, la educación necesaria para formar reyes filósofos, incluso el modo de preservar las mejores cualidades en las generaciones futuras. Fueron precisamente estos detalles los que encendieron la imaginación de la Jo Walton de quince años, cuando todavía estaba muy cerca de esos diez años en que según el filósofo los niños son como cascarones vacíos capaces de absorber todos los conocimientos. No es casual el momento vital en que nace la idea, la adolescencia es un tiempo de cambio en que los recuerdos de la niñez son aún vívidos, y sin embargo, nos asomamos a los abismos de incertidumbre que traerán los próximos años. Quizás por eso es el momento ideal para descubrir la filosofía, para hacerse las grandes preguntas y también para cuestionarlo todo.

En la primera versión del texto ya había viajes en el tiempo y ya aparecía Ficino, pero faltaban dos elementos para que la historia funcionara: dioses griegos que la echaran a andar y la aparición de Sócrates con su mirada incisiva.

Y si de dioses griegos se trata ¿quién mejor que Apolo para ser uno de los narradores de esta historia? El más humano de todos los dioses griegos, el primero en mostrar compasión hacia nosotros.

En Homero, los héroes están marcados por el destino, la fama y el esfuerzo, mientras los dioses observan, imperturbables, su quehacer.

En el Canto XXIV de la Ilíada*, cuando Aquiles arrastra a Héctor, después de muerto, el poeta dice: «Así ultrajaba en su furor a Héctor, de la casta de Zeus…»

La acción llega a la duodécima aurora, y Apolo indignado dice a los inmortales: «¡Dioses crueles y maléficos! [...] Aquiles ha perdido toda piedad y no tiene ningún respeto, don que a los hombres causa un gran daño o un gran beneficio…»

Asoman en la piedad que reclama Apolo algunos valores que, con el tiempo, transitarán por la semántica griega y constituirán la esencia de la polis ideal planteada por Platón: Díke (Justicia), Agathón (Bien), Areté (Virtud o Excelencia). Todas ellas llaman a lo colectivo, al comportamiento ético que subordina el egoísmo del individuo a los intereses de la comunidad.

Como tantas utopías, lo que tiene de ideal y perfecto la República como marco teórico, se diluye en las mil y un decisiones mundanas que conlleva y los incontables compromisos a los que hay que llegar para llevarla a cabo. La brillantez de Jo Walton reside en llevar esta idea hasta las últimas consecuencias, ponerla en práctica con precisión mecánica, y ver qué puede ocurrir, como buena discípula del filósofo. En La Ciudad Justa, en uno de los diálogos entre Sócrates y Maya, esta dice refiriéndose a Platón: «Creo que la encontró con frecuencia [la verdad] y, lo que es más importante, creo que nos invitó a todos a la búsqueda.»

De la misma manera, la autora nos hace partícipes de la búsqueda.

Rebeca Cardeñoso Viña

Editora

* Traducción, prólogo y notas de Emilio Crespo Güemes (2001). Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 2001.

La Ciudad Justa

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