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Suena el teléfono. Inesperadamente.

No el celular, que Clare contestaría (casi seguro) sin pensarlo, sino el otro, el de línea, el que suena rara vez.

Segundos para decidir. ¿Debería contestar?

No reconoce el número en el identificador. Calcula que debe ser una de esas llamadas grabadas.

Aun así, en esa lluviosa mañana de abril —por curiosidad, soledad o necedad—, contesta.

—¿Sí? ¿Quién habla?

Un sobresalto en la vida de Clare.

Porque el desconocido, alguien que se presenta como abogado de un estudio de Cardiff, Maine, la ha llamado a ella. Le informa que es la heredera de una persona de quien nunca ha oído hablar.

—Maude Donegal, de Cardiff, Maine. Su abuela.

—¿Perdón? ¿Quién?

—Maude Donegal… la madre de su padre. Falleció a la edad de ochenta y siete…

No entiende lo que escucha. Supone que debe tratarse de una broma, su primer instinto es soltar una carcajada.

—No tengo una abuela que se llame así. No conozco a nadie que se llame así. ¿Dijo que era Douglas?

—Donegal. —Una pausa, y la voz incorpórea al otro lado de la línea va al grano, como si fuera una voz en un sueño—. Donegal es su apellido de nacimiento. ¿No lo sabía?

—¡De nacimiento! Pero ¿de dónde dice que llama?

—Cardiff, Maine.

Clare nunca ha oído hablar de Cardiff, Maine. Está segura.

Ha pasado casi toda su vida en Minnesota; primero en St. Paul, luego en Minneapolis. Muy lejos de Maine.

En años recientes, Clare ha vivido en Chicago, Brooklyn, Filadelfia, Bryn Mawr (donde reside en la actualidad). Sigue estando bastante lejos de Maine.

—¿…alguna duda?

—N… no…

—Espero no haberla molestado, señorita Seidel.

¡Para nada! Solo acaba de hacer un agujero en la trama de mi vida.

Clare le da las gracias al abogado. Y la conversación llega a su fin. La noticia la dejó tan perturbada que olvidó preguntarle a Lucius Fischer en qué consiste la herencia de Maude Donegal; cuánto dinero, qué propiedades, lo que sea. Pero ahora le da vergüenza volver a llamarlo.

El abogado le pidió su dirección. Le enviará un documento por UPS que debe llegar al día siguiente, a la tarde.

Además, por solicitud de los parientes Donegal en Cardiff, incluirá sus números telefónicos en el documento. La familia ha expresado su deseo de que, si Clare visita Cardiff, se hospede con ellos.

¡Parientes! Pero si son desconocidos, y Clare no concibe hospedarse con desconocidos.

Clare valora su soledad, su privacidad. Su frialdad se confunde con timidez; su reticencia, con hermetismo. Por naturaleza no es una persona suspicaz, pero (sin duda) no es ingenua, así que se pregunta si aquellas «buenas noticias» repentinas son confiables.

Si es algún tipo de fraude, no tardará en salir a la luz: alguien le pedirá dinero.

Clare no está familiarizada con los testamentos, las herencias… los «tribunales sucesorios». Nunca en la vida ha sido la beneficiaria de alguien; ni siquiera se le había ocurrido que sus padres adoptivos fueran a (quizá, seguramente) mencionarla en sus respectivos testamentos, dado que es hija única y la heredera más probable…

Ante la sorpresa de la llamada, ni siquiera expresó pesar por la muerte de Maude Donegal. Teme haber olvidado el nombre… pero no, ya lo anotó: Maude Donegal.

Lucius Fischer debe pensar que es una desalmada incapaz de conmoverse por la muerte de una abuela.

¡Pero si no es mi… abuela! No tengo abuela.

Los abuelos (adoptivos) de Clare ya no están vivos. Y, cuando vivían, no figuraban mucho en su vida.

A Clare le resulta muy extraña esa sintaxis: ya no están vivos. Como si no estar vivo fuera algo que los abuelos estuvieran haciendo en el presente.

Clare llegó a envidiar que sus compañeros de clase pudieran mencionar de forma casual a sus abuelos. Como si los dieran por sentados: Abue, Abu. ¿Qué significaban esas expresiones de afecto? Tanto los padres de su madre como los de su padre eran muy mayores cuando la adoptaron, y al parecer nunca se encariñaron mucho con su nieta.

Clare casi no los recordaba. Meros desconocidos que miraban a la niñita adoptada y callada desde el otro lado de un abismo.

(Oh, ¿Clare había sido callada? Claro que no. Al menos no la mayor parte del tiempo. Apenas si recuerda… algo…).

(Una especie de red, o de tela, sobre la boca. Hilos pegajosos sobre los labios, enredados en las pestañas. Inhalar entre sollozos temblorosos; la telaraña que se mete horriblemente en las fosas nasales).

Clare casi no recuerda nada. Es un hecho.

Era demasiado pequeña entonces como para darse cuenta de que, si sus padres hubieran podido tener hijos, probablemente —o más bien, seguramente— no la habrían adoptado. El amor que le profesaban, el interés intenso que les despertaba, jamás habría existido si hubieran tenido hijos propios.

En la clase de biología de la escuela secundaria, Clare aprendió que el ADN es todo. Los individuos cuidan a los suyos, a los descendientes que llevan su ADN. Los machos de muchas especies son propensos a destruir a las crías de otros machos para reproducirse con la madre y así replicar su propio ADN. La madre desesperada puede intentar ocultar a sus pequeños del macho depredador, pero, cuando empieza su celo, se siente compelida a aparearse con el macho empeñado en asesinar a sus bebés y engendrar descendientes propios.

Compelida a aparearse. ¿Por qué?

Quizá los padres de sus padres no se habían encariñado con la nieta (adoptada) por ese motivo. Clare no era de los suyos.

Pero qué antinatural, entonces, que los padres biológicos desecharan a sus crías…

Ese es el misterio. Clare ha preferido no pensar en ello.

Y ahora que ha cumplido treinta, se siente demasiado vieja —es decir, no demasiado joven, no tan ingenua y esperanzada— como para prestarle atención a sus padres biológicos; su ascendencia.

¿Por qué arriesgarse a que la lastimen (de nuevo)? De hecho, nunca ha reconocido del todo que está herida.

Busca el poblado de Cardiff, Maine, en un libro de mapas. Muy cerca del océano Atlántico. La cercanía de los poblados de Belfast y Fife indica que esta parte (este) de Maine en algún momento fue un asentamiento escocés. Clare se pregunta si sus ancestros (paternos) eran de ascendencia escocesa o irlandesa. Hasta ese día en la mañana, nunca había pensado mucho en su ascendencia.

(No obstante, siempre ha sentido una atracción innegable hacia la historia celta… el arte, la música. Cuando por casualidad escuchó una balada irlandesa en NPR mientras conducía de camino a algún lugar, la invadió una sensación de pérdida, de anhelo tan profunda que casi tuvo que detenerse en la autopista… Y, si detecta un acento escocés o irlandés, sin importar qué tan sutil sea, de inmediato queda fascinada).

Pero ¿por qué habrían de importar los orígenes? Cualquiera que sea adoptado sabe que lo único que importa es el aquí y el ahora.

Clare se da cuenta de que Cardiff no es una de las ciudades más grandes de Maine. Tiene apenas diecinueve mil habitantes. Está a veintisiete kilómetros al norte de Eddington, en una costa que se ve dentada, como un cuchillo.

Qué raro suponer que podría ser oriunda de ahí… de un puntito en el mapa.

Pero bueno, todos tenemos que ser oriundos de algún lugar.

Clare se reprende; no debe albergar esperanzas. No debe ceder a sus expectativas. La esperanza es esa cosa con plumas, advertía la poeta. Vulnerable, y por lo tanto fácil de lastimar.

Nunca ha deseado creer en el determinismo genético… el «destino». Es una persona culta, hija de educadores profesionales, sabe que, en esencia, lo que configura el ser es el entorno.

Los lugares, la gente. La calidad de vida, la educación. El aire que respiramos… ¿está limpio o contaminado? Lo que de verdad importa es el entorno inmediato que nos rodea.

En ese aspecto, Clare ha sido afortunada. La convención dice que los niños adoptados son afortunados. Se los saca de la oscuridad, se los elige, lo que significa que se los aprecia. Ha recibido una buena educación y nunca ha pasado hambre ni ha temido por su vida. (¿O sí? Al menos no que ella recuerde). Ahora alquila un departamento bastante agradable, de una habitación, al que puede llegar caminando desde el hermoso edificio cubierto de hiedra del prestigioso Instituto de Investigaciones en Humanidades de Bryn Mawr, donde realiza su investigación posdoctoral sobre fotografía del siglo xix.

Su trabajo, que requiere visitar los extraordinarios archivos de fotografía del Museo de Arte de Filadelfia, es por completo autodirigido. El Instituto tiene la política de permitirles a sus investigadores trabajar en soledad y en privado durante años, sin que tengan que rendirle cuentas a nadie.

A Clare la desconcierta pensar que podría morirse y el Instituto tardaría meses en enterarse. Vivir tan libre de todo escrutinio es emocionante, pero también un poco perturbador. Una podría morir de soledad, ha pensado Clare.

Hoy está demasiado inquieta para trabajar. Demasiado distraída para mirar diapositivas en la espaciosa sala de lectura del archivo del museo mientras redacta notas al pie en su laptop. En cambio, se pasa horas en casa navegando en internet, averiguando todo lo posible sobre Maine al este, la costa rocosa del Atlántico. Y sobre la historia del asentamiento de Cardiff en el siglo xviii.

Hay algunos artistas distinguidos (todos hombres) vinculados con Maine: Winslow Homer, Rockwell Kent, George Bellows, Frederic Church… Seguramente hay mujeres artistas talentosas cuya obra ha sido ignorada o infravalorada.

Las artistas mujeres rara vez sobreviven a su generación, sin importar cuán talentosas u originales sean. No importa cuántos premios hayan recibido ni con qué artistas hombres se hayan relacionado. Apenas mueren, su arte empieza a desvanecerse y perecer. Clare ha razonado esta injusticia y está decidida a ayudar a combatirla.

En Maine emprenderá un nuevo proyecto. Quizá.

Heredera. Testamento. Abuela… Donegal. La voz de barítono del abogado de Cardiff resuena de forma seductora en los oídos de Clare.

Desearía poder compartir las buenas nuevas con alguien. Pero en Bryn Mawr no tiene amistades ideales. Siempre ha tenido la cautela de no ser demasiado franca con la gente, ni siquiera con sus amantes. Mucho menos con sus amantes.

La intimidad con alguien nos incita a revelar… demasiado. Al desvestirnos nos volvemos vulnerables. Una vez que el secreto se comparte, no hay vuelta atrás.

Además: Clare no le ha contado a nadie que es adoptada. Es su mayor secreto. Así que ahora tampoco puede compartir la felicidad que le da ser heredera.

Es la prueba de que a alguien le importó. A una abuela.

Pero ¿por qué esperó tanto… esta abuela… para salir a la luz, Clare?

¿Qué hay de tus padres (biológicos)? ¿Viven? ¿Intentarás contactarlos?

Clare no quiere escuchar esas preguntas. Ni tiene idea de cómo contestarlas.

Intenta concentrarse en la pantalla. Revisa un sitio web dedicado a Winslow Homer en Maine. La distraen demasiado los pensamientos intrusivos aleatorios…

En uno o dos días podrías conocerlos… o lo que sea que te esté esperando en Cardiff.

Clare intenta no pensar en ellos: la madre, el padre. Ni siquiera de niña se lo permitió. Dio por sentado que ninguno de los dos seguía con vida, si no ¿por qué alguien le entregaría su hija de dos años y nueve meses a unos desconocidos?

Nadie haría algo así por elección. Es posible que una chica soltera renuncie a su bebé si está desesperada, pero la cosa es bien distinta si se trata de un niño de cierta edad.

Sí, pero quizá te vendieron. No solo no te querían, sino que quisieron lucrar contigo.

Imposible. ¡Qué absurdo! Clare jamás podría creer algo así.

Pero ahora que sabe que la madre de su padre le ha dejado una herencia, que la familia Donegal no era de bajos recursos…

De niña, Clare conoció otras chicas adoptadas. En la escuela primaria, en la secundaria. Le sorprendía que compartieran con otros ese detalle tan íntimo, tan vergonzoso. Una de sus compañeras de cuarto en la universidad se obsesionó (de forma exasperante) con encontrar a su madre biológica. (Clare nunca la alentó a que la buscara ni se mostró muy empática cuando la misteriosa madre biológica resultó decepcionante). Ni siquiera a ellas les compartió Clare su secreto. Ni hizo el esfuerzo de averiguar cuál era el procedimiento legal para encontrar a sus padres biológicos.

Cuando eres adoptada, no te conviene preguntar por qué.

Saber que eres adoptada es la respuesta a cualquier pregunta que podrías hacer sobre tu adopción.

¡Suena el teléfono! Clare examina el identificador de llamadas mientras controla el impulso de contestar de inmediato.

Algo desanimada ve que es alguien conocido —un amigo (hombre), no un amante (todavía), pero sí (al parecer) con potencial romántico— con quien quedó para cenar esa noche en Filadelfia. Su amigo es otro investigador posdoctoral del Instituto que frecuenta la Biblioteca Pública de Filadelfia para hacer su trabajo de investigación. Ayer Clare estaba muy entusiasmada por aquel encuentro y se habría desilusionado si su amigo le hubiera cancelado; ahora, en cambio, lo había olvidado por completo y tendrá que inventar una excusa creíble para no ir con él al restaurante.

¡Lo siento mucho, Joshua! Pensé que tendría tiempo de avisarte antes, pero es que… hubo una emergencia familiar. Tengo que irme unos días, y no lo puedo postergar.

Cardiff junto al mar

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