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Fallecieron. Ya no viven. Están muertos. Desde el 6 de enero de 1989.

Clare se arma de valor para lo que sea que haya que descubrir en la Biblioteca Pública de Cardiff.

Aun así, la cortesía con que la recibe una de las bibliotecarias la reconforta.

—¿Señorita Seidel? El señor Fischer nos avisó que vendría.

—¡Sí! Gracias.

Acompaña a Clare a un cuartito al fondo del edificio. Ahí le entregan unos rollos de microfilm y un proyector con una manivela. La bibliotecaria, amistosa, le muestra cómo girarla, con cuidado.

—Recuerde que estos rollos son antiguos. —Clare Seidel, historiadora del arte acostumbrada a consultar microfilms aún más antiguos que esos, agradece el gesto.

Cajas de microfilms que conservan todos los números del Cardiff Journal de 1989. Se pregunta si aún existirán los ejemplares en papel o si han dejado que se pudrieran y pulverizaran.

Aunque cree que lo que busca es un obituario, le sorprende descubrir de inmediato en la primera plana del Cardiff Journal del 8 de enero de 1989 un titular enorme:

Presunto homicidio/suicidio cobra cuatro vidas

Dos adultos y dos niños en el condado de Ashford

Familia muerta a tiros

Clare queda paralizada del horror. Le echa un vistazo rápido al artículo. ¿Mi padre mató a su familia y se suicidó?

Los ojos se le llenan de lágrimas. Siente que algo ardiente le retumba en la cabeza.

Lo que acaba de descubrir es demasiado aterrador para ser cierto. Las palabras impresas se borronean ante sus ojos. Un hombre de apellido Donegal, presuntamente su padre, mató de un tiro a su esposa, su hija y su hijo. En su casa, en la zona rural del condado de Ashford, en una calle llamada Post Road.

Clare tardará unos minutos en leer y releer. Le tomará tiempo entender. Los dedos se le agarrotan, apenas si puede girar la manivela en busca del resto del artículo, tras columnas de noticias borrosas. Noticias nacionales, internacionales, estatales, locales… La horripilante historia va cobrando sentido poco a poco, pero en el fondo se reduce a la simple —tremenda— revelación de que el 6 de enero de 1989, después del mediodía, un hombre llamado Conor Donegal, de 34 años, mató a tiros a su esposa, Kathryn, de 31 años; a su hija Emma, de seis; a su hijo Laird, de nueve, en su casa en Post Road, y luego se llevó el arma, una pistola, a la sien.

Clare se obliga a leer y releer cada vez con más detenimiento. Se limpia los ojos para ver con mayor claridad. ¿Qué falta en esa historia? ¿Quién falta?

Demasiado tarde, se da cuenta. Mi padre mató a su familia y se suicidó… ¿verdad? Pero ¿y yo?

Que Clare siga viva implica que se le perdonó la vida. Una masacre espeluznante: esposa, dos hijos, marido asesino… todos muertos, salvo por la menor, una niña de dos años y nueve meses, a quien (milagrosamente) al parecer se le perdonó la vida.

Se le perdonó la vida. ¿Por qué?

Finalmente, Clare descubre que Clare Ellen Donegal, la menor de los hijos, fue hallada ilesa, pero no por los oficiales de policía que examinaron la escena del crimen, sino por unos parientes de los difuntos que fueron a la casa a buscar a la menor faltante después de que se llevaran los cuerpos.

(«Ilesa», salvo porque estaba muy deshidratada y en shock. La niñita había gateado hasta esconderse debajo de la pileta de la cocina, al parecer durante el tiroteo).

Clare hace avanzar el rollo para buscar en el Cardiff Journal más artículos sobre el homicidio/suicidio de los Donegal. Atraviesa un alud de titulares, noticias, fotografías: crisis internacionales, estragos bélicos en Medio Oriente, tormentas de nieve en la costa del Atlántico, trabas en el Congreso… Qué triviales se vuelven los sucesos del inmenso mundo. Y es que, más allá del yo, si el yo enferma y padece un ataque, ¿algo más importa? Después de un rato, Clare logra armar una línea de tiempo de los sucesos del 6 de enero de 1989.

En la tarde del 6 de enero, a la presunta hora de los tiroteos, vecinos de los Donegal que vivían en Post Road escucharon disparos provenientes de la propiedad de Conor Donegal y supusieron que eran de cazadores, pues la cacería era habitual en la zona rural del condado de Ashford. Como al día siguiente la familia no se presentó en una reunión en casa de los abuelos Donegal en Cardiff y no contestaron las llamadas, Gerard Donegal, el hermano menor de Conor, fue en su auto a investigar y encontró los cuerpos. Gerard llamó a la policía, que se dirigió al lugar de inmediato. En la confusión de la sangrienta escena del crimen, que abarcaba varios de los ambientes de la planta baja de la casa, los oficiales pasaron por alto la presencia de la menor de dos años que había gateado hasta esconderse bajo la pileta de la cocina para salvarse de la masacre, a menos de dos metros de los cuerpos caídos de su madre y de su hermana.

Las autoridades forenses se llevaron los cuerpos a la morgue del condado y recién entonces se les permitió a los familiares entrar a la casa para buscar a la pequeña Clare Ellen. La menor permaneció oculta incluso después de que llegaran, quizá porque estaba demasiado débil o traumatizada como para contestar los llamados de sus parientes; no fue sino hasta después, cuando estaban a punto de darse por vencidos, que escucharon a la menor gimotear «como un animal herido» y la encontraron encorvada bajo la pileta, detrás de un tacho de basura, en un espacio «tan pequeño que cualquiera creería que ni un gato habría cabido ahí».

Para entonces, Clare Ellen llevaba alrededor de dieciocho horas escondida.

Medio inconsciente, sumamente deshidratada, conmocionada y exhausta, la menor fue trasladada en una ambulancia al hospital de Cardiff, donde se encontraba al momento de la publicación, y su estado de salud era reservado…

Pero… ¿yo? ¿Puedo haber sido yo? No recuerdo nada de esto.

Entre el horror y la fascinación, Clare no puede parar de leer. Sigue revisando columna tras columna. ¿Encontraron una nota suicida? (Al parecer sí: pero por lo pronto la policía no ha revelado su contenido). ¿Hubo algún motivo detrás de la masacre? (Al parecer sí: pero, de nuevo, los medios no tuvieron acceso a esa información). Conforme el relato vuelve sobre sí mismo como una siniestra montaña rusa, se repiten datos cruciales y se acumulan datos periféricos, Clare siente que se desintegra en un miasma de desasosiego.

¡Qué conmoción! ¿Por qué nadie se lo advirtió? Es obvio que Lucius Fischer sabía que su padre había asesinado a su familia, pero no tuvo el valor para contárselo.

En medio de aquel trance horroroso, examina las fotos de sus padres que aparecen reproducidas en varias ocasiones en el Cardiff Journal.

Conor Donegal. Kathryn Donegal. ¡Tan jóvenes! De hecho, tenían la edad que tiene ahora Clare.

Ambos son atractivos y sonríen a la cámara. Conor entrecierra los ojos al sonreír, se le hace un hoyuelo en la mejilla izquierda, como un guiño. Es juvenil, confiado, y tiene un brillo travieso en la mirada. Cabello negro ondulado, espeso y peinado hacia atrás, con un pico de viuda en la frente. (Clare lo mira asombrada; ella también tiene un pico de viuda, pero no exactamente a la mitad de la frente ni tan prominente como el de Conor Donegal). Kathryn tiene una belleza más sutil y una sonrisa más reservada. Una chica posiblemente popular en el bachillerato. Como el tipo de chica que Clare solo habría observado de lejos, intrigada por su aparente aplomo y autonomía.

(Clare se enfurece en nombre de su madre. ¿Por qué describieron las tías abuelas a Kathryn como sosa?).

Al menos Clare ya sabe cómo eran. Mi padre. Mi madre.

Es un alivio que no haya fotos de la hermana ni del hermano en el periódico. Emma, Laird… solo son nombres. Nombres desgarradores. Clare no tiene ningún recuerdo de esos niños.

No tiene recuerdo de nadie: de la familia perdida.

Y aquí, en la edición del 10 de enero de 1989 del Cardiff Journal se revela de forma un tanto casual que las «rescatistas» de la pequeña Clare Ellen Donegal fueron Elspeth y Morag Lacey, quienes se identificaron como tías del difunto Conor.

Clare lee el breve párrafo varias veces.

Entonces, ¿les debo la vida a ellas? ¿A las tías abuelas?

Se limpia los ojos. Se estremece.

Recuerda que esa mañana, aún sobre el rígido colchón, escuchó a las hermanas hablar al pie de la escalera, como figuras fantasmales en un sueño. Regodeándose, maravilladas: Ni siquiera se acuerda de nosotras… que la encontramos.

Cardiff junto al mar

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