Читать книгу Cardiff junto al mar - Joyce Carol Oates - Страница 15
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ОглавлениеAl día siguiente llega el envío de Lucius Fischer. Clare descubre que heredó cinco hectáreas, una casa y edificaciones anexas en el 2558 de Post Road, en el condado de Ashford, en Maine.
¡Propiedades! Mejor que dinero a secas, sin valor histórico. Una propiedad es algo que Clare puede poseer.
Examina varias veces la carta del abogado, pero no encuentra información nueva. No hay ninguna posdata personalizada, escrita a mano: ¡Felicidades, señorita Seidel!
En vez de eso, una carta formal, impresa en grueso papel membretado cuyo encabezado dice: Abrams, Fischer, Mittelman & Trotter.
La firma de Fischer es prácticamente ilegible. Había sentido cierta afinidad con él el día anterior…
Y así nos conocimos. Por teléfono.
Hablando sobre el testamento de mi abuela.
Sonríe al pensar en cómo podría contarlo en el futuro. Cómo se interseca una vida (al azar) con otra vida, y ambas cambian para siempre.
…fue pura casualidad. Sonó el teléfono, tomé el auricular y escuché a Lucius al otro lado: ¿Hola? ¿Hablo con Clare Seidel?
Mi vida cambió por completo. Y la de él también.
Clare imagina una casa de verano en la costa del Atlántico. Ventanales vidriados que dan al océano. Abetos inmensos, un sinuoso sendero rural. Playas llenas de rocas. Olas que rompen en el mar azul grisáceo, demasiado frío para nadar hasta en verano. Viento incesante.
Se ve a sí misma vestida de blanco, como uno de los hermosos personajes de ensueño de las acuarelas de Winslow Homer. Baja unos escalones de piedra hacia la playa. Detrás de ella, una figura misteriosa…
Clare casi logra distinguir el rostro del hombre. Sin embargo, entre más lo observa, más se desintegra. Se vuelve borroso, como si lo estuviera viendo a través de un mar de lágrimas.
No: venderá la propiedad. De ser posible.
Jamás vivirá en la zona rural del condado de Ashford, Maine. Su profesión requiere que viva en grandes zonas urbanas, cerca de los centros de investigación.
Fischer le ha informado a Clare que tiene treinta días para entregar su solicitud en el tribunal sucesorio del condado de Ashford. Se pregunta cuánto valdrá la propiedad. ¿Vale la pena tomarse la molestia?
A Clare le vendría bien el dinero. Tiene treinta años y nunca ha tenido trabajos fijos; solo trabajos temporarios y tareas académicas. Tiene un pequeño ahorro en el banco. Le gusta concebirse como una persona inmune a las cosas materiales. Y, aunque siente cierta debilidad por la belleza, no necesita poseerla.
Paisajes, arte. Música. Se pueden disfrutar sin poseerlos.
También se puede disfrutar a la gente, a los amantes… sin que ellos te posean.
Jamás ha querido casarse, ni mucho menos tener hijos. El llanto de los bebés la llena de desasosiego. Los gritos infantiles le causan pánico. Un (ex) amante se quejó de que Clare tendía a «distanciarse» cuando estaban juntos; nunca supo adónde iba a parar la mente de Clare, pero sabía que no estaba con él.
Clare frunce el ceño al recordarlo. Se arrepiente de haber lastimado a alguien.
En tu red. En tu capullo. Ten cuidado de a quién dejas entrar.
En cada uno de los lugares donde ha vivido Clare desde que se fue de la casa de sus padres ha acumulado unas cuantas amistades que no se conocen entre sí. Para Clare eso es fundamental: que sus amistades no se conozcan entre sí. Cada vez que se muda a una nueva ciudad, no se esfuerza por seguir en contacto con esas amistades.
No obstante, si una de sus amistades deja de hacer el esfuerzo de seguir en contacto con ella, se siente herida y ansiosa.
Sus sentimientos hacia los demás son transitorios, pero potentes. Es como una fogata que arde con fuerza, pero se apaga pronto.
¿Otras personas también se sienten así? Ha habido hombres —y ha habido mujeres— que parecían apreciar a Clare, y de quienes ella rápidamente se retrajo.
A lo largo de su vida adulta, ha tenido una sucesión de amantes. Así como de amistades. Muchas más amistades que amantes, pero muchos más amantes que parientes. Hasta ahora.
—Mierda. ¿En serio me importan?
Cede al impulso de abrir una botella de vino. Chardonnay, adquirido hace unas semanas cuando pensó en invitar a cenar a unos amigos, aunque luego surgieron otros planes. Para celebrar, piensa Clare.
Para fortalecer los nervios. Solo por hoy.
Hasta la fecha, Clare nunca ha bebido sola. Es un acto demasiado autoconsciente, el de beber sola. Un poco triste. Con gesto desafiante, vacía la copa de un trago.
Hora de llamar a casa, en St. Paul. Su estrategia es llamar por lo general a una hora en la que sea improbable que esté su padre, pero sí que esté su madre.
No es que Clare no quiera a Walter. Pero, a veces, hablar con su padre (adoptivo) es incómodo. Clare siempre ha podido hablar más abiertamente con Hannah que con Walter, aunque no pueda afirmarse (supone Clare) que cuando habla con Hannah no haya cierta sensación de… ¿es desazón…?
Clare tiene suerte: Walter no está en casa. Hannah contesta al primer timbrazo, y suena ansiosa, solitaria.
Pero el saludo de Hannah viene envuelto en un sutil aire de reproche. Clare hace memoria: ¿había quedado en comunicarse? ¿Se olvidó de llamarla después de recibir un mensaje suyo? Sin darse cuenta, Clare acostumbra borrar los mensajes de Hannah de su buzón de voz.
Clare llama a Hannah con la intención de compartirle las buenas noticias, pero por alguna razón no se presenta la oportunidad. Adivina qué, mamá. ¡Buenas noticias! Las palabras de entusiasmo simplemente no le salen.
Clare pasa por alto las noticias de su propia vida (privada). Agradece que Hannah tenga una dosis de quejas frescas sobre la colega/némesis que ha satanizado a Hannah Seidel durante lo que Clare siente que han sido décadas. No le importa, a diferencia de otras veces, que Hannah no parezca recordar haberle contado estas cosas a Clare otras veces. En familia, las viejas noticias son buenas noticias, piensa, tratando de ser ingeniosa.
Luego se escucha a sí misma preguntar algo extraordinario: ¿Hannah sabe si los padres biológicos de Clare están vivos? La pregunta corta abruptamente la conversación.
Padres biológicos. Un término clínico y poco sutil, pero (piensa Clare con algo de culpa) preferible a padres verdaderos.
—Pero ¿de dónde viene esa pregunta, Clare? ¿Por qué ahora? —La voz hiperacelerada de Hannah ha bajado la velocidad. Sus ojos, casi perceptibles desde la lejanía de St. Paul, Minnesota, están entrecerrados, y sus labios se han convertido en una delgada herida furiosa. Clare dice que tenía curiosidad de preguntarlo… desde hacía mucho tiempo—. Pero ¿por qué?
¿Por qué, si nos tienes a nosotros? ¿Por qué te interesan ellos?
—¿Por qué? Creo que es una pregunta natural… Ya tengo treinta años.
—¡Treinta años! ¿Y eso qué tiene que ver? —Hannah suena genuinamente molesta y desconcertada.
—O sea… ya no soy una niña.
—Pero si te lo explicamos todo, Clare. Hace años. ¿No te acuerdas?
—Eh… no. Creo que no recuerdo…
Clare intenta hacer memoria, aunque no sabe bien qué está buscando.
—Nos dieron muy poca información, Clare. Y fue hace mucho tiempo. Llegaste a nuestra vida de la nada hace más de un cuarto de siglo. —La voz de Hannah transmite reproche, como si fuera la culpa de Clare. De la nada. Es una afirmación hiriente—. A tu padre y a mí nos dijeron muy poco sobre ti, y nada ha cambiado desde entonces. Lo único que sabemos es lo que te compartimos hace años.
Como si la estuvieran reprendiendo, Clare escucha. No se atreve a decirle: Pero no me acuerdo. Necesito que me lo cuentes de nuevo. ¡Por favor!
—Solo me preguntaba si sabías… si están vivos. O si…
Al otro lado de la línea, Hannah alza la voz y habla con más vehemencia.
—Nunca supimos si había dos padres… o si solo era una madre. Se nos dijo que había habido un accidente, pero nunca supimos los detalles. No teníamos idea de qué edad tenían tus padres biológicos. Tienes que entender, Clare, que fue hace mucho y que en ese entonces las cosas se hacían de otra manera. Dar a un niño en adopción era algo así como vergonzoso, y adoptar también traía consigo cierta sensación… no de vergüenza, pero como de complicidad en la vergüenza. De aprovecharse de la infelicidad de alguien más. Tuvimos que colaborar con una agencia católica a través de una oficina de Planned Parenthood en Minneapolis. Insistieron en garantizar el anonimato si alguna de las partes lo solicitaba, ya fueran los padres que adoptaban o la otra… —Clare se queda boquiabierta ante la andanada de Hannah. Nunca había oído a su madre hablar con tanta franqueza. Entonces empieza a recordar. Anonimato. Expediente sellado. No preguntes. Es inútil—. No había nada más que pudiéramos hacer, Clare. No podíamos exigir que nos dieran información que no podíamos obtener de forma legal. En realidad no teníamos idea de lo que estábamos haciendo; para nosotros adoptar un bebé era algo absolutamente nuevo. Fue una época de muchas emociones. Supusimos que adoptaríamos un bebé, pero claro que estuvimos muy agradecidos de adoptarte a ti… —La voz de Hannah se quiebra cuando se da cuenta de lo que está diciendo—. ¿Clare? Solo queríamos lo mejor para ti.
Qué frase más rara. ¿Qué es lo mejor para… quién?
Entumecida, Clare le dice a su madre que sí, que entiende. Claro.
Todo el mundo quiere lo mejor para una huerfanita que no ha visto nunca.
Clare entiende que es hora de ponerle fin a esa conversación. Hannah suena alterada. Pero no logra hacerlo. Su curiosidad es como una sed insaciable que le acartona la boca.
—¿Sabes en qué parte del país vivían? Mis padres.
Mis padres. Clare reconoce de inmediato su error, es un desliz.
Hannah contesta con voz cortante que no sabe. Que si alguna vez lo supo, ya lo olvidó. Luego cede.
—Bueno, quizá… tengo la impresión de que vivían en Nueva Inglaterra.
—¿No en el Medio Oeste?
—¿Por qué te interesa saber de dónde eran? ¿Alguien intentó contactarte?
—¡No! —contesta Clare de inmediato—. Pero ¿crees que podrías enviarme una copia de mi acta de nacimiento, mamá? Te lo agradecería mucho.
A la edad que tiene Clare, usar el término mamá le suena extraño. Incluso de niña se le dificultaba pronunciarlo bien.
A su padre le dice papá, pero suena menos raro.
Desde temprana edad, impulsada por los (sonrientes) padres (adoptivos), Clare se ha sentido incómoda con esos genéricos apelativos cariñosos.
Tampoco ha usado apelativos afectuosos con sus amantes. Cariño, amor. Querido.
—¿No tienes una copia entre tus documentos? Qué raro.
Los documentos legales de los Seidel están guardados en el archivero del padre de Clare, en el escritorio que tiene en la casa, en carpetas identificadas de forma escrupulosa. Clare heredó de su padre (adoptivo) cierta obsesión por la pulcritud, la claridad, los límites. Ante la duda, archiva. Archiva y a otra cosa.
Clare siente una punzada de vergüenza. Nunca ha terminado de sacar sus cosas de la casa de sus padres ni se ha llevado sus documentos personales; nunca ha armado un hogar propio, dada su vida desarraigada.
La vida de su mente es vagabunda. Una vida indefinida, como una Polaroid que solo se ha revelado de forma parcial.
—¡Muchas gracias, mamá! La necesito por un tema del… seguro médico…
No es una mentira descarada, piensa Clare. Es imposible que Hannah sospeche algo cercano a la verdad: que Clare presentará esa acta de nacimiento en el tribunal sucesorio de Cardiff, Maine.
A través de la ventana, ha estado observando la enorme telaraña que está afuera. Es una obra de arte compleja que conecta con absoluta precisión filamentos de distintas longitudes. Está húmeda por el clima reciente, se estremece y espera con calma la llegada de su presa: un insecto. En el centro hay una araña negra y gorda, inmóvil, como exhausta de haber volcado sus entrañas con tal esplendor.
Al fin se termina la conversación. Hannah se despide de forma abrupta.
—¡Bien! Te quiero —suspira.
Y Clare contesta, como si alguien le hubiera dado un picotazo en el pecho para hacerla reaccionar:
—Yo a ti.
Madre e hija son incapaces de decirse tranquilamente que se quieren.
Clare está exhausta cuando cuelga. Necesita otro trago.
El problema con ser adoptada es que siempre eres provisional. No importa la edad que tengas; siempre corres el riesgo de que te devuelvan.
Acto seguido, Clare se prepara para una tarea más ardua: llamar a los «parientes» de Cardiff cuyo número le ha proporcionado Fischer.
Elspeth, Morag: son las hermanas que han sobrevivido a Maude Donegal, la abuela fantasma. Fischer las describió como «las hermanas menores», pero seguro deben ser mujeres de cierta edad, por lo menos de ochenta años.
Para hacer esto es necesario servirse media copa de vino más.
Hasta hace un día, Clare no tenía idea de que hubiera parientes biológicos. Ahora tiene tías abuelas.
Al primer timbrazo, contestan.
Es como si la tía abuela, vigilante, hubiera estado conteniendo el aliento a la espera de esa llamada. ¡Mi nueva vida!, piensa Clare.
La interlocutora se llama… ¿Elspeth? Al principio, a Clare le cuesta entenderle: la mujer habla con un acento de Maine muy pronunciado y enfatiza las palabras con curiosas interjecciones monosilábicas: ¿eh?, um. Se expresa con formalidad y (al parecer) tiene dificultades para oír bien, pero para alguien originario de Maine es inesperadamente amistosa, piensa Clare; muy interesada en saber más sobre Clare, aunque al parecer no escucha bien lo que ella le contesta, porque le pregunta más de una vez cuándo irá a verlas y termina la conversación de forma abrupta, como si alguien la estuviera llamando.
—Bien, ¡listo! Ya es un hecho. Te hospedarás con nosotras, Clare. Todo el tiempo que quieras. Verás, cariño, hay muchísimo espacio en la hermosa casona antigua de tu abuela Donegal.