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V

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Horacio compró todo el cesto de choros. Rogó a la vieja que se los guisase conforme a su oración. Bebía copiosamente.

La Chenda requirió el arpa; sus dedos picoteaban las cuerdas, como gaviotas pescando en el hervidero de plata de las olas.

–Canta La Perdiz, niña. Yo, la burra adelante, y el rey Humberto te ayudaremos –aquella canción la había aprendido la vieja en su rincón de campo natal. ¡Que de recuerdos sabrosos le traía! Ella se la había enseñado a la Chenda, reclamándola de la graciosa muchacha cada vez que empinaba el codo de la alegría.

–Siempre cuesta empezar, niña. Después se va una como por pendiente, y paga sus gustitos, Chenda. No todo es gozar.

La Chenda arrancó los más preciosos sones al arpa. Enseguida, empezó la tonada, olorosa a campo chileno. Voz velada, ardiente:

Una perdiz hizo nido,

a orillas de un pajonal,

por hacerlo tan arriba

perdió su marido.

Y respondió la voz cascada, de bruja, de la vieja Pistolas:

Por hey andará,

por hey andará,

viendo a sus amigas.

Terció la voz profunda y magnífica del rey Humberto:

No me hable

que vengo muy mojao,

hey pegao un trompezón

y me hay embarrao.

Enojada, celosa, lo reprendió la Chenda; contrapunteándose con el rey:

Eso decís, mal agradecío,

que con mi trabajo

te tengo vestío.

Y el rey, con el puño en alto, acercándose airado a la arpista:

Calla, Perdiz, atrevía,

te doy un chopazo

y te dejo aturdía.

Y los tres cantaron el estribillo:

Por hey andará,

por hey andará,

viendo a sus amigas.

–¡Piojos, piojos, montones de piojos, epidemias de piojos en sacos en el granero de los pobres, desde el horrendo trigal de la miseria! ¡Ladillas encarnadas, garrapatas, baratas, ratas hambrientas! ¡Roncan las comisarías y los porotos inmundos de las cárceles! Alejandro en el calabozo dentro de ronquidos y rasquidos. Ronca la noche dentro de la noche. El universo dentro del universo ronca como un gran pecho agitándose, ahogándose, rascándose... Grog gr gr gr fuhhhh grog...

–¡Ah, uno muere solo, irremediablemente solo, en la más espantosa soledad! ¡Hasta aquí no más me llegó a mí! ¡Hasta aquí no más me llegó a mí! –llora el tonto solo, individualista. En cambio ¡qué hermosa es la muerte brazo a brazo con el hermano, con nuestro hermano, en la acción heroica, guerreando por el sentido de la tierra!

Horacio cayó en su más negra tristeza.

Narrativa completa. Juan Godoy

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