Читать книгу El día que vuelva no me marcharé jamás - Juan Manuel Fernández Legido - Страница 4

CAPÍTULO 1

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Se despertó de súbito agitado. Por su frente caían gotas de sudor fruto del caluroso verano que estaba azotando Barcelona, pero también del malestar que consumía su interior. Algo no iba bien. No es que oyera algún tipo de alboroto o un fulgor cegador le hubiera sacado de su sopor, sino que el mismo ambiente imbuía todos sus sentidos de una extraña sensación.

Tumbado sobre su espalda intentó cambiar de posición. Imposible. No era capaz de mover ni uno solo de sus músculos. Fue entonces cuando se apoderó de él una inquietud que mutó en pánico con el paso de los segundos. Por más que se esforzó en mover los brazos e incorporarse, su cuerpo estaba petrificado sobre el colchón. La parálisis que sufría le provocó tal angustia que trató de gritar para que su pareja, que dormía de forma plácida a su lado, acudiera a socorrerle. Su empeño fue en vano y aunque su voz le retumbó dentro del cerebro, no consiguió abrir la boca lo más mínimo. Lo único que funcionaba en su propio ser eran la respiración acelerada y sus pensamientos confusos.

De repente hubo una vibración y escuchó un zumbido que provenía de la puerta de la habitación. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y pudo distinguir las siluetas del mobiliario ayudado por el tenue haz de luna que entraba por los resquicios de la ventana. No vio nada fuera de lo normal. Todo estaba en su sitio. Pero el sonido persistía y con lentitud se iba acercando a su lecho. Con el avance de este, una pequeña luz blanquecina suspendida en el aire hizo acto de presencia desplazándose al compás del sonido. A medida que el ruido se aproximaba a su cara, la esfera se hacía más radiante y crecía de manera exponencial. El muchacho contemplaba la escena estupefacto, como mero espectador de lo asombroso.

Al llegar el resplandor a su rostro notó una poderosa calidez que le hizo recuperar la compostura y disolvió su terror como un azucarillo. Logró erguirse de cintura para arriba y balbucear unas palabras dirigidas al destello: «¿Qué eres? ¿Qué quieres?». La respuesta que obtuvo le sorprendió en forma y contenido. No escuchó ninguna voz. Ni tan siquiera un leve susurro. Fue más bien una percepción, una idea en su mente. El mensaje era simple, claro, rotundo: «¡RECUERDA!».

Y del mismo modo que había llegado esa burbuja de irrealidad, desapareció del dormitorio sin dejar rastro. La única huella de su paso era la figura del muchacho sobre la cama con la mirada clavada en la nada, entregada a un ensimismamiento insondable. Miró el despertador. Eran poco más de las tres y media de la madrugada. Volvió a recostarse sobre las sábanas convirtiendo su cabeza en un hervidero de elucubraciones. No despertó a su compañera. Tampoco sabía qué contarle.

El día que vuelva no me marcharé jamás

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