Читать книгу Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días - Juan Ortega Rubio - Страница 11
CAPITULO V
ОглавлениеConquista de la América Central.—Pedro de Alvarado en Guatemala: batalla de Olimtepeque.—Alvarado en Cuscatlán.—Almolonga.—Guatemala, según Herrera.—Pedro de Alvarado en España y su hermano Jorge en Guatemala.—Las Casas en el país.—Alvarado en Guatemala.—El Salvador: enemiga de los indios a Alvarado y a Martín Estete.—Honduras: el capitán Alonso Ortiz.—Anarquía.—El obispo Pedraza.—Cereceda, Alvarado, Montejo y Alvarado (segunda vez).—Pedraza en el país.—Alonso de Cáceres.—El veedor García de Celis.—Nicaragua: su conquista.—Tiranía de Pedrarias.—Dominación de Castañeda.—El obispo Osorio.—Tiranía de Contreras.—Las Casas.—Costa Rica: Espinosa en Burica.—El cacique Urraca.—Guatemala: Alvarado en México.—Don Francisco de la Cueva.—Volcán de agua.—Grandes Antillas: Isla Española (Santo Domingo y Haytí).—Cuba, Jamaica y Puerto Rico: Colonización.
Pedro de Alvarado, natural de Badajoz (Extremadura) e hijo de D. Diego, comendador de Lobón, que en la conquista de México se había cubierto de gloria peleando bajo las órdenes de Hernán Cortés, pasó al frente de algunas fuerzas y se hizo dueño del territorio que hoy constituye la república de Guatemala. Refieren los cronistas que Cortés encomendó a Alvarado que conquistase el citado territorio, y procurara vivir en paz con los toltecas, a quienes traería a la religión cristiana. Emprendió su marcha el 13 de noviembre de 1523 con un ejército de 300 soldados de infantería y 120 de caballería. Llevaba cuatro cañones pequeños que se cargaban con balas de piedra. Además, completaban sus fuerzas 20 tlaxcaltecas y 100 mejicanos. Venían con el ejército varios españoles de distinción y los clérigos Juan Godínez y Juan Díaz.
Sometió a los habitantes de Tehuantepec y también a los de la populosa villa de Soconusco. De las tres monarquías establecidas en el país (la de quiché, la de los cakchiqueles y la de los tzutohiles) la primera se aprestó a desesperada lucha. Alvarado penetró (febrero de 1524) en el territorio de Quiché, triunfó en varios encuentros, especialmente en Quetzaltenango y en los barrancos de Olimtepeque, haciendo tanto estrago en el último punto que—según Oviedo y Baños, cronista guatemalteco del siglo xvii—«la sangre de ellos (indios) corría a manera de un arroyo», denominándose desde entonces aquel paraje xequiquel (barranco de la sangre). Terror pánico se apoderó de los habitantes de la capital del Quiché. El rey Oxib-Queh y su adjunto Beleheb-Tzy reunieron en consejo a los príncipes de la familia y a los grandes dignatarios del Estado para deliberar lo que debía hacerse en circunstancias tan críticas. Acordaron, mediante protestas de sumisión, llevar a Alvarado y a su ejército a Utatlán, y una vez encerrado en la ciudad pegar fuego a ésta y exterminar a los teules (españoles). Cuando todo se hallaba dispuesto para la realización de semejante empresa, pasaron a Xelahuh los embajadores de los reyes de Quiché a ofrecer vasallaje a Alvarado. De Xelahuh marchó Alvarado a Utatlán, donde, después de atravesar ásperas serranías, entró acompañado de cortesanos y de guerreros. Noticioso el capitán español de la traición que le tenían preparada los indios, reunió a los principales jefes de su ejército y les informó de todo lo que se tramaba, acordándose salir inmediatamente de la ciudad, no dando a entender desconfianza alguna. A la vista de Utatlán estableció su campamento y allí, sin sospechar la suerte que les estaba reservada, fueron a visitarle los reyes Oxib-Queh y Beleheb-Tzy, a quienes recibió con mucho cariño. Cuando hubo tomado toda clase de precauciones, mandó que una partida de soldados cargase de cadenas a los reyes, a los príncipes y a los principales señores de la corte. Un Consejo de guerra les sentenció a ser quemados vivos, sentencia que se cumplió al pie de la letra[70].
Los quichés, al saber la muerte de sus monarcas, se lanzaron a la guerra con más desgracia que fortuna. Alvarado despachó entonces embajadores a la ciudad de Iximché, capital de los cakchiqueles, cuyos soberanos enviaron cuatro mil hombres, no sospechando que, al cooperar a la ruina de sus antiguos rivales, labraban también la suya. Utatlán fué destruido hasta los cimientos y sus habitantes castigados.
Llegó el turno a Belché-Gat y Cahi-Imox, reyes de los cakchiqueles[71]. Alvarado se dirigió a Iximché y se alojó en Tzupam, residencia o palacio de los mismos soberanos indígenas. Aunque el capitán español comenzó a sospechar de la fidelidad de sus aliados, se puso al lado de ellos en la guerra que los citados reyes tenían con Tepepul, señor de Atitlán o rey de los tzutohiles. A la cabeza Alvarado de 150 infantes, 60 caballos y un cuerpo de indios mejicanos y tlaxcaltecas, con otro cuerpo de cakchiqueles dirigido por sus mismos reyes, marchó a la guerra. Costeó la laguna, venció a sus enemigos y entró en Atitlán, cuya ciudad se hallaba edificada sobre las inmediatas rocas del citado lago. El reino de los tzutohiles se entregó al vencedor. Recorrió Alvarado el país, llevando por todas partes la destrucción y la muerte. Ayudóle en la empresa su hermano Jorge de Alvarado.
En una de sus excursiones Pedro de Alvarado llegó a Atehuán, «la primera de las poblaciones sujetas al grande y poderoso señorío de Cuscatlán, que comprendía una gran parte de lo que hoy constituye la República del Salvador»[72]. En Atehuán se presentó a Alvarado una comisión de los señores del reino ofreciendo obediencia al soberano de Castilla. Pasó a la capital de Cuscatlán, y receloso también de aquellos habitantes, formó un proceso por el cual condenó a muerte de horca a los señores de aquella población y vendió a muchos como esclavos, para con el precio pagar la compra de once caballos que habían muerto en el combate, como también las armas y útiles de guerra perdidos[73]. «Y yo vide—dice el obispo Las Casas—al fijo del señor principal de aquella ciudad herrado.» No cabe duda alguna que los prisioneros hechos en Cuscatlán fueron herrados como esclavos[74]. Animo valeroso y sobresalientes dotes militares mostró el capitán español en esta campaña; y «en ninguna parte, quizá—escribe ilustre historiador—se verificó la conquista con mayor brutalidad; en ninguna parte los indios fueron maltratados más inútilmente. El carácter violento de Alvarado y su codicia sin freno fueron la causa de todo el mal.»
Emprendió la marcha de regreso, dejando para más adelante la conclusión de la conquista de Cuscatlán y la de otras grandes ciudades que estaban más al interior, y llegó el 21 de julio a Iximché, capital de los cakchiqueles, donde se detuvo, y en nombre del rey de España, echó los cimientos de la ciudad que llamó Santiago de los Caballeros (25 julio 1524)[75]. En seguida procedió a constituir el Ayuntamiento, nombrando a Diego de Rojas y Baltasar de Mendoza, alcaldes; a D. Pedro y Hernán Carrillo regidores, y todos juntos eligieron por escribano del cabildo a Alonso de Reguera. Ya el 12 de agosto del mismo año se recibieron como vecinos cien españoles. Posteriormente, y desconociendo los motivos que debió haber para ello, la ciudad—según varios y auténticos datos—se hubo de trasladar a otro lugar. También Pedro de Alvarado, en el año 1525, fundó el pueblo que se llamó San Salvador. Dos años después, esto es, el 22 de noviembre de 1527, Jorge de Alvarado—pues su hermano D. Pedro se hallaba en España—[76], defendiendo ante la corte su conducta como político y administrador, fundó nueva ciudad en Almolonga. Cuéntase que Jorge, rudo soldado, dijo al escribano: «Asentá, escribano, que yo por virtud de los poderes que tengo de los gobernadores de Su Majestad, con acuerdo y parecer de los alcaldes y regidores que están presentes, asiento y pueblo aquí en este sitio ciudad de Santiago, el cual dicho sitio es término de la provincia de Guatimala.» Dispuso Alvarado la traza de la nueva ciudad en dirección de Norte a Sur y de Este a Oeste. Colocó la plaza en el centro, y dando a ella dispuso la fábrica de la iglesia, bajo la advocación de Santiago, prometiendo festejarlo «con vísperas y su misa solemne, conforme a la tierra y al aparejo de ella, y más que la regocijaremos con toros cuando los haya, y con juegos de cañas y otros placeres.» Señaló además sitio para un hospital, para una capilla y adoratorio de Nuestra Señora de los Remedios, para cabildo, cárcel y propios de la ciudad. Luego, poco a poco, los vecinos de la primitiva población de Santiago se trasladaron a la nueva. Perfectamente situada, creció de un modo extraordinario el número de sus habitantes.
Creemos de alguna utilidad trasladar aquí varios hechos relatados por el cronista Herrera. Después de decir que la guerra de Pedro de Alvarado en Guatemala terminó el 25 de abril de 1524, añade lo siguiente: «Es aquella provincia rica de mucha gente, muchos pueblos y grandes, y abundante de mantenimientos, y de un licor que parece aceite, y de tan buen azufre, que sin refinar hicieron los soldados excelente pólvora...»[77]. Añade el laborioso cronista que la ciudad de Guatemala era muy fuerte, las calles angostas y las casas espesas; tenía dos puertas a las cuales se llegaba, a una, subiendo 30 escalones, y a la otra por una calzada...[78]. Alvarado fué bien recibido y hospedado en dicha población, recorriendo la tierra y sujetándola por la fuerza de las armas, no sin la eficaz ayuda de su hermano Jorge. Usaban los indios grandes flechas y lanzas de treinta palmos. Escribe el citado cronista que Guatemala, llamada por los indios Guautemallac, significa árbol podrido. Hace notar que la ciudad de Santiago se halla entre dos montes de fuego o volcanes, cerca de ella uno, y a dos leguas el otro. También dice que la tierra es sana, fértil, rica y de mucho pasto; produce gran cantidad de maíz, cacao, algodón, etc. Las mujeres son honradas y excelentes hilanderas; los hombres, muy gruesos, y diestros flecheros[79].
En tanto que Jorge de Alvarado se ocupaba en dar vida a la nueva población de Santiago y en tanto que los misioneros iban de una a otra parte predicando la religión cristiana y extendiendo la cultura, Pedro de Alvarado continuaba en la corte de España. Si en Guatemala encontró muchos censores de su conducta—y por ello hubo de dirigirse a España—en la corte se hallaba, entre otros enemigos, Gonzalo Mexía, quien le acusó de haber tomado gran cantidad de oro, plata, perlas y otros objetos valiosos, sin dar cantidad alguna a los demás conquistadores, y sin pagar el quinto que correspondía al Rey. Igualmente le hacía cargos de no haber dado cuenta de su residencia en los diferentes empleos o servicios que desempeñó. Alvarado, conocedor de tribunales y de empleados, procuró ganar la voluntad del comendador Francisco de los Cobos, secretario del Consejo de Indias y gran privado del Emperador. Consiguió semejante apoyo porque hubo de casarse con doña Francisca de la Cueva, sobrina del duque de Alburquerque, familia a la cual protegía Cobos. Se alzó el embargo de su haber, se le dió el título de Don, se le agració con la cruz de comendador de la Orden de Santiago y se le nombró por Real Despacho, librado en Burgos el 18 de diciembre de 1527, gobernador y capitán general de Guatemala y sus provincias con 572.500 maravedises de salario. También debió recibir entonces el título de Adelantado, pues desde aquella época comenzó a usarlo. A mediados del año 1528 se embarcó para Vera Cruz.
Entretanto, habían ocurrido sucesos de alguna importancia en la América Central. Sostenía Pedrarias que lo mismo Nicaragua que Honduras pertenecían al distrito de Castilla del Oro, y todo esto fué motivo de discordias y guerras.
Arribó Pedro de Alvarado a Vera Cruz, acompañado de su mujer doña Francisca y de varios altos empleados, teniendo la desgracia de que muriese aquélla poco después de su llegada. En México tampoco encontró amigos capitán tan valeroso, viéndose obligado a delegar la dirección política de Guatemala en su hermano Jorge.
Arreglados luego sus asuntos, en abril de 1530 salió de México y se puso al frente de su citado gobierno de Guatemala. Su idea constante era preparar una expedición que saliese por el Océano Pacífico en busca de las islas de la Especería, variando luego de opinión ante las noticias que tuvo de los brillantes resultados obtenidos en el Perú por los Pizarros. Entre las seguras riquezas que encontraría en el Perú y las poco seguras que ofrecían las islas de la Especería, se decidió por lo primero.
En los últimos días del año 1533 o comienzos del 1534—como se dirá más extensamente en el capítulo VII—hizo una expedición al Perú. Durante su ausencia se encargó del gobierno y de la capitanía general de Guatemala, como cuatro años antes, su hermano Jorge. Llegó a Riobamba, retirándose desde allí después de celebrar un convenio con Almagro.
Hacia fines del año 1535 volvió el Adelantado Don Pedro a Guatemala de regreso de su expedición, siendo recibido con públicas demostraciones de alegría, aunque no había motivo para tales regocijos. Por entonces, Bartolomé de Las Casas, el protector de los indios, acompañado de algunos religiosos dominicos, pasó de Nicaragua a Guatemala. Si Alvarado había pacificado a los indígenas por el terror, Las Casas se proponía atraérselos por el amor. Es el caso que en las tierras vecinas al golfo de Honduras, los españoles habían sido rechazados por los belicosos indios, hasta el punto que aquella región se le llamaba tierra de guerra. El Apóstol de los indios hizo componer en lengua quiché sencillas canciones, las cuales aprendieron a cantar algunos indígenas sometidos. Aquellos indígenas, haciendo de mercaderes, se presentaron en la tierra de guerra, llamando pronto la atención por la variedad de objetos que vendían, por la novedad del canto y de la música. Ocasión tuvieron los nuevos discípulos de los dominicos para hablar a los salvajes de unos hombres que miraban en poco las riquezas y los placeres, pensando únicamente en predicar su religión y consolar a los desgraciados. De este modo Las Casas y sus misioneros lograron penetrar en el interior del país, atrayendo aquellas gentes al cristianismo y convirtiéndolas a la civilización. Con razón la tierra de guerra fué llamada desde entonces provincia de Vera-Paz.
Alvarado, para asuntos particulares, hizo un viaje a España. Durante su estancia en la metrópoli solicitó la mano de Doña Beatriz, hermana de su primera mujer. A su vuelta a Guatemala vivieron con una magnificencia y suntuosidad propias de reyes. «Las joyas que poseía la señora—escribe Remesal—eran tan numerosas y ricas, que no las tendría más y mejores un grande de España de muy distinguida casa.»
Alvarado, a su gobierno de Guatemala, unió el de la provincia de Honduras, que hasta entonces había sido independiente. Contrariedad no pequeña fué para el Adelantado cuando supo, que, a los pocos días de haber salido de Guatemala para Honduras, llegó a aquella ciudad el visitador Maldonado, quien presentó los despachos y fué recibido al ejercicio de su cargo el 11 de mayo de 1536.
Por lo que se refiere al territorio que al presente denominamos República del Salvador, según queda apuntado arriba, formaba en el siglo xvi el señorío de Cucatlán, cuya población más importante era Atehuán. Aunque Alvarado fué recibido con toda clase de respetos y consideraciones de parte de los chontales y de los pipiles, tribus que gozaban del mayor prestigio, él, como también se indicó en este mismo capítulo, hizo herrar como esclavos a muchos indígenas, peleando luego con los que le hicieron resistencia. Si por lo riguroso de la estación se retiró a la capital de los cakchiqueles el 21 de julio de 1523, volvió en el año 1525 y se hizo dueño de todo el país. Dícese que en el mencionado año de 1525 ya existía en aquel país una villa con el nombre de San Salvador, cuyo alcalde se llamaba Diego Holguín[80]. Posteriormente, Martín Estete, por orden de Pedrarias, se dirigió con 110 infantes y 90 caballos hacia San Salvador. Estete fundó una población que denominó Ciudad de los caballeros; pero su carácter agrio y tiránico se atrajo la enemiga de sus soldados y el odio de los indios.
Cuando en los comienzos del siglo xvi descubrieron los españoles las costas de Honduras[81], encontraron los siguientes pueblos: 1.º los chortises de Sesenti, pertenecientes a la familia de los quichés, cachimeles y mayas. 2.º los lencas, que bajo los nombres de chontales, payas e hicaques o xicaques habitaron después en los distritos de Olancho, Comayagua, Choluteca y Tegucigalpa. 3.º los salvajes de la costa de Mosquitos.
Ya sabemos que Cristóbal Colón, en su cuarto y último viaje, llegó a la isla de los Pinos (hoy de Guanaja) «primera tierra centroamericana que descubrieron los europeos en el siglo xvi» (30 julio 1502); tocó tierra firme donde a la sazón se halla el puerto de Trujillo, pasando tiempo adelante a las orillas del Río Tinto, y allí tomó posesión de aquella tierra, que llamó de Honduras. Continuó navegando a lo largo de la costa de los Mosquitos y de la actual República de Costa Rica, llegando hasta los confines de la provincia de Veragua.
Realizáronse sucesos que no demandan atenta consideración, y sólo apuntaremos que allá por el año 1530 los indígenas de Honduras se hallaban contentos bajo el mando del capitán Alonso Ortiz porque «los trataba bien»[82]. Pasados dos años, el contador Andrés de Cereceda y el licenciado Vasco de Herrera dirigieron la administración de Honduras, si bien encontraron ruda oposición en los regidores de la ciudad, quienes hubieron de destituir al citado Vasco de Herrera. Motivo fué esto de serios disgustos entre Vasco y Diego Méndez, y que terminaron con el asesinato del primero. Apoderado Méndez del gobierno (1532), hizo jurar a todos fidelidad y mandó reducir a prisión a Cereceda. Tanta fué la tiranía de Méndez, que se conjuraron veinte hombres, los mejores y más honrados, según frase del historiador Herrera, para matarle[83]. Los veinte conjurados, partidarios de Cereceda, asaltaron la casa del Gobernador y le redujeron a prisión, no sin que de aquéllos hubiese cuatro heridos y de la parte de Méndez un muerto. Mediante un proceso, Méndez fué condenado a muerte, y otros, sin proceso alguno, sufrieron la misma pena. Cereceda, hombre cruel y vengativo, se atrajo el odio de los castellanos y de los indígenas. Parecía que Dios había abandonado a Honduras, por cuanto en este año de 1532 las enfermedades y el hambre ocasionaron muchas víctimas en el país.
Acertado estuvo el Rey al presentar para el obispado de Honduras a D. Cristóbal de Pedraza. También pensó lo conveniente que sería establecer una Audiencia, considerando la mucha distancia que había a la de Santo Domingo (1534).
En el año siguiente llegó a Honduras Cristóbal de la Cueva, mandado por Jorge de Alvarado. Mediaron varias pláticas entre D. Cristóbal y Cereceda, hasta que al fin vinieron a un acuerdo, que fué roto poco después (1535). Cereceda era cada día más cruel, y por ello Pedro de Alvarado, que residía en Santiago de los Caballeros (Guatemala), se decidió a socorrer a los de Honduras, coincidiendo este hecho con el nombramiento que hizo el Rey de gobernador de Honduras a favor de Francisco de Montejo. En tanto que Montejo se disponía a ir a Honduras, llegó Pedro de Alvarado (1536), quien recibió por renuncia de Cereceda la gobernación de dicha provincia. Cuando Alvarado comenzó a pacificar la tierra y en el Puerto de Caballos echó los cimientos de una población que llamó San Juan, y Juan de Chaves, uno de sus servidores, dió principio a una buena población, por medio de la cual pudieran comunicarse las provincias de Honduras y Guatemala, se presentó Francisco de Montejo. La población que hizo Chaves se llamó Gracias a Dios, y se cuenta que después de recorrer sierras y montañas, halló tierra buena, exclamando entonces su gente: Gracias a Dios que habemos hallado tierra llana. Aquella gente recordaba que el Almirante en su cuarto viaje dió al próximo cabo el nombre de Gracias a Dios.
Respecto al gobierno de Montejo, lo primero que hizo fué quitar la representación a las personas nombradas por Alvarado, tomando él lo mejor para sí y lo demás lo dió a sus amigos (1536)[84]. Tuvo que sofocar un levantamiento de los indios, cuyo jefe, llamado Lempira, hombre prudente y valeroso, puso en gran aprieto a los castellanos, acabando al fin sus días por un tiro de arcabuz (1537). Con la muerte de Lempira entró la confusión entre los indios; unos se despeñaron por aquellas sierras próximas a la ciudad de Gracias a Dios, y otros se rindieron.
Cuando creía Montejo que iba a gozar de paz y de tranquilidad, se presentó, procedente de Castilla, en Puerto de Caballos, el Adelantado Don Pedro de Alvarado. Venía con su mujer y mucha gente de guerra. «Traía—escribe Herrera—el obispado de aquella provincia de Honduras para el licenciado Cristóbal de Pedraza, protector de los indios»[85]. En seguida se encargó de la gobernación de Honduras, no sin disgusto de Montejo, quien hubo de resignarse cuando vió la provisión real. Ajustóse la paz entre ambos gobernadores por mediación del dicho prelado. Montejo tuvo que pagar buena cantidad de ducados; pero recibió el gobierno de Chiapa, población que era de Guatemala. A su vez Alvarado dejó la gobernación de Honduras al capitán Alonso de Cáceres, «y desde entonces—según Herrera—hubo paz en Honduras, porque en muchos años siempre sucedían en aquella provincia robos, opresiones y tiranías, por los malos e injustos gobernadores»[86]. Inmediatamente salió para Guatemala Pedro de Alvarado (1539), donde los Padres Fr. Bartolomé de las Casas y Fr. Rodrigo de Andrade predicaban el Evangelio a los indios.
Por algún tiempo tuvieron el mismo gobernador Honduras y Guatemala; luego, cuando D. Antonio de Mendoza, virrey de Nueva España, dispuso que las dos provincias recibiesen al licenciado Alonso Maldonado, los de Honduras no quisieron y nombraron al veedor Diego García de Celis (1542). Posteriormente, sublevados los negros del territorio de Honduras, no pudieron hacer frente a las fuerzas que contra ellos mandó la Audiencia, siendo pronto vencidos y castigados con rigor (1548).
Habiendo tratado de las expediciones a Nicaragua realizadas por Gil González Dávila y por Francisco Hernández de Córdoba[87], consideremos la conquista del país. Tomó parte en ella la Audiencia de Santo Domingo. Los oidores de dicha Audiencia, que sabían que Gil González era el descubridor de Nicaragua, no tomaban a bien que Pedrarias Dávila la ocupase, pareciéndoles más justo que continuara gobernándola, en nombre de aquel alto Tribunal, Francisco Hernández. Conociendo Pedrarias el caso, determinó ir a Nicaragua, ya para castigar á Hernández, ya para que no se metiese en el país Hernán Cortés. En efecto, al comenzar el año 1526, Pedrarias salió de Panamá para Nicaragua, llegó a la ciudad de León, puso preso á Francisco Hernández y le hizo cortar la cabeza. Después de dejar el mejor arreglo que pudo en Nicaragua, en cuya tierra se hallaban establecidos los chapanecas, se volvió a Panamá, en tanto que Diego López de Salcedo pasó desde Trujillos a Nicaragua o al Nuevo Reino de León, como él llamaba al país; también Pedro de los Ríos, gobernador de Castilla del Oro, se presentó en la misma provincia, de la cual le hizo salir el citado López de Salcedo, quien hubo de realizar reformas importantes lo mismo en el orden administrativo que en el religioso. Así las cosas, Pedrarias Dávila mandó detallada relación al Rey del estado de Nicaragua, no sin declarar las causas que tuvo para degollar a Francisco Hernández; también manifestó que Gil González Dávila era muerto. Como Pedrarias prometía sacar de la provincia grandes riquezas, se le envió el título de Gobernador, ordenando a Diego López de Salcedo y a Pedro de los Ríos que no se metiesen en las cosas de Nicaragua. Fué presentado por obispo de Nicaragua Diego Alvarez de Osorio; se dispuso que se hiciese un convento de frailes dominicos y allá se dirigió con la idea de convertir a los naturales Fray Bartolomé de Las Casas. Duro en su gobierno se manifestó Pedrarias. Puso preso a Diego López de Salcedo y disgustó a los indios. Tanta ojeriza habían cobrado los indios a sus dominadores, que hacía dos años que no dormían con sus mujeres para que éstas no diesen esclavos a dichos castellanos. No sólo odiaban á Pedrarias los indios; los castellanos se quejaban del mismo modo de su conducta. Hasta en las elecciones de alcaldes y regidores se notaba la arbitrariedad del Gobernador, el cual elegía aquellas autoridades entre sus criados y dependientes. Cuando le censuraban por ello, decía que tenía cédula del Rey para hacerlo. Como escribe Herrera, en Nicaragua no se vivía con justicia ni quietud[88]. Murió Pedrarias en los últimos días de julio de 1531, en la ciudad de León «a tiempo que se le había concedido licencia de dos años para venir a Castilla, y que se le había hecho merced de la vara de alguacil mayor de Nicaragua para sus herederos, en la cual nombró a su hijo Arias Gonzalo y por alcalde de una de las fortalezas de aquella provincia...»[89].
Desempeñó interinamente el cargo de Gobernador el licenciado Castañeda, hombre injusto, inmoral y altanero. Continuó el malestar en la provincia, que aumentó por las epidemias y el hambre, hasta el punto que lo mismo en dicha provincia, que en la de Honduras, se recordó por mucho tiempo el tristísimo año de 1532. Ausentóse del país el licenciado Castañeda, dejando en su lugar al obispo Garci Alvarez Osorio; pero el regimiento de la ciudad de León suplicó al Rey que el nombramiento de Gobernador se hiciese en persona que hubiera estado en las Indias, y proponía al capitán Francisco de Barrionuevo, gobernador de Castilla del Oro, o al licenciado de la Gama.
En la corte se trató por el año 1534 de establecer Audiencias, no sólo en Honduras—como antes se dijo—, sino también en Nicaragua y en alguna otra provincia. Demás de esto, deseoso el Rey en dar paz a la mencionada provincia de Nicaragua, nombró como gobernador a Rodrigo de Contreras, que casó con Doña María de Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila, la misma que estuvo prometida a Vasco Núñez de Balboa. Apenas tomó posesión de su destino, comenzó a entender en la residencia del licenciado Castañeda, quien, como viese mal el asunto, hubo de marcharse a Castilla, adonde la Audiencia le mandó prender y secuestrar los bienes. Por entonces se presentó en Nicaragua, procedente de México, el P. Las Casas, que no tardó en declararse enemigo del Gobernador y protector de los indios. A tal extremo llegaron las cosas, que habiendo intentado el obispo Alvarez Osorio poner paz entre el Gobernador y el fraile, sólo logró que se encendieran más las pasiones, teniendo Rodrigo de Contreras que acudir en queja al Rey, mientras el P. Las Casas marchó a Castilla decidido a favorecer a los indios en contra de la demasiada libertad de los gobernadores y soltura de los soldados[90]. Al obispo Alvarez Osorio, que murió por entonces, le sucedió Fray Antonio de Valdivieso. No hay palabras para reprobar la conducta de Rodrigo de Contreras. «Si á V. M.—dice atenta y razonada Exposición—hobiesemos de facer relacion de todo lo que en esta tierra ha subcedido de nueve años á esta parte, que ha que Rodrigo de Contreras ha gobernado, sería facer un proceso muy grande, é de cosas que dudamos V. M. pudiese creer»[91]. Por su ineptitud, torpeza o malas inclinaciones, su nombre fué aborrecido de los indígenas. Por mucho tiempo se recordó en el país la mala administración de dicho gobernante.
Descubierta Costa Rica por Cristóbal Colón en el año 1502[92], fué la primera de las provincias del antiguo reino de Guatemala que conquistaron los españoles. Dentro de la provincia llamada Castilla del Oro, provincia que se extendía desde el golfo de Urabá hasta el cabo de Gracias a Dios, se hallaba el territorio de Costa Rica. Bajo el punto de vista etnográfico, las razas primitivas de Costa Rica eran: los chorotegas o mangues, que habitaban la región del Noroeste, hacia el golfo de Nicoya, que se corrían hacia el Salvador, Chiapas y Nicaragua; los cotos o bruncas debieron vivir al Sur y al Sudeste de la cordillera; y los güetares al Oeste de Nicoya y de los chorotegas[93].
A Diego de Nicuesa, nombrado gobernador de Castilla del Oro (1508), le sucedió Pedrarias Dávila (1513), y poco después el licenciado Gaspar de Espinosa, alcalde mayor[94]. En busca de oro, allá por el año 1520, se dirigió Espinosa hacia Burica (hoy Boruca) en la actual República de Costa Rica. Llamábase Urraca el cacique de Burica, hombre tan osado como valiente. Reñido fué el combate entre los castellanos de Espinosa y los indios de Urraca, y mal lo hubieran pasado los primeros sin el auxilio de Hernando de Soto, que, por orden de Francisco Pizarro, hacía a la sazón una correría por aquellas inmediaciones. Embarcóse Espinosa y siguió la costa, tocando tierra en seguida, no sin encontrar tenaz resistencia en otros indios, aunque la vista sólo de los caballos les aterraba, creyendo que eran monstruos marinos. Retiróse Espinosa a Panamá, llamado por Pedrarias, dejando en Burica al capitán Francisco Campañón con un destacamento.
Cuando Urraca tuvo de ello noticia, cayó sobre Campañón, en tanto que el citado capitán enviaba dos mensajeros a Pizarro dándole cuenta de su apurada situación. En buen hora llegaron los refuerzos, porque ya se hallaba sitiado por el valeroso Urraca. Posteriormente el mismo Pedrarias con ciento cincuenta hombres y algunas piezas de artillería, se dirigió contra los indios, llevando por capitán de su guardia a Francisco Pizarro, tan famoso en la Historia del Nuevo Mundo. Urraca, con la ayuda del cacique Exqueguá, se dispuso a la pelea. Casi todo un día duró el combate, retirándose al fin los indios, que fueron perseguidos. Pedrarias, habiendo dejado al capitán Diego de Albitez por teniente suyo, regresó a Panamá (1520). Entre Albitez y Urraca no cesaron las hostilidades. Al año siguiente, Campañón, sucesor de Albitez, continuó la guerra contra Urraca; pero cansado el capitán español de luchar un día y otro día, le propuso honrosa paz. Fiado Urraca en la palabra de Campañón, se presentó en el pueblo y al momento fué reducido a prisión y cargado de cadenas. Evadióse de la prisión y sostuvo larga guerra, muriendo al fin con la pena de no haber podido arrojar a los invasores[95]. No dejó de ser Costa Rica campo abonado para las conquistas de los españoles. Cuando Pedro de Alvarado, allá por el año 1527, se defendía en España de los cargos que se le hacían, su hermano Jorge penetró hasta Costa Rica, sometiendo algunos pueblos de indígenas. Tiempo adelante, el año 1542, hizo Diego Gutiérrez un asiento o convenio con el Rey para conquistar y poblar la provincia de Cartago, desde la bahía de Cerebaro hasta el cabo Camarón, en el río Grande (el San Juan)[96]. (Apéndice B.)
Terminaremos la conquista de la América Central, recordando los siguientes hechos. Tranquilo se hallaba Pedro de Alvarado en su gobierno de Guatemala, cuando la resolución de asuntos interiores le obligaron a trasladarse a México para consultar con el virrey Don Antonio de Mendoza. Sucedió á la sazón un levantamiento de chichimecas en el distrito de Guadalajara (Reino de la Nueva Galicia). Los indómitos chichimecas, por no pagar los tributos a sus señores, se subieron a las cumbres de las sierras y se dispusieron a pelear como bravos. Contra ellos fué Pedro de Alvarado, quien encontró allí la muerte (24 junio 1541)[97]. El virrey Mendoza, cediendo a los deseos de la viuda, Doña Beatriz, conocida desde la muerte de su marido con el nombre de La Sin Ventura[98], nombró gobernador interino de Guatemala a Don Francisco de la Cueva, hermano de la citada señora. Del gobierno de Honduras se encargó el tesorero Diego García de Celis. Terrible desgracia ocurrió en Guatemala bajo el gobierno de la Cueva. Cuentan las crónicas de aquellos tiempos que copiosa y abundante lluvia comenzó a caer sobre la ciudad y en sus inmediaciones desde el 8 de septiembre del año 1541. El día 10 bajó de la montaña, conocida desde aquella época con el nombre de Volcán de agua, terrible inundación, que destruyó gran parte de Santiago de Guatemala, encontrándose entre los ahogados Doña Beatriz de la Cueva, viuda del adelantado Don Pedro de Alvarado, una hija natural del dicho Don Pedro, llamada Ana, de edad de cinco años, y otras personas distinguidas. Los daños causados por la tormenta fueron muchos y muy importantes. Don Francisco de la Cueva, que hacía oficio de gobernador, y el obispo, se portaron perfectamente en aquel día tristísimo. Los supervivientes, aterrados por desgracia tan inmensa, se trasladaron una legua más al Norte, donde se encuentra el valle de Panchoy, fundando allí la tercera ciudad, capital del reino y hoy arruinada, y a la cual se la conoce con el nombre de la Antigua.
Pasamos a relatar ciertos hechos referentes a la conquista de las Grandes Antillas. Dijimos en el primer tomo de esta obra que Cristóbal Colón, en su primer viaje, salió el 19 de noviembre de 1492 de Puerto Príncipe, camino de Babeque, Bohio y Haytí o Baytí. De Puerto Príncipe no se dirigió directamente a Babeque, pues se entretuvo hasta el 5 de diciembre en las costas de Cuba. Fondeó en la extremidad occidental de Haytí, isla a la que dió Colón el nombre de Española el día 6 de dicho mes, comenzando el 7 a explorar sus costas. Tenía entonces la isla—según Colón—cerca de un millón de habitantes[99], y estaba habitada por los cebuneyes al Oeste, y por los aravacos en el Centro y Este. Dividíase en cinco partes, gobernadas por sus respectivos caciques: Caonabo era señor de Maraguana, Bohechio de Xaragua, Garionez del país donde se fundó después Concepción de la Vega, Guanagari de la tierra que estaba a orillas del Artibonito, y Cayacoa del Higuey. Recordaremos que, habiendo fundado el Almirante la Isabela, primera ciudad europea del Nuevo Mundo, Bartolomé Colón echó los cimientos de Santo Domingo en el año 1498, sobre la costa del río Ozama. Dicen unos escritores que el hermano del Almirante dió el citado nombre a la ciudad en honor de su padre, llamado Domingo; según otros, por la devoción que tenía a Santo Domingo de Guzmán. En el correr de los tiempos el nombre de la capital Santo Domingo sustituyó al de Española, aplicándose después únicamente a la parte oriental de la isla. El P. Las Casas, cariñoso por demás con los indios, hace subir a 3.000.000 el número de víctimas que los conquistadores españoles hicieron en el país[100].
Descubierta la isla de Cuba por Colón en su primer viaje, y poblada por los siboneyes, fué conquistada en el año 1511 por Diego Velázquez, gobernador de la Española. Velázquez, con 300 soldados y acompañado del sacerdote (no fraile a la sazón), Bartolomé de las Casas, conquistó la isla, no sin derrotar y quemar vivo al cacique Hatuey. Encargó luego la pacificación del Camagüey al capitán Narváez, cuyos soldados lo llevaron todo a sangre y fuego. Velázquez fundó las ciudades de Baracoa, Sancti-Spíritus, Puerto Príncipe, Santiago de Cuba y la Habana. Murió en el año 1524.
Al S. de Cuba se encuentra Jamaica, descubierta por Cristóbal Colón en su segundo viaje, el año 1494. El Almirante la llamó Santiago, nombre que se olvidó pronto. Es una de las grandes Antillas, y en ella se establecieron los españoles en 1509. Los indígenas, pertenecientes a la misma raza que los de las otras grandes Antillas, se sometieron fácilmente; pero a Esquivel, su primer Gobernador, hombre bueno y compasivo, sucedieron malos conquistadores, cuya obra se redujo a exterminar a los aborígenes. Una flota que envió Cromwell, se apoderó de la isla (1655), en la cual sólo se contaban 3.000 habitantes, la mitad españoles y la otra mitad negros.
Consideremos la isla, que los indios llamaron Borinquén, Cristóbal Colón, San Juan Bautista[101], y los españoles, Puerto Rico[102]. Se dijo en su lugar correspondiente, que Cristóbal Colón, en su segundo viaje, descubrió la isla de Puerto Rico. En el año 1508, Juan Ponce de León, que se hallaba en la Isla Española, solicitó de Nicolás Ovando permiso para ir a la de San Juan de Puerto Rico. Concedido el permiso, se dirigió a la citada isla y desembarcó en un sitio, cuyo señor, el más poderoso de aquella tierra, se llamaba Agueinabá. Los habitantes tenían color cobrizo, más obscuro que el común de los naturales de América. Afirman antiguos escritores que era una tierra muy poblada de gente, y cultivada con tanto esmero, que parecía una huerta. Ponce de León fué recibido perfectamente por el cacique Agueinabá, y por él supo que algunos ríos conservaban oro abundante en sus arenas. La isla tenía pocos llanos, aunque sí muchos valles y altas montañas, numerosos ríos y algunos puertos, el mejor de ellos el de Puerto Rico. Ovando, inmediatamente que llegó a España, manifestó al Rey el servicio que le había hecho Ponce de León con su expedición a la isla. El Monarca premió a Ponce de León, nombrándole gobernador de Puerto Rico (1510), sin que el Almirante, como dice Herrera, le pudiese quitar[103].
El Gobernador envió presos a España a Juan Cerón y Miguel Díaz, hechuras del Almirante; fundó una población que llamó Caparra y otras menos importantes, e hizo el repartimiento de los indios. Entre los castellanos e indios comenzó la guerra, teniendo la desgracia Cristóbal de Sotomayor y otros cuatro castellanos de morir a manos de sus enemigos. Juan Ponce, comprendiendo la gravedad del caso, nombró tres capitanes para castigar a los revoltosos; los capitanes eran: Diego de Salazar, Miguel de Toro y Luis de Añasco, los cuales, cada uno al frente de treinta hombres, triunfaron de los indios. Ponce puso en paz la isla de Puerto Rico, aunque los indígenas, en su desesperación, llamaron en su ayuda a los caribes de las islas cercanas. Posteriormente, disgustado Juan Ponce de León por la vuelta a la isla de Juan Cerón y Miguel Díaz, se dispuso a realizar descubrimientos de otras tierras. Al efecto, salió de la isla de San Juan en los primeros días de marzo de 1512, y pasando por la isla del Viejo, por Caycós (isleta de los Lucayos), por Amaguayo, por Maneguá, por Guanahani, llegó a la Florida[104]. Orgulloso con sus descubrimientos, pensando siempre que eran islas y no tierra firme, marchó a Castilla, esperando recibir mercedes de la corte. Tantas y tan grandes fueron las quejas que se dieron al Almirante acerca de Juan Cerón y Miguel Díaz, que, aconsejado de los Jueces de Apelación y de los Oficiales Reales, les quitó los Oficios y envió de gobernador al comendador Moscoso. Como tampoco se portara bien el citado Moscoso, pasó él a la isla, donde dejó por nuevo Gobernador, al tiempo de marcharse, a Cristóbal de Mendoza. Mendoza era persona discreta y contuvo las invasiones de los caribes, cada vez más atrevidos e insolentes.
Premió el Rey los servicios de Juan Ponce nombrándole Adelantado de la isla de Bimini y también de la Florida (considerada entonces como isla); además le ordenó que levantase una fortaleza en la isla de San Juan para la defensa de los caribes. Tanto miedo llegaron a inspirar dichas gentes, que se mandó armar tres navíos para correr las islas que eran guarida de los caribes, dándose el mando de la escuadrilla al citado Ponce (año de 1514). En los comienzos de mayo de 1515 se dirigió Ponce a la isla de Guadalupe, donde hizo desembarcar algunos hombres para recoger agua y leña, y algunas mujeres para que lavasen la ropa. Los salvajes, que estaban emboscados, mataron á los hombres y cautivaron las mujeres. Corrido por este suceso Ponce de León, se retiró con sus naves a San Juan de Puerto Rico, mientras el Gobierno dió licencia para que todos pudieran armarse contra los caribes y hacerles esclavos. Disgustado Ponce de León porque la fortuna no se había mostrado propicia ni en Guadalupe ni en la Florida, volvió a Cuba, acabando sus días en el año 1521. El Rey dió el Adelantamiento y las demás mercedes del padre al hijo, cuyo nombre era Luis. Como diremos al tratar del gobierno de Puerto Rico, la colonización se hizo con más lentitud que en la Española. «Los comienzos de la colonización—según Reclus—fueron muy difíciles: huracanes, una invasión de caribes y la destrucción de los primeros cultivos por las hormigas, hicieron abandonar la isla, que se repobló lentamente»[105]. (Apéndice C).