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Quauhtemoc.

En tanto que Cortés mandaba a España como comisarios a los capitanes Alonso de Mendoza y Diego de Ordáz para que diesen noticia al emperador Carlos del estado de la conquista, y llevando también una carta, en la cual se resumía lo más substancial de los despachos que remitió el año antecedente con Fernández Portocarrero y Montejo; en tanto que los dos ayuntamientos de la Vera Cruz y de Segura de la Frontera escribían sus correspondientes cartas, representando a Su Majestad lo que importaba mantener a Cortés al frente de aquel gobierno; en tanto que el valeroso hijo de Medellín fletaba un bajel para que los capitanes Alonso Dávila y Francisco Alvarez Chico pasasen a la isla de Santo Domingo y dijeran a los religiosos de San Jerónimo cuánto importaba enviar sacerdotes de probada virtud que ayudasen al P. Olmedo en la conversión de los indios; en tanto que los cuatro procuradores de Cortés (Portocarrero, Montejo, Ordáz y Mendoza), acompañados y dirigidos por Martín, padre de nuestro héroe, conseguían audiencia del Cardenal Gobernador Adriano—pues el Emperador estaba por entonces en Alemania—, en la que hubieron de representar los motivos que tenían para desconfiar de la justicia del Obispo de Burgos, presidente del Consejo de Indias, motivos que fueron atendidos, puesto que consiguieron su recusación; en tanto que el Emperador, de vuelta de Alemania, nombraba una Junta compuesta, entre otros, de Mercurino de Gatinara y del Dr. Lorenzo Galíndez de Carvajal, Comendador Mayor de Castilla, para que estudiase detenidamente el pleito que tenían el Gobernador de Cuba y el futuro conquistador de Nueva España, y que se decidió en favor del último; y en tanto o antes que éstas y otras cosas ocurrían, Cortés, en el mismo día que se celebraba la fiesta de los Inocentes del año 1520, se puso a la cabeza de su ejército, compuesto de unos 600 hombres, de ellos 80 arcabuceros y ballesteros y 40 ginetes con 9 cañones y alguna pólvora; además llevaba numeroso ejército de aliados. Pernoctó nuestro héroe el primer día en Texmeliuán, el segundo en la sierra de Telapón, y el tercero descendió a la llanura. Continuó su camino, descubriendo a largo trecho el ejército enemigo, el cual hubo de retirarse poco a poco. No quiso seguir el alcance, porque le importaba ocupar lo antes posible la populosa ciudad de Tezcuco, lugar ventajoso para establecer allí plaza de armas y necesario para la realización de su empresa. Penetró en Tezcuco, destituyó del señorío al tirano Cacumazin y nombró en su lugar a Ixtlixoquedalte, quien, a ruegos de Fr. Bartolomé de Olmedo, se dejó bautizar, tomando el nombre de D. Hernando Cortés, en obsequio de su padrino.

De Tezcuco pasó a Iztapalapán, populosa ciudad de 50.000 habitantes, situada en la misma calzada por donde hicieron su primera entrada los españoles. Cortés, llevando consigo a los capitanes Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, se situó en parte de la ciudad edificada en tierra firme, teniendo que abandonarla a toda prisa, porque los enemigos, rompiendo las acequias, consiguieron inundar aquella parte de la población. Acamparon nuestras tropas en próxima y pequeña montaña, retirándose a Tezcuco, no sin ser molestadas por los mejicanos.

Chalco, provincia situada en la extremidad oriental del lago de su nombre, se entregó a Gonzalo de Sandoval, y la provincia de Otumba, ya famosa en esta crónica, prestó vasallaje a Francisco de Lugo. Otras provincias pidieron, del mismo modo, protección a los españoles.

Cuando Cortés vió llegar a Tezcuco el maderamen de los bergantines, tuvo momentos de verdadera alegría. En un grande astillero, que se formó cerca de los Canales, comenzó la tablazón, herraje y demás operaciones de la marinería. Sin embargo de la prisa que todos se daban, dijeron los maestros que se necesitaban más de veinte días para poder servirse de las embarcaciones. En este tiempo se propuso reconocer personalmente las poblaciones próximas, observando los sitios que debía ocupar para impedir los socorros de México y castigando a los rebeldes del pueblo de Yaltocán y de otras poblaciones.

Llegó por este tiempo a Vera Cruz un navío (lo cual era señal casi evidente—según Solís—de que corría por cuenta del cielo esta conquista) dirigido a Hernán Cortés, y en él Julián de Aldrete, natural de Tordesillas (Valladolid) y algunos religiosos y soldados con un socorro considerable de armas y pertrechos. Pasó la gente a Tlascala y luego a Tezcuco.

No cesaba la guerra entre españoles y mejicanos. El odio era mayor cada día. Cuauhtémoc, a diferencia de sus antepasados, se hallaba decidido a vengar cara su libertad y la de su pueblo. Verdad es que ya sabía de lo que eran capaces los españoles. El esforzado Gonzalo de Sandoval por un lado y el mismo Cortés por otro, pelearon valerosamente. Vióse este último en gran peligro al tomar la ciudad de Suchimilco (distante cuatro leguas de México), hasta el punto que cayó del caballo, y cuando iba a ser presa de los mejicanos, el soldado Cristóbal de Olea, natural de Medina del Campo, poniéndose a la cabeza de algunos tlascaltecas dió muerte por sus manos a los que oprimían al héroe, restituyéndole la libertad. Retiróse a Tezcuco, muy descontento de su jornada a Suchimilco, habiendo perdido nueve o diez españoles.

Poco después le causó profunda pena la noticia de que un soldado español llamado Antonio de Villafaña se había puesto al frente de una conjuración. Dicha conjuración se disponía matar a Cortés y a los principales jefes, único medio de abandonar la conquista y retirarse a Cuba. Villafaña fué preso y colgado en una ventana de su mismo alojamiento.

Otro embarazo, aunque de diferente género, se ofreció en seguida. Dícese que el general Xicotencal (a cuyo cargo—según Solís—estaban las primeras tropas que vinieron de Tlascala) se decidió a desamparar el ejército, sirviéndose de la noche para su retirada; y también se dice que Cortés mandó a su alcance dos o tres compañías de españoles, con suficiente número de indios fieles, llevando la orden de que le prendiesen o le matasen. Ejecutóse lo último y su cadáver apareció colgado de un árbol[52].

En la mañana del 28 de abril de 1521 Hernán Cortés formó sus tropas y pasó revista a su ejército, compuesto de 818 infantes (118 entre arcabuceros y ballesteros), 87 soldados de caballería, 3 grandes cañones de hierro y 11 falconetes, con abundantes municiones. El P. Olmedo bendijo la flotilla y los bergantines resbalaron en el canal, descendiendo por sus aguas hasta entrar en el lago Tezcuco.

Historia de América desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días

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